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jueves, 15 de junio de 2023

LA MIRADA CONTEMPLATIVA. VER O PENSAR.


Mis propios pensamientos nublan mi mirada universal.

La mentalidad humana actual suele ser indisciplinada. De ello que no podamos decidir conscientemente qué sentir o qué pensar. De ello, también, que pensemos cosas que no podemos dejar de pensar. Pareciera que los pensamientos tienen el poder de pensarse a sí mismos dentro de nuestra cabeza sin nosotros poder hacer nada. Esta especie de rebelión interna es como un motín en el que los pensamientos se erigen como gobernantes de la mente en lugar de ser sus servidores. El mundo al revés.

Este «del revés» procede de una inmadurez natural a la hora de usar nuestra mente. Es la misma inmadurez, de nuevo, que vivimos de niños cuando nos pusimos de pie y dimos los primeros pasos. Tratábamos de mantenernos en equilibrio e hilvanar tres pasos, pero era como si nuestro cuerpo aún no respondiera a nuestra voluntad. Pareciera que las piernas tuvieran vida propia y fueran donde ellas quisieran ir.

Nuestra inmadurez mental no nos permite ser conscientes del uso que hacemos de la gran mayoría de los pensamientos que pensamos, ni tampoco de cómo miramos a través de ellos, como si fueran cristales de colores, para ver lo que llamamos realidad. Por ejemplo, cuando decimos que no nos gusta el color verde pino estamos pensando un pensamiento que nos dice que no nos gusta ese color. En realidad no sabemos si nos gusta o no, porque vemos el verde pino a través de nuestro pensamiento «No me gusta el color verde pino».

No estoy insinuando que tenga que gustarte el verde pino o que tengas que comprarte camisetas de este color para conseguirlo. Tampoco insinúo que sea incorrecto pensar que no te gusta ese color. Estoy diciendo que cuando a mí no me gusta algo sé que no es en verdad que no me guste, sino que me he identificado con un pensamiento que piensa eso. Aquí vemos claramente dos posibles distintos usos del pensamiento o identificarme con él o contemplarlo.

Indaguemos un poco más y miremos por un momento qué es pensar. Para poder aproximarnos a la versión humana y actual de lo que es pensar, lo hemos buscado en el diccionario de la Real Academia Española. Lo define así: «Formar o combinar ideas o juicios en la mente. Examinar mentalmente algo con atención para formar un juicio. Opinar algo acerca de una persona o cosa. Formar en la mente un juicio u opinión sobre algo. Recordar o traer a la mente algo o a alguien».

Desde este prisma de comprensión del acto de pensar, el pensador piensa pensamientos que proceden sólo de dentro del ámbito de lo personal. Es decir, que piensa sus pensamientos. Incluso piensa algo sobre otra persona, ese pensamiento es su forma personal de pensar acerca del otro. Lo que queremos exponer aquí es que pensar, según lo hemos comprendido hasta ahora, implica pensamientos personales, el «yo pienso tal cosa».

¿Pudiera ser que hubieran otras formas distintas de concebir el pensamiento? ¿Existe una forma de concebir la realidad que no tenga nada que ver con la manera en la que pensamos hoy en día los humanos? Cuando apareció el ser humano, ¿apareció también el pensamiento en el universo o ya existía previamente?

Hubo un cambio drástico en mi forma de comprender el proceso de pensar y la mente pensante (hoy en día aún asociada al cerebro) cuando me di cuenta de que los pensamientos que pensaba no eran sólo míos. Me di cuenta de que mi mente en realidad no estaba creando pensamientos, sino que estaba sintonizando con ellos y que mi cerebro era tan sólo el aparato físico desde el que yo era consciente de mi mente.

Si hubiera nacido en el año 1123 hubiera pensado que la Tierra era plana, que los seres humanos jamás volaríamos y que el Sol daba vueltas alrededor de nuestro planeta. Pero al nacer en 1975 mis pensamientos son otros. Si hubiera nacido en un lugar distinto de Barcelona, como por ejemplo un poblado indígena australiano, también serían otros mis pensamientos, y si hubiera nacido en Ad Dawadimi (Arabia Saudí), también serían otros.

Los pensamientos que pensamos no son tan nuestros como creemos, en realidad responden a una sintonización con el contexto del lugar y el tiempo en el que nos encontramos. A este contexto lo llamamos coordenadas mentales.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando abrimos el rango de sintonización de pensamientos a un rango que va más allá de nuestro contexto personal? ¿Qué sucede cuando nuestras coordenadas mentales pasan de ser personales a ser universales?

Yo siempre había visto el cerebro como la máquina productora de ideas y pensamientos y, por lo tanto, los pensamientos que pensaba eran míos y sólo míos. Eso me hacía genuino y particular y me diferenciaba de los demás. Diferencia gracias a la cual yo podía ser yo. Cogito ergo sum (pienso luego existo). ¿Te suena?

Cuando cuestionamos la realidad de nuestros pensamientos «personales», nuestra conciencia respira como si nos quitáramos una prenda de vestir que fuera de una talla menos de la que nos corresponde. Ese cuestionamiento es lo que llamamos contemplación. En lugar de identificarnos con lo que pensamos, lo contemplamos sin otorgar realidad al pensamiento pensado.

Esta mirada contemplativa tiene las tres características esenciales para la transformación. Es honesta, porque mira de frente al pensamiento sea cual sea. Lo mira aceptándolo, porque no lo rechaza. Y confía en lo que ve, porque no interviene. Entonces, de forma natural, la mente se abre a un rango más amplio de conciencia, mostrándonos así un abanico de pensamientos más vasto del que existe dentro de la mentalidad humana actual.

Ahí aparece el silencio y junto a él los pensamientos de unidad, de felicidad, de plenitud, pero con una calidad distinta. En este caso los pensamientos no son imágenes mentales que puedas contemplar, son experiencias.

Sólo desde este silencio presente uno puede llegar a escuchar los pensamientos tal y como los piensa la conciencia universal, sin interferencias humanas, sin intenciones personales que traten de hacerse con el control de lo que ocurre, sin expectativas.

El pensamiento «personal» siempre responde a los intereses personales del pensador. Es por esta razón, también, que el pensador siempre suele defender lo que piensa, porque cree que lo que piensa es verdad sólo por el hecho de ser él quien lo piensa.

Visto así ahora, pensar no consiste en poseer pensamientos, sino en contemplarlos. De esta manera podremos ver los pensamientos universales que ya están ahí, en lugar de inventar nuestra versión personal, que no es más que una sombra de los pensamientos originales. Por ejemplo, la idea de un mundo sin hambre existe, pero aún no la vemos porque nuestros pensamientos que dan lugar al mundo hambriento aún nos resultan más atractivos que los de un mundo sin hambre.

Visto esto, aquí es cuando yo dejo de defender mis ideas, me callo y me siento en una silla a mirar qué creencias y pensamientos contiene mi mente que apoyan el hambre en el mundo. Entonces, sorprendido, descubro este pensamiento: «Es imposible que ahora mismo se termine el hambre en el mundo». Creer en esta idea hace que inconscientemente la apoye y eso me impide ver ideas que podrían facilitar un mundo sin hambre.

Si realmente todas las grandes ideas existen antes de que nosotros las pensemos, significa que estamos constantemente expuestos al máximo conocimiento universal, pero no alcanzamos a verlo porque lo que vemos es nuestra versión del universo hecha a nuestra imagen y semejanza, limitada y atada a nuestras creencias culturales, personales y de la época en la que creemos vivir. Si lo que digo es cierto, el único camino al conocimiento es liberarnos de nuestras ideas personales acerca de todo.

Un pensamiento personal es un juicio y los juicios nublan la mirada al infinito, lugar en el que el conocimiento vive. Sin embargo, aquí no se te pide no juzgar. Eso quizá sea imposible. Se te pide, en cambio, que contemples tus juicios sin creértelos, para que así puedas ver la paz, la belleza y el amor que esconden.

Cuando descubrí todo esto que aquí he expuesto se me mostró también que cuando un universo piensa, crea. Y que su pensamiento es uno solo, íntegro, del cual tú y yo formamos parte.

Estoy diciendo que tú eres un pensamiento que piensa el universo y que estás unido intrínsecamente a todo lo que ves y a todo lo que no ves desde tu perspectiva personal de la realidad. Estoy diciéndote que tu vida es sólo tu versión personal vista desde tus pensamientos personales y que existe otra versión de los hechos basada en la perspectiva universal, en la que el miedo y el sufrimiento no se conocen.

Una persona que esté absorta en resolver su sufrimiento desde sus propios pensamientos, no puede ver más allá de ellos. Ni tan siquiera puede imaginarse la posibilidad de que uno mismo está siendo pensado por una conciencia universal que no desea nada más que plenitud.

Es por eso que para ver, uno antes deber mirar y reconocer su ceguera y la ignorancia que anida dentro de los pensamientos pensados de forma aislada, de espaldas a la conciencia universal.

Mi sufrimiento como ser humano siempre ha llegado de la mano del hecho de querer tener la razón y aferrarme a una idea o a una opinión. Detrás de cualquier momento difícil que haya vivido, siempre ha habido una interpretación personal de ese suceso. Verlo y abrirme a soltarla es lo que me ha devuelto siempre a la libertad y a la paz previas a mi opinión personal.

La contemplación es una de las acciones más bellas de la mente actual. Dejar atrás la intención de protegernos de la muerte en todas sus facetas: desprestigio, menosprecio, indiferencia, estrés, control, arrogancia, vanidad, mentira, exageración, implica una decisión valiente, llena de confianza, aun cuando no se ve todavía nada en que confiar.



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

domingo, 1 de enero de 2023

SOMOS DEMASIADO JÓVENES Y LIMITADOS


 

EL PORQUÉ DE LAS COSAS



Cuando sólo hago uso de mi propia mentalidad, no encuentro en ella rastro de certeza.

La gran zanahoria de los seres humanos, perseguida hasta la saciedad, es el intento frustrado de encontrarle un sentido a las cosas. Lo llamamos el porqué. Por qué me has dejado. Por qué has hecho esto. Por qué llueve hoy. Por qué he enfermado. ¿Sabes cuanta energía usamos en un solo día para intentar comprender lo que sucede?

Cuando sentimos tristeza, ésta no tiene un significado propio hasta que nosotros se lo damos. Al hacerlo, la situación que creíamos ser la causa de nuestra tristeza pasa también a tener un sentido triste. De esta manera encajan y parecen tener lógica y coherencia. Es entonces cuando creo haber comprendido por qué siento tristeza y por qué me ha ocurrido tal situación. Sin embargo, sigo buscando el sentido a todo ello, porque en el fondo sé que sigo sin comprender.

Todo responde a un orden mayor que se nos escapa al mirarlo desde nuestra pequeña perspectiva. Nuestro yo es demasiado joven y limitado en experiencia como para poder concebir lo eterno, lo infinito y sus mecanismos de manifestación dentro de nuestra solitaria percepción de la realidad de la existencia. No podemos comprender del todo ningún acontecimiento de nuestra propia vida si lo interpretamos desde un punto de vista personal, desde el que no somos conscientes de lo eterno e infinito de nuestro ser.

Entretenerse en tratar de comprender lo incomprensible es una pérdida de tiempo para aquellos que lo que quieren con todo su corazón es cruzar el velo de la ignorancia. Sin embargo, parece gustarnos esa manera de vivir la vida. En lugar de vivirla en paz y así comprender qué es la vida, le exigimos una comprensión previa para poder vivirla en paz. La paz nos lleva a la comprensión; sin embargo, preferimos que la incomprensión nos lleve a la comprensión preguntándole a ella el porqué de las cosas.

¿Puedes imaginarte tu estado mental si en lugar de negarte a vivir lo que no comprendes te abrieras a vivirlo? Podemos referirnos aquí a la muerte de un ser querido, a la que nos aferramos con la intención de terminar comprendiendo algún día el porqué de su muerte. Muchas personas soportan este dolor a la espera de comprender el porqué, en lugar de vivirlo y comprenderlo finalmente a través de su vivencia. Es la vida la que nos lleva a la comprensión y no la incertidumbre, ni el miedo, ni el sufrimiento, ni las creencias religiosas o espirituales.

Sólo podemos comprender que la muerte no existe cuando nuestra mente está en paz. Desde la paz podemos, entonces, mirar esa situación desde nuestro corazón, lugar en el que nunca nada empieza ni termina, en el que todo vive unido a todo sin pérdidas ni logros, sólo presencia, sólo xistencia, sólo paz. Nos acercamos a esa claridad cuando nos abrimos a dar la bienvenida a todo lo que ocurre, sin «peros» que valga la pena objetar ni «porqués» que valga la pena cuestionar.

La gran mayoría de las veces, este intento de descubrir un sentido aceptable de la vida lo usamos para esconder nuestro miedo a la ignorancia que tanto nos atemoriza. Lo que sucede a nuestro alrededor no tiene sentido tratar de comprenderlo mientras lo percibamos como algo ajeno a nosotros. Todo ocurre como emanación de nuestro ser o como proyección de nuestros miedos, y en ambos casos si uno no usa esas situaciones para conocerse a sí mismo, se autocondena a vivir en el limbo mental de preguntarle al pasado: «Pasado, ¿por qué has sucedido así?»



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

sábado, 26 de noviembre de 2022

HOMO UNIVERSUS


Cuando me asomo a la consciencia universal de la mente, curiosamente, lo primero que reconozco es la ignorancia de mi mente humana.

Hoy en día aún miramos el universo como algo ajeno a nosotros, como si fuera un lugar que nos rodea, sin ser conscientes de nuestro verdadero lugar en él. Universo etimológicamente proviene de la palabra universus, que significa el punto donde todo se une y gira; sin división.

Hasta el día de hoy no hemos hecho más que aproximarnos al universo desde un paradigma contrario a su significado original. Lo investigamos a través de artefactos, telescopios, cohetes o bases espaciales como si éste no tuviera nada que ver con nosotros. El universo, visto como algo ajeno a nosotros, nos queda muy en la sombra de nuestro entendimiento.

No conozco a muchas personas que se hayan percatado de que cada instante de sus vidas transcurre dentro de esta vastedad inexplorada. Curiosamente tan vasta y tan inexplorada como lo es nuestra propia consciencia. ¿Serán la misma cosa?

De pequeño, recuerdo que jugaba con la pregunta «¿Qué he sido antes de ser Sergi?», porque la respuesta a la pregunta me fascinaba. Me fascinaba no por el qué había sido, sino porque la respuesta no llegaba en forma de conceptos o imágenes a mi mente, sino en forma de experiencia. Era muy consciente de que esa respuesta era dada. Después de hacerme la pregunta, todo lo que percibía enfrente de mí desaparecía. Era como si la realidad física sucumbiese al autocuestionamiento y se desvaneciera como si fuera niebla, dando lugar a otra realidad. Detrás de esa niebla aparecía un universo.

Esta experiencia resultaba ser paradójica porque yo era el universo que veía y al mismo tiempo mi conciencia viajaba a través de él. Era como si el propio universo fuese un ser que pudiese crear un enfoque de la conciencia con el que poderse conocer a sí mismo. Todos nosotros somos fruto de ese enfoque universal.

Esa experiencia también me enseñó que hay otras formas de pensar, que no requieren un proceso de concatenación de pensamientos ni conceptos. Me mostró que existe una forma de conectar con otros espacios mentales que suelen estar dormidos por no hacernos las preguntas que detonan su activación o despertar.

Debido a que nos hemos creído nuestra percepción, que nos informa de nuestro aislamiento universal, no aparecen en nuestra mente las preguntas que pudieran detonar respuestas sobre nuestra identidad universal. Así que la conquista del espacio, que tanto hemos emulado en las películas de ciencia ficción, no se consigue con naves espaciales, sino con una mirada interna.

Si te conoces a ti mismo, conoces también tu origen, el universo. El físico e inventor Nikola Tesla expresó en una ocasión que reconocía el vínculo de su mente con el universo pero que no tenía tiempo para investigarlo, ya que su función era otra. En una ocasión llegó a afirmar: «Para encontrar los secretos del universo, piensa en términos de energía, frecuencia y vibración», invitándonos con ello a pensar desde otra perspectiva muy distinta a la que estamos habituados.

Tenemos todavía la creencia arraigada de que la realidad es física. Según los datos actuales de la NASA tan sólo el 0,03% del universo que vemos corresponde a cuerpos sólidos, como por ejemplo planetas. El 99,97% restante correspondería a energía oscura, materia oscura, neutrinos, estrellas, hidrógeno libre y helio.

La materia física y el conjunto de nuestra realidad son transparentes a los ojos de una mentalidad universal. Esto es lo que se me mostró desde muy pequeño. Así como también que un pensamiento puede crear una realidad creíble a pesar de no existir dicha realidad.

Cuando soy consciente de la vastedad del universo de la mente, curiosamente, lejos de reconocer el conocimiento universal, lo que reconozco es la ignorancia de mi mente humana. Los humanos de hoy en día, lejos de aceptar nuestra ignorancia, preferimos establecer nuestra propia forma de ver las cosas. Con esta estrategia mental anestesiamos la angustia de no saber nada, pero al mismo tiempo dormimos a nuestra mente, que sueña ávida de reencontrarse con la verdad.

El universo se relaciona íntimamente con todo aquello que existe en él. Dicha intimidad es tan profunda que se convierte en un gran misterio para aquellos cuya mentalidad es superficial y temerosa. Es extraño que ocurriendo esta íntima relación dentro del universo, la mayoría de las personas no sea consciente de esta hermosa relación. Tan inconscientes somos, que incluso ni nos llama la atención en comparación con la atención que ponemos en otras cuestiones. Cuando la atención migra de esta manera, la pregunta «¿quién soy?» se transforma en «¿cómo puedo sentirme mejor?» Ahí empieza el sufrimiento.

Redescubrir esta íntima relación universal y devolverle nuestra atención implica replantear de raíz nuestro punto de vista de la realidad; una realidad humana, fuertemente atesorada y protegida por todos aquellos que creyeron ser hijos de las creencias de esta época actual.

Atender a esta relación implica saber que nosotros no existimos como entidades separadas del universo y a su vez reconocer también que somos pensamientos pensados por él. Esta inconmensurable conciencia eterna no es «definible» bajo una perspectiva humana. Más bien ella nos define a nosotros y, en su definición, nos incluye junto a todo lo existente.

Nuestra psique proviene de un todo universal. Por esta razón la psique humana, vista de forma aislada, no es comprensible y vivirla así termina siendo muy doloroso. Es decir, los procesos psicológicos humanos no se comprenden totalmente sin una visión inclusiva dentro del universo infinito del que nacen. Y esa incomprensión sostenida nos lleva a la depresión.

Uno puede empezar a ver y a pensar como piensa un universo cuando en un primer paso se abre a cuestionar sus ideas personales acerca del mundo, la vida y de sí mismo. Este paso implica un cuestionamiento amable, pero comprometido, de todo cuanto uno piensa y percibe. Sin rechazar lo que uno ve, puede llegar a comprender que eso no es verdad, sino que es una mera opción dentro de un sinfín de posibilidades.

Escuchar los pensamientos del universo implica conocerse a uno mismo de forma integrada en Él y por lo tanto uno desaparece como individuo. En el proceso, las fronteras delimitadas por la percepción personal quedan trascendidas por la experiencia universal del ser que se sabe uno con todo. Es en ese instante cuando las interpretaciones pierden valor y se disuelven, y la mente contemplativa despierta el recuerdo universal.



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet
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