NUESTRA IDENTIFICACIÓN MÁS intensa, tal vez incluso más que la identificación con el cuerpo, es la identificación con la mente. Cuando empleo la palabra «mente», me refiero a pensamientos como: «Creo que soy este cuerpo y esta persona, y por tanto esto es la realidad». Damos al pensamiento la autoridad de definir quiénes somos. Si pienso que estás separado de mí, basándome en mis sensaciones físicas y percepciones, ese pensamiento tiene autoridad como árbitro de la realidad.
En nuestras mentes, los pensamientos toman el lugar de Dios, y también el del diablo. Los pensamientos buenos y los malos libran una guerra. Así, surge el deseo de acumular más pensamientos buenos para poder derrotar a los malos, para que las fuerzas de la luz puedan derrotar a las fuerzas de la oscuridad. El condicionamiento te lleva a creer que si los buenos pensamientos ganan, tu yo superior ganará, y te sentirás en paz. Es cierto que la experiencia de vida se potencia cuando en tu corriente mental abundan los buenos pensamientos. Es igualmente cierto que los pensamientos malos o negativos producen un envenenamiento del cuerpo y de la mente. Sin embargo, lo que se pasa por alto es que en el núcleo siempre hay una conciencia pacífica, continua, inmóvil. Lo que pasas por alto es que lo que eres ya está en paz. Ganar y perder no tienen nada que ver con la verdad de quien eres.
Nuestras mentes están inactivas durante muchos momentos del día, pero estamos condicionados a prestar atención únicamente a la actividad mental, y pasamos por alto estos momentos de silencio. Cuando hablo de «detener», me refiero a ese silencio entre pensamientos que es conciencia informe. Allí hay una presencia, y podemos reconocer que somos esa presencia. Se nos ha enseñado a creer en «pienso, luego existo», en lugar de la verdad, que es: «soy, luego pienso».
El trance de los pensamientos condicionados puede ser profundo y complejo, pero no resiste la comparación con algo tan simple como esta «detención». Cuando reconoces conscientemente este punto de detención, tienes verdadera capacidad de elección. Antes de ese reconocimiento, tus pensamientos sólo son acciones mentales mecánicas basadas en condicionamientos pasados, en deseos o aversiones. Después de ese reconocimiento, puedes elegir conscientemente decir la verdad respecto a lo que siempre está presente antes del pensamiento, durante el pensamiento y después del pensamiento. ¿Puede la presencia ser pensada? Esta pregunta, en efecto, hace añicos los nítidos patrones mentales. Causa un dejarse caer, una liberación, un alivio del enorme e ilusorio mundo del pensamiento. El equilibramiento y reequilibramiento, el reformar y reinventar lo que llamas «yo» no es más que un pensamiento, y otro proceso de pensamiento sobre ése, y después otro más. En el momento en que reconoces lo que no puede ser pensado, reconoces quién eres. Es un momento en el que la mente se rinde al silencio.
Hablo mucho de detener el pensamiento, pero tal vez no lo haya hecho de una manera suficientemente comprensible. En primer lugar, detenerse es reconocer que, según surgen los pensamientos, estás ante una elección: tu mente puede seguir los pensamientos o quedarse quieta y dejar que surjan sin tocarlos. Mi invitación a detenerte no es para que construyas un pensamiento sobre otro, no se trata de que fantasees o de que repases sucesos pasados. Elige que la mente se quede aquietada; en esa opción reside la posibilidad de reconocer lo que siempre está aquietado, haya pensamientos o no.
Esta detención empieza a ocurrir cuando reconoces la actividad mental y no la acompañas. No seguir la actividad mental es diferente de resistirse a la mente o reprimir los pensamientos. No acompañar los pensamientos conlleva un aspecto de apertura y relajación. Aunque pueda parecer poco familiar, y el miedo a lo no familiar puede generar actividad mental, dejar de seguir los pensamientos es algo que no requiere esfuerzo. Al seguir los pensamientos y dar vueltas a nuestras historias, pasamos por alto la simple y profunda facilidad de ser.
En este momento, te invito a no hacer nada. Es posible que aparezca un pensamiento... No hagas nada con él. Relájate en cualquier pensamiento o emoción que surja, y permite que la facilidad natural, la verdad natural de quien eres tome prioridad sobre el pensamiento. En esta detención puedes reconocer de nuevo la verdad que siempre está allí, la verdad de quien eres.
Ahora, en este momento, con tu mente, elige esa verdad. Vincula tu mente a esa verdad, de modo que cualquier cambio que se presente se encuentre con una mente unida a la verdad, una verdad que se confirma cada vez que la mente se detiene.
La detención de los pensamientos no es una práctica. Simplemente es la oportunidad de ver que existe la opción de no seguirlos. Al no seguir los pensamientos, la mente se detiene, y lo que está aquí, lo que está en silencio y siempre aquietado, puede revelarse.
En un instante de reconocimiento del silencio que siempre está aquí, reconoces tu verdadero rostro. Reconoces la presencia de Dios. Te das cuenta de la verdad. Entonces puedes abordar los desafíos de la vida, el dolor corporal, el torbellino emocional o la confusión mental con mayor claridad e intuición, porque ya no identificas esos estados con quien eres.
Tú eres la existencia misma. La existencia es conciencia, que está viva y enamorada de sí misma. Este teatro en el que aparecemos tú y yo, las circunstancias y emociones, los sucesos agradables y desagradables, es el teatro de Dios. No debe ser evitado, sino disfrutado. Es algo con lo que emocionarse, con lo que llorar, pero también con lo que reconocer: «Oh, Señor, ¡qué obra tan maravillosa! ¡Qué teatro!», y en ese reconocimiento, saber quién eres. Tú, como conciencia, eres el escenario en el que se mueven los actores, la pantalla donde se proyecta la película de la vida, y la fuerza que anima a cada actor. Quienquiera que imagines ser, cualquiera que sea el papel que imagines desempeñar, la verdad de quien eres es más profunda que el papel, más cercana, y también está más allá del papel. No quien serás algún día, sino ahora mismo: quien eres y siempre has sido.
La posibilidad siempre presente, en cualquier momento, es la de despertar a tu verdad como conciencia. Ese despertar ocurre en la rendición de la mente al silencio.
Extracto del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Imágenes tomadas de internet
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