jueves, 22 de octubre de 2020

¿A QUÉ DEDICAS ATENCIÓN?


 

FELIZ SIN RAZÓN ALGUNA


 

LA RENDICIÓN DE LA MENTE AL SILENCIO


NUESTRA IDENTIFICACIÓN MÁS intensa, tal vez incluso más que la 
identificación con el cuerpo, es la identificación con la mente. Cuando empleo la palabra «mente», me refiero a pensamientos como: «Creo que soy este cuerpo y esta persona, y por tanto esto es la realidad». Damos al pensamiento la autoridad de definir quiénes somos. Si pienso que estás separado de mí, basándome en mis sensaciones físicas y percepciones, ese pensamiento tiene autoridad como árbitro de la realidad.

En nuestras mentes, los pensamientos toman el lugar de Dios, y también el del diablo. Los pensamientos buenos y los malos libran una guerra. Así, surge el deseo de acumular más pensamientos buenos para poder derrotar a los malos, para que las fuerzas de la luz puedan derrotar a las fuerzas de la oscuridad. El condicionamiento te lleva a creer que si los buenos pensamientos ganan, tu yo superior ganará, y te sentirás en paz. Es cierto que la experiencia de vida se potencia cuando en tu corriente mental abundan los buenos pensamientos. Es igualmente cierto que los pensamientos malos o negativos producen un envenenamiento del cuerpo y de la mente. Sin embargo, lo que se pasa por alto es que en el núcleo siempre hay una conciencia pacífica, continua, inmóvil. Lo que pasas por alto es que lo que eres ya está en paz. Ganar y perder no tienen nada que ver con la verdad de quien eres. 

Nuestras mentes están inactivas durante muchos momentos del día, pero estamos condicionados a prestar atención únicamente a la actividad mental, y pasamos por alto estos momentos de silencio. Cuando hablo de «detener», me refiero a ese silencio entre pensamientos que es conciencia informe. Allí hay una presencia, y podemos reconocer que somos esa presencia. Se nos ha enseñado a creer en «pienso, luego existo», en lugar de la verdad, que es: «soy, luego pienso».

El trance de los pensamientos condicionados puede ser profundo y complejo, pero no resiste la comparación con algo tan simple como esta «detención». Cuando reconoces conscientemente este punto de detención, tienes verdadera capacidad de elección. Antes de ese reconocimiento, tus pensamientos sólo son acciones mentales mecánicas basadas en condicionamientos pasados, en deseos o aversiones. Después de ese reconocimiento, puedes elegir conscientemente decir la verdad respecto a lo que siempre está presente antes del pensamiento, durante el pensamiento y después del pensamiento. ¿Puede la presencia ser pensada? Esta pregunta, en efecto, hace añicos los nítidos patrones mentales. Causa un dejarse caer, una liberación, un alivio del enorme e ilusorio mundo del pensamiento. El equilibramiento y reequilibramiento, el reformar y reinventar lo que llamas «yo» no es más que un pensamiento, y otro proceso de pensamiento sobre ése, y después otro más. En el momento en que reconoces lo que no puede ser pensado, reconoces quién eres. Es un momento en el que la mente se rinde al silencio.

Hablo mucho de detener el pensamiento, pero tal vez no lo haya hecho de una manera suficientemente comprensible. En primer lugar, detenerse es reconocer que, según surgen los pensamientos, estás ante una elección: tu mente puede seguir los pensamientos o quedarse quieta y dejar que surjan sin tocarlos. Mi invitación a detenerte no es para que construyas un pensamiento sobre otro, no se trata de que fantasees o de que repases sucesos pasados. Elige que la mente se quede aquietada; en esa opción reside la posibilidad de reconocer lo que siempre está aquietado, haya pensamientos o no.

Esta detención empieza a ocurrir cuando reconoces la actividad mental y no la acompañas. No seguir la actividad mental es diferente de resistirse a la mente o reprimir los pensamientos. No acompañar los pensamientos conlleva un aspecto de apertura y relajación. Aunque pueda parecer poco familiar, y el miedo a lo no familiar puede generar actividad mental, dejar de seguir los pensamientos es algo que no requiere esfuerzo. Al seguir los pensamientos y dar vueltas a nuestras historias, pasamos por alto la simple y profunda facilidad de ser.

En este momento, te invito a no hacer nada. Es posible que aparezca un pensamiento... No hagas nada con él. Relájate en cualquier pensamiento o emoción que surja, y permite que la facilidad natural, la verdad natural de quien eres tome prioridad sobre el pensamiento. En esta detención puedes reconocer de nuevo la verdad que siempre está allí, la verdad de quien eres.

Ahora, en este momento, con tu mente, elige esa verdad. Vincula tu mente a esa verdad, de modo que cualquier cambio que se presente se encuentre con una mente unida a la verdad, una verdad que se confirma cada vez que la mente se detiene.

La detención de los pensamientos no es una práctica. Simplemente es la oportunidad de ver que existe la opción de no seguirlos. Al no seguir los pensamientos, la mente se detiene, y lo que está aquí, lo que está en silencio y siempre aquietado, puede revelarse.

En un instante de reconocimiento del silencio que siempre está aquí, reconoces tu verdadero rostro. Reconoces la presencia de Dios. Te das cuenta de la verdad. Entonces puedes abordar los desafíos de la vida, el dolor corporal, el torbellino emocional o la confusión mental con mayor claridad e intuición, porque ya no identificas esos estados con quien eres.

Tú eres la existencia misma. La existencia es conciencia, que está viva y enamorada de sí misma. Este teatro en el que aparecemos tú y yo, las circunstancias y emociones, los sucesos agradables y desagradables, es el teatro de Dios. No debe ser evitado, sino disfrutado. Es algo con lo que emocionarse, con lo que llorar, pero también con lo que reconocer: «Oh, Señor, ¡qué obra tan maravillosa! ¡Qué teatro!», y en ese reconocimiento, saber quién eres. Tú, como conciencia, eres el escenario en el que se mueven los actores, la pantalla donde se proyecta la película de la vida, y la fuerza que anima a cada actor. Quienquiera que imagines ser, cualquiera que sea el papel que imagines desempeñar, la verdad de quien eres es más profunda que el papel, más cercana, y también está más allá del papel. No quien serás algún día, sino ahora mismo: quien eres y siempre has sido.

La posibilidad siempre presente, en cualquier momento, es la de despertar a tu verdad como conciencia. Ese despertar ocurre en la rendición de la mente al silencio.



Extracto del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Imágenes tomadas de internet

miércoles, 21 de octubre de 2020

NO HAS PROBADO EL PRESENTE, EMPIEZA A PROBAR EL PRESENTE


 

HUESOS PARA PROBAR NUESTRA FE


Un intelectual cristiano que consideraba que la Biblia es literalmente verdadera hasta en sus menores detalles, fue abordado en cierta ocasión por un colega que le dijo: «Según la Biblia, la tierra fue creada hace cinco mil años aproximadamente. Pero se han descubierto huesos que demuestran que la vida ha existido en este planeta durante centenares de miles de años». 

La respuesta no se hizo esperar: «Cuando Dios creó la tierra, hace cinco mil años, puso a propósito esos huesos en la tierra para comprobar si daríamos más crédito a las afirmaciones de los científicos que a su sagrada Palabra». 

Una prueba más de que las creencias rígidas conducen a distor­sionar la realidad.



Del libro:
Anthony de Mello 
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet

lunes, 19 de octubre de 2020

COMPÓN LO QUE ELIGES


 

LA MENTE NUNCA TE DEJARÁ SER FELIZ


Pregunta 15: Continuación
¿Por qué estoy siempre fantaseando sobre el futuro?

Me han contado, y creo que me puedo fiar de quien me lo ha contado, que la gente que ha llegado al cielo está aburrida. Lo sé de fuentes fidedignas; podéis fiaros de ellas: se pasan todo el tiempo sentados bajo los árboles que cumplen los deseos, mortalmente aburridos. Porque en cuanto dicen algo, aparece el ángel y se cumple su deseo. Entre el deseo y su cumplimiento no hay intervalo. Que quieres una mujer maravillosa, una Cleopatra: ahí la tienes. ¿Y qué haces con una Cleopatra? Qué tontería; te aburres.

En los Puranas indios aparecen muchas historias de devas que se aburrían tanto en el cielo que empezaron a sentir nostalgia de la tierra. Allí lo tenían todo. Cuando estaban en la tierra, suspiraban por estar en el cielo. Habían sido ascetas, habían renunciado al mundo, a las relaciones, a todo, para alcanzar el cielo. Y una vez en el cielo, deseaban volver al mundo.

Otra anécdota:

Cuando el piloto de un avión sobrevolaba la zona de Catskills le señaló al copiloto un valle precioso: «¿Ves eso? Cuando era pequeño, pescaba ahí, en una barca. Cada vez que pasaba un avión miraba hacia arriba y me imaginaba que yo lo pilotaba. Ahora miro hacia abajo y me imagino que estoy pescando».

Así ocurre siempre. Cuando no eres famoso quieres ser famoso. Te duele que la gente no te reconozca. Vas por la calle y nadie te mira, nadie te reconoce. Te sientes un don nadie. Te esfuerzas por ser famoso, y un día lo consigues. De repente no puedes ir por la calle, porque la gente no para de mirarte. No tienes libertad, prefieres quedarte recluido en tu casa. No puedes salir; estás como en una cárcel. Te pones a pensar en aquellos días maravillosos en los que paseabas tranquilamente por la calle… como si estuvieras solo. Sientes nostalgia de esos días. Pregúntale a los famosos.

En sus memorias, Voltaire dice que cuando no era famoso —como todo el mundo, no siempre fue famoso—, lo deseaba y hacía todos los esfuerzos posibles, hasta convertirse en uno de los hombres más famosos de Francia. Su fama llegó a tal extremo que casi le resultaba peligroso salir de su casa, porque en aquella época de supersticiones se pensaba que si podías arrancar un trozo de tela de la ropa de un gran hombre te servía de protección, que tenía un enorme valor para protegerte. Era una protección contra los fantasmas, contra los accidentes y demás.

De modo que cuando tenía que ir a la estación a coger un tren llevaba escolta policial, porque si no la gente le arrancaba la ropa. No sólo eso; le arrancaban incluso la piel, y volvía a casa lleno de cardenales, ensangrentado. Se hartó tanto de su fama, de no poder salir de su casa, de que la gente se abalanzara como lobos sobre él, que empezó a pedirle a Dios: «¡Ya está bien! Ya he conocido la fama. Ya no la quiero. Estoy poco menos que muerto». Y entonces ocurrió. Llegó el ángel y dijo: «De acuerdo». Y poco a poco se desvaneció su fama.

Las personas cambian de opinión muy fácilmente; no tienen integridad. Al igual que la moda, las cosas cambian. Un día estás en la cima de la fama y al día siguiente la gente se ha olvidado de ti. Un día eres presidente de un país y al día siguiente un simple ciudadano. No le importas a nadie.

Y así ocurrió con Voltaire, que la gente cambió de opinión, cambió el clima y la gente se olvidó de Voltaire. Cuando iba a la estación tenía la esperanza de que alguien, al menos una persona, estuviera allí para saludarlo. El único que iba a recibirlo era su perro.

Cuando murió, sólo acudieron cuatro personas a darle el último adiós; más bien tres personas y su perro. Debió de morir muy triste, suspirando por la fama. ¿Qué le vamos a hacer? Así funcionan las cosas.

La mente nunca te dejará ser feliz. En cualesquiera circunstancias, la mente siempre encontrará algo para que no seas feliz. Voy a decirlo de otra manera: la mente es un mecanismo destinado a crear infelicidad. Su única función consiste en crear la infelicidad.

Si te libras de la mente, de repente eres feliz, sin razón alguna. La felicidad es entonces algo tan natural como respirar. No necesitas darte cuenta de que respiras. Simplemente respiras. Consciente, inconsciente, dormido o despierto, sigues respirando. La felicidad es exactamente así.

La felicidad es tu naturaleza más íntima. No necesita de circunstancias externas; simplemente está ahí, es tú. La dicha es tu estado natural, no un logro. Simplemente saliendo del mecanismo de la mente empezarás a sentirte dichoso.

Por eso vemos que los locos son más felices que los llamados cuerdos. ¿Qué les ocurre a los locos? También escapan de la mente —por supuesto de una forma errónea—, pero salen de ella. Un loco es quien ha caído por debajo de la mente, fuera de ella. Por eso ves a tantos locos tan felices que casi sientes envidia. Incluso fantaseas: «¿Cuándo viviré yo con esa dicha?». Se condena al loco, pero él es feliz.

¿Qué le ha ocurrido a un loco? Ya no piensa en el pasado ni piensa en el futuro. Se ha escapado del tiempo y ha empezado a vivir en la eternidad.

Lo mismo le ocurre al místico, porque se sitúa por encima de la mente. No os digo que os volváis locos, pero sí que existe una similitud entre el loco y el místico. Por eso los grandes místicos parecen un poco locos y los grandes locos parecen un poco místicos.

Observa los ojos de un loco y te darás cuenta de su misticismo, de un brillo, de un brillo espiritual, como si tuviera una puerta interior por la que se asoma al núcleo mismo de la vida. Está relajado. Puede no tener nada, pero es feliz. No tiene deseos, ni ambiciones. No va a ninguna parte. Está simplemente ahí… disfrutando, regocijándose.

Sí, los locos y los místicos tienen algo en común. Esa semejanza se debe a que ambos están fuera de la mente. El loco ha caído por debajo de ella, el místico ha llegado más allá. El místico también está loco, con un método; su locura tiene método. El toco simplemente ha caído por debajo.

No os digo que os volváis locos. Os digo que os hagáis místicos. El místico es tan feliz como el loco y tan cuerdo como el cuerdo. El místico es tan razonable, incluso más, que las llamadas personas racionales, pero tan feliz como los locos. El místico ha alcanzado la más hermosa de las síntesis. Está en armonía. Tiene todo lo que tiene un hombre razonable. Tiene ambas cosas, y es completo.

Me preguntas: «¿Por qué estoy siempre fantaseando sobre el futuro?». Fantaseas sobre el futuro porque no has probado el presente. Empieza a probar el presente. Encuentra momentos para deleitarte. Al mirar los árboles, sé la mirada. Al escuchar los pájaros, sé el oído que escucha. Deja que lleguen a lo más profundo de ti, que su canto se extienda por todo tu ser. Sentado en la playa, escucha el bramido de las olas, hazte uno con él… porque el bramido de las olas no tiene pasado, ni futuro. Si puedes sintonizarte con él, también serás un bramido. Abraza un árbol y relájate. Siente cómo se precipita en tu ser su forma verde. Túmbate en la arena, olvídate del mundo, comulga con la arena, con su frescor, siente cómo te saturas de ese frescor. Ve al río, nada, y deja que el río nade dentro de ti. Chapotea y conviértete en el chapoteo. Haz lo que crees que te hace disfrutar y disfrútalo plenamente. En esos momentos desaparecerán el pasado y el futuro y estarás aquí y ahora.

El evangelio no está en la Biblia. El evangelio está en los ríos y en el bramido del mar y en el silencio de las estrellas. La buena nueva está escrita en todos lados. El universo entero es un mensaje. Decodifícalo, aprende su lenguaje. Su lenguaje es el aquí y el ahora.

Tu lenguaje es el del pasado y el futuro. Por eso si sigues hablando el lenguaje de la mente jamás sintonizarás, jamás armonizarás con la existencia, Y si no pruebas esa armonía, ¿cómo vas a dejar de fantasear? Porque eso es tu vida.

Es como si un pobre llevase una bolsa de piedras corrientes, pensando que son diamantes, rubíes y esmeraldas, y le dijeras: «Tira eso. Eres tonto. No son más que piedras corrientes». No te creería; pensaría que quieres engañarlo. Se aferrará a la bolsa, porque es lo único que tiene.

Yo no le digo a ese hombre que renuncie a la bolsa. Intentaré mostrarle rubíes, esmeraldas y diamantes de verdad. Sólo con entreverlos tirará la bolsa. Ni siquiera renunciará a ella, porque no hay nada a lo que renunciar; son piedras corrientes. No se renuncia a unas piedras corrientes.

Simplemente se dará cuenta de que ha estado viviendo bajo la influencia de una ilusión. Ahora ve diamantes de verdad. Sus piedras se desvanecen, desaparecen, y vaciará la bolsa inmediatamente, sin decírtelo, porque ahora tiene otra cosa que meter. Tirará las piedras porque necesita sitio.

Por eso no te digo que dejes de adentrarte en el futuro, ni de retroceder al pasado. Lo que te digo es que me gustaría que tuvieras más contacto con el presente.



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet
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