viernes, 22 de octubre de 2021

MUROS PROTECTORES


 

NADAR POR LA VIDA


Cuando era niño me llevaron con un maestro, con un maestro de natación. Era el mejor nadador del pueblo, y nunca me había tropezado con nadie que estuviera más tremendamente enamorado del agua. El agua era su Dios, la veneraba, y el río era su hogar. Temprano -a las tres de la madrugada- lo encontrabas en el río; al atardecer, lo encontrabas en el río, y a la noche, lo encontrabas sentado, meditando al lado del río. Toda su vida consistía en estar cerca del río.

Cuando me llevaron con él -quería aprender a nadar- me miró, sintió algo. Dijo: ‘No puede aprenderse a nadar; lo único que puedo hacer es tirarte al agua y el nadar va a surgir por sí mismo. No se puede aprenderlo, ni se lo puede enseñar; es una maña, no un conocimiento…’

Y eso fue lo que hizo -me tiró al agua y se paró en la orilla. Me hundí dos o tres veces y sentí que casi me ahogaba. El se quedaba parado, ¡ni siquiera trataba de ayudarme! Por supuesto, cuando está en juego tu vida, haces todo lo que puedes, entonces empecé a bracear -como sea, frenéticamente y surgió el truco. Cuando está en juego la vida, haces todo lo que puedes…y cada vez que haces todo, pero todo lo que puedes, ¡algo pasa!

¡Pude nadar!, ¡Estaba completamente emocionado! Le dije: ‘La próxima vez, no vas a necesitar empujarme, yo mismo voy a saltar.’

Ahora sé que hay una tendencia natural del cuerpo a flotar. No es cuestión de nadar, solamente hay que sintonizar con el elemento agua; una vez que te sintonizas con él, el agua misma te protege. Y desde aquella vez estoy empujando a mucha gente al río de la vida! Yo solamente me paro ahí…Casi nadie falla si da el salto. Uno está obligado a aprender.




FUENTE: OSHO: ‘La Ciencia de la Meditación’, tomado de la dirección internet www.oshogulaab.com

miércoles, 20 de octubre de 2021

LA QUIETUD ES SEGUIDA POR EL MOVIMIENTO


 

LOS HECHOS INELUDIBLES DE LA VIDA



Empezamos a adoptar una fresca actitud cuando vemos que el ayer ya ha 
transcurrido y que el ahora acaba de pasar; hoy es hoy, y el ahora es un momento nuevo. No es de otro modo: a cada hora, a cada minuto todo cambia. Si dejamos de observar el cambio, dejamos de ver que todo cuanto ocurre es nuevo.

DZIGAR KONGTRUL RIMPOCHÉ

El Buda enseñó que la existencia humana tiene tres características principales: la impermanencia, la ayoidad y el sufrimiento o la insatisfacción. Según el Buda, las vidas de todos los seres están marcadas por estas tres cualidades. Reconocer en nuestra propia experiencia que estas cualidades son reales y verdaderas nos ayuda a relajarnos porque aceptamos las cosas tal como son. 

Cuando oí estas enseñanzas por primera vez me parecieron intelectuales y lejanas. Pero cuando me animaron a prestar atención —a sentir curiosidad por lo que ocurría en mi cuerpo y en mi mente— algo en mí cambió. Podía ver desde mi propia experiencia que nada era estático. Mis estados de ánimo están cambiando constantemente como el tiempo. Y, sin duda, no puedo controlar los pensamientos o las emociones que van a surgir a continuación ni detenerlos. La quietud es seguida por el movimiento, y el movimiento retorna a la quietud. Incluso el dolor físico más persistente, si le prestamos atención, vemos que cambia como las mareas.

Siento gratitud hacia el Buda por señalar que aquello contra lo que luchamos durante toda la vida puede aceptarse como una experiencia ordinaria. La vida sube y baja continuamente. La gente y las situaciones son imprevisibles, como todo lo demás. Todos conocemos el dolor de no obtener aquello que deseamos: los santos, los pecadores, los vencedores y los perdedores. Me siento agradecida de que alguien viera la verdad y nos la señalara para que no suframos esta clase de dolor por nuestra incapacidad de percibir correctamente las cosas.

Que nada es estático o fijo, que todo es fugaz e impermanente, es la primera marca de la existencia. Es una realidad ineludible. Todo se encuentra en un proceso.

Todo —cada árbol, cada brizna de hierba, los animales, los insectos, los seres humanos, los edificios, cualquier ente animado e inanimado— está cambiando siempre, a cada momento. No necesitamos ser místicos o físicos para saberlo. Sin embargo, en nuestra experiencia personal, nos resistimos a este hecho básico. Esta realidad significa que la vida no va a ser siempre como deseamos. Significa que nos ofrecerá tanto pérdidas como ganancias, pero a nosotros esto no nos gusta.

En una ocasión cambié de trabajo y de casa al mismo tiempo. Me sentí insegura, inestable y sin un suelo bajo mis pies. Deseando que me dijera algo que me ayudara a afrontar estos cambios, me quejé ante Trungpa Rimpoché diciéndole que tenía problemas con las transiciones. Él me miró con una expresión de no comprenderme y me dijo: «Siempre estamos en una transición». Y después añadió: «Si te limitas a afrontar la situación de una manera relajada, no tendrás ningún problema».

Sabemos que todo es impermanente, que todo acaba agotándose. Aunque aceptemos esta verdad con el intelecto, emocionalmente nos produce una profunda aversión. Deseamos que todo sea permanente y esperamos que así sea. Nuestra tendencia natural es buscar seguridad, creer que podemos encontrarla. Aunque experimentamos la impermanencia cada día como frustración, usamos nuestra actividad diaria para protegernos contra la fundamental ambigüedad de nuestra situación, gastando muchísima energía al intentar protegernos de la impermanencia y la muerte. No nos gusta que nuestro cuerpo cambie de forma. No nos gusta envejecer.

Tememos las arrugas y la piel que cuelga. Usamos productos de belleza como si de verdad creyésemos que nuestra piel, nuestro cabello, nuestros ojos y nuestros dientes escaparán milagrosamente de la verdad de la impermanencia.

Las enseñanzas budistas aspiran a liberarnos de esta limitada forma de relacionarnos con el mundo. Nos animan a irnos relajando poco a poco y sin reservas ante la normal y obvia verdad del cambio. Aceptar esta verdad no significa ver sólo el lado malo de las cosas, sino empezar a comprender que no somos los únicos que no controlamos nuestra vida. Dejamos de creer que existe gente que haya logrado escapar de la incertidumbre.



Extracto del libro:
Los lugares que te asustan:
El arte de convertir el miedo en fortaleza
Pema Chödrön
Fotografía de Internet

martes, 19 de octubre de 2021

ESCAPAR DEL MALESTAR


 

SÍNDROME DE LA EMPLEADA: LA SERVIDUMBRE HOGAREÑA


Ser ama de casa no es una labor de la cual deban avergonzarse las mujeres que la ejercen. Entre otras cosas, en una cultura que aún lleva a cuestas la regulación patriarcal, es muy difícil encontrar una mujer que no sea en lo absoluto ama de casa.

Por lo general, la esposa que trabaja afuera sigue haciéndose cargo de las cuestiones del hogar, los niños y el marido.

El término "servidumbre" debe asimilarse al de sumisión, a una actitud que se opone a la autonomía y la independencia. Por eso, la servidumbre o el servilismo psicológico no debe confundirse con la virtud de la humildad: el humilde no se considera superior, mientras que el servil ha dejado de quererse a sí mismo o ha comenzado a odiarse.

Si estás profundamente convencida de que tu misión en la vida es ser la administradora del hogar, mientras el "dueño" de la "empresa familiar" es tu media naranja, no tienes una relación afectiva, sino una "relación laboral". Sé de matrimonios en los que ella recibe un sueldo de su marido por hacerse cargo de las tareas de la casa (que no es precisamente el proyecto de vida que desea la mayoría de las mujeres o, por lo menos, no conozco a ninguna que se sienta realizada totalmente en actividades como sacudir el polvo, lavar, planchar, limpiar baños y cocinar). Mientras que la geisha rinde pleitesía, la empleada rinde cuentas: la metáfora es la del hombre/jefe y la mujer/empleada.

Las mujeres que padecen este síndrome entran en una fase obsesiva de eficacia hogareña, tratando de mantener el grado de exigencia establecido por el hombre/jefe y pasar así el examen diario. Organizar la casa se convierte en un trabajo obligatorio que se revisa con lupa en busca de errores y se analiza con la perspicacia de cualquier protocolo de evaluación del desempeño. ¿La felicidad de ella? Verlo satisfecho con el producto final. Blancura más que blanca, baños con olor a mañanas campestres, pisos resplandecientes, ropa almidonada, meticulosidad en el orden, niños limpios y bien alimentados, en fin, la maravilla triple A, la envidia de cualquier señor feudal: Aseo, Alimentación y Administración, todo bajo el mismo rubro afectivo.

El hombre/jefe no quiere una pareja, sino una asalariada con quién tener relaciones sexuales; ojo, no un matriarcado contable, sino una mujer cuyo perfil se acomode a la filosofía de la empresa. Las expresiones de afecto se reducen a dar retroalimentación positiva sobre los objetivos alcanzados.

Un síntoma confirmatorio de que sufres este síndrome es que cuando todos duermen en casa, sientes un profundo descanso, un alivio de la tensión... No hay exigencias. El silencio reparador al cual te aferras parece una bendición:"¡Al fin sola, al fin puedo pensar en mí!" Es el bienestar en estado puro, la sensación de total libertad que llega con la noche...

Obviamente, no estoy exaltando la indolencia ni la falta de interés por la pareja o la familia, lo que propongo es abolir la servidumbre hogareña en cualquiera de sus formas y reemplazarla por una verdadera división del trabajo, sin escalas jerárquicas, que dignifique la labor de cada quién en su contexto. Tampoco niego que asumir el papel de servidora (v.g. servidora pública) en determinadas actividades pueda llegar a ser perfectamente compatible con una actividad digna y necesaria (pensemos en las mujeres que trabajan en Médicos sin Fronteras o en la Cruz Roja Internacional), pero esta actitud de servicio razonable se ve desvirtuada si está regida por una relación de dominancia afectiva y/o psicológica. La entrega irracional y enfermiza empieza en el preciso momento en que acepto que mi pareja y yo no somos iguales en derecho. Una cosa es preocuparse porque la casa funcione bien y otra, actuar como la encargada de un room service. Una cosa es conversar sobre los problemas del día y otra, presentar un informe pormenorizado (factura en mano) sobre actividades y gastos, para obtener el visto bueno.

¿Cómo puede sustentarse una relación de pareja en la que el vínculo está regido más por la dedicación a la tarea que por la dedicación a la ternura? Cuando el quehacer doméstico reemplaza el quehacer amoroso, se pasa del afecto al negocio, de la alegría al deber, del relax al ordenamiento contable, del chiste a la seriedad. Entonces ya tienes al gerente en casa.

Pensamiento liberador:

Quiero A-M-A-R-T-E, no S-E-R-V-I-R-T-E.

La ficha técnica de la entrega irracional que caracteriza la servidumbre hogareña de las mujeres que sufren del síndrome de la empleada, es la siguiente:
  • Metáfora: mujer/sirvienta/empleada y hombre/jefe.
  • Apetencia típica: varones ejecutivos, con don de mando, controlador, metódico con el dinero, organizados.
  • Misión básica (meta): atender, servir, hacer oficios, dirigir

La trabajadora doméstica, rendir cuentas, pasar informes de gasto, vigilar el menú o cocinar, criar hijos, cuidar los intereses hogareños.
  • Método para alcanzar la meta: trabajar de sol a sol, ser sistemática, obsesiva, autoexigente y perfeccionista, hace cursos de economía casera y de cocina.
  • Motivación: sentirse indispensable y eficiente, llenar las expectativas del hombre/jefe, recibir felicitaciones.
  • Respuesta masculina: autoridad y mando, control, vigilancia, exigir resultados y obediencia.
  • Pronóstico: la mujer termina sintiendo que el jefe abusa de su poder y presenta la renuncia al cargo. El hombre propone mejoras laborales para que ella siga en su puesta.

Extracto del libro:
Los límites del amor
Walter Riso
Fotografías tomadas de Internet

lunes, 18 de octubre de 2021

CONFLICTO INTERNO Y EXTERNO


 

¿SON HUMANAS LAS RELACIONES HUMANAS?


Ahora me ocuparé de las relaciones humanas. Hablemos de esto. ¿Tienes 
problemas con la gente? ¿Alguien te resulta egoísta, malhumorado, poco confiable, repulsivo, necio, intolerable, irresponsable, o como lo quieras llamar? Piensa en los problemas que tienes en materia de relaciones humanas. ¿Conoces la raíz de todos esos problemas? ¡Tú eres la causa! ¡Te sientes afectado, pero tú eres la causa! Si acudieras a mí como consejero espiritual para consultarme por problemas con tu esposa, sería como si tuvieras retortijones y fueras a consultar al médico.

- Doctor, son terribles estos retortijones, son realmente terribles...

- Te recetaré algo para tu esposa, ¿está bien?

-¡Dios!, eso ya me hace sentir mejor, doctor, gracias, gracias.

¿No es esto una locura? ¿Tú tienes problemas con tu esposa y quieres que yo la haga cambiar? ¿Quién tiene el problema? Tú, ¿no es así? Vamos a eliminar el problema, la causa del problema: tú. Pero tú no lo entiendes. Has sido educado para pensar que los demás tiene que cambiar, que el mundo entero tiene que cambiar, para ser tú feliz; pero no te das cuenta. Si estás perturbado, algo te pasa. Aclaremos primero eso.

-¿Pero usted quiere decir que ella no está equivocada?

- Sí, lo está.

-¿Usted quiere decir que ella no debería cambiar?

- Por supuesto que debería, pero tú no eres quien la hará cambiar, ¿sabes?, porque tú necesitas cambiar primero. ¿Qué tal si sacamos la viga de tu ojo, para que puedas sacar la paja del de ella, eh?

¿Qué tal si sacamos la viga de tu ojo, para que puedas sacar la paja del ojo de la comunidad, del ojo de tu familia o de lo que fuere? Estás perturbado, ¡algo te pasa! No comprendes a tu esposa, ni siquiera la ves.

¿Sabes por qué? Porque, cuando estás perturbado, tu telescopio está fuera de foco; cuando estás perturbado, tu ventana está empañada, y, necio como eres, limpiarás todos los edificios porque, desde tu ventana empañada por la lluvia, los verás sucios a todos.

-¡Tienes que limpiar todos los edificios!

-¿Podríamos dedicarnos a limpiar tu ventana primero?

-¡Tenemos que limpiar todos los edificios!

-¿Podríamos limpiar tu ventana?

Eso es lo que, como consultor espiritual, trato de hacer para ti: limpiar tu ventana.

Una vez logrado esto, sabremos qué es necesario hacer y qué no es necesario hacer.

Ahora vemos a las personas no como son, sino como somos nosotros. Y es asombroso, ¿sabes?, cómo al principio veíamos personas groseras y luego, una vez que cambiamos, vimos personas atemorizadas; ¡están tan asustadas, pobrecitas!; fueron llevadas a un estado de hostilidad. ¡Pero tú eres ahora tan comprensivo, tan compasivo! En cambio, antes reaccionabas con ira, con odio.

-¡Eh, espere un minuto! ¿Por qué ha sido usted tan desatento?

- Estás demasiado perturbado para comprender, para tomar conciencia. ¿Podríamos limpiarte?

-¡Oh, no, no!

- Has acudido a mí, de modo que puedo recetar medicinas para todo lo demás.



Extracto del libro:
Redescubrir la vida
Anthony de Mello
Fotografías tomadas de Internet
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