jueves, 29 de octubre de 2020

AÚN ESTÁS BUSCANDO AFUERA

He practicado la meditación, he ido a talleres, he leído muchos libros sobre espiritualidad, intento estar en un estado de no resistencia, pero si usted me pregunta si he encontrado paz interior verdadera y duradera, honestamente debo contestar que no. ¿Por qué no la he encontrado? ¿Qué más puedo hacer? 


Eckhart Tolle responde:

Todavía está buscando afuera, y no puede salir del estado de búsqueda. Quizá el próximo taller tendrá la respuesta, quizá esa nueva técnica. Yo le diría: no busque paz. No busque ningún otro estado que ese en el que se encuentra ahora; de lo contrario, establecerá un conflicto interior y una resistencia inconsciente. Perdónese a sí mismo por no estar en paz. En el momento en que usted acepte completamente su falta de paz, se transmutará en paz. Ese es el milagro de la entrega. 

Usted puede haber oído la frase "ponga la otra mejilla", que un gran maestro de la iluminación usó hace dos mil años. Estaba tratando de comunicar simbólicamente el secreto de la no resistencia y la no reacción. En esa afirmación, como en todas las otras que hizo, se refería sólo a su realidad interior, no a la conducta externa de su vida. 

¿Conoce la historia de Banzan? Antes de convertirse en un gran maestro Zen, pasó muchos años en la búsqueda de la iluminación, pero esta lo eludía. Entonces un día, cuando caminaba por el mercado, oyó una conversación entre un carnicero y su cliente. "Déme el mejor trozo de carne que tenga", decía el cliente. Y el carnicero replicó: "Todos los trozos de carne que tengo son el mejor. No hay un trozo de carne aquí que no sea el mejor". Al oír esto, Banzán se iluminó. 

Veo que espera una explicación. Cuando usted acepta lo que es, todo trozo de carne -todo momento- es el mejor. En eso consiste la iluminación. 



Del libro:
El Poder del Ahora
Eckhart Tolle
Imagen tomada del internet

miércoles, 28 de octubre de 2020

DESEOS Y TEMORES


 

PENSAMIENTOS BUENOS Y MALOS


 

EL MAESTRO NO SABE

El 'indagador' se acercó respetuosamente al 'discípulo' y le preguntó «¿Cuál es el sentido de la vida humana?». 

El 'discípulo' consultó las palabras escritas de su 'maestro' y, lleno de confianza, respondió con las palabras del propio 'maestro': «La vida humana no es sino la expresión de la exuberancia de Dios». 

Cuando el 'indagador' se encontró con el 'maestro' en persona, le hizo la misma pregunta; y el 'maestro' le dijo: 

«No lo sé». 

El 'indagador' dice: «No lo sé». Lo cual exige honradez. 

El 'maestro' dice: «No lo sé». Lo cual requiere tener una mente mística capaz de saberlo todo a través del no-saber. 

El 'discípulo' dice: «Yo lo sé». Lo cual requiere ignorancia, disfra­zada de conocimiento prestado.



Del libro:
Anthony de Mello 
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet

martes, 27 de octubre de 2020

EL EVANGELIO NO ESTÁ EN LA BIBILIA


 

DISCERNIR EL SABOR DE LA SOPA


 

LOCOS CONSCIENTES DE SU LOCURA


4. Un loco consciente de su
locura es por ello sabio; el loco que
se cree sabio es aquel al que hay
que llamar loco.

Confucio dijo: «¿Te enseño cómo saber algo? Date cuenta de que lo sabes cuando lo sabes, y de que no lo sabes cuando no lo sabes.»

5. Hasta un loco pegado a un
sabio durante toda su vida nunca
sabrá la verdad, al igual que una
cuchara nunca podrá discernir el
sabor de la sopa.

La situación del tipo «margaritas a los cerdos» que describe este aforismo suele estar representada normalmente en expresiones populares como «el nombre de Buda en la oreja de un caballo» o «una pieza de oro para un gato».



Extracto del libro:
Dhammapada Buda
Imágenes tomadas de Internet

lunes, 26 de octubre de 2020

LA ATENCIÓN Y LA INATENCIÓN


 

PARÁBOLA 001: EL DESTINO ESTA EN NUESTRAS MANOS

En un tiempo lejano, había un viejo monje que, a través de la práctica concienzuda, había alcanzado un cierto grado de discernimiento espiritual.

“Tenía un joven novicio de unos ocho años de edad. Un día el monje miró a la cara del niño y ahí vio que iba a morir en los próximos meses. Entristecido por esto, le dijo al niño que se tomase unas largas vacaciones y fuese a visitar a sus padres. ‘Tómate tu tiempo’, dijo el monje. ‘No tengas prisa por volver.’ Porque sentía que el niño debía estar con su familia cuando muriera. Tres meses después, ante su asombro, el monje vio al niño volviendo montaña arriba. Cuando llegó le miró intensamente a la cara y vio que el niño ahora viviría hasta una avanzada edad madura. ‘Cuéntame todo lo que pasó mientras estuviste fuera’, dijo el monje. Así que el niño empezó a contarle sobre su viaje fuera de la montaña. Le contó sobre pueblos y ciudades por las que había pasado, sobre ríos vadeados y montañas trepadas. Después le contó cómo un día llegó hasta un arroyo desbordándose. Se dio cuenta, mientras intentaba pasar con cuidado a través del arroyo que fluía, que una colonia de hormigas había quedado atrapada en una pequeña isla formada por el arroyo que se desbordaba. Movido por la compasión por estas pobres criaturas, cogió una rama de un árbol y la puso atravesando una corriente del arroyo hasta tocar la islita. A medida que las hormigas conseguían atravesar, el niño sujetaba la rama firmemente, hasta que estuvo seguro de que todas las hormigas habían escapado a tierra firme. Entonces continuó su camino. ‘Conque esa es la razón por la que los dioses han alargado sus días’, pensó el viejo monje para sí mismo.

Comentarios:
Los actos compasivos pueden cambiar tu destino. A la inversa, los actos depravados pueden incidir en tu destino desfavorablemente.



Del libro:
Parábolas y Relatos Buddhistas
Fotografía tomada del internet

PARA LA CÁTEDRA DE LITERATURA


No hacía mucho que había estrenado los pantalones largos, cuando recibí mi primera lección en el oficio del buen decir, por hablado o por escrito. 

Una noche, no recuerdo el dónde ni el porqué, fui invitado a un banquete. Recuerdo que me sentía perdido entre tantos señores respetables, mucha ceremonia, poca comida, y recuerdo que cuando yo ya había devorado el postre escuálido y estaba raspando el plato, escuché un tintineo de cucharitas. Entonces, en la cabecera de la mesa, un caballero se alzó, anunció: 

—Seré breve, y derramó su verba sobre todos nosotros. Y transcurrieron los minutos, y transcurrieron los años, mientras caían las cataratas de gorda prosa. El café se enfriaba, cabeceaban la cabezas, algunos ojos se cerraban y otros ojos se desorbitaban de pánico. No había quién pudiera detener al peligroso dueño de la palabra. Ni él podía. Jadeaba el orador en busca del punto final: no iba a encontrarlo, era evidente, jamás. Pero el perseguidor del punto no tenía más remedio que continuar su cacería. Y el punto huía. Cada vez que él estaba a punto de atrapar el punto, el punto pegaba un salto, salto de pulga, y se iba. 

Cuarenta años antes, muy lejos de la ciudad de Montevideo, Isaak Babel había escrito: 

—Ningún acero penetra tanto el pecho como un punto puesto a tiempo.



Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet
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