En aquel tiempo vivía en el campo, en los alrededores de Edo (hoy Toquio ), un viejo monje de una gran sabiduría. Era conocido hasta en las más lejanas provincias del imperio del Sol Naciente por su gran piedad y su constante buen humor. Toshibu sonreía a todos y a todo. Aceptaba las vicisitudes de la existencia con una perfecta ecuanimidad. Un día uno de sus discípulos más asiduos se atrevió a preguntarle:
-Maestro, ¿ qué es lo que hace que tengáis el corazón tan alegre, que nada parece afectaros, ni el frío, ni la sed, ni el hambre, y ni siquiera la maldad de los hombres?
-Voy a confiarte mi secreto -dijo Toshibu-. Cada vez que suena la campanilla de plata que ves suspendida en mi puerta, tengo que contenerme para no ponerme a bailar, de tan vivo como es mi placer y grande mi alegría ...
Ahora bien, este discípulo, a pesar de sus demostraciones de piedad, tenía mal corazón. Era envidioso y estaba celoso de la felicidad de los demás. Decidió robar la campanilla de plata para conocer a su vez la alegría perpetua. Una noche se apoderó de la campana del maestro Toshibu, la escondió bajo su manto y corrió hasta su casa. Al día siguiente la suspendió en la puerta de entrada y se dispuso a gozar de una felicidad inefable. Esperó. En vano.