domingo, 6 de enero de 2019

EL CONTROL EMOCIONAL Y LA REPRESIÓN DE LOS SENTIMIENTO POSITIVOS


2. El control emocional y la represión de los sentimientos positivos

La posición de que el varón no siente, es insostenible, además de absurda. La cultura lleva siglos tratando de eliminar los sentimientos positivos en los hombres, pero no ha sido capaz. Por encima de todo, tal como lo muestra la historia, la sensibilidad masculina ha hecho de las suyas. Para sorpresa de muchos y muchas, el hombre ha dejado las huellas de su sentir en diversos campos de la creatividad humana (espiritualidad, arte, ciencia). No estoy negando la posibilidad de que el control económico y político masculino haya permitido que sobresalieran más hombres que mujeres en estas áreas, lo que simplemente estoy afirmando es que la capacidad de experimentar el afecto y emocionarse está presente en el sexo masculino. La ostentación del poder no es suficiente per se para que ocurra el fenómeno creativo: se necesita de alguien que vibre, y los hombres podemos hacerlo.

El problema del varón no es la atrofia sentimental, sino el miedo a dar rienda suelta, no selectiva, a todo el potencial afectivo con que cuenta. Como si al sentirse desbordado por la emoción se volviera más vulnerable, y por lo tanto, más atacable. Dos esquemas maladaptativos obstaculizan la comunicación afectiva masculina: "Si expreso libremente todos mis sentimientos voy a mostrarme débil y femenino, y seré rechazado", y "Si me despojo de mis defensas racionales quedaré a merced de los otros, y se aprovecharán de mí". Miedo y desconfianza en grado sumo.

En realidad, aunque la segunda creencia carece de fundamento (la gente no es tan mala), el primer pensamiento posee algo de verdad. Contrario a lo que se piensa, la literatura científica y la experiencia clínica están plagadas de casos donde a los varones no les va muy bien cuando aflojan demasiado su reserva afectiva. Las críticas llueven de lado y lado: los hombres dudan de su virilidad y las mujeres cuestionan su masculinidad. En general, los estudios sobre percepción social de la conducta afectiva masculina muestran que hay un riesgo real al rechazo. Somos demasiado suspicaces respecto a los excesos afectivos masculinos. Mientras el varón se mantenga dentro de ciertos límites, la ternura es soportada por otros hombres y casi que afrodisíaca para las mujeres, pero si se traspasa esa línea divisoria, la cosa se confunde. Veamos dos ejemplos.
Los motivos de consulta sobre maridos puro duros y demasiado suaves son más comunes de lo podría suponerse. Una paciente, no muy contenta con el estilo afectivo de su marido, me decía: "Siempre y cuando me respete, no importa que se imponga de vez en cuando... Algo de rudeza no cae mal... Me recuerda que estoy con un hombre... Pero cuando se pone muy meloso y a todo me dice que sí, lo veo como un bobo... Me provoca sacudirlo...". Ella había logrado que el esposo asistiera a una terapia conductual para volverse" más fuerte y mandón". Con el tiempo, el indeciso señor logró asumir más o menos el papel de duro, gritar de vez en cuando, quejarse por la comida y dar algunos portazos, obviamente sin sentirlo. También comenzó a llegar tarde y a hacerse el indiferente. Ya no se despedía con un beso amoroso sino con un seco adiós desde la puerta. Si la mujer no accedía a tener relaciones sexuales, ya no mostraba la comprensión que lo había caracterizado, por el contrario, la respuesta era definitivamente más primaria, salvaje y populachera: "¡En esta casa se hace el amor con o sin usted, decida!". Dejó de tener ojos sólo para ella y aprendió a deslizar pícaramente su mirada por otros cuerpos.

En fin, el marido de mi paciente decidió cambiar su estilo natural y jugar el juego del macho duro, con tal de salvar la pareja y ser aceptado por su mujer. Cuando el hombre quedó "cero kilómetro" y fue dado de alta con su flamante repertorio varonil a cuestas, mi paciente se mostró efusivamente satisfecha: "Esto sí parece un marido de verdad". No resistí la tentación de preguntarle: "¿No teme que le quede gustando el papel y se transforme realmente en un machista recalcitrante y se aproveche de usted?".

No dudó en contestar: "Tranquilo doctor, a la mona, por más que se la vista de seda, mona se queda...

Si se excede, yo lo cuadro... o usted me ayuda". A ella no le interesaba demasiado un cambio real y radical en su relación de pareja, sólo quería las ventajas aparentes de un hombre fuerte, sin perder las ventajas de un hombre dominado. Una fantasía especial y muy personalizada. Lo paradójico es que muchísimas mujeres darían cualquier cosa por cambiar a su distante marido por otro más dulce, expresivo y amoroso. Como quien dice: "Dios le da pan a quien no tiene dientes".

Pero el rechazo al varón sensible no ocurre solamente en la discreción de la relación matrimonial. A veces, la metida de pata es pública y las consecuencias, francamente funestas. Hace algunos años, cuando estaba empezando carrera, fui al cine con un grupo de amigos a ver la película Campeón, que relataba una bella y triste historia de las relaciones entre un padre viudo, boxeador, y su pequeño hijo varón. Cada uno de nosotros iba acompañado de una amiga. La mía me encantaba, y aunque la relación era reciente existía una evidente atracción mutua de la cual esperaba verme beneficiado. Al apagarse las luces, ni lerdo ni perezoso le crucé el brazo y entrelazamos nuestras manos. Todo iba a las mil maravillas, hasta que me adentré en el argumento. El guión cinematográfico era de tal intensidad dramática (ya que todo hacía prever la muerte del papá y la consecuente orfandad de un niño monito, simpático y pecoso) que al cabo de un rato más de la mitad de la sala estaba con el pañuelo en la mano. Una situación como ésta, cómoda y afín con el rol social femenino, puede convertirse en una pesadilla para un varón sensible (llorón). La tortura suele comenzar cuando una sensación de "nudo en la garganta" arremete desde adentro con el consiguiente impulso natural de lagrimear, sano y aconsejable, y una fuerza en sentido contrario infructuosamente intenta apaciguar cinco millones de años de evolución. Los diques de contención se refuerzan, se intenta tragar a toda costa, la mente piensa en cosas distintas y se esgrimen risitas tontas, mientras un clima de incomodidad e inseguridad comienza a amenazar el estatus de una supuesta masculinidad vacilante. Esta lucha interna, según mandan las costumbres, debe ser ganada por el autocontrol masculino. Por desgracia, ese día, como solía ocurrirme con cierta frecuencia, mis controles internos fallaron. Pasados algunos minutos, los mecanismos de defensa sucumbieron a la potencia avasalladora de un lloriqueo cuasi inconsolable, es decir, un llanto de esos imposibles de ocultar.

No obstante los argumentos que puedan darse en contra de la represión emocional, del derecho a sollozar y otros tantos, la realidad es que un muchacho universitario llorando a moco tendido, con pañuelo prestado, durante la película Campeón, un domingo a las cinco de la tarde, no suele ser visto como un buen partido ni siquiera por las feministas más avanzadas. Al terminar la película, con mi hombría seriamente cuestionada por el auditorio inmediato, además de cierta dificultad para respirar, se hicieron dos filas. En una iban los varones con la obvia alegría que produjo la terminación del suplicio, tratando de doblegar su activada emocionalidad, golpeándose, empujándose, burlándose de la película o simplemente hablando de cualquier cosa. En la otra, iban las mujeres "oji-hinchadas", los novios consolándolas, bastante más atrás... yo. Adiós conquista.

Tirarse a la palestra afectiva no siempre produce las positivas contingencias psicológicas y sociales esperadas. Por tal razón, aquellos varones dependientes de la aprobación de los demás, no están dispuestos a pagar el precio: "Reprimir mis sentimientos tiene sus ventajas". No estoy eximiendo de responsabilidad al varón, ni buscando culpables de la inhibición emocional masculina; en última instancia, es el hombre quien debe reestructurar su vida afectiva. Sólo estoy mostrando un hecho evidente: gran parte de la sociedad masculina y femenina aún no está preparada para ver un hombre efectivamente liberado. Esto lo saben muchos hombres, y se niegan a cambiar.
Recuerdo a un señor de unos cuarenta y cinco años, muy interesado por su crecimiento psicológico y espiritual, que fue incapaz de decirle "te quiero" a sus padres. Cuando iba a intentarlo, en el preciso momento de expresar la frase, le sobrevenía un temblor en las piernas y una especie de espasmo le impedía toda comunicación. Incluso los ojos se le llenaban de lágrimas, pero la verbalización se bloqueaba totalmente:. Muchos de mis pacientes masculinos mejorarían ostensiblemente su relación de pareja y con las demás personas si lograran comunicarse y dar retroalimentación positiva: "Estás muy linda hoy", "Me gustas", "Te admiro", "Te felicito", "Eres una gran persona (un gran amigo o un gran colaborador)", `Te aprecio", `Te necesito". El famoso y tan añorado, "Te quiero", o el posgrado, "Te amo", brillan por su ausencia. La excusa masculina siempre es la misma: "No va conmigo", "Me siento ridículo", "Es como si estuviera en una telenovela", "En realidad nunca le han enseñado", "¿Papa qué?", y muchas más.

Las mujeres casadas con hombres afectivamente inhibidos saben a la perfección que el acto sexual es, en la práctica, el único momento donde pueden disfrutar del contacto afectivo y sentir la ternura masculina en toda su magnitud. Para muchos varones, la desnudez física es el permiso para la desnudez psicológica. Los varones debemos comprendes; de una vez por todas, que esa desnudez afectiva es el mayor estimulante para la mujer. En esos instantes, la comunicación sobrepasa los umbrales de la represión y el varón se desborda en cariño (es privado y nadie puede verlo). Por desgracia, luego de la más deliciosa y tierna intimidad, todo vuelve a la "anormalidad". El gesto cambia, las caricias se alejan, la escafandra vuelve a su sitio y el varón, que hace un instante enloquecía de amor y aullaba de pasión, vuelve al más lúgubre anonimato afectivo y a la misma expresión aletargada. ¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué volvemos al mismo esquema de constipación emocional? ¿De qué nos avergonzamos? Digámonos la verdad: en el recogimiento del lecho nupcial la mayoría nos convertimos en los más ridículos monigotes del amor, decimos "cuchi-cuchi", imitamos al gato, al pato, al oso, al Topo Giggio, hablamos como el "Guille"de Mafalda, pedimos caricias, rascamos la espalda y hasta destripamos espinillas (y los más audaces hasta se disfrazan de bebé). Creo que si una cámara escondida filmara las relaciones conyugales íntimas, muchas de las películas obtenidas no entrarían en la categoría de pornográficas, sino en la de "cómicas" y "aptas para todo publico".

Pese al lado tierno que a veces aflora, las marcas generacionales han sido brutalmente instaladas en el disco duro de la mayoría de los varones: "Los hombres no lloran", "Pareces una mujercita", "No me abraces tanto", "A los hombres no se les mima", "Si muestras tu sentimientos, verán tu lado flaco", "Los hombres expresamos el amor de otra manera", "Si eres tierno, te ves ridículo", y así. Como veremos más adelante, la ausencia de un padre cariñoso que sirva de modelo afectivo ha creado un enorme vacío en la formación sentimental del hombre. Para un varón educado en la tradicional frialdad patriarcal, la comunicación afectiva es vista como una forma de flaqueza y desprotección. Es la caída de todas las defensas y la destrucción del mito en el cual se protegía esa férrea masculinidad temerosa de ser descubierta. Nos da miedo expresar lo bueno. Necesitamos estar seguros de no hacer el ridículo y de sentirnos aceptados para abrir la compuerta emocional positiva. Si las condiciones de seguridad no están dadas, nos enconchamos. El despojo de nuestros mecanismos de defensa requiere tiempo, paciencia y altas cantidades de comprensión femenina.



Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

LA VERDADERA RELIGIÓN


sábado, 5 de enero de 2019

UNA SIMPLE HOJA


GOOGLE


Larry Page: un motor de búsqueda para todo el mundo

«Preocúpese por los usuarios y todo lo demás vendrá por sí solo.»

Buscar cualquier tipo de información haciendo un solo clic en el ratón no sería tan fácil sin la existencia de Larry Page, el cofundador de Google.

Su pasión por los ordenadores comenzó a la temprana edad de seis años. Siguiendo la tradición familiar, se matriculó, al igual que su padre, en la East Lansing High School. Se graduó con honores en la Universidad Estatal de Michigan, donde obtuvo una licenciatura en Ciencias de la Computación. Obtuvo su doctorado en Ciencias Informáticas en la Universidad de Stanford.

Durante el doctorado conoció a Sergey Brin, con el que años más tarde, concretamente en 1998, se aventuraría a crear el motor de búsqueda Google. El funcionamiento de este buscador está basado en la tecnología PageRank, que consiste en la ordenación de las páginas por orden de importancia mediante una familia de algoritmos.

Sin embargo, Google no se ha quedado solamente en un motor de búsqueda de información en internet, sino que es mucho más; se ha convertido en un foco de admiración y devoción de millones de usuarios de todo el mundo. Pero ¿cuáles son los secretos de Google para haberse transformado en unos pocos años en un fenómeno de tal magnitud?

Según el estudioso francés Bernard Girard, los secretos de Google son los siguientes:

  • Larry Page sabe cómo convencer a otras personas para que le sigan, es ambicioso e inteligente. No le basta con hacer una fortuna, además quiere cambiar el mundo y de alguna manera lo ha logrado.
  • A diferencia de otras empresas, la mayoría de los productos de Google son gratuitos. Como ejemplos importantes podemos mencionar el propio buscador Google, GMail, Google Docs, Blogger, Google Analytics y muchos más. Lo que podía antes ser calificado como absurdo, ha sido la clave del gran éxito de Google: llegar al mayor número de personas posible, las cuales son clientes potenciales para servicios de pago como AdWords, el principal medio de ingresos para esta compañía.
  • Los creadores de Google nunca se atuvieron a las reglas tradicionales de negocios; ellos crearon sus propias reglas en todos los sentidos. En lugar de hacer un plan de negocios detallado explicando cómo ganar dinero, ellos comenzaron por conseguir público de forma masiva y después se preguntaron cómo obtendrían el dinero.
  • El trío que dirige actualmente la compañía —la estructura de tres cabezas: Eric Schmidt, Larry Page y Sergey Brin— ha contribuido a que ninguno de estos exitosos empresarios se despegue del suelo y a tomar mejores decisiones al contar con más puntos de vista.
  • Google cuenta con un estricto método de selección de personal que sólo permite que las mejores mentes formen parte de la empresa.
  • La empresa está continuamente ofreciendo nuevas funcionalidades sin desechar las anteriores.

Pero, sin duda alguna, algo fundamental en el éxito de Google es haber logrado que millones de usuarios estén satisfechos, lo que ha permitido a la empresa obtener rentabilidad de sus servicios.

ALGUNAS INSPIRACIONES DE LARRY PAGE

«Básicamente, nuestro objetivo es organizar la información mundial y hacerla universalmente accesible y útil.»

«No tenemos tantos ejecutivos como deberíamos; preferimos tener de menos que de más.»

«El motor de búsqueda más avanzado sería aquel que entendiera todo en el mundo, y que siempre te diera la 
respuesta correcta. Aún nos queda muchísimo para llegar a eso.»

«Tenemos un mantra: “No seas malo”, lo que implica hacer las cosas lo mejor que sabemos para los usuarios, 
para nuestros clientes, para todo el mundo.»



Del libro:
El mapa del tesoro
Álex Rovira/
Francesc Miralles
Fotografía tomada de internet

viernes, 4 de enero de 2019

RECONCILIARNOS CON NUESTRO PASADO


El miedo original no solo se origina en nuestro nacimiento y nuestra infancia, sino que aglutina tanto nuestro miedo como el miedo de nuestros ancestros. De un modo u otro, hemos heredado el miedo de nuestros ancestros, que pasaron hambre y sufrieron otros peligros y se vieron obligados a atravesar situaciones muy ansiosas. Cada uno de nosotros lleva, en su interior, ese miedo. Y como ese miedo nos hace sufrir, la situación empeora. Nos preocupamos por nuestra seguridad, por nuestro trabajo y por nuestra familia. Nos preocupamos por las amenazas externas y, aun cuando no suceda nada malo, ello no impide que sigamos sintiendo miedo. 

En cierta ocasión, un joven estadounidense llegó, con un grupo, a Plum Village con la intención de practicar la meditación. Yo le sugerí la posibilidad de escribir una carta de amor, a su padre o a su madre (que debo decir que es una forma de práctica meditativa), independientemente de que hubieran o no fallecido. Pero el joven en cuestión no pudo hacerlo porque, cada vez que pensaba en su padre, sufría. Su padre había muerto y no podía reconciliarse con él. Durante su infancia, le había aterrorizado tanto que ahora temía hasta escribirle una carta. No podía pensar en su padre y mucho menos escribirle. 

Dadas esas circunstancias le propuse que practicara durante una semana el siguiente ejercicio: «Inspiro y me veo como un niño de cinco años. Espiro y sonrío a ese niño de cinco años». 

Los niños son muy frágiles y vulnerables. Basta con una mirada severa de su padre para que su corazón se sienta herido. Si tu padre te dice que te calles, te sientes herido. Eres muy sensible. A veces quieres decir algo, pero como no encuentras las palabras, tu padre se impacienta y te ordena callar, lo que es como si te echasen encima una jarra de agua helada. Te duele tanto que la próxima vez ni siquiera te atreves a intentarlo. A partir de ese momento, la comunicación con tu padre se convierte en algo muy difícil. «Inspiro y me veo como un niño de cinco años. Espiro y sonrío a ese niño de cinco años». 
Y ese niño necesita tu atención, pero tú estás tan ocupado que no tienes tiempo para dedicarle. Te consideras un adulto, pero en el fondo sigues siendo un niño herido y temeroso. 

Por ello cuando al inspirar te ves como un niño pequeño y frágil, de tu corazón brota la compasión. Y cuando al espirar le sonríes, esa sonrisa es una expresión de tu comprensión y de tu compasión. 

El niño que hay dentro de cada uno de nosotros puede sufrir mucho. Cuando eras pequeño, te sentiste profundamente afectado por las decisiones que tomaban los adultos que te rodeaban. Un niño es muy impresionable. Aun antes de nacer, el niño escucha sonidos y puede distinguir las canciones de los gritos. Por ello, si realmente quieres a tu hijo, le rodearás, aun antes de nacer, de amor. El amor debe comenzar muy pronto. 

Hay muchos jóvenes que afirman odiar a sus padres o madres. A veces me dicen, de un modo tan claro como fuerte: «No quiero tener nada que ver con ellos». Están tan enfadados con sus padres que quieren cortar toda relación. Hay ocasiones en que existen buenas razones para querer separarse física o emocionalmente de los padres, especialmente cuando uno se ha visto, en algún que otro sentido, maltratado por ellos. Y también hay veces en que tenemos miedo de que, si permanecemos cerca de ellos, nos tornemos vulnerables y vuelvan a dañarnos. 

Pero resulta imposible, por más que nos neguemos a ver a nuestros padres o a hablar con ellos, cortar toda relación. Por más que afirmemos odiarles, somos hijos de nuestra madre y de nuestro padre y en nosotros se perpetúan. 

Nos guste o nos desagrade, somos una prolongación de nuestra madre y de nuestro padre. Esa es una situación que, por más enfadados que estemos con ellos, nunca podremos cambiar. De ese modo, acabaremos enfadándonos con nosotros mismos. Necesitamos reconciliarnos con nuestros padres interiores, necesitamos hablar con ellos y encontrar una forma de coexistencia pacífica. Si entendemos ese punto, la reconciliación será posible. 

Somos capaces de grandes cambios, tanto internos como en nuestra capacidad de influir en el mundo que nos rodea. Pero a menudo estamos tan asustados que no sabemos bien qué hacer. Basta entonces con practicar el caminar conscientemente y el respirar conscientemente para cultivar la energía de la plena conciencia y de la comprensión. Es la comprensión la que nos libera del miedo, de la ira, del odio, etcétera. El amor solo puede crecer en el suelo de la comprensión. 

Cuando decimos que cuerpo y mente están conectados, no nos referimos tan solo a nuestro cuerpo y a nuestra mente individual. En nosotros se almacena todo nuestro linaje familiar y espiritual. En todas y cada una de las células de tu cuerpo puedes conectar con la presencia de tu madre y de tu padre. Pero la cosa no se limita a tu padre y a tu madre, sino que también incluye a tus abuelos y bisabuelos. Ten esto muy en cuenta y verás que eres su prolongación. Quizás creías que tus ancestros habían dejado de existir, pero, según los científicos, tus ancestros siguen presentes en la herencia genética que impregna todas y cada una de las células de tu cuerpo. Y lo mismo podríamos decir de nuestros descendientes. Tú estarás también presente en todas y cada una de las células de su cuerpo y en la conciencia de todos aquellos con quienes hayas establecido contacto. 

Piensa en un ciruelo. En cada una de las ciruelas hay un hueso. 

Ese hueso contiene un ciruelo y todas las generaciones precedentes de ciruelos. El hueso de ciruelo contiene un número infinito de ciruelos. 

Dentro de él hay una inteligencia, una sabiduría, que sabe cómo convertirse en un ciruelo y cómo crear ramas, hojas, flores y nuevos ciruelos. No podría hacerlo por sí solo. Solo puede hacerlo porque ha heredado la experiencia y la adaptación de generaciones de ancestros precedentes. Lo mismo sucede contigo. Tú posees la sabiduría y la inteligencia necesarias para convertirte en un ser humano porque has heredado la inmensa riqueza acumulada no solo por tus ancestros familiares, sino también por tus ancestros espirituales. 

Tus ancestros espirituales están en ti porque no hay modo alguno de separar naturaleza de aprendizaje. La educación modifica tu naturaleza heredada. Tu espiritualidad y tu práctica de la atención plena, que son partes de tu vida cotidiana, impregnan también todas y cada una de las células de tu cuerpo. Y tus ancestros espirituales están también, en consecuencia, en todas y cada una de las células de tu cuerpo. Es imposible negar su presencia. 

Algunos tuvimos padres maravillosos, mientras que otros tuvieron padres que sufrieron mucho e hicieron sufrir mucho a su pareja y a sus hijos. Del mismo modo, hay quienes tienen ancestros de sangre admirables y otros que presentan rasgos negativos de los que no podemos estar tan orgullosos. Pero todos ellos son, en cualquier caso, ancestros nuestros. También podemos tener ancestros espirituales que no solo no nos ayuden, sino que hasta nos dañen. Pero por más enfadados que estemos con ellos, no dejan de ser nuestros ancestros. 
No podemos desembarazarnos de ellos. Son una realidad que está en nuestro interior, en nuestro cuerpo, en nuestra mente y en nuestro espíritu. La aceptación incondicional es el primer paso imprescindible para abrir la puerta al milagro del perdón.


Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

¿MANIPULACIONES O DISCIPLINA DE GUERRERO?


jueves, 3 de enero de 2019

EL AGUA


Le cayó muy simpático. Caetano no lo conocía. El muchacho, que andaba por la playa vendiendo cangrejos, lo invitó a dar una vuelta en su barca: 

—Me gustaría —dijo Caetano—, pero no puedo. Tengo cosas que hacer. Compras, trámites... 

Y en barca fueron. Recorriendo la ciudad por sus orillas, fueron al mercado y al banco y al correo y a todos los lugares donde Caetano debía ir. De cuando en cuando se detenían, por el puro gusto, a contemplar Bahía desde la bahía, y era una fiesta demorarse flotando. 

Así, Caetano Veloso fue descubriendo una ciudad nueva. El la conocía, y muy mucho, pero no sabía que la conocía de espaldas. Nunca la había andado así, desde lo mojado, desde lo callado. Una ciudad era la ciudad caminada por las calles donde la gente no puede estarse quieta, luces que bailan, colores que gritan, y otra ciudad, muy otra, era la ciudad navegada por las silenciosas aguas donde no hay más alboroto que el de la espuma. Vista desde la barca, Bahía también era una barca, una serena barca disfrazada de tierra loca por lo mucho que le gustan los disfraces. Las calles no morían en la mar: en la mar nacían. En la mar no estaban las afueras de Bahía de San Salvador, sino sus adentros. 

A la caída de la tarde, la barca devolvió a Caetano a la playa donde lo había recogido. Y entonces Caetano quiso saber cómo se llamaba aquel muchacho que le había revelado la otra ciudad. De pie sobre la barca, el cuerpo negro brillando a la luz del último sol, el muchacho dijo su nombre: 

—Yo me llamo Marco Polo. Marco Polo Mendes Pereira.


Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

QUIEN NO QUIERE ESTAR CONTIGO


miércoles, 2 de enero de 2019

OCHO ELEFANTES BLANCOS


El discípulo quería elaborarlo todo a través del entendimiento intelectual. Sólo confiaba en la razón y estaba encerrado en la propia jaula de su lógica. Visitó al mentor espiritual y le preguntó:

--Señor, ¿quién sostiene el mundo?

El mentor repuso:

--Ocho elefantes blancos.
--¿Y quién sostiene a los ocho elefantes blancos? -preguntó intrigado el discípulo.
--Otros ocho elefantes blancos.

***

El Maestro dice: El pensamiento es limitado. Una nueva energía de conocimiento aparece cuando cesa el pensamiento. 


Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet

¡NO PUEDO VIVIR SIN ÉL!


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