sábado, 15 de septiembre de 2018

INTRODUCCIÓN SIN MIEDO


Nuestra vida está llena de momentos extraordinarios y de momentos espantosos. Pero son muchos los casos en los que, detrás de la alegría, se oculta, por más contentos que parezcamos, el miedo. 

Tenemos miedo a que este momento concluya, a no lograr lo que queremos, a perder lo que amamos o a quedarnos desprotegidos. Pero el mayor de los miedos suele ser el conocimiento de que, un buen día, nuestro cuerpo dejará de funcionar. Por ello, por más arropados que nos hallemos por las condiciones que la acompañan, la felicidad nunca es completa. 

Creemos que, para ser más felices, debemos reprimir e ignorar el miedo. Negamos el miedo porque nos incomoda pensar en las cosas que nos asustan. Pero, por más que nos empeñemos en ignorarlo y nos digamos «No quiero pensar en ello», el miedo sigue presente. 

El único modo de liberarnos del miedo y ser realmente felices consiste en reconocerlo y ver profundamente en su fuente. Dejemos de querer escapar del miedo, permitamos que aflore en nuestra conciencia y mirémoslo directa y fijamente a los ojos. 

Tenemos miedo a cosas externas que no podemos controlar. Nos preocupa enfermar, envejecer y perder lo que queremos. Por ello nos aferramos a las cosas que nos interesan, como nuestra posición, nuestras propiedades y nuestros seres queridos. Pero esa identificación no pone fin al miedo porque, un buen día, ya no podremos seguir cargando con todas esas cosas y deberemos abandonarlas. 

Tal vez creamos que, si los ignoramos, nuestros miedos de-saparecerán, pero lo cierto es que, por más profundamente que las enterremos, nuestras preocupaciones y ansiedades siguen afectándonos y haciéndonos sufrir. Por mucho miedo que tengamos a perder nuestro poder, siempre podemos mirarlo a la cara y dejar de estar a su merced. 

De ese modo, podremos sustraernos a su influjo y transformarlo. La práctica de vivir plenamente en el presente, a la que llamamos plena conciencia, puede proporcionarnos el valor necesario para enfrentarnos a nuestros miedos sin vernos empujados ni arrastrados por ellos. Estar plenamente atento significa ver profundamente, conectar con nuestra verdadera naturaleza de interser y reconocer que nunca hemos perdido nada.


Extracto del libro:
Miedo Vivir en el presente para superar nuestros temores
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet

HALAGOS-INSULTOS


viernes, 14 de septiembre de 2018

TRES DEBILIDADES PSICOLÓGICAS MASCULINAS


Aunque las fragilidades psicológicas masculinas podrían llenar varios tomos de una enciclopedia (ellas irán apareciendo a lo largo del presente texto), aquí sólo señalaré tres miedos básicos, por lo general encubiertos por el ego, comunes a casi todas las culturas, altamente dañinos y mortificantes para aquellos varones que aún se empecinan en ser duros, intrépidos y osados. 

Éstos son: 1) el miedo al miedo, 2) el miedo a estar afectivamente solo y 3) el miedo al fracaso.

Veamos cada uno en detalle.

1. El miedo al miedo

Un hombre miedoso no es bien visto en ninguna parte. Es posible que algunas mujeres de fuerte instinto maternal se sientan momentáneamente enternecidas, o que algunos varones voluntarios de la Cruz Roja Internacional se apiaden, pero a la larga o a la corta un desprecio ancestral y muy visceral hace su aparición. Como sí no hiciera honor a su especie o pusiera en peligro la subsistencia de la misma, el varón cobarde es segregado y seriamente cuestionado, no sólo por las mujeres, sino también y principalmente por los hombres.

Hace unos años, después de haberme separado, fui a vivir a un nuevo apartamento. Recuerdo que el portero encargado, un hombre de unos sesenta años, tal vez por mi condición de "solo", se mostraba especialmente amable y colaborador. Siempre interpreté su actitud servicial como una forma de solidaridad y complicidad de género. Cuando yo llegaba con una amiga me abría la puerta del garaje con un guiño, o si recibía alguna visita femenina, su anuncio llevaba implícito un tono de anuencia con licencia para delinquir. Como si dijera: "Picarón... Picarón... Otra más... Bendito seas entre los varones de este mundo. ..Ya que yo no puedo, hazlo por mí...". Al otro día, si yo salía a trotar por la mañana, me saludaba con una sonrisa, una palmadita en la espalda y un comentario agradable sobre el clima y la salud: "¿Muy cansado el doctor?". Aunque mis reuniones con el sexo opuesto no superaban la media estadística de cualquier "soltero normal", mi amigo el portero comenzó a verme como una especie de ejemplo masculino: "El maestro". Me subía el periódico de primero, vivía pendiente de mi correspondencia y de mi carro, en fin, una especie de mayordomo inglés, con toque latino y comunitario.
Cuando encendí la luz, descubrí que mi pesadilla se había hecho realidad: ¡en mi cuarto había un murciélago!, que por su tamaño debió haber sido pariente directo de Batman. El miedo a las mariposas negras, a las asquerosas cucarachas y a los atrevidos murciélagos, es uno de los legados genéticos de la familia de mi madre, que he tenido que aceptar e intentar vencer sin demasiado éxito; pero un murciélago en mi dormitorio, era demasiado. Luego de una especie de guerra campal durante media hora, en la cual yo intentaba infructuosamente que el animal saliera por el balcón (pienso que él intentaba que yo también hiciera lo mismo), decidí recurrir a mi amigo el conserje. En realidad, en esos angustiosos momentos de taquicardia, piloerección y sudor frío, más que conserje era un ángel de la guarda. Cuando lo desperté y le conté atropelladamente mi drama, su preocupación inicial se fue convirtiendo en desconcierto y luego en curiosidad: no sabía si era en serio o en broma. Subió al apartamento y con la agilidad de un cazador, escoba en mano, mató al animal, lo tomó del ala y lo escudriñó como tratando de entender el origen de mi miedo. Por último me lo mostró, mientras decía lacónicamente:" ¿Qué quiere que haga con él?". Sólo atiné a contestarle que lo tirara lo más lejos posible, lo abracé y le di efusivamente las gracias. Sin embargo, al despedirlo pude percibir en su rostro un gesto apocado y una mirada de profunda decepción mal disimulada.

Al cabo de unos días, el desencanto inicial de aquella noche se había transformado en indiferencia.

SIN LÍMITES


martes, 11 de septiembre de 2018

ARMAR EL MUNDO*


Un científico que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para disminuirlos. Pasaba días enteros en su laboratorio, buscando respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo de 7 años invadió ese santuario con la intención de ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, intentó hacer que el niño fuera a jugar en otro sitio. Viendo que sería imposible sacarlo de allí, procuró distraer su atención. Arrancó la hoja de una revista en la que se representaba el mundo, lo cortó en varios pedazos con unas tijeras y se lo entregó al niño con un rollo de cinta adhesiva, diciéndole:

—¿Te gustan los rompecabezas? Voy a darte el mundo para arreglar. Aquí está, todo roto. ¡Mira si puedes arreglarlo bien!

Calculó que al niño le llevaría días recomponer el mapa. Pocas horas después, oyó que lo llamaba:

—¡Papá, papá, lo hice! ¡Conseguí terminar todo!

Al principio, el científico no dio crédito a las palabras del niño. Era imposible que, a su edad, hubiera recompuesto un mapa que jamás había visto. Entonces levantó los ojos de sus anotaciones, seguro de que vería un trabajo digno de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo: todas las piezas estaban en el sitio indicado.

—Tú no sabías cómo es el mundo, hijo, ¿cómo lo conseguiste?

DOGMAS SUPLANTADOS POR DOGMAS


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