miércoles, 19 de enero de 2022
FORMULA PARA SER FELIZ
Diez, doce años atrás, hice un descubrimiento que trastocó y revolucionó mi vida, convirtiéndome en un hombre nuevo. Descubrí una formula que me permite ser feliz por el resto de la vida, que permite disfrutar cada minuto de la vida. Redescubrí la vida.
Al escuchar esto, alguien podrá asombrarse y preguntarme:
_¿Cómo se enteró sólo diez o doce años atrás? ¿No ha leído usted los Evangelios?
¡Por supuesto que leí los Evangelios! ¡Pero no la había visto! La fórmula estaba allí, en los Evangelios, pero yo no la había comprendido. Más tarde, cuando ya la había descubierto, la hallé en los textos sagrados de las principales religiones y me asombré: la había leído y no la había visto, no la había comprendido. Ojalá la hubiera descubierto cuando era más joven.
¡Qué diferente habría sido todo!
¿Cuánto tiempo me llevará transmitir a otros esa fórmula? ¿Todo un día? Voy a ser honesto: sólo un par de minutos. No creo que requiera más de dos minutos transmitirla.
Captarla o comprenderla llevaría...¿veinte años?, ¿quince años?, ¿diez años?, ¿diez minutos?, ¿un día?, ¿tres días? ¡Quién sabe! Eso depende de cada uno.
Extracto del libro:
Medicina del alma
Anthony de Mello
Fotografías tomadas de Internet
martes, 18 de enero de 2022
EL SUFRIMIENTO O LA INSATISFACCIÓN
El Buda enseñó que la existencia humana tiene tres características principales: la impermanencia, la ayoidad y el sufrimiento o la insatisfacción.
La tercera marca de la existencia es el sufrimiento, la insatisfacción. Como Suzuki Roshi lo expresó, sólo practicando en una continua serie de situaciones agradables y desagradables adquiriremos una auténtica fuerza interior. Aceptar que el dolor es inherente y vivir nuestra vida sabiéndolo es crear las causas y condiciones para ser felices.
En pocas palabras, sufrimos cuando nos resistimos a la noble e irrefutable verdad de la impermanencia y la muerte. Sufrimos no porque seamos básicamente malos o nos merezcamos un castigo, sino por nuestros trágicos malentendidos.
En primer lugar, esperamos que aquello que siempre está cambiando sea aprensible y previsible. Nacemos con un intenso deseo de resolución y seguridad que gobierna nuestros pensamientos, palabras y acciones. Somos como los tripulantes de una barca que se está deshaciendo a pedazos y que intentan sostenerse en el agua. La dinámica, la energética y la corriente natural del universo no son admisibles para una mente convencional. Nuestros prejuicios y adicciones constituyen unos patrones mentales que nacen del miedo que nos suscita un mundo fluido. Como tomamos lo que siempre está cambiando por permanente, sufrimos.
En segundo lugar, actuamos como si estuviéramos separados de todo lo demás, como si fuéramos una identidad fija, cuando nuestra verdadera situación es la del sin sí-mismo. Insistimos en ser Alguien, con una A mayúscula. Buscamos la seguridad afirmando que valemos mucho o nada, que somos superiores o inferiores. Perdemos un tiempo precioso exagerando o idealizando las cosas, o menospreciándonos, asegurando con suficiencia que sí, que así es como somos. Confundimos la apertura de nuestro ser —la inherente maravilla y sorpresa que produce cada momento— con un yo sólido e irrefutable. Y este malentendido nos hace sufrir.
En tercer lugar, buscamos la felicidad en los lugares equivocados. El Buda llamó a este hábito «confundir el sufrimiento con la felicidad», como una polilla que vuela hacia una llama. Como bien sabemos, las polillas no son las únicas que se destruyen a sí mismas para sentirse mejor temporalmente. Con relación a la idea que tenemos de la felicidad, somos como el alcohólico que bebe para eliminar una depresión que aumenta con cada trago, o como el drogadicto que se pincha para huir de un sufrimiento que aumenta con cada dosis.
Una amiga mía que siempre está siguiendo alguna dieta señaló que estas enseñanzas serían más fáciles de seguir si nuestras adicciones no nos hicieran sentir mejor temporalmente. Como nos producen una fugaz satisfacción, seguimos atados a ellas. Al seguir buscando una gratificación instantánea, al perseguir todo tipo de adicciones —algunas en apariencia benignas y otras claramente letales—continuamos fortaleciendo los antiguos hábitos de sufrimiento. Fortalecemos los patrones disfuncionales.
Así, cada vez somos menos capaces de vivir con el más fugaz malestar o incomodidad. Nos acostumbramos a buscar en el acto algo que alivie el estado de tensión nerviosa en el que vivimos. Lo que empieza siendo un pequeño cambio de energía —un pequeño nudo en la boca del estómago, una vaga e indefinible sensación de que está a punto de ocurrirnos algo malo— se agrava el convertirse en una adicción. Así es como intentamos hacer que la vida sea previsible, como confundimos aquello que siempre produce sufrimiento con lo que nos traerá felicidad y nos dejamos atrapar por el repetitivo hábito de aumentar nuestra insatisfacción. En la terminología budista, este vicioso ciclo se llama samsara.
Cuando empiezo a dudar de que yo tenga lo que hace falta para tener siempre presente la impermanencia, la ayoidad y el sufrimiento, me animo recordando la alentadora frase de Trungpa Rimpoché de que no hay ningún remedio para el calor ni el frío. No hay ningún remedio para los hechos ineludibles de la vida.
Esta enseñanza sobre las tres marcas de la existencia nos motiva a dejar de luchar contra la naturaleza de la realidad. Dejamos de lastimar a los demás y de lastimarnos a nosotros mismos en nuestros esfuerzos por huir de la alternancia del placer y el dolor. Podemos por fin relajarnos y estar plenamente presentes en nuestra vida.
Extracto del libro:
Los lugares que te asustan:
El arte de convertir el miedo en fortaleza
Pema Chödrön
Fotografía de Internet
lunes, 17 de enero de 2022
KAMAL
Kabir envió a su hijo al campo cierto día. Las vacas de Kabir no tenían de qué comer, así que envía a su hijo al campo a cortar un poco de hierba. El hijo se va y no vuelve. Llega la tarde y llega la noche y Kabir aguarda y las vacas están hambrientas. ¿Dónde se ha ido su hijo? Entonces Kabir decide ir a buscarle.
El hijo está en un campo de hierba. El sol se está poniendo, el viento sopla, la hierba ondula como las olas, y el hijo está ahí cimbreándose con la hierba. Todo el día se lo ha pasado así, y Kabir llega y le dice: «¿Te has vuelto loco?. ¿Qué es lo que haces?»
De repente el hijo es traído de vuelta a un mundo diferente y dice, «¡Oh! Olvidé quien soy. Me volví como la hierba. Dejé de ser! Me volví hierba! Me moví con ella, bailé con ella y olvidé el por qué había venido aquí. Dímelo ahora, ¿a qué vine?»
Kabir le dice, «¡A cortar hierba!»
Entonces su hijo se ríe y le contesta, «¿Cómo puede uno cortarse a sí mismo? Hoy no es posible. Volveré otra vez y lo probaré, pero no puedo prometerte nada porque he conocido una dimensión distinta. Un mundo diferente se ha abierto ante mí».
Kabir, desde este día, llamó a su hijo, Kamal, que significa «un milagro».
Este es el milagro! Si puedes absorberte totalmente en algo, el milagro sucede. Y esto es aplicable a todo. ¡Sé total! ¡Muévete totalmente! No te dividas. Nunca te dividas. Cualquier división es un desperdicio de energía, cualquier división es suicida. ¡No dividas! Si amas, ama totalmente, no te contengas. Si escuchas, escucha totalmente, no retengas nada.
FUENTE: OSHO: ‘La Alquimia Suprema’, Volumen 1, de la dirección internet www.oshogulaab.com
domingo, 16 de enero de 2022
LA AYOIDAD
El Buda enseñó que la existencia humana tiene tres características principales: la impermanencia, la ayoidad y el sufrimiento o la insatisfacción.
LA AYOIDAD
La segunda marca de la existencia es la ayoidad. Como seres humanos somos impermanentes como todo lo demás. Cada célula de nuestro cuerpo está cambiando continuamente. Los pensamientos y las emociones surgen y desaparecen sin cesar.
Cuando pensamos que somos incompetentes o que no tenemos remedio, ¿en qué nos estamos basando? ¿En este fugaz momento? ¿En el éxito o el fracaso de ayer? Nos aferramos a una idea fija de lo que somos y ésta nos paraliza. No hay nada ni nadie que sea fijo. Que la realidad del cambio nos dé libertad o nos produzca una horrible ansiedad no tiene importancia. Lo importante es preguntarnos: ¿los días de mi vida me producen más sufrimiento o aumentan mi capacidad para gozar?
A veces la ayoidad se denomina sin sí-mismo. Estas palabras pueden dar pie a una confusión. El Buda no estaba insinuando que desaparezcamos o que podamos eliminar nuestra personalidad. En una ocasión un estudiante preguntó: «La experiencia de la ayoidad ¿no podría hacer que la vida se volviera gris?». No es así.
Lo que el Buda señaló es que la idea fija que albergamos de nosotros mismos como entidades sólidas y separadas de los demás es dolorosamente limitadora. Es posible avanzar por el drama de nuestra vida sin creer con tanta seriedad en el personaje que representamos. Tomarnos tan en serio, pensar que somos tan absurdamente importantes, supone un problema para nosotros. Creemos que tenemos razón de estar molestos por todo. Que estamos en lo cierto al menospreciarnos o creer que somos más inteligentes que los demás. La importancia que nos otorgamos nos lastima, nos limita al estrecho mundo de lo que nos gusta y nos disgusta. Acabamos muertos de aburrimiento con nosotros mismos y con el mundo, sin poder estar nunca satisfechos.
Tenemos dos alternativas: o nos cuestionamos nuestras creencias o no nos las cuestionamos. O bien aceptamos las versiones fijas que nos hemos hecho de la realidad, o bien empezamos a cuestionárnoslas. Según la opinión del Buda, aprender a mantenernos abiertos y curiosos, aprender a eliminar nuestras suposiciones y creencias, es el mejor uso que podemos dar a nuestra vida humana.
Cuando aprendemos a despertar la bodichita, estamos alimentando la flexibilidad de nuestra mente. En el lenguaje sencillo, el sin sí-mismo es una identidad flexible. Se manifiesta como curiosidad, adaptabilidad, sentido del humor y alegría. Constituye nuestra capacidad para relajarnos sin saberlo todo ni averiguarlo todo, sin estar seguros de lo que somos ni tampoco de lo que cualquier otra persona es.
Hay una historia de un padre que se enteró de que su único hijo había muerto en un combate. Desconsolado, se encerró en su casa durante tres semanas y no quiso recibir ningún tipo de apoyo o consuelo. A la cuarta semana su hijo volvió a casa. Al ver que no había muerto, los aldeanos se echaron a llorar. Llenos de alegría acompañaron al joven hasta el hogar de su padre y llamaron a la puerta. «Padre», dijo el hijo, «he vuelto». Pero el anciano no quiso contestar. «Tu hijo está aquí, no ha muerto en la guerra», le dijeron los aldeanos. Pero el anciano no abrió la puerta.
«¡Marchaos y dejadme llorarle en paz!», gritó. «Sé que mi hijo se ha ido para siempre y no lograréis engañarme con vuestras mentiras.»
A nosotros nos ocurre lo mismo. Estamos tan seguros de lo que somos y de lo que los demás son, que esta idea nos ciega. Si otra versión de la realidad viniera a llamar a nuestra puerta, nuestras ideas fijas nos impedirían aceptarla.
¿Cómo vamos a usar esta breve vida? ¿Vamos a reforzar nuestra perfeccionada habilidad de luchar contra la incertidumbre o vamos a aprender a dejar de apegarnos? ¿Vamos a aferrarnos tercamente a «Yo soy de esta forma y tú de aquella otra»? ¿O vamos a ir más allá de nuestra estrecha mentalidad? ¿Podemos empezar a aprender a ser un guerrero que aspira a conectar de nuevo con la flexibilidad natural de su ser y a ayudar a los demás a hacer lo mismo? Si empezamos a avanzar en esa dirección, se empezarán a abrir ante nosotros infinitas posibilidades.
La enseñanza de la ayoidad nos señala nuestra naturaleza dinámica y cambiante.
Este cuerpo nunca se ha sentido exactamente como se está sintiendo ahora. Esta mente está pensando algo que, por repetido que parezca, nunca había pensado antes.
Puedo decir: «¿No es eso maravilloso?». Pero normalmente no lo experimentamos así, sino que nos pone nerviosos y corremos a aferrarnos a algo. El Buda fue lo bastante generoso como para mostrarnos una alternativa. No estamos atrapados en la identidad del éxito o del fracaso, ni en cualquier otra, ya sea en la imagen que los demás tienen de nosotros o en la que nosotros mismos tenemos. Cada momento es único, desconocido y totalmente fresco. En el entrenamiento de un guerrero, la ayoidad es causa de alegría y no de miedo.
Extracto del libro:
Los lugares que te asustan:
El arte de convertir el miedo en fortaleza
Pema Chödrön
Fotografía de Internet
sábado, 15 de enero de 2022
23. LA PARTIDA DE ESHUN
Cuando Eshun, la monja zen, había pasado de los sesenta años y estaba a punto de dejar este mundo, pidió a algunos monjes que apilaran leña en el patio.
A continuación se sentó con decisión en el centro de la pira funeraria y prendió fuego por los bordes.
«¡Oh, hermana!», gritó uno de los monjes, «¿no hace calor ahí dentro?».
«Semejante cuestión sólo puede preocupar a una persona tan estúpida como tú», contestó Eshun.
Las llamas se levantaron y ellá murió.
Extracto del libro:
Zen flesh. Zen bones
Paul reps y Nyogen senzaki
Fotografía de Internet
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