jueves, 10 de febrero de 2022
¿ESTOY LOCO YO LO LOS LOCOS SON LOS DEMÁS?
¿estoy loco yo o los locos son los demás?
(Albert Einstein)
En una de sus reflexiones más célebres, Buda afirmó que estar enfadado es como agarrar un pedazo de carbón candente para arrojarlo contra alguien. Al final eres tú quien se quema.
Albert Einstein vivió dos guerras mundiales y la consiguiente Guerra Fría, con lo que comprobó las consecuencias a gran escala de la hostilidad, lo cual lo llevó a hacerse la pregunta que encabeza este capítulo.
A nuestra escala cotidiana, este cuento de autor desconocido, citado por la coach Irene Orce, tiene como protagonista a un niño que estaba siempre malhumorado y cada día se peleaba con sus compañeros en el colegio.
Cuando se enfadaba, se abandonaba a la ira y decía y hacía cosas que herían a los demás niños.
Consciente de la situación, un día su padre le dio una bolsa de clavos y le propuso que, cada vez que discutiera o se peleara con algún compañero, clavase un clavo en la puerta de su habitación.
El primer día clavó treinta y tres. Terminó agotado, y poco a poco fue descubriendo que le era más fácil controlar la ira que clavar clavos en aquella puerta. Cada vez que iba a enfadarse se acordaba de lo mucho que le costaría clavar otro clavo, y en el transcurso de las semanas siguientes, el número de clavos fue disminuyendo. Finalmente, llegó un día en que no entró en conflicto con ningún compañero.
Había logrado apaciguar su actitud y su conducta. Muy contento por su hazaña, fue corriendo a decírselo a su padre, quien sabiamente le sugirió que cada día que no se enojase desclavase uno de los clavos de la puerta. Meses más tarde, el niño volvió corriendo a los brazos de su padre para decirle que ya había sacado todos los clavos. Le había costado un gran esfuerzo.
El padre lo llevó ante la puerta de la habitación.
—Te felicito —le dijo—. Pero mira los agujeros que han quedado en la puerta. Cuando entras en conflicto con los demás y te dejas llevar por la ira, las palabras dejan cicatrices como estas. Aunque en un primer momento no puedas verlas, las heridas verbales pueden ser tan dolorosas como las físicas. No lo olvides nunca: la ira deja señales en nuestro corazón.
Tomado del libro:
Einstein para despistados
Allan Percy
Fotografía de Internet
miércoles, 9 de febrero de 2022
NARADA
El sabio indio Narada partió en peregrinación hacia el templo del Señor Vishnú. Una noche se detuvo en una aldea y le dieron asilo en la choza de una pobre pareja. A la mañana siguiente, antes de que marchara, el hombre le dijo a Narada: «Ya que vas a ver al Señor Vishnú, pídele que nos conceda un hijo a mi mujer y a mí, porque son muchos años ya los que llevamos sin descendencia».
Cuando Narada llegó al templo, dijo al Señor: «Aquel hombre y su mujer fueron muy amables conmigo. Ten compasión de ellos y dales un hijo». El Señor, de un modo terminante, le replicó: «En el destino de ese hombre no está el tener hijos». De modo que Narada, una vez hechas sus devociones, regresó a casa.
Cinco años más tarde emprendió la misma peregrinación y se detuvo en la misma aldea, siendo hospedado una vez más por la misma pareja. Pero en esta ocasión había dos niños jugando a la entrada de la choza.
«¿De quién son estos niños?», preguntó Narada. «Míos», respondió el hombre.
Narada quedó desconcertado. Y el hombre prosiguió: «Hace cinco años, poco después de que tú te marcharas, llegó a nuestra aldea un santo mendigo. Nosotros le dimos hospedaje aquella noche. Y a la mañana siguiente, antes de partir, nos bendijo a mi mujer y a mí… y el Señor nos ha dado estos dos hijos».
Cuando Narada lo oyó, no pudo esperar más y marchó inmediatamente al templo del Señor Vishnú. Una vez allí, gritó desde la misma entrada del templo: «¿No me dijiste que no estaba en el destino de aquel hombre el tener hijos? ¿Cómo es que ahora tiene dos?».
Cuando el Señor le oyó, rio sonoramente y dijo: «Debe de haber sido cosa de un santo. Los santos tienen el poder de cambiar el destino».
Uno recuerda instintivamente una fiesta de bodas en la que la madre de Jesús, por medio de sus súplicas, consiguió que su hijo realizara un milagro antes de lo previsto en su destino.
Del libro:
Anthony de Mello
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet
martes, 8 de febrero de 2022
MI HISTORIA (GANGAJI)
Cuando miras a un bebé y haces un seguimiento de su crecimiento individual, puedes ver que la diferencia entre ese bebé y el niño de seis años es muy notable, como lo es la diferencia entre un niño de seis años y un joven de dieciséis, o entre los dieciséis y los treinta y cinco, o entre los treinta y cinco y los ochenta. Puedes empezar a ver cierta pauta de acumulación.
Evidentemente, el niño nace con cierta predisposición genética, tendencias y personalidad, pero, en general, es abierto y lozano, por eso queremos a los niños. La apertura es digna de amor. Incluso cuando los bebés son difíciles, suelen ser amables por su manera fresca, abierta, inquisitiva y libre de mirar la vida. A medida que el niño madura, hay un influjo de la forma y de la percepción sensorial que concuerda con el proceso evolutivo de ese individuo y con el de su especie. En el caso del joven de dieciséis, el impulso ya ha cambiado de la apertura hacia la acumulación y la ganancia personal. Las luchas de la adolescencia son una liberación de la infancia y de la inocencia hacia la independencia, el conocimiento y el poder.
Incluso en las vidas más maravillosas, generalmente, se arrastra cierta carga. Nace de la identificación con las denominadas acumulaciones personales. Este lastre de la vida, o carga individual, es "la historia".
Una historia tiene que estar magnetizada por un punto de vista. Ese punto de vista es la misteriosa identificación de uno mismo como un individuo particular. Llamémosle el "yo" genérico. El "yo" es el imán que atrae sensaciones y experiencias, que traduce en un relato: la historia de tu vida.
Esa crónica es un sueño. Y de ese sueño es posible despertar.
Me encantan las buenas historias. No hay nada de malo en una buena historia. Puede ser profunda, hermosa y entretenida, tanto en sus aspectos sublimes como en su horror. Una buena historia, generalmente, tiene complejidad, misterio, éxito y fracaso; y una verdadera historia tiene una resolución final que la unifica.
Ciertos individuos, en ciertos momentos de su vida, reconocen que no la quieren. Al menos la parte de la historia que no les gusta, que les pesa y que les mantiene identificados con algo menos de lo que anhelan ser.
Puede haber muchos intentos de ver la crónica personal individual bajo una luz mejor. Tal vez, incluso, pueda ser vista desde la perspectiva de la verdad. Esto es glorioso y maravilloso, porque, en una vida mejor, uno deja de identificarse como víctima y empieza a reconocerse como héroe o heroína, o incluso, posiblemente, como "un ser iluminado".
La mayoría de los que leéis esto estáis en una posición especial. Con relación a la carga de vuestra vida a los seis años, o a los dieciséis, estáis en el cielo o al menos habéis vislumbrado el estado celestial. Como mínimo lo habéis visitado y reconocéis: "Aquí es donde quiero vivir. El cielo. Porque en esta tierra prometida me dan la bienvenida. Soy ungido, glorificado, adorado y reconocido como el propio hijo de Dios". Esta es una historia preciosa, y no se la quiero quitar a nadie, excepto para los propósitos de nuestra investigación. La verdadera indagación revela lo que está más allá del cielo y del infierno. Mi maestro me pidió que te aportara esta oportunidad de investigar.
Te estoy pidiendo que averigües cuál es tu historia actual. Si aún hay agresión, victimismo o heroísmo -alguien que te haga algo, o que haga algo por ti, o incluso contigo; cualquier escenario de escape, de logro, de ganancia, de pérdida- reconócelo como un punto de vista y di la verdad al respecto.
Esta historia puede ser sutil, y en su sutileza es donde reside su gran poder. En tu voluntad de decir la verdad, ves la historia que se está contando una y otra vez, la crónica basada en un individuo particular llamado "yo". Tiene muchos sabores, colores y sensaciones y es exquisita por derecho propio. Pero no es verdad. "Yo" no existe. El "yo" ha sido fabricado durante al menos tantos años como los años que ese cuerpo concreto que identificas como "mío" ha existido en el planeta. Ha sido producido total, completa y arbitrariamente.
Para oír esto, para realmente oír esto, debes aceptar la invitación a dejar caer toda la historia y preguntarte: Si todo es una elaboración, un montaje, si el "yo" no existe, ¿qué es real? ¿Quién soy yo? ¿Qué es verdad? ¿Qué perpetúa la historia de "yo"? El deseo impulsa la historia.
Aunque puede haber un afán de soltar la historia, de ver qué es verdad, también hay un ansia de seguir fabricándolo. Es imprescindible reconocer esto. El deseo de continuar con la historia, tanto si ha sido visto como si no, se basa en el miedo a no ser nada. Este miedo está apoyado por la creencia de que si sueltas la biografía que has contado tan diligentemente a lo largo de esta vida, no serás nada, morirás. Será el final de ti.
Si miras con cuidado, verás el esfuerzo consciente, sutil pero poderoso, de mantener la "yoidad" en su lugar. Tal vez ahora sea un "yo' iluminado, pero sigue siendo un "yo". Tienes miedo de que, si no haces un esfuerzo consciente, el cuerpo tal vez se desintegre. Tienes miedo de que si el organismo desaparece, tú también desaparezcas.
En la medida en que hay miedo, en esa misma medida, hay una identificación errónea con tu historia, como si ella fuera la verdad sobre ti. En la misma proporción en que hay identificación entre tu historia y la verdad sobre ti, hay sufrimiento, porque tú no eres una historia. La historia es una mentira, y una mentira es una carga. Un lastre que se mantiene cada mañana, cada día, cada noche. Tal vez al anochecer dejes la mentira de lado para poder dormir profundamente, pero en cuanto el cuerpo despierta la retomas. La historia se aumenta, decora, reordena, fija, equilibra y mejora: se convierte en una carga mejor. No hay nada malo en esto. Si vas a dejarte entretener por una historia, entonces sí, equilíbrala, enderézala, decórala. Pero, generalmente, lo que ocurre es que la historia se convierte en un objeto de adoración, bien en nombre del odio a uno mismo o en el del narcisismo. Entonces "mi" historia se convierte en una carga de sufrimiento.
El primer reto consiste en reconocer que la estás contando.
Seguidamente, el desafío es estar dispuesto a dejar de narrarla, en estar presto a morir y, al hacerlo, en estarlo a no ser nada en absoluto. Entonces eso que hemos llamado Ser, o Verdad, o Dios se revela como esa misma nada en absoluto. Te reconoces a ti mismo como esa no-cosa, como nada.
No estoy hablando de la nada tal como la mente escucha esta palabra, como algún tipo de vacío nihilista, plano, muerto. La pura nadeidad es inteligencia consciente. El niño no conoce su nombre y, por tanto, no se relaciona consigo mismo como nombre. Lo hace como inteligencia consciente. La historia del niño pequeño, del adolescente y del humano maduro es la historia del emerger, de la adoración, de la carga y de la liberación del "yo" —fin de la historia— y vuelta a la inteligencia consciente. Se trata de conocerse conscientemente como la inteligencia consciente en la que todos los "yoes" aparecen y desaparecen.
Muchos individuos han despertado a la verdad de que la conciencia individual es inseparable de la universal. Entonces, lo que pueda quedar del impulso de la aparente conciencia individual se ha ido a un convento o se ha aislado de la sociedad. Durante un tiempo, mientras tuvo lugar la absorción de la aparente conciencia individual de Ramana en la conciencia pura del Ser universal, este tuvo que ser alimentado. No había un interés por mantener su cuerpo vivo. Mi profesor Sri H. W. L. Poonjaji (Papaji) tendió el puente entre la vida del sadhu —una vida retirada de las interacciones con la sociedad— y la vida de una persona activa. Papaji vivía fuera del ashram protegido. Tenía una familia, y un trabajo, y mantenía interacciones cotidianas con otras personas de mentalidad muy diferente, sabiendo en todo momento que él era la totalidad de todo ello.
No sé cuál es el destino de tu vida. Pero, tanto si la vives como un ermitaño como en medio del mercado, estás plenamente capacitado para reconocer la verdad de tu "nadeidad" inherente.
Extracto del libro:
Libertad y resolución
Gangaji
Imágenes tomadas de internet
lunes, 7 de febrero de 2022
UNA CASA LLENA DE AMOR
Un fakir que vivía en una pequeña choza. Era alrededor de medianoche y llovía intensamente. El fakir y su esposa estaban durmiendo. De repente llamaron a la puerta. Alguien solicitaba cobijo.
El fakir despertó a su esposa: «¿Has oído? Hay alguien allí afuera», le dijo. «Será algún viajero, algún amigo desconocido».
¿Te das cuenta?. Le dijo, «¿Algún amigo desconocido?». Ni siquiera somos amistosos con aquellos que conocemos.
La suya fue una actitud de amor. El fakir dijo: «Algún amigo desconocido está esperando afuera. Por favor, abre la puerta». Su esposa le dijo: «No hay espacio; ni siquiera es suficiente para nosotros dos. ¿Cómo va a caber una persona más?».
El fakir le respondió: «Querida, éste no es un palacio de un rico. No puede hacerse más pequeño. El palacio de un rico parece más pequeño cuando llega un nuevo huésped, pero ésta es la choza de un pobre».
Su esposa le dijo: «¿Qué tienen que ver pobres y ricos con esto? La pura realidad es que ésta es una cabaña muy pequeña».
El fakir replicó: «Si hay suficiente espacio en tu corazón, sentirás que la choza es un palacio, pero si tu corazón es angosto, incluso un palacio te resultará insuficiente. Por favor, abre la puerta. ¿Cómo podemos rechazar a un hombre que ha acudido a nuestra puerta? Hasta ahora podíamos estar tumbados. Puede que los tres no podamos estarlo ya, pero al menos podremos sentarnos. Hay un hueco más para estar sentados».
La esposa tuvo que abrir la puerta. El amigo entró, empapado. Le dejaron unas ropas, se sentaron juntos y comenzaron a charlar. Al cabo de un rato, llegaron otras dos personas y llamaron a la puerta.
El fakir dijo: «Parece ser que nuevamente ha venido alguien», y le pidió al nuevo amigo, el más cercano a la puerta, que abriera. El hombre le contestó: «¿Abrir la puerta? No hay espacio suficiente». El hombre, el cual momentos antes había hallado cobijo en esta choza, olvidó que no había sido el amor del fakir hacia él el que le había hecho un hueco, sino que había encontrado cobijo porque había amor en la choza. Ahora, nuevamente, había llegado más gente, y el amor debe acomodar a los recién llegados.
Pero el hombre dijo: «No, no es necesario abrir la puerta. ¿No ves que casi ni podemos estar de cuclillas?»
El fakir dijo: «Amigo, ¿Acaso no te hice a ti un hueco? Se te permitió entrar porque aquí dentro moraba el amor; está aún presente, no se ha agotado contigo. Por favor, abre la puerta. Ahora estamos sentados a cierta distancia unos de otros; tendremos que agrupamos más. Y además, en esta noche fría, puede ser grato sentarse juntos».
Tuvo que abrir la puerta. Dos recién llegados entraron. Todos se sentaron juntos y comenzaron a trabar amistad unos con otros.
Pasó un rato... seguía lloviendo, y la noche transcurría. Entonces llegó un burro y empujó la puerta con su cabeza. El burro estaba empapado; quería abrigo para la noche. El fakir le pidió a uno de los últimos que había llegado, que estaba sentado casi en la puerta, que la abriera: «Ha llegado un nuevo amigo».
Después de atisbar afuera, el hombre dijo: «Este no es un amigo ni nada. Es un asno. No es necesario abrir».
El fakir le dijo: «Quizás no sabes que, a la puerta del rico, los hombres también son tratados como animales. Esta es la choza de un pobre fakir y estamos acostumbrados a tratar incluso a los animales como a seres humanos. Por favor, abre la puerta». Los hombres dijeron, al unísono: «Pero ¡no hay sitio!».
El contestó, «Hay suficiente espacio. En vez de estar sentados, todos nos pondremos de pie y le haremos un hueco. No os inquietéis, si es necesario yo saldré y le dejaré mi sitio. ¿Acaso no puede el amor hacer esto también?»
FUENTE: OSHO: ‘Del Sexo a la Superconsciencia’, Tercera charla, Bombay, 1968, tomado de la dirección internet www.oshogulaab.com
domingo, 6 de febrero de 2022
LA ORACIÓN PUEDE SER PELIGROSA
Cierto amigo mío estaba encantado de que su mujer hubiera quedado embarazada. El deseaba ardientemente tener un hijo varón y así se lo pedía a Dios sin cesar, haciéndole una serie de promesas.
Sucedió que su mujer dio a luz a un niño, por lo que mi amigo se alegró enormemente e invitó a una fiesta a toda la aldea.
Años más tarde, volviendo yo de La Meca, pasé por la aldea de mi amigo y me enteré de que estaba en la cárcel.
«¿Por qué? ¿Qué es lo que ha hecho?», pregunté.
Sus vecinos me dijeron: «Su hijo se emborrachó, mató a un hombre y salió huyendo. De manera que arrestaron al padre y lo metieron en la cárcel».
Es verdad que pedir a Dios insistentemente lo que deseamos es un ejercicio realmente loable.
Pero es también muy peligroso.
Del libro:
Anthony de Mello
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet
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