miércoles, 20 de mayo de 2020

CALUMNIA


LAS BABUCHAS PRECIOSAS


Eyaz, que era un hombre de corazón puro, había guardado sus babuchas y su manto en una habitación. La visitaba cada día y, como esas babuchas y ese manto constituían todo su haber, se decía:

«¡Vaya! ¡Mira estas babuchas! ¡No tienes motivos para estar orgulloso!».

Pero unos celosos lo calumniaron ante el sultán diciendo:

«Eyaz posee una habitación en la que acumula oro y plata. ¡La puerta está bien cerrada y nadie entra en ella más que él!

—Es extraño, dijo el sultán. ¿Qué puede poseer que desee ocultar a mis ojos? Tratemos de aclarar el misterio sin que se dé cuenta de nada».

Llamó a uno de sus emires y le dijo:

«A medianoche, abrirás esta celda y tomarás todo lo que te parezca interesante. Todo lo que hayas encontrado, muéstralo a tus amigos. ¿Cómo puede este avaro pensar en acumular tesoros cuando yo soy tan generoso?».

A medianoche, el emir se trasladó a la celda con tres de sus hombres. Se habían provisto de linternas y se frotaban las manos diciendo:

«La orden del sultán es generosa, pues así recuperaremos en beneficio nuestro todo lo que encontremos».

De hecho, el sultán no dudaba de su servidor, sino que deseaba sólo dar una lección a los calumniadores. Sin embargo, su corazón temblaba y se decía:

«Si realmente ha hecho tal cosa, es preciso que su vergüenza no sea pública pues, suceda lo que suceda, lo tengo en gran estima. ¡Por otra parte, está por encima de este tipo de calumnias!».

El que tiene malos pensamientos compara a sus amigos con él. Los mentirosos compararon al profeta con ellos. Y así fue como los calumniadores vinieron a tener malos pensamientos sobre Eyaz.

El emir y sus hombres acabaron por forzar la puerta y penetraron en la habitación, ardiendo en deseos. ¡Ay! ¡No vieron allí más que el par de babuchas y el manto! Se dijeron:

«Es inconcebible que esta habitación esté tan vacía. Esos objetos sólo están ahí para desviar la atención».

Fueron a buscar una pala y un pico y empezaron a excavar por todos lados. Pero todos los agujeros que excavaban les decían:

«Este lugar está vacío. ¿Por qué, pues, lo abrís?».

Finalmente, rellenaron los agujeros, llenos de decepción, pues el pájaro de su deseo no había saciado su apetito. La puerta hundida y el suelo removido quedaban como testigos de la fractura. Regresaron, cubiertos de polvo, ante el sultán. Éste, fingiendo ignorar su decepción, les dijo:

«¿Qué pasa? ¿Dónde están las bolsas de oro? Si las habéis dejado en algún sitio, ¿dónde está entonces la alegría de vuestros rostros?».

Ellos le respondieron:

«¡Oh, sultán del universo! Si haces correr nuestra sangre, lo habremos merecido. Nos entregamos a tu piedad y a tu perdón.

—No me corresponde a mí perdonaros, replicó el sultán, sino más bien a Eyaz, pues habéis atacado su dignidad. Esa herida está en su corazón. Aunque él y yo no seamos más que una persona, esta calumnia no me afecta directamente. ¡Pues si un servidor comete un acto vergonzoso, su vergüenza no recae sobre el sultán!».

El sultán pidió, pues, a Eyaz que juzgase él mismo a los culpables, diciendo:

«Aunque te probase mil veces, nunca encontraría en tu casa el menor signo de traición. ¡Serían más bien las pruebas las que se avergonzarían ante ti!

—Todo lo que me has dado te pertenece, respondió Eyaz. Mi peso es solamente este manto y este par de babuchas. Por eso es por lo que dijo el profeta: “¡El que se conoce, también conoce a su Dios!”. A ti te corresponde juzgar pues, ante el sol, desaparecen las estrellas. ¡Si hubiese sabido prescindir de este manto y de estas babuchas, estas calumnias no se habrían producido!».



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

martes, 19 de mayo de 2020

PROBLEMAS DE RELACIÓN


EL YO QUE NO EXISTE (LA HISTORIA DEL ENCUENTRO DE BODHIDHARMA)


Respuestas a preguntas
Pregunta 8 (continuación):

Siempre que me he sentido fatal al terminar una relación, llega un momento en el que me río de mí mismo, siento que vuelvo a ser libre y comprendo que lo único que había hecho hasta entonces era dejar de quererme a mí mismo.

¿Es éste el origen del sufrimiento de la mayoría de las personas o son cosas mías?

Osho responde:
No son cosas tuyas. Es el origen del sufrimiento de la mayoría de las personas, pero no en el sentido que tú le atribuyes. No te has hundido en la miseria por haber dejado de quererte a ti mismo, sino que has creado un yo que no existe, en absoluto. Por eso a veces ese yo irreal sufre al amar a otros, porque el amor no es posible cuando se basa en la irrealidad. Y no se da por una sola parte: dos irrealidades intentando amarse… Tarde o temprano esa situación fallará. Cuando falla esa situación, vuelves a ti mismo: ¿adónde vas a ir si no? Por eso piensas: «He olvidado quererme a mí mismo».

En cierto modo supone un pequeño alivio; al menos, en lugar de dos irrealidades ya sólo te queda una. Pero ¿qué conseguirás amándote a ti mismo? ¿Y cuánto tiempo podrás hacerlo? Es irreal; no te dejará verlo durante mucho tiempo porque es peligroso; si lo observas mucho tiempo, ese supuesto yo desaparecerá. Eso supondría liberarse realmente del sufrimiento. El amor se mantendrá, sin estar dirigido ni a otro ni a ti mismo. El amor no tendrá destinatario, porque no hay nadie a quien destinarlo, y cuando surge el amor sin destinatario, se vive una gran dicha.

Pero el yo irreal no te dejará mucho tiempo para eso. Dentro de poco volverás a enamorarte de alguien, porque el yo irreal necesita el apoyo de otras irrealidades. Por eso la gente se enamora, se desenamora, se vuelve a enamorar y así sucesivamente… y parece un fenómeno curioso que les pase un montón de veces y sigan sin comprender el porqué. Se sienten desgraciados cuando están enamorados de alguien; se sienten desgraciados cuando están solos, sin enamorarse, aunque con cierto alivio… momentáneo.

En India, cuando muere una persona colocan su cuerpo en una camilla y la llevan a hombros hasta la pira funeraria. Pero la van cambiando de posición por el camino, del hombro izquierdo pasan el peso de la camilla al derecho, y al cabo de unos minutos vuelven a cambiarlo al izquierdo. No cambia nada; el peso sigue allí, sobre el cuerpo, pero el hombro sobre el que se ha estado apoyando nota una especie de alivio. Es momentáneo, porque pronto empezará a doler el otro hombro y habrá que cambiar otra vez.

Y así es tu vida. Cambias al otro, pensando que quizá esa mujer, ese hombre, te llevará al paraíso que siempre has soñado. Pero todo el mundo, sin excepción, te lleva al infierno. No hay que criticar a nadie por eso, porque todos hacen exactamente lo mismo que tú: llevar un yo irreal del que nada puede brotar. No puede florecer. Está vacío; adornado sí, pero vacío y hueco por dentro.

Por eso, cuando ves a alguien desde lejos te resulta atractivo. Cuando te acercas, disminuye la atracción. Cuando os conocéis, no es un encuentro, sino un choque. Y de repente te das cuenta de que la otra persona está vacía y te sientes engañado, estafado, porque la otra persona no tiene nada de lo que parecía prometer. La otra persona se encuentra en la misma situación contigo. Las promesas no se cumplen y os convertís en una carga el uno para el otro, un sufrimiento el uno para el otro, os destruís mutuamente. Os separáis. Durante una temporada sentís alivio, pero vuestra irrealidad interior no os deja mucho tiempo en ese estado; muy pronto estaréis buscando otra mujer, otro hombre, y caeréis en la misma trampa. Sólo las caras son distintas; la realidad interior es la misma: el vacío.

Si de verdad quieres liberarte de la tristeza y el sufrimiento, tienes que comprender que no tienes yo. Entonces no sentirás un pequeño alivio, sino un alivio enorme. Y si no tienes yo, desaparece la necesidad del otro. El yo irreal necesitaba al otro para seguir nutriéndose. Ya no necesitas al otro.

Escucha con atención: cuando no necesitas al otro, puedes amar, y ese amor no te traerá sufrimiento. Al traspasar las necesidades, las exigencias, los deseos, el amor se convierte en un tenue compartir, en un gran entendimiento. Cuando te comprendes a ti mismo, ese mismo día comprendes a la humanidad entera. Entonces nadie puede hacerte sufrir. Sabes que todos sufren por un yo irreal y que proyectan ese sufrimiento sobre cualquiera que tengan cerca.

Tu amor te permitirá ayudar a la persona que amas a liberarse del yo.

Yo sólo conozco un don; el amor sólo puede regalarte una cosa: comprender que no eres, que tu «yo» es algo imaginario.


Esta comprensión entre dos personas las transforma de repente en una, porque dos nadas no pueden ser dos. Dos algos son dos, pero dos nadas no pueden ser dos. Dos nadas empezarán a fusionarse y a fundirse. Acabarán siendo una.

Ahora que estamos aquí, por ejemplo, si cada uno es un ego, hay igual número de personas; se pueden contar. Pero en los momentos de absoluto silencio, no se pueden contar cuántas personas hay aquí. Existe una sola consciencia, un solo silencio, una nada, una ausencia del yo. Y únicamente en ese estado pueden vivir dos personas en una alegría eterna. Únicamente en ese estado puede vivir un grupo en una belleza increíble; la humanidad entera puede vivir dichosa.

Pero intenta ver el «yo» y no lo encontrarás. Y no encontrarlo es muy importante. He contado muchas veces la historia del encuentro de Bodhidharma con el emperador chino Wu, un encuentro muy extraño, muy fructífero. El emperador Wu quizá fuera en aquella época el más poderoso del mundo; dominaba toda China, Corea, Mongolia, toda Asia, salvo India. Estaba convencido de la verdad de las enseñanzas de Buda Gautama, pero quienes habían llevado el mensaje de Buda eran eruditos. No había entre ellos ningún místico. Y entonces llegó la noticia de que iba a ir Bodhidharma, lo que despertó gran expectación en aquellas tierras. El emperador Wu estaba influido por Buda Gautama, y eso significaba que también lo estaba su imperio. Iba a llegar un verdadero místico, un Buda. ¡Qué alborozo!

El emperador nunca había ido a recibir a nadie a la frontera de China con India. Dio la bienvenida a Bodhidharma con gran respeto y le dijo:

—He preguntado a todos los monjes y los eruditos que han venido, pero ninguno me ha servido de ayuda. Lo he intentado todo. ¿Cómo librarme de este yo? Porque Buda dice que a menos que te hagas no yo, tu sufrimiento no tendrá fin.

Era sincero. Bodhidharma lo miró a los ojos y respondió:

—Estaré a la orilla del río, en el templo junto a la montaña. Ven mañana, a las cuatro en punto de la mañana, y acabaré con ese yo para siempre. Pero recuerda que no debes llevar armas, ni guardias. Tienes que ir solo.

Wu se quedó un poco preocupado; aquel hombre era raro. «¿Cómo puede destruir mi yo tan rápidamente? Según los estudiosos, se tardan vidas enteras de meditación; sólo entonces desaparece el yo. ¡Qué hombre tan extraño! Y quiere que nos reunamos en medio de la oscuridad, a las cuatro de la mañana, solo, sin siquiera una espada, sin guardias, sin nadie que me acompañe… Ese hombre me parece muy raro… Podría hacer cualquier cosa. ¿Y qué quiere decir con que acabará con el yo para siempre? Puede matarme a mí, pero ¿al yo?».

El emperador Wu no pudo dormir durante toda la noche. Cambió de idea muchas veces: ¿ir o no ir? Pero había algo en los ojos de Bodhidharma, en su voz, un halo de autoridad cuando dijo: «Ven a las cuatro en punto, y acabaré con ese yo para siempre. No tienes de qué preocuparte». Sus palabras parecían absurdas, pero su forma de pronunciarlas con aquel aire de autoridad le hacía pensar que sabía lo que se decía. Por último, Wu decidió ir, decidió arriesgarse. «Lo más que puede pasar es que me mate, Y ya lo he intentado todo. No puedo lograr ése no yo, y sin esa ausencia de yo el sufrimiento no tiene fin».

Llamó a las puertas del templo, y Bodhidharma dijo:

—Sabía que ibas a venir. También sabía que te ibas a pasar la noche dándole vueltas a la cabeza, cambiando de idea. Pero no importa; has venido. Siéntate en la postura del loto, cierra los ojos, y yo me sentaré enfrente de ti. En cuanto descubras el yo dentro de ti, aférralo para que yo lo mate. Sujétalo bien fuerte y dime que lo tienes prisionero. Entonces lo mataré, y se acabó. Es una cuestión de minutos.

A Wu le daba un poco de miedo. Bodhidharma parecía loco; lo representan como un loco; no era así, pero los dibujos son simbólicos. Ésa es la impresión que debía de causar. No era su cara real, pero así debía de recordarlo la gente. Estaba sentado frente a Wu, con su gran cayado, y le dijo:

—No esperes ni un segundo. En cuanto lo agarres… busca en cada rendija, abre los ojos y dime que lo has atrapado, y yo acabaré con él.

Después se hizo el silencio. Pasó una hora, pasaron dos horas. Por fin empezó a salir el sol, y Wu era un hombre distinto. Durante aquellas dos horas había mirado en su interior, en todas las rendijas. Tenía que mirar… Aquel hombre estaba allí sentado y podría haberle dado un golpe en la cabeza con el cayado. De Bodhidharma se podía esperar cualquier cosa; no se andaba con remilgos, no tenía buenos modales ni formaba parte de la corte de Wu. Así que Wu tuvo que mirar con toda atención, intensamente. Y mientras miraba fue retajándose… ¡porque no estaba por ninguna parte! Y al buscarlo, desaparecieron todos los pensamientos. La búsqueda fue tan intensa que utilizó toda su energía en ella; no dejó nada por pensar y desear.

Mientras salía el sol Bodhidharma vio la cara de Wu; no era el mismo hombre… tal silencio, tal profundidad. Wu había desaparecido.

Bodhidharma lo sacudió por los hombros y le dijo:

—Abre los ojos. No está ahí. No tengo que matarlo. Estoy en contra de la violencia, y no mato a nadie. Pero ese yo no existe. Sigue existiendo porque no lo buscas. Sólo existe si no lo buscas, por tu inconsciencia. Se ha marchado.

Habían pasado dos horas y Wu se sentía increíblemente contento. Jamás había probado tal dulzura, tal frescura, tal belleza. Y ya no era. Bodhidharma había cumplido su promesa. El emperador Wu se inclinó y dijo:

—Perdóname, por favor, por haber pensado que estás loco, por haber pensado que no tienes modales, que eres raro, que puedes ser peligroso. Jamás he visto un hombre tan compasivo como tú… Me siento completamente satisfecho. Ya no tengo ninguna duda.

El emperador Wu dijo que cuando muriese quería las palabras de Bodhidharma grabadas en oro sobre su tumba, para que se conocieran en los siglos venideros… «Érase una vez un hombre que parecía loco, pero que era capaz de obrar milagros. Sin hacer nada me ayudó a ser no yo. Y desde entonces todo ha cambiado. Todo es lo mismo pero yo no soy el mismo, y la vida se ha convertido en un canto de puro silencio».


Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

domingo, 17 de mayo de 2020

ORAR


LO QUE CREES SER SE FUNDA EN LA MEMORIA Y LA ANTICIPACIÓN


LA ESCLAVITUD DEL ESPACIO Y EL TIEMPO


6. La esclavitud del espacio y el tiempo.

Visitante: Recuerdo haber leído en alguna parte que la combinación de espacio y tiempo es la causa de nuestra esclavitud. Desde entonces, me pregunto cómo pueden el espacio y el tiempo hacernos esclavos.

Maharaj: Aclaremos de qué estamos hablando. ¿Qué quieres decir con "esclavitud"?, ¿esclavitud para quién? Si te sientes satisfecho con este mundo que consideras real y con la forma en que has sido tratado, ¿en qué radica para ti la esclavitud?

Debo reconocer que a mí el mundo me parece bastante real, pero no es cierto que me sienta satisfecho con el papel que tengo en él. Estoy profundamente convencido de que la vida debe consistir en mucho más que sólo pasarla, como la mayoría de nosotros hace, sin ningún objetivo específico, tan sólo de manera rutinaria. Desde este punto de vista, creo que la vida misma es esclavitud.

¿Exactamente qué imagen tienes de ti mismo cuando empleas la palabra "yo"? Cuando eras pequeño te considerabas sólo un niño y el solo hecho de jugar te hacía feliz. Con el tiempo, te convertirías en un joven, con fuerza suficiente en los brazos para arrear una pareja de elefantes, y la idea de que podías enfrentarte a cualquier cosa o persona de este mundo. Ahora te encuentras en la mitad de tu vida, un poco más maduro pero disfrutando, con todo, de la vida y sus placeres; y crees que eres un hombre feliz y con éxito, bendecido con una hermosa familia. En este momento tienes una imagen de ti mismo bastante distinta de la que tuviste en tiempos pasados. Imagínate de aquí a diez años, y aún más lejos, veinte años después.

La imagen que tendrás de ti mismo será distinta de todas las anteriores. ¿Cuál de estas imágenes es el "tú" real? ¿Alguna vez lo has pensado? ¿Hay alguna identidad particular que puedas llamar la tuya propia y que haya permanecido contigo desde el principio, siempre presente y sin sufrir cambios?

Ahora que lo mencionas, reconozco que al usar la palabra "yo" no tengo ninguna idea particular sobre mí mismo y estoy de acuerdo en que todas las ideas que he tenido sobre mí han cambiado con los años.

Pues bien, hay algo que ha permanecido inmutable todos estos años, en tanto todo lo demás ha ido cambiando. Y es el sentido constante de presencia, el sentido de que existes. Este sentido o sensación de "yo soy", no ha cambiado nunca. Esa es tu imagen constante. Tú estás sentado frente a mí. Lo sabes con certeza, sin necesidad de confirmación por parte de alguien más. Sabes, de igual modo, que eres, que existes. Ahora dime, ¿en ausencia de qué te sería imposible sentir tu existencia?

Si estuviera dormido o inconciente no sabría que existo.

Precisamente. Vayamos ahora más allá. En la mañana, en el momento mismo en que despiertas y entra en acción tu conciencia, ¿no sientes tu presencia conciente, tu existencia, el "yo soy", como presencia sin más y no como la de una persona individual?

Sí, así es. Yo diría que mi personalidad individual aparece en cuanto miro mi cuerpo y los objetos que me rodean.

Cuando dices que ves un objeto, lo que en realidad sucede es que tus sentidos reaccionan a un estímulo cuyo origen es externo con respecto al aparato corporal. Y lo que tus sentidos han percibido y tu mente ha interpretado no es más que algo que aparece en tu conciencia. Esta apariencia presente en la conciencia se interpreta como un suceso que se manifiesta en el espacio y el tiempo. Toda manifestación depende de la combinación de dos medios estrechamente ligados a los que se denomina espacio y tiempo. En otras palabras, en ausencia de la combinación espacio-tiempo no podría surgir en la conciencia ninguna manifestación. ¿Me sigues?

Sí, entiendo lo que dices. Pero, ¿dónde entro yo como individuo en este proceso?

Precisamente ahí reside la dificultad. Toda "existencia" es un proceso continuo de objetivación. Sólo existimos como uno de tantos objetos y, como tales, sólo en la conciencia que nos conoce. Cuando cesa la objetivación, como sucede en el sueño profundo, desaparece el universo objetivo.

Siempre que uno se concibe como una entidad aparte, como persona, no puede percibir el paisaje total de la realidad impersonal. Y la idea de una personalidad independiente se debe a la ilusión del espacio y el tiempo, los cuales no tienen existencia por sí mismos, pues sólo son instrumentos, simples medios para hacer cognoscible la manifestación.

En la conciencia sólo puede reflejarse un pensamiento, sentimiento o percepción en cada momento, pero los pensamientos, sentimientos y percepciones se presentan uno tras otro, creando la ilusión de durabilidad. La personalidad aparece entonces como resultado simplemente de la memoria, al identificar el presente con el pasado y proyectarlo al futuro. 

Piénsate efímero, sin pasado ni futuro, ¿dónde se halla entonces la personalidad? Inténtalo e indaga tú mismo. En la memoria y en la anticipación, que pertenecen una al pasado y la otra al futuro, hay una clara sensación de que existe un estado mental al cual se observa, mientras que en el ahora la sensación es básicamente la de tener conciencia y estar presente aquí y en este momento.

Creo entender. Debo sentarme en calma y tratar de captar esta forma completamente nueva de pensar.

¿Entiendes ahora en qué sentido el espacio y el tiempo, cuya disposición en la conciencia hace perceptible la manifestación, son culpables? Lo único que puedes decir con verdad es: "Yo soy" (queriendo decir con ello que lo que es, es). En el momento en que hay un pensamiento sobre "mí" como personalidad independiente, aparece lo que se denomina "esclavitud". Comprender esto es el fin de toda búsqueda.

Cuando te das cuenta de que todo lo que crees ser sólo se funda en la memoria y la anticipación, termina tu búsqueda y te mantienes alejado, con conciencia cabal de la falsedad de lo falso.



Tomado del libro:
El buscador es lo buscado
Puntos clave de la enseñanza de Nisargadatta Maharaj
Ramesh Balsekar
Imágenes de Internet
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