sábado, 23 de mayo de 2020

RESPIRACIÓN ABDOMINAL



Existen métodos muy sencillos para cuidar de nuestras emociones más intensas. Uno de ellos consiste en “respirar con el vientre”, es decir, la respiración abdominal. Cuando nos sentimos a merced de una emoción poderosa como el miedo o el odio, llevamos la atención al abdomen, un nivel más seguro que permanecer en el intelecto. Las emociones intensas son como tormentas y permanecer a la intemperie en medio de una tormenta siempre resulta muy peligroso. 

Pero eso es lo que la mayoría hacemos cuando nos alteramos, quedarnos a merced de la tormenta de nuestros sentimientos que, de ese modo, acaban desbordándonos. Lo que tenemos que hacer, por el contrario, es dirigir nuestra atención hacia abajo y asentarnos en nosotros mismos. Y, para ello, nos concentramos en la zona del abdomen y respiramos conscientemente, prestando una atención (simple) al ascenso y descenso del abdomen. 




Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

viernes, 22 de mayo de 2020

NO TE ENSEÑAN A SER TÚ MISMO


9.LA MÁSCARA.


Nunca sabemos cómo es el otro. Él tampoco lo sabe y nosotros tampoco. Por eso la máscara, las apariencias lo son todo.

Persona, en griego, significa máscara. Aprendemos a construirla con los ingredientes más corrientes, vulgares y comunes.

En general, creemos que la máscara es nosotros mismos. Por eso ni se observa ni se cambia, ocurre algo semejante que con nuestros ojos que no se ven a sí mismos. Se trata de un programa de identificación aprendido para su no identificación.

Una característica fundamental es que la máscara, el robot, identifica todo con nombres y llega a creer que sólo existe lo que tiene nombre conocido. Así su mundo se limita, tiene la dimensión del número de nombres. Al convertir todo en cosas, las usa como cosas, sean vegetales, animales o humanos. Los niños de ciudad ya lo hacen. No conocen por experiencia la relación entre los seres y los procesos vitales. Creen que la leche, los huevos… etc. son fabricados.

Los seres humanos nos vestimos, maquillamos, andamos, gesticulamos…imitando a los modelos de éxito reconocido por las mayorías.

La persona, la personalidad, la máscara, son versiones de lo mismo, de un personaje de ficción, de un montaje.

¿Quiénes somos en realidad?



Bibliografía: 
La luciérnaga ciega: Soko Daido Ubalde
Fotografía tomada de internet

jueves, 21 de mayo de 2020

ESCONDIDOS BAJO MÁSCARAS


IGUALES EN DERECHO


CUANDO VULNERAN TUS PRINCIPIOS O VALORES


¿Qué estamos dispuestos a negociar por amor? Hay cosas en las que no podemos ceder, simplemente porque si lo hacemos, nos traicionaríamos a nosotros mismos. Existe un acuerdo implícito en la mayoría de los pensadores sobre el tema de los valores: el límite de lo negociable es la dignidad personal, es decir, la opción de ser valorado, honrado y respetado. La dignidad tiene que ver con la autonomía y la autodeterminación. Sentirse digno es aceptar que uno es merecedor de respeto. La dignidad es lo que se resiste a la humillación, a la auto-condena y a la condena injusta. Es el valor de lo que no tiene precio: ¿cuánto vales? Emmanuel Kant decía que la humanidad misma es una dignidad y que el ser humano debía ser siempre tratado como un fin en sí mismo y no como un medio. Por eso, la esclavitud se opone a la dignidad, porque el esclavo es considerado una cosa en tanto puede venderse o intercambiarse. Yo agregaría que un ser humano no sólo es valioso en sí, sino para sí. Un serrucho o un clavo tiene un valor relativo para quien lo va a utilizar, un valor de uso.

Si se me daña o deja de servir, lo tiro a la basura y compro otro, porque el serrucho sierra sólo para quien lo sabe usar.

En el hombre y en la mujer eso no se da, los seres humanos actuamos también para nosotros y por eso nuestros comportamientos tienen un significado en sí y para sí. Ésa es la razón por la cual no tienes precio (no tienes un valor de uso) ni se te puede instrumentalizar (tienes un valor intrínseco, independiente de lo que hagas o dejes de hacer).

¿Cómo saber cuándo alguien afecta tu dignidad? Suele ser evidente para quien se autobserva. Lo que sientes es ira, pero no la rabia del animal cuando le quitan el alimento o lo atacan, sino indignación, la cual puede definirse como cólera ante la injusticia. Cuando la indignación tiene lugar, sentimos que se ha violado lo entrañable y que los intereses más íntimos y radicales han sido maltratados. El filósofo Theodor Adorno decía que la indignidad se identifica con la tortura, privación de la libertad, la injusticia, la explotación, la crueldad y la vejación.

La premisa es conservar tu ser moral y negarte a ser objeto.

Y un buen comienzo para ello es aceptar que tu pareja no es más que tú, ni más valiosa, al menos en lo que se refiere a la posibilidad de recibir consideración y respeto.

Los seres humanos somos iguales en derecho, somos iguales en dignidad, a pesar del culto a la entrega y al sacrificio por amor. Por eso, cuando negocias tus principios y tus creencias fundamentales, así lo hagas por amor a tu pareja, niegas tu condición y dejas: de quererte a ti mismo.

Existen, al menos, dos factores clave que afectan la dignidad personal en las relaciones afectivas; pero hay que tener en cuenta que el tema no se agota con esta clasificación.



Extracto del libro:
Los límites del amor
Walter Riso
Fotografías tomadas de Internet

miércoles, 20 de mayo de 2020

PÉRDIDA ESPIRITUAL


CALUMNIA


LAS BABUCHAS PRECIOSAS


Eyaz, que era un hombre de corazón puro, había guardado sus babuchas y su manto en una habitación. La visitaba cada día y, como esas babuchas y ese manto constituían todo su haber, se decía:

«¡Vaya! ¡Mira estas babuchas! ¡No tienes motivos para estar orgulloso!».

Pero unos celosos lo calumniaron ante el sultán diciendo:

«Eyaz posee una habitación en la que acumula oro y plata. ¡La puerta está bien cerrada y nadie entra en ella más que él!

—Es extraño, dijo el sultán. ¿Qué puede poseer que desee ocultar a mis ojos? Tratemos de aclarar el misterio sin que se dé cuenta de nada».

Llamó a uno de sus emires y le dijo:

«A medianoche, abrirás esta celda y tomarás todo lo que te parezca interesante. Todo lo que hayas encontrado, muéstralo a tus amigos. ¿Cómo puede este avaro pensar en acumular tesoros cuando yo soy tan generoso?».

A medianoche, el emir se trasladó a la celda con tres de sus hombres. Se habían provisto de linternas y se frotaban las manos diciendo:

«La orden del sultán es generosa, pues así recuperaremos en beneficio nuestro todo lo que encontremos».

De hecho, el sultán no dudaba de su servidor, sino que deseaba sólo dar una lección a los calumniadores. Sin embargo, su corazón temblaba y se decía:

«Si realmente ha hecho tal cosa, es preciso que su vergüenza no sea pública pues, suceda lo que suceda, lo tengo en gran estima. ¡Por otra parte, está por encima de este tipo de calumnias!».

El que tiene malos pensamientos compara a sus amigos con él. Los mentirosos compararon al profeta con ellos. Y así fue como los calumniadores vinieron a tener malos pensamientos sobre Eyaz.

El emir y sus hombres acabaron por forzar la puerta y penetraron en la habitación, ardiendo en deseos. ¡Ay! ¡No vieron allí más que el par de babuchas y el manto! Se dijeron:

«Es inconcebible que esta habitación esté tan vacía. Esos objetos sólo están ahí para desviar la atención».

Fueron a buscar una pala y un pico y empezaron a excavar por todos lados. Pero todos los agujeros que excavaban les decían:

«Este lugar está vacío. ¿Por qué, pues, lo abrís?».

Finalmente, rellenaron los agujeros, llenos de decepción, pues el pájaro de su deseo no había saciado su apetito. La puerta hundida y el suelo removido quedaban como testigos de la fractura. Regresaron, cubiertos de polvo, ante el sultán. Éste, fingiendo ignorar su decepción, les dijo:

«¿Qué pasa? ¿Dónde están las bolsas de oro? Si las habéis dejado en algún sitio, ¿dónde está entonces la alegría de vuestros rostros?».

Ellos le respondieron:

«¡Oh, sultán del universo! Si haces correr nuestra sangre, lo habremos merecido. Nos entregamos a tu piedad y a tu perdón.

—No me corresponde a mí perdonaros, replicó el sultán, sino más bien a Eyaz, pues habéis atacado su dignidad. Esa herida está en su corazón. Aunque él y yo no seamos más que una persona, esta calumnia no me afecta directamente. ¡Pues si un servidor comete un acto vergonzoso, su vergüenza no recae sobre el sultán!».

El sultán pidió, pues, a Eyaz que juzgase él mismo a los culpables, diciendo:

«Aunque te probase mil veces, nunca encontraría en tu casa el menor signo de traición. ¡Serían más bien las pruebas las que se avergonzarían ante ti!

—Todo lo que me has dado te pertenece, respondió Eyaz. Mi peso es solamente este manto y este par de babuchas. Por eso es por lo que dijo el profeta: “¡El que se conoce, también conoce a su Dios!”. A ti te corresponde juzgar pues, ante el sol, desaparecen las estrellas. ¡Si hubiese sabido prescindir de este manto y de estas babuchas, estas calumnias no se habrían producido!».



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet
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