domingo, 6 de enero de 2019

EL CONTROL EMOCIONAL Y LA REPRESIÓN DE LOS SENTIMIENTO POSITIVOS


2. El control emocional y la represión de los sentimientos positivos

La posición de que el varón no siente, es insostenible, además de absurda. La cultura lleva siglos tratando de eliminar los sentimientos positivos en los hombres, pero no ha sido capaz. Por encima de todo, tal como lo muestra la historia, la sensibilidad masculina ha hecho de las suyas. Para sorpresa de muchos y muchas, el hombre ha dejado las huellas de su sentir en diversos campos de la creatividad humana (espiritualidad, arte, ciencia). No estoy negando la posibilidad de que el control económico y político masculino haya permitido que sobresalieran más hombres que mujeres en estas áreas, lo que simplemente estoy afirmando es que la capacidad de experimentar el afecto y emocionarse está presente en el sexo masculino. La ostentación del poder no es suficiente per se para que ocurra el fenómeno creativo: se necesita de alguien que vibre, y los hombres podemos hacerlo.

El problema del varón no es la atrofia sentimental, sino el miedo a dar rienda suelta, no selectiva, a todo el potencial afectivo con que cuenta. Como si al sentirse desbordado por la emoción se volviera más vulnerable, y por lo tanto, más atacable. Dos esquemas maladaptativos obstaculizan la comunicación afectiva masculina: "Si expreso libremente todos mis sentimientos voy a mostrarme débil y femenino, y seré rechazado", y "Si me despojo de mis defensas racionales quedaré a merced de los otros, y se aprovecharán de mí". Miedo y desconfianza en grado sumo.

En realidad, aunque la segunda creencia carece de fundamento (la gente no es tan mala), el primer pensamiento posee algo de verdad. Contrario a lo que se piensa, la literatura científica y la experiencia clínica están plagadas de casos donde a los varones no les va muy bien cuando aflojan demasiado su reserva afectiva. Las críticas llueven de lado y lado: los hombres dudan de su virilidad y las mujeres cuestionan su masculinidad. En general, los estudios sobre percepción social de la conducta afectiva masculina muestran que hay un riesgo real al rechazo. Somos demasiado suspicaces respecto a los excesos afectivos masculinos. Mientras el varón se mantenga dentro de ciertos límites, la ternura es soportada por otros hombres y casi que afrodisíaca para las mujeres, pero si se traspasa esa línea divisoria, la cosa se confunde. Veamos dos ejemplos.
Los motivos de consulta sobre maridos puro duros y demasiado suaves son más comunes de lo podría suponerse. Una paciente, no muy contenta con el estilo afectivo de su marido, me decía: "Siempre y cuando me respete, no importa que se imponga de vez en cuando... Algo de rudeza no cae mal... Me recuerda que estoy con un hombre... Pero cuando se pone muy meloso y a todo me dice que sí, lo veo como un bobo... Me provoca sacudirlo...". Ella había logrado que el esposo asistiera a una terapia conductual para volverse" más fuerte y mandón". Con el tiempo, el indeciso señor logró asumir más o menos el papel de duro, gritar de vez en cuando, quejarse por la comida y dar algunos portazos, obviamente sin sentirlo. También comenzó a llegar tarde y a hacerse el indiferente. Ya no se despedía con un beso amoroso sino con un seco adiós desde la puerta. Si la mujer no accedía a tener relaciones sexuales, ya no mostraba la comprensión que lo había caracterizado, por el contrario, la respuesta era definitivamente más primaria, salvaje y populachera: "¡En esta casa se hace el amor con o sin usted, decida!". Dejó de tener ojos sólo para ella y aprendió a deslizar pícaramente su mirada por otros cuerpos.

En fin, el marido de mi paciente decidió cambiar su estilo natural y jugar el juego del macho duro, con tal de salvar la pareja y ser aceptado por su mujer. Cuando el hombre quedó "cero kilómetro" y fue dado de alta con su flamante repertorio varonil a cuestas, mi paciente se mostró efusivamente satisfecha: "Esto sí parece un marido de verdad". No resistí la tentación de preguntarle: "¿No teme que le quede gustando el papel y se transforme realmente en un machista recalcitrante y se aproveche de usted?".

No dudó en contestar: "Tranquilo doctor, a la mona, por más que se la vista de seda, mona se queda...

Si se excede, yo lo cuadro... o usted me ayuda". A ella no le interesaba demasiado un cambio real y radical en su relación de pareja, sólo quería las ventajas aparentes de un hombre fuerte, sin perder las ventajas de un hombre dominado. Una fantasía especial y muy personalizada. Lo paradójico es que muchísimas mujeres darían cualquier cosa por cambiar a su distante marido por otro más dulce, expresivo y amoroso. Como quien dice: "Dios le da pan a quien no tiene dientes".

Pero el rechazo al varón sensible no ocurre solamente en la discreción de la relación matrimonial. A veces, la metida de pata es pública y las consecuencias, francamente funestas. Hace algunos años, cuando estaba empezando carrera, fui al cine con un grupo de amigos a ver la película Campeón, que relataba una bella y triste historia de las relaciones entre un padre viudo, boxeador, y su pequeño hijo varón. Cada uno de nosotros iba acompañado de una amiga. La mía me encantaba, y aunque la relación era reciente existía una evidente atracción mutua de la cual esperaba verme beneficiado. Al apagarse las luces, ni lerdo ni perezoso le crucé el brazo y entrelazamos nuestras manos. Todo iba a las mil maravillas, hasta que me adentré en el argumento. El guión cinematográfico era de tal intensidad dramática (ya que todo hacía prever la muerte del papá y la consecuente orfandad de un niño monito, simpático y pecoso) que al cabo de un rato más de la mitad de la sala estaba con el pañuelo en la mano. Una situación como ésta, cómoda y afín con el rol social femenino, puede convertirse en una pesadilla para un varón sensible (llorón). La tortura suele comenzar cuando una sensación de "nudo en la garganta" arremete desde adentro con el consiguiente impulso natural de lagrimear, sano y aconsejable, y una fuerza en sentido contrario infructuosamente intenta apaciguar cinco millones de años de evolución. Los diques de contención se refuerzan, se intenta tragar a toda costa, la mente piensa en cosas distintas y se esgrimen risitas tontas, mientras un clima de incomodidad e inseguridad comienza a amenazar el estatus de una supuesta masculinidad vacilante. Esta lucha interna, según mandan las costumbres, debe ser ganada por el autocontrol masculino. Por desgracia, ese día, como solía ocurrirme con cierta frecuencia, mis controles internos fallaron. Pasados algunos minutos, los mecanismos de defensa sucumbieron a la potencia avasalladora de un lloriqueo cuasi inconsolable, es decir, un llanto de esos imposibles de ocultar.

No obstante los argumentos que puedan darse en contra de la represión emocional, del derecho a sollozar y otros tantos, la realidad es que un muchacho universitario llorando a moco tendido, con pañuelo prestado, durante la película Campeón, un domingo a las cinco de la tarde, no suele ser visto como un buen partido ni siquiera por las feministas más avanzadas. Al terminar la película, con mi hombría seriamente cuestionada por el auditorio inmediato, además de cierta dificultad para respirar, se hicieron dos filas. En una iban los varones con la obvia alegría que produjo la terminación del suplicio, tratando de doblegar su activada emocionalidad, golpeándose, empujándose, burlándose de la película o simplemente hablando de cualquier cosa. En la otra, iban las mujeres "oji-hinchadas", los novios consolándolas, bastante más atrás... yo. Adiós conquista.

Tirarse a la palestra afectiva no siempre produce las positivas contingencias psicológicas y sociales esperadas. Por tal razón, aquellos varones dependientes de la aprobación de los demás, no están dispuestos a pagar el precio: "Reprimir mis sentimientos tiene sus ventajas". No estoy eximiendo de responsabilidad al varón, ni buscando culpables de la inhibición emocional masculina; en última instancia, es el hombre quien debe reestructurar su vida afectiva. Sólo estoy mostrando un hecho evidente: gran parte de la sociedad masculina y femenina aún no está preparada para ver un hombre efectivamente liberado. Esto lo saben muchos hombres, y se niegan a cambiar.
Recuerdo a un señor de unos cuarenta y cinco años, muy interesado por su crecimiento psicológico y espiritual, que fue incapaz de decirle "te quiero" a sus padres. Cuando iba a intentarlo, en el preciso momento de expresar la frase, le sobrevenía un temblor en las piernas y una especie de espasmo le impedía toda comunicación. Incluso los ojos se le llenaban de lágrimas, pero la verbalización se bloqueaba totalmente:. Muchos de mis pacientes masculinos mejorarían ostensiblemente su relación de pareja y con las demás personas si lograran comunicarse y dar retroalimentación positiva: "Estás muy linda hoy", "Me gustas", "Te admiro", "Te felicito", "Eres una gran persona (un gran amigo o un gran colaborador)", `Te aprecio", `Te necesito". El famoso y tan añorado, "Te quiero", o el posgrado, "Te amo", brillan por su ausencia. La excusa masculina siempre es la misma: "No va conmigo", "Me siento ridículo", "Es como si estuviera en una telenovela", "En realidad nunca le han enseñado", "¿Papa qué?", y muchas más.

Las mujeres casadas con hombres afectivamente inhibidos saben a la perfección que el acto sexual es, en la práctica, el único momento donde pueden disfrutar del contacto afectivo y sentir la ternura masculina en toda su magnitud. Para muchos varones, la desnudez física es el permiso para la desnudez psicológica. Los varones debemos comprendes; de una vez por todas, que esa desnudez afectiva es el mayor estimulante para la mujer. En esos instantes, la comunicación sobrepasa los umbrales de la represión y el varón se desborda en cariño (es privado y nadie puede verlo). Por desgracia, luego de la más deliciosa y tierna intimidad, todo vuelve a la "anormalidad". El gesto cambia, las caricias se alejan, la escafandra vuelve a su sitio y el varón, que hace un instante enloquecía de amor y aullaba de pasión, vuelve al más lúgubre anonimato afectivo y a la misma expresión aletargada. ¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué volvemos al mismo esquema de constipación emocional? ¿De qué nos avergonzamos? Digámonos la verdad: en el recogimiento del lecho nupcial la mayoría nos convertimos en los más ridículos monigotes del amor, decimos "cuchi-cuchi", imitamos al gato, al pato, al oso, al Topo Giggio, hablamos como el "Guille"de Mafalda, pedimos caricias, rascamos la espalda y hasta destripamos espinillas (y los más audaces hasta se disfrazan de bebé). Creo que si una cámara escondida filmara las relaciones conyugales íntimas, muchas de las películas obtenidas no entrarían en la categoría de pornográficas, sino en la de "cómicas" y "aptas para todo publico".

Pese al lado tierno que a veces aflora, las marcas generacionales han sido brutalmente instaladas en el disco duro de la mayoría de los varones: "Los hombres no lloran", "Pareces una mujercita", "No me abraces tanto", "A los hombres no se les mima", "Si muestras tu sentimientos, verán tu lado flaco", "Los hombres expresamos el amor de otra manera", "Si eres tierno, te ves ridículo", y así. Como veremos más adelante, la ausencia de un padre cariñoso que sirva de modelo afectivo ha creado un enorme vacío en la formación sentimental del hombre. Para un varón educado en la tradicional frialdad patriarcal, la comunicación afectiva es vista como una forma de flaqueza y desprotección. Es la caída de todas las defensas y la destrucción del mito en el cual se protegía esa férrea masculinidad temerosa de ser descubierta. Nos da miedo expresar lo bueno. Necesitamos estar seguros de no hacer el ridículo y de sentirnos aceptados para abrir la compuerta emocional positiva. Si las condiciones de seguridad no están dadas, nos enconchamos. El despojo de nuestros mecanismos de defensa requiere tiempo, paciencia y altas cantidades de comprensión femenina.



Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet
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