lunes, 26 de noviembre de 2018

TAO TE KING: PRINCIPIO 49


El Sabio no tiene corazón.
Su corazón es el corazón de la gente.

Soy bueno con los buenos,
y bueno también con los que no son buenos,
porque la VIDA es bondad.

Soy fiel a los fieles,
y fiel también a los infieles,
porque la VIDA es fidelidad.

El Sabio calla ante el ruido mundano,
y abre su corazón de par en par.

Todos lo miran y lo escuchan.
Y él los acoge como si fueran sus hijos.


Extracto del libro:
Lao-Tsé
Tao Te King
Fotografía tomada de internet

POSIBILIDADES


domingo, 25 de noviembre de 2018

QUE EL MUNDO ENTERO ROMPA TU CORAZÓN

¿Y QUIÉN TE ATA?


Angustiado, el discípulo acudió a su instructor espiritual y le preguntó: 

--¿Cómo puedo liberarme, maestro? 

El instructor contestó: 

--Amigo mío, ¿y quién te ata? 

***

El Maestro dice: La mente es amiga o enemiga. Aprende a subyugarla?

Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

LO QUE PIENSEN DE TI


sábado, 24 de noviembre de 2018

EL GUERRERO INTERIOR Y EL CULTO A LA VIOLENCIA


El conflicto emocional primario

Sobre la pugna afectiva interior
del varón y la falsa incompatibilidad
entre agresión y ternura

En los hombres prevalece una antiquísima dicotomía emocional, mal planteada y aparentemente sin solución, que nos quita fuerza interior y nos confunde. Desde la más temprana edad, los varones nos vemos obligados a magnificar la oposición agresiva-destructiva y a adormecer la aproximación cariñosa-constructiva.

Un doble esfuerzo extenuante y totalmente antinatural. Muchas veces no queremos guerrear, pero peleamos, y muchas otras queremos llorar, pero nos aguantamos. Como si tuviéramos los cables invertidos: en vez de controlar los niveles de violencia y liberar los sentimientos positivos, frenamos la expresión de afecto y soltamos peligrosamente las riendas de la agresión. Veamos este cortocircuito afectivo con más detalle.

1. El guerrero interior y el culto a la violencia: la exaltación de los sentimientos negativos

La agresión física o verbal, es decir, el no-respeto, o si se quiere, la violación de los derechos a las demás personas, es exactamente lo opuesto a la experiencia amorosa. Si hay violencia, no hay amor.

Puede haber formas distorsionadas de placer que se entrelazan y confunden con el sentimiento positivo, como es el caso del sadismo o el masoquismo, pero esto no es amor. La agresión, en cualquiera de sus formas, es atentatorio con la expresión de afecto, y altamente contaminante. Los datos son irrefutables: la mayoría de los niños varones que han sido golpeados pasan a ser golpeadores cuando son adultos, y no me estoy refiriendo solamente al ataque a las mujeres, sino también a la violencia entre hombres, que es mucho más frecuente.

La mayor tendencia masculina a la agresión y a otras manifestaciones de dominación, en comparación con las mujeres, se debe tanto a factores biológico-evolutivos, como socioculturales.

EL VIEJO COMBATIENTE.

En el caso de la biología, parece muy establecido que los varones paseemos un paquete hormonal que nos predispone a estar siempre listos para el ataque. Parecería que la violencia está en nosotros. Si a un pajarito como el gorrión se le extraen los testículos (pesan un miligramo y tienen un milímetro de diámetro), el animalito se volverá sumiso, permisivo y apático por el sexo. Ya no será un combatiente por su propia supervivencia, y sus días estarán contados. Pero si se le inyectara cierta cantidad de esteroides, especialmente testosterona, el pájaro despertaría de su letargo y adquiriría nuevamente aquellos comporta mientas que definen a un macho. Volverá a nacer en él una incontenible motivación por el sexo, la agresión, la dominación y la territorialidad. Lo mismo ocurre en casi todos los animales, hombres incluidos. En palabras de Carl Sagan: "Cuanta más testosterona tiene un animal, más lejos está dispuesto a llegar para desafiar y dominar a posibles rivales".

La testosterona también parece explicar por qué en el mundo animal los códigos sexuales se parecen tanto a los agresivos. `Te amo" Puede significar: "Voy a matarte", o viceversa; es decir, la mala lectura de estos simbolismos puede ser mortal. Es posible que ésta sea la razón por la cual el porcentaje de rechazos que sufre un macho chimpancé por parte de las hembras sólo alcanza el 3%.
Muy de buenas y envidiable para cualquier humano.

Aunque los varones también poseemos hormonas femeninas, la testosterona es definitiva para que la masculinidad se dé. Su ausencia puede feminizar los genitales de un embrión masculino o, si su cantidad es elevada, puede llegar a masculinizar los genitales femeninos. Pero lo que resulta más impactante es que la testosterona es una hormona placentera para el macho. Un sinnúmero de investigaciones atestiguan que los animales aprenden más fácilmente tareas de diversa complejidad, si el premio es medir fuerzas con otro macho, como si dijeran: "Nada más estimulante que un buen combate". Los estudios de psicología social sobre los efectos de las confrontaciones de pandillas callejeras y grupos marginados muestran que en determinadas subculturas urbanas la "lucha por la lucha" puede ser especialmente gratificarte, y crear tanta apetencia como cualquier droga. Los rebeldes sin causa, tipo James Dean, han existido desde siempre.

Parecería que un buen cóctel de andrógenos y testosterona definen dos de las más apetecidas necesidades masculinas: sexo y agresión. El problema real aparece cuando dejamos que el instinto se desborde: en estos casos estamos frente a una enfermedad psicológica de control de impulsos. Uno de mis pacientes, golpeador crónico, relataba así su estado de ira incontrolable: "Cuando me enfurezco, es como si mi vida dependiera de ello... No puedo parar... Cuanto más golpeo y más grita la persona, más duro pego... En esos momentos no soy yo... 1-hay como otra personalidad en mí... Como un círculo vicioso del cual no puedo salir...Y cuando caigo en cuenta... ¡Dios mío!... No puedo creer lo que hice... Pero ya es tarde...". Un círculo mortal y una culpa tardía. El desubique es patente: con la fiereza necesaria para entrar en la peor de las batallas, pero sin batalla y frente a un contrincante indefenso.

En el mundo femenino la cosa suele ser más pacífica. Pese a que ellas también tienen testosterona, la cantidad de estrógeno (responsable de limitar la agresividad) y de progesterona (la hormona que asegura el cuidado y protección de las crías) es mucho mayor en la mujer. Es bueno señalar que estas diferencias hormonales, aunque distintivas, pueden invertirse si la situación lo exige.

Nunca he estado de acuerdo con el estereotipo de que las mujeres no saben conducir automóvil, porque muchas lo hacen mejor que cualquiera de nosotros. Pero debo reconocer que existe una extraña transformación en ciertas señoras choferes que circulan por las congestionadas vías. No sé si la testosterona se les incrementa o si aprovechan la situación para desquitarse de la opresión machista, pero algo les ocurre; además, cuanto más grande es el vehículo, peor. No me refiero solamente a esas disimuladas y casi imperceptibles gesticulaciones insultantes de las cuales he sido víctima en más de una ocasión, sino a la marcada intolerancia, las provocaciones amenazantes y la poca cortesía que acompaña su recorrido (por ejemplo, ceder el paso). En determinadas circunstancias, las mujeres más femeninas pueden llegar a ser tan bravas como el más bárbaro de los vikingos. Más aún, yo diría que en situaciones límites, cuando la vida personal o la de los seres queridos está en peligro (pensemos en una madre defendiendo a sus pequeños hijos), la diferenciación sexual se reduce prácticamente a cero. En estos casos no somos ni de Marte ni de Venus, sino terráqueos enardecidos.
Los datos antropológicos no parecen apoyar la idea de que la guerra necesariamente forme parte de la naturaleza humana del hombre. Algunos pueblos primitivos como los habitantes de las islas Andamán, cerca de India, los shoshoni de California y Nevada, los yahgan de Patagonia, los indios mission de California, los semai de Malasia y los tasaday de Filipinas, jamás hicieron ni conocen la guerra. Aunque nos cueste creerlo, nunca practicaron el homicidio intergrupal organizado. En otros casos, grupos altamente belicosos, como por ejemplo los indios pueblo del sudoeste de los Estados Unidos, al cabo de una o dos generaciones, sin que hayan podido mediar cambios genéticos, desarrollaron sólidos patrones de cooperativismo y pacifismo, totalmente opuestos a lo que eran. Si la naturaleza humana masculina fuera portadora de un germen batallador destructivo, el asesinato debería ser universalmente aceptado, y tal como lo demuestra la antropología y la psicología transcultural, la cosa no parece ser así. No obstante, en esto del batallar los estudios han encontrado una clara diferencia entre hombres y mujeres. Cuando la sociedad está dominada por hombres sin participación femenina de ningún tipo, las guerras pueden involucrar tranquilamente a personas de la misma etnia, parientes o vecinos: nadie se salva. Pero en las sociedades donde la supremacía no es totalmente masculina, y donde las mujeres tienen más injerencia a todo nivel (matrilineales), la guerra nunca envuelve a gente del mismo grupo racial y lingüístico: las mujeres cuidan más a los suyos.


Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

ACUMULAR O ELIMINAR


viernes, 23 de noviembre de 2018

PRÁCTICA: HABLAR CON TU NIÑO INTERNO


Coloca un par de cojines en el suelo. Siéntate luego sobre uno de ellos e imagina que eres un niño indefenso y vulnerable. Luego di: 

«Querido, estoy desamparado. No puedo hacer nada. Es muy peligroso. Voy a morir. Nadie cuida de mí». Y es importante que lo digas utilizando el mismo tipo de lenguaje que emplearía un niño. Y si mientras estás expresándote de este modo aparecen sentimientos de miedo, desamparo, impotencia y estrés, déjalos aflorar hasta que puedas reconocerlos. Deja que el niño indefenso tenga tiempo para expresarse plenamente. Esto es también muy importante. 

Siéntate, cuando hayas terminado, en el otro cojín y asume entonces el papel del yo adulto. Imagina, mirando el cojín anterior, al niño desamparado y dile: «Escúchame. Yo soy tu yo adulto y tú ya no eres un niño impotente. Hemos crecido y ahora somos adultos. Somos lo suficientemente inteligentes para protegernos y sobrevivir. Ya no necesitamos que nadie cuide de nosotros». 

Cuando trates de llevarlo a la práctica, verás que la sensación de seguridad y confianza que anhelas no depende de que te aferres a alguien o te distraigas continuamente. Reconocer y cuidar el miedo interno es el primer paso para abandonarlo. 

Comprender que ahora están seguros es esencial para quienes, en el pasado, hayan padecido abusos, miedo o dolor. Hay veces en las que necesitamos que un amigo, un hermano, una hermana o un maestro nos ayuden a no caer de nuevo en el pasado. Pero ahora ya somos mayores. Ahora no solo podemos defendernos, sino que también podemos vivir plenamente en el presente y entregarnos a los demás.


Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

SER LIBRE


jueves, 22 de noviembre de 2018

LA ENSEÑANZA DEL SABIO VEDANTÍN


Era un sabio vedantín, es decir, que creía en la unidad que se manifiesta como diversidad. Estaba hablando a sus discípulos sobre el Ser Supremo y el ser individual, explicándoles que son lo mismo. Declaró: 

--Del mismo modo que el Ser Supremo existe dentro de sí mismo, también existe dentro de cada uno de nosotros. 

Uno de los discípulos replicó

--Pero, maestro, ¿cómo nosotros podemos ser como el Ser Supremo, cuando Él es tan inmenso y poderoso? 

Infinitos universos moran dentro de Él. Nosotros somos partículas a su lado. 

El sabio le pidió al discípulo que se aproximase al Ganges y cogiese agua. Así lo hizo el discípulo. 

Cogió un tazón de agua y se lo presentó al sabio; pero éste protestó: 

--Te he pedido agua del Ganges. 

Ésta no puede ser agua de ese río. 

--Claro que lo es -dijo el discípulo consternado. 

--Pero en el Ganges hay peces y tortugas, las vacas acuden a beber a sus orillas, y la gente se baña en él. Esta agua no puede ser del Ganges. 

--Claro que lo es -insistió el discípulo-, pero en tan poca cantidad que no puede contener ni peces, ni tortugas, ni vacas, ni devotos. 

—Tienes razón -afirmó el sabio-. 

Ahora devuelve el agua al río. 

Así lo hizo el discípulo y regresó después junto al sabio, que le explicó: 

--¿Acaso no existen ahora todas esas cosas en el agua? El ser individual es como el agua en el tazón. Es una con el Ser Supremo, pero existe en forma limitada y por eso parece diferente. Al devolver el agua del tazón al río, volvió a contar con peces, tortugas, vacas y devotos. Si meditas adecuadamente, comprenderás que tú eres el Ser Supremo y que estás en todo, como Él. 

***

El Maestro dice: Hasta en una brizna de hierba habita el Alma Universal.


Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

INTUICIÓN


martes, 20 de noviembre de 2018

CONTROL DE LOS PENSAMIENTOS


SOBRE EL DIAMANTE EN TU BOLSILLO


Prólogo del libro: El diamante en tu bolsillo
Por; Eckhart Tolle

<<Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres>>. Estas palabras, pronunciadas por Jesús, no se refieren a alguna verdad conceptual, sino a la verdad de quien o lo que eres más allá del nombre y la forma. No se refieren a algo que tengas que saber respecto a ti mismo, sino a otro conocimiento más profundo, y sin embargo se funden en uno. Entonces integradas la división característica del ego y vuelves a estar completo. Podríamos describir la naturaleza de este conocimiento diciendo que, de repente, la conciencia se hace consciente de sí misma. Cuando esto ocurre, te alineas con el impulso evolutivo del universo, orientado hacia la irrupción de la conciencia en este mundo. Por mucho que hayas alcanzado aquí, a menos que conozcas esta verdad viva, eres como una semilla que no ha germinado: no has cumplido el verdadero propósito de la existencia humana. Y aunque tu vida haya estado llena de sufrimiento y errores, basta con este conocimiento para redimirla, ya que dotará de un profundo significado lo aparentemente insignificante. Si todos tus errores te han traído a este punto, a esta comprensión, ¿Cómo puedes llamarlos errores? <<Yo no soy lo que sucede, sino el espacio en el que sucede>>. Este conocimiento, esta verdad viviente, te libera de la identificación con la forma, del tiempo y del falso sentido de identidad fabricado por la mente. ¿Qué es este espacio en el que ocurre todo? La conciencia antes de tomar forma.

Gangaji, con razón, dice: <<Lo que digo no tiene nada que ver con la religión>>. Aunque en el núcleo de cada religión está <<la joya en el loto>> -por hacer uso de un antiguo término budista tibetano-, la religión misma no es la verdad, sino una historia entretejida entorno a la verdad, que aún es capaz de brillar a través de ella. En otros momentos la oscurece, e incluso la usurpa. Cuando la religión divide, como ocurre frecuentemente, sabes que la historia se ha adueñado de la situación. La esencia que apunta a la unidad subyacente de toda vida se ha perdido. La historia, por supuesto, es pensamiento, el pensamiento condicionado y vinculado al tiempo. La esencia apunta hacia lo incondicionado, hacia lo intemporal, lo informe, el reino de lo sagrado. <<Aquiétate y conoce que soy Yo soy Dios>>.

Durante miles de años, la mitología –que no deja de ser un conjunto de historias- fue a portadora de la verdad espiritual. Casi todo el mundo era capaz de reconocer la verdad cuando se señalaba directamente. La mayoría de los profesores espirituales usaban este tipo de historias, convertidas en sus principales herramientas de enseñanza. <<Todas estas cosas Jesús decía a las multitudes en parábolas, y nada les decía sin parábolas>> (Mateo 13:34).

Para muchos millones de seres humanos de nuestros días, la era de las mitologías colectivas ha llegado a su fin. Se ha probado con alternativas totalmente carentes de profundidad, como el comunismo, pero han demostrado ser efímeras y rápidamente se ha reconocido su sustrato ilusorio. Ahora todo lo que queda es la mitología privada de cada individuo, <<mi historia>>. Como dice Gangaji: <<Contar la historia personal es la principal religión de la mayoría del planeta>>. Al despertar por la mañana es posible que recuerdes lo que has soñado y pienses: sólo ha sido un sueño, no era real. Pero debe de haber algo real incluso en un sueño, pues de otro modo no podría ser. ¿Y qué es? Es eso que permite que el sueño o la historia, el pensamiento o la emoción, sean. Eso es la conciencia que tú eres.

La gente seguirá disfrutando de las historias que contienen verdades espirituales en libros y películas, pues siguen desempeñando la función vital de iniciar el primer despertar en aquellos a los que no se habría llegado de no ser por ellas y por su capacidad de traspasar sigilosamente las defensas del ego. Hasta que ya es demasiado tarde el ego no se da cuenta de que todas las historias espirituales hablan de ti.

Este libro está pensado para aquellos buscadores espirituales que, en número creciente, se acercan al final de su búsqueda y están preparados para escuchar la verdad sin concesionesComo dice Gangaji, <<en este punto de la historia humana, lo que antiguamente se reservaba para los seres más especiales, ahora está al alcance de todo el mundo>>. 

Asistimos, por tanto, con esta obra a la esencia del trabajo de Gangaji con innumerables personas a lo largo de 15 años. Durante ese tiempo, Gangaji debió de escuchar y desbrozar miles de mitos personales (historias), pero aquí no encontrarás ninguno de ellos. En cambio se te facilitan medios, como el cuestionamiento y la investigación, para traspasar tu propia historia, los constructos mentales que constituyen tu realidad conceptualizada. 

A excepción de un breve relato de la historia de Gangaji y de cómo ésta llegó a su fin, y de la historia del diamante que le da título, este libro no contiene historias, ni las necesita. Las palabras mismas están cargadas de una extraordinaria vivacidad y poder transformador, pues surgen de la realización viva de la verdad, más que del conocimiento mental acumulado.

No sólo habla de la trascendencia del pensamiento compulsivo e inconsciente y del fin del sufrimiento humano, sino que forma parte de una transformación evolutiva humano, sino que forma parte de una transformación evolutiva de magnitud cósmica: el proceso por el que la conciencia despierta del sueño de su identificación con la forma, despierta del sueño de al separación. El hecho de que estés leyendo estas palabras significa que tu destino es ser parte esencial de esta gran aventura del despertar colectivo.


Extracto tomado del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Fotografía tomada de internet

lunes, 19 de noviembre de 2018

HACE MUCHO TIEMPO...


Aunque no lo recuerdes, viviste, hace ya tiempo, en el útero de tu madre. Eras un ser humano vivo y muy pequeño. Había, en el útero materno, dos corazones, el suyo y el de tu madre. Durante ese periodo, ella lo hacía todo por ti: comer, beber y hasta respirar. Estabas unido a ella por el cordón umbilical, a través del cual te llegaban el oxígeno y el alimento. En el interior de tu madre, estabas seguro y satisfecho. Nunca hacía demasiado calor ni demasiado frío. En ese suave cojín líquido al que, en China y Vietnam, denominamos “palacio del niño”, descansaste plácidamente los nueve meses más cómodos de tu vida. 

Luego llegó el momento del nacimiento. Todo era, a tu alrededor, diferente, y sentiste las acometidas del nuevo entorno. 

Entonces tuviste que enfrentarte al frío y el hambre. Las luces eran demasiado intensas y los ruidos demasiado fuertes y, por primera vez, experimentaste el miedo. Ese es el miedo original. 

En el palacio del niño, no necesitabas usar los pulmones pero, después de que nacieras, alguien cortó el cordón umbilical y dejaste de estar físicamente unido a tu madre. Y cuando la respiración de tu madre dejó de aportarte el oxígeno necesario, tuviste que aprender a conseguirlo solo, porque, de no haberlo hecho, hubieses muerto. El nacimiento es un hito especialmente doloroso, porque supone el destierro del palacio y el descubrimiento del sufrimiento. Trataste de inhalar, pero el líquido de tus pulmones te lo impedía. Lo primero que tuviste que hacer, para respirar fue expulsar ese líquido. Por ello, en el momento mismo en que nacemos aparece, junto al miedo original, el deseo original: el deseo de sobrevivir. 

Pero para que el niño sobreviva necesita que alguien cuide de él. 

Y es que, después de que se haya cortado nuestro cordón umbilical, nuestra dependencia de los adultos es, para la supervivencia, absoluta. 

Y esa dependencia implica la existencia de un vínculo al que podríamos considerar como una especie de cordón umbilical invisible. 

Cuando crecemos, nuestro miedo y deseo originales siguen todavía ahí. Y es que, aunque hayamos dejado ya de ser bebés, si nadie cuida de nosotros no podemos sobrevivir. Todos los deseos de nuestra vida hunden sus raíces en el deseo original fundamental de sobrevivir. 

De niños, todos necesitamos encontrar el modo de garantizar nuestra supervivencia. Somos impotentes. Tenemos piernas, pero no podemos caminar y tenemos manos, pero no podemos tomar nada. Por ello necesitamos a alguien que nos proteja, cuide de nosotros y garantice nuestra supervivencia. 

Todo el mundo tiene miedo en ocasiones. Tenemos miedo, entre otras muchas cosas, a la soledad, el abandono, la vejez, la enfermedad y la muerte. Hay veces en las que tenemos miedo sin saber exactamente a qué. Pero si miramos profundamente, advertiremos que ese miedo es un resultado del miedo original, del miedo que experimentamos cuando éramos recién nacidos, impotentes e incapaces de hacer nada por nuestra cuenta. Pero, por más que hayamos crecido y seamos adultos, el miedo original y el deseo original siguen todavía vivos en nosotros. Nuestro deseo de tener una pareja es, en parte, una prolongación del deseo de que alguien cuide de nosotros. 

Cuando llegamos a la edad adulta, tenemos miedo a recordar y conectar con ese miedo y ese deseo originales porque, por más que no hayamos tenido la ocasión de hablar con él, ese niño impotente vive todavía dentro de nosotros. No nos hemos dado el tiempo necesario para cuidar de ese niño herido y desamparado que yace en nuestro interior. 

Ese miedo original sigue, de algún modo, vivo dentro de la mayoría de nosotros. A veces tenemos miedo a estar solos. Quizás sintamos que “no podemos hacerlo solos” y que necesitamos la ayuda de alguien. Pero por más que esa sea una prolongación de nuestro miedo original, si miramos profundamente, descubriremos también, en nuestro interior, la posibilidad de calmar el miedo y encontrar la felicidad. 

Necesitamos observar atentamente nuestras relaciones para ver si se asientan en nuestras necesidades o en nuestra felicidad. Tendemos a pensar que nuestra pareja tiene el poder de hacernos sentir felices y que, en su ausencia, no podremos estar bien. Pensamos: «Necesito que esa persona cuide de mí porque, en caso contrario, no sobreviviré». 

Las relaciones que no se basan en la comprensión y la felicidad, sino en el miedo, no tienen un sólido fundamento. Quizá creas que, para ser feliz, necesitas a esa persona…, pero tarde o temprano acabas dándote cuenta de que tus sentimientos de paz y seguridad no proceden realmente de esa persona, que su presencia es un engorro y quieres desembarazarte de ella. 

Si te gusta, de manera parecida, pasar el tiempo en un café, quizás ello no se deba a que ese sitio sea tan interesante como crees. 

Quizás se trate sencillamente de que tienes miedo a estar solo y quieres estar siempre acompañado. Y quizás también, cuando enciendas la televisión, no se deba tanto a que ese programa te resulte fascinante, sino a que tienes también miedo a estar solo. 

Del mismo lugar procede también el miedo a lo que los demás puedan pensar de ti. Tienes miedo a que, si los demás piensan mal de ti, no te acepten y te dejen solo y en una situación peligrosa. La necesidad de que los otros piensen siempre bien de ti es también una prolongación del mismo miedo original. Y lo mismo podríamos decir de la necesidad de comprar regularmente ropa, una necesidad derivada del deseo de ser aceptado por los demás. Tienes miedo al rechazo. 

Tienes miedo a que te abandonen y te dejen solo, sin nadie que cuide de ti. 

Tenemos que ver profundamente para descubrir los miedos y deseos originales primordiales que se ocultan detrás de muchas de nuestras conductas. Todos y cada uno de los miedos y deseos que hoy en día te aquejan son prolongaciones del miedo y el deseo originales. 

Un día, mientras estaba paseando, experimenté una especie de cordón umbilical que me conectaba al sol. Entonces me quedó claro que, de no estar el sol ahí, yo moriría de inmediato. También experimenté un cordón umbilical que me conectaba con el río, y me di cuenta de que, en su ausencia, yo también moriría, porque no tendría agua para beber. Y también sentí la presencia de un cordón umbilical que me ataba al bosque, cuyos árboles se encargaban de generar el oxígeno necesario para que pudiese respirar; si desaparecieran, también moriría. Y también vi el cordón umbilical que me une al campesino que cuida las verduras, el trigo y el arroz que cocino y de los que me alimento. 

La práctica de la meditación te ayuda a ver cosas que los demás no pueden ver. Y es que, aunque tú no puedas verlos, todos esos cordones umbilicales están ahí, uniéndote a tu madre, tu padre, el campesino, el sol, el río, el bosque, etcétera. Y, como la meditación incluye también la visualización, si dibujas esos cordones, descubrirás que no se limitan a cinco o diez, sino que estás atado a centenares y hasta miles de ellos. 

En Plum Village, en donde vivo en el sur de Francia, nos gusta utilizar gathas, breves poemas prácticos que recitamos, en silencio o en voz alta, a lo largo del día, para ayudarnos a profundizar en las acciones de nuestra vida cotidiana. Tenemos un gatha para despertar cada mañana, un gatha para cepillarnos los dientes e incluso gathas para utilizar el coche o el ordenador. Este es el gatha que utilizamos cuando nos servimos la comida: 

En esta comida veo, con toda claridad, la presencia del universo entero sustentando mi existencia.  

Si contemplamos profundamente las verduras que estamos a punto de ingerir, descubriremos en ellas la puesta de sol, las nubes y la tierra y el trabajo amoroso y duro. Comer así nos conecta, aunque no compartamos con nadie la comida, con nuestra comunidad, con nuestros ancestros, con la madre Naturaleza y con la totalidad del cosmos. Nunca, desde esa perspectiva, volveremos a sentirnos solos. 

Una de las primeras cosas que podemos hacer para aliviar el miedo es hablar con él. Puedes sentarte con ese niño interno asustado y, dirigiéndote amablemente a él, decir algo así como: «Querido niño, soy tu yo adulto. Quiero decirte que has dejado de ser un bebé impotente y vulnerable. Tienes manos y pies fuertes y puedes defenderte perfectamente. No hay razón, pues, para que sigas teniendo miedo». 

Creo que hablar de este modo con el niño interno puede ser muy útil, porque puede estar profundamente herido y esperando que volvamos a cuidarle. Todas las heridas infantiles de ese niño siguen ahí, pero hemos estado tan ocupados que no hemos tenido tiempo de ayudarle. Por ello es tan importante tomarnos el tiempo necesario para ayudarle a curar, reconociendo la presencia, en nosotros, del niño herido y hablando con él. Podemos recordarle varias veces que hace tiempo que dejamos de ser niños desamparados, que ya hemos crecido y que, como adultos, podemos cuidar ya perfectamente de nosotros.


Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

HOY NO VOY A PENSAR


domingo, 18 de noviembre de 2018

CURIOSIDAD


No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso.
(Albert Einstein)

Esta frase la escribió Albert Einstein en una carta dirigida a Carl Seeling en 1952, y hace referencia al motor que enriquece e impulsa a avanzar nuestra vida, aunque no le prestemos toda la atención que merecería.

Los niños aprenden gracias a la curiosidad, y absorben e investigan todo lo que los rodea, aunque ese impulso natural va perdiendo fuerza con los años por culpa de la educación y la rutina.

A fin de demostrar que los grandes descubrimientos de la humanidad han sido realizados gracias a la curiosidad, los psicólogos estadounidenses Martin Seligman y Chris Peterson realizaron un estudio para conocer las características de esos descubridores, concluyendo que la curiosidad nos aporta felicidad y plenitud en la búsqueda.

Ha sido esta capacidad de búsqueda y renovación la que nos ha permitido avanzar en todos los aspectos de nuestra sociedad a pesar de lo que hubiera en contra. Un estudio realizado en 1996 y publicado en Psychology and Aging puso de relieve que las personas que se muestran más curiosas en su edad adulta, a pesar de sus capacidades físicas, viven más años y con mejor salud mental que el resto.

Desarrollar la curiosidad nos permite ser permeables al aprendizaje, incluso en edades avanzadas, porque mejora nuestra flexibilidad mental.

Algunos trucos para tener esa capacidad bien engrasada:

Cambia algo cada día. Puede ser el trayecto que realizas habitualmente, los cereales del desayuno, la mano con que te cepillas los dientes, tu horario... Varía la rutina todo lo posible.

Investiga. Aunque sean cosas pequeñas, mantén esa alarma que tienen los niños que les hace preguntar «¿por qué?». Hoy en día tenemos muchas herramientas a nuestro alcance, en especial en el océano de internet, para obtener respuestas.

Aprende siempre algo nuevo. Busca nuevas aficiones y nuevos retos. No te conformes. Aprende a cocinar un nuevo plato, un nuevo deporte, un idioma...


Tomado del libro:
Einstein para despistados
Allan Percy
Fotografía de Internet

CREENCIAS


sábado, 17 de noviembre de 2018

EL GRANO DE MOSTAZA


Una mujer, deshecha en lágrimas, se acercó hasta el Buda y, con voz angustiada y entrecortada, le explicó: 

--Señor, una serpiente venenosa ha picado a mi hijo y va a morir. Dicen los médicos que nada puede hacerse ya. 

--Buena mujer, ve a ese pueblo cercano y toma un grano de mostaza negra de aquella casa en la que no haya habido ninguna muerte. Si me lo traes, curaré a tu hijo. 

La mujer fue de casa en casa, inquiriendo si había habido alguna muerte, y comprobó que no había ni una sola casa donde no se hubiera producido alguna. Así que no pudo pedir el grano de mostaza y llevárselo al Buda. 

Al regresar, dijo: 

--Señor, no he encontrado ni una sola casa en la que no hubiera habido alguna muerte. 

Y, con infinita ternura, el Buda dijo: 

--¿Te das cuenta, buena mujer? Es inevitable. Anda, ve junto a tu hijo y, cuando muera, entierra su cadáver. 

***

El Maestro dice: Todo lo compuesto, se descompone: todo lo que nace, muere. Acepta lo inevitable con ecuanimidad. 


Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

PENSAMIENTOS INOFENSIVOS


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