sábado, 16 de diciembre de 2017

DE INSTANTE EN INSTANTE


Era un yogui muy anciano. Ni siquiera él mismo recordaba sus años, pero había mantenido la consciencia clara como un diamante, aunque su rostro estaba apergaminado y su cuerpo se había tornado frágil como el de un pajarillo. Al despuntar el día se hallaba efectuando sus abluciones en las frescas aguas del río. Entonces llegaron hasta él algunos aspirantes espirituales y le preguntaron qué debían hacer para adiestrarse en la verdad. El anciano los miró con infinito amor y, tras unos segundos de silencio pleno, dijo:

--Yo me aplico del siguiente modo: Cuando como, como; cuando duermo, duermo; cuando hago mis abluciones, hago mis abluciones, y cuando muero, muero.

Y al concluir sus palabras, se murió, abandonando junto a la orilla del río su decrépito cuerpo.

***

MARAVILLAS INTERNAS Y EXTERNAS


viernes, 15 de diciembre de 2017

EL DISCRETO ENCANTO DEL AUTORITARISMO


No es fácil aceptar y funcionar adecuadamente bajo la dirección de una persona autoritaria, porque el miedo y la rabia van echando raíces: el primero inmoviliza y el segundo produce indignación. 

Recuerdo que cuando estudiaba ingeniería, para pagarme los estudios trabajaba de dibujante proyectista de ascensores. Mi jefe era un hombre exigente y autoritario y sus normas, extremadamente rígidas: no podíamos dejarnos el pelo largo o tenerlo caído sobre la frente, los zapatos tenían que coincidir con el color del cinturón, pasaba revista para ver si las batas tenían alguna mancha de tinta y establecer turnos para que limpiáramos la oficina. A mí me tocaba los jueves: había que barrer, fregar suelos y paredes, desempolvar los tableros de dibujo y hacer el café, entre otras tareas. Pero lo más insoportable era la ironía y la manera humillante de mostrar su desagrado. Cuando un trabajo no le gustaba, simplemente rasgaba la hoja, hacía una bola con el papel y la tiraba a la basura. Después nos decía, entre sarcástico y furioso: «¡Míreme, míreme a los ojos, inútil! ¿Usted piensa que soy estúpido o qué? ¡O lo hace bien o se larga!»

Lo perverso era que no nos decía qué hacíamos mal. Así que cuando iniciábamos un nuevo plano, la incertidumbre nos producía verdaderos ataques de ansiedad. Además, en ese régimen fascista no podía existir la mínima conversación, murmullo o comentario. Había que levantar la mano para todo, mientras él se paseaba entre los tableros como un verdugo hambriento. Todo esto era soportado por unos treinta dibujantes que necesitábamos el trabajo y que nos moríamos de miedo. 

Un día, ya hartos del maltrato y animándonos unos a otros, decidimos protestar. Entonces, tras la hora del almuerzo decidimos no entrar en nuestro lugar de trabajo y acordamos quedarnos en la parte de abajo de la fábrica, ante la mirada sorprendida y solidaria de la mayoría de los obreros. Nada más enterarse, el jefe se puso hecho un energúmeno, y bajó acompañado por algunas personas de seguridad. Nos gritó, nos amenazó e incluso empujó a unos cuantos, pero, aunque asustados, resistimos valientemente la provocación. Nunca olvidaré la expresión de furia e impotencia de aquel hombre. La indignación era tal, que se le hinchaban las venas de la frente y los labios se le ponían morados. Parecía un toro furioso dispuesto a embestirnos. Pero nosotros, animados no sé por qué, seguíamos firmes en nuestra consigna: «¡Queremos hablar con el gerente!» Finalmente, nos recibieron los altos mandos e hicimos una catarsis con todo lujo de detalles. Al oír el relato, el gerente nos pidió que le diéramos otra oportunidad al «pequeño Mussolini» (así lo llamábamos a sus espaldas), pero la mayoría no quería saber nada. Uno de mis compañeros se animó a decir lo esencial: «Ya no le creemos... No lo respetamos como jefe. Necesitamos a alguien que nos trate bien y al que no le tengamos miedo.»

NADIE DECIDE POR TI


jueves, 14 de diciembre de 2017

LA PRÁCTICA DE SER CONSCIENTE


Si no somos plenamente conscientes, no podemos ser felices ni estar en paz. Esta práctica nos recuerda que debemos volver al momento presente. Todo cuanto buscamos lo tenemos ya aquí mismo en el momento presente. Si nos permitimos estar en el momento presente, podremos sentir cosas maravillosas. De lo contrario, seguiremos luchando en nuestro interior.

El ser plenamente conscientes nos ayuda a ser más felices y a ver la belleza de las cosas con más profundidad. Cuando contemplas la luna llena siendo consciente de ella, es mucho más bella. Cuando abrazas a una persona siendo consciente de ella, se vuelve más real y dulce.

Al inspirar, está viva.

Ahora se encuentra entre mis brazos, al espirar, soy muy feliz.

Si no eres consciente, no estás vivo de verdad, pero cuando lo eres, todo cuanto haces se vuelve más brillante, más bello. Cuando contemplas una flor siendo consciente de ella, la flor te revela profundamente su belleza. La práctica de ser consciente consiste en ser feliz y en disfrutar de lo que los momentos de la vida te ofrecen, incluyendo las cosas maravillosas que hay dentro de ti -los ojos, el corazón, los pulmones-, y fuera de ti -el sol, las personas, los pájaros, los árboles, al ser consciente descubrirás que tienes más razones para ser feliz de las que creías.

Esta práctica también te ayudará a curar el dolor. Cuando el dolor entra en contacto con tu estado de ser consciente, empieza a desaparecer poco a poco. Si estás sufriendo sin darte cuenta, el dolor que sientes seguirá en ti durante mucho tiempo. Pero cuando lo reconoces y lo rodeas con los brazos de tu plena consciencia, empieza a transformarse.

VIDA DE MIL AÑOS


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