Pienso que quizá todos los maras surjan del miedo a la muerte, pero yama mara está particularmente enraizado en él. Cuando hablamos de la buena vida desde el punto de vista samsárico general, nos referimos a conseguir tenerlo todo en orden. Por fin sentimos que somos una buena persona: tenemos buenas cualidades, somos pacíficos y cuando nos tiran flechas no nos desequilibramos. Somos la persona que sabe convertir las flechas en flores. Nos sentimos muy bien con nosotros mismos, por fin hemos atado todos los cabos sueltos. Somos felices y pensamos que eso es la vida.
También solemos pensar que si meditásemos lo suficiente, o si hiciésemos suficiente ejercicio, o si comiéramos comida equilibrada, todo sería perfecto. Pero desde el punto de vista de alguien despierto, eso es la muerte. Buscar la seguridad o la perfección, regocijarnos por sentirnos seguros y completos, auto-contenidos y cómodos, es una especie de muerte. No cabe ni una ráfaga de aire fresco, no hay lugar para que entre algo nuevo que interrumpa todo lo anterior. Al controlar la experiencia estamos matando el momento, y así preparamos nuestro propio fracaso porque, antes o después, vamos a tener una experiencia que no podremos controlar: se nos va a quemar la casa, va a morir algún ser querido, vamos a enterarnos de que tenemos cáncer, va a caer un ladrillo del cielo y nos va a dar en la cabeza, alguien va a derramar zumo de tomate sobre nuestro traje blanco, o vamos a ir a nuestro restaurante favorito para descubrir que ese día han ido a comer allí otras setecientas personas.