Había una vez un eremita de Sungyueh que era conocido con el insondable nombre de Horno Caído y Roto (Po Tsao To). En la montaña de Sungyueh, donde él vivía, había una pequeña capilla con un horno dentro. Durante mucho tiempo, muchos peregrinos habían ido allí para ofrecer sacrificios a todos los budas, matando y cocinando miles de animales en el horno.
Un día, el eremita reunió a una multitud de monjes de diferentes lugares para visitar su morada. Al entrar en la capilla, empezó a golpear el horno con una gran maza diciendo:
-¡Esto es sólo un horno hecho de ladrillos! ¿Qué clase de espíritus podrían morar en él? ¿Cómo podría ser que absorbiese la fuerza de todos los sacrificios?
En total repitió sus golpes tres veces; y entonces el horno se cayó y se rompió en pedazos. En su lugar, apareció ante los monjes un ser con una túnica azul y les saludó inclinándose con respeto.
-¿Quién eres? -preguntó el eremita.
-Soy el espíritu del horno -fue la respuesta.- Durante mucho tiempo fui recompensado con muchos sacrificios; hoy, debido a las palabras del venerable Maestro, he abandonado mi previa forma para entrar en el Camino del Cielo. Me arrodillo ante ti, oh Maestro, para darte las gracias y expresarte mi respeto.
-No tengo ningún mérito -protestó Po Tsao To-, ésta es tu naturaleza original.
Como respuesta, el espíritu se inclinó saludando tres veces y después se desvaneció.
Tras ver esto, los demás empezaron a hablar todos a la vez.
-Hace mucho tiempo -decían- nos convertimos en monjes, pero nunca recibimos tus instrucciones. Dinos, ¿qué secreto dijiste al espíritu del horno ante cuya compresión se elevó directamente al cielo?
-Como sabéis, sólo dije que el horno estaba hecho de ladrillos; ¿qué otra cosa podría añadir a esto, hermanos?
La multitud no tuvo nada que responder a esas palabras; entonces, el eremita preguntó de nuevo:
-¿No comprendéis?
-No, no comprendemos.
-Ésa es vuestra propia naturaleza primigenia
-dijo-; ¿era tan difícil verlo?
Todos los monjes se iluminaron al oír esto. Uno tras otro empezaron a dar las gracias al eremita, al tiempo que exclamaban: ¡Sólo caerse y romperse! ¡Simplemente caerse y romperse!
Comentario: El espíritu del horno había disfrutado y dependido de los sacrificios que aceptó durante muchos años a través del horno como su «cuerpo»; al final, gracias al eremita, tuvo la oportunidad de comprender por sí mismo la naturaleza común del espíritu y del cuerpo del horno. Al fin y al cabo, el horno estaba hecho de ladrillos. Los huesos y la carne consisten también en numerosos elementos. En el budismo consisten en los cuatro elementos principales: tierra, agua, viento y fuego. En este punto, la forma del horno es la misma que cualquier criatura. El espíritu de todas las criaturas está basado en huesos, carne y columna vertebral. De esta forma puede verse la estricta conexión entre el horno y su espíritu; son lo mismo.
El eremita guió a los monjes a través de la contemplación de esta Verdad. Su tarea consistía en destruir en su mente los límites relativos entre el «cuerpo» y el «espíritu», el «yo» y «las otras cosas». Al destruir el horno, el Maestro los hizo elevarse al reino de la Vacuidad y ver la naturaleza vacía del ser.
Se sintió feliz al ver que los monjes habían alcanzado por fin la realización; de aquí que su exclamación «¡Sólo caerse y romperse!» signifique «¡Ni forma ni espíritu!». No había absolutamente nada, en total acuerdo con el principio chan, que decía: «Los Cuatro Grandes Reinos consisten en nada; las Cinco Esferas Ilimitadas sólo contienen Vacío»
Extracto tomado del libro:
100 Koans del budismo Chan
Alexander Holstein
Imágenes tomadas del Internet