Mostrando las entradas con la etiqueta Sergi Torres. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Sergi Torres. Mostrar todas las entradas

viernes, 28 de octubre de 2022

EL DOLOR DE QUERER SER MEJOR PERSONA


Tratar de ser mejor persona sin antes asumir nuestra imperfección humana, nos impide descubrir nuestra perfección universal.

Cuando estaba a punto de cumplir tres años, nació mi hermano y sentí por primera vez una sensación desconocida hasta ese momento. De repente tenía un competidor ante mí y sentí el deseo de ser mejor. A los cinco años entré en el colegio y pasé a tener cuarenta competidores en mi aula. A pesar del empeño de mis maestros para que fuera mejor persona, éste no daba fruto. Mi cerebro disléxico pasaba desapercibido y nunca tuve la sensación de encajar en un sistema educativo basado en la mejora personal.

Hoy en día me pregunto por qué ser mejor persona sin antes comprenderme, respetarme y aceptarme. De hecho, ¿cómo se llega a eso de ser mejor sin antes estar en paz con uno mismo?¿Por qué debería dejarme guiar por el deseo de ser una mejor persona si ese deseo nace de un autorrechazo?

Nos hemos convencido de que hay un «yo» mejor u otra emoción mejor de la que estamos sintiendo ahora. Pero no es así. En este momento no existe un «tú» mejor que el de este momento. Tampoco hay nada mejor que sentir ahora que lo que estás sintiendo ahora, simplemente porque esto es lo que estás sintiendo ahora.

Para muchas personas esto puede significar hastío, desmotivación o tirar la toalla, pero es justo lo contrario. Es recoger la toalla y empezar a asumir nuestra experiencia tal como es. Lo llaman vivir plenamente y no se enseña en los colegios ni se ve en los mejores cines. Se aprende mirándose uno mismo con una mirada respetuosa y de aceptación.

Estamos viviendo una vida humana que, a fecha de hoy, implica lo que implica. Pero puedo asegurarte que todos disponemos de todo lo que necesitamos para vivirla. Puedo asegurarlo porque me he encontrado con muchas personas con vidas llenas de sufrimiento que hallaron la valentía de vivirlas. Fueron personas que habían sido violadas, otras maltratadas, otras habían perdido a un hijo o se encontraban en fase terminal de una enfermedad.

Estas personas que acudieron a mí para que las ayudara a vivir sus procesos terminaron convirtiéndose en mis maestros. Todas ellas me mostraron que detrás de esa situación estaba su capacidad de vivirla con plenitud. Porque lo único que se nos pide es la decisión de ser honestos con nosotros mismos y abrirnos a un autodescubrimiento que viene dado de forma natural dentro de esas situaciones. Esta decisión de la que hablamos aquí, insisto, no te la puede enseñar nadie. Esta decisión te pertenece a ti descubrirla, llevándola a cabo. Y ¿cómo se lleva a cabo? Decidiendo ser honestos con nosotros mismos y abrirnos a un autodescubrimiento.

Pasar de sufrir a aprender a gozar; lo siento, pero no es cuestión de lo que ocurre en nuestras vidas, sino de nuestra decisión de vivirlas abiertamente. Nos olvidamos de cómo respirar y de cómo asumir las situaciones tal como ocurren, porque estamos dormidos, anestesiados, hipnotizados por el deseo de ser distintos de como nos vemos.

La inseguridad es una de las farsas más grandes que los seres humanos hemos inventado. Hemos convertido la atención natural que surge del ser en una temerosa alerta mental basada en la inseguridad, inseguridad por cómo nos sentimos, inseguridad por cómo nos relacionamos con los demás, inseguridad hacia nuestra vida.

Imagínate un ser viviendo una vida de la cual se siente inseguro. Eso implica un gran caos mental y una gran angustia emocional. Por un lado su ser le pide abrirse a la vida y descubrir que él es la vida y, simultáneamente, la mente le dice que tenga cuidado porque esa vida no se merece su confianza.

La inseguridad es totalmente insoportable. Es tan insoportable que terminamos culpando a todo lo que nos rodea de aquello que sucede en nosotros. Sin embargo, dentro de una lógica universal, nada ni nadie culpa a nadie ni a nada de cómo es su propia existencia.

Muy pocas personas se dan cuenta de que existir como existen es impresionante, y eso ocurre porque estamos habituados a sufrir en lugar de vivir. Apenas nadie es feliz por el hecho de existir. Esto que acabas de leer es suficiente como para sentarse y quedarse mirando esta idea un buen rato.

Permíteme insistir de nuevo. Si tú estás viviendo una vida humana, te aseguro que tienes a tu disposición todo lo que necesitas para vivirla. Ya contienes en ti todo el potencial para vivirla plenamente.

Si yo trato de ser un ser humano perfecto, voy a tener que negar primero mi estado mental de imperfección. Entonces voy a empezar a esconderme, a no mostrarme, para que no vean cuán imperfecto soy. Mientras no deje de temer el mostrar cuán imperfecto soy, no podré ver la perfección que existe detrás de mis creencias.

Vivimos intentando hacer todo bien, cuando en realidad somos pura perfección universal, pero dentro de unas coordenadas espacio-temporales donde aún no se contempla esa perfección. Quizá haya llegado el momento de descansar de esa lucha interior. Quizá es hora de mirar con respeto hacia ti. Quizá te ha llegado el momento de disfrutar de la película, en lugar de tratar de maquillar constantemente al protagonista de las historias proyectadas en una pantalla.

Todo lo que buscamos actualmente se encuentra en la práctica sostenida de contemplar los pensamientos sin creérnoslos a ciegas. Tarde o temprano descubres que te has estado engañando de forma repetida durante toda tu vida, creyendo ser quien piensas que eres en lugar de ser lo que eres en verdad.



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

miércoles, 7 de septiembre de 2022

LA FUENTE DE LA EXISTENCIA


 

¿QUÉ HAY DE MALO EN SER COMO ERES?


Pocos se dan cuenta de que nuestra atención debe recaer sobre la fuente de la existencia y no sobre la pequeña anécdota del cómo existo.

Somos una expresión de amor perfecto que se encuentra dentro de unas coordenadas humanas que son temporales. Dentro de estas coordenadas nos encanta ser un «yo», verlo evolucionar, vivir sus procesos y sobre todo que sea lo más personal posible. Curiosamente detrás de ese «yo» al que tanto adoramos y atendemos existe una belleza indescriptible y que todos añoramos desde lo más íntimo de nuestro corazón. Esta belleza se recuerda cuando te permites ser tú mismo.

Cuando un ser humano se permite ser él mismo, ha pasado de antemano por asumir sus miedos, sus sombras, sus errores, sus recuerdos insatisfechos y sus soledades no acompañadas. Todo eso forma parte de esa belleza invisible.

Ahora, permíteme preguntarte quién te ha dicho a ti que tienes que ser de otra manera. Y más interesante todavía, ¿por qué te has creído que tienes que ser de otra manera?

Los seres humanos actualmente vivimos dentro de un mundo fabricado por imágenes mentales a las que hemos llamado historias y éstas, a su vez, viven en conflicto entre sí dentro de nuestra cabeza.

Ahora atento, que aquí viene el making of (o cómo se hizo) de la película. Primero construimos una imagen de nosotros mismos basada en nuestros recuerdos y creencias acerca de cómo creemos que somos. A esta imagen mental la llamamos «yo soy así», y una vez que ya está imaginada, le otorgamos un estatus de realidad. Simultáneamente, creamos otra imagen de cómo creemos que deberíamos ser. Esta segunda imagen también es imaginada en base a las mismas creencias y recuerdos con los que hemos imaginado la imagen anterior, pero a esta nueva la llamamos «yo quisiera ser así». A esta segunda imaginación también la elevamos al ámbito de los hechos, pero en este caso es un hecho condicionado, porque aquí el hecho es que cuando sea como deseo ser, sí que seré feliz.

Pocas personas son conscientes de que los dos «hechos» son espejismos, y que por lo tanto no son distintos entre sí. Es decir, que la imagen «yo soy así» y la imagen «yo quisiera ser así» son la misma en esencia. Las vemos distintas porque las juzgamos de diferente manera. A la primera la juzgamos como una imagen actual e insatisfactoria o en algunos casos indeseable, y a la segunda como una imagen futura satisfactoria y deseable. Sin embargo, honestamente, las dos coexisten dentro de la misma cabeza y las dos son imaginadas simultáneamente en el mismo momento presente.

Hasta aquí puede parecer un proceso de autodesprecio bastante elaborado, pero este proceso de fabricación de ficciones mentales no se termina aquí. Ahora viene el toque magistral. El proceso termina cuando nosotros mismos otorgamos la sensación de realidad a las dos imágenes mentales. ¿Cómo hacemos eso? Poniéndolas en conflicto entre sí. ¿Cómo? No queriendo ser la que sí creo ser yo y sí queriendo ser la que no creo ser yo aún. Loquísimo, ¿verdad?

Cuando les damos utilidad y un sentido de acción a las imaginaciones, éstas pasan a parecer definitivamente reales. Este último movimiento mental es el que nos impide salir con facilidad de estas dinámicas de las que parecemos ser víctimas, cuando en realidad somos su causa.

Llegado a este lugar de la mente, si indagas con valentía, descubrirás que para querer ser mejor persona y alcanzar los ideales sociomorales de hoy en día, primero tienes que menospreciar tu presencia juzgándote como inapropiado, y luego, querer alcanzar en un futuro una imagen que piensas que es mejor. Quizá haya llegado el momento de no hacerlo más y liberarnos de nuestras propias fantasías mentales.

Solemos contarnos la atroz historia de que debemos mejorar o ser de otra manera distinta sin tener en cuenta de dónde provienen esas ganas de cambio. Por regla general el grado de autoescucha no es suficientemente profundo como para darnos cuenta del autorrechazo que esconde dicho deber.

Esta idea de mejora suele nacer de un no quiero ser así y este no quiero ser así encierra mucho miedo, culpa, soledad y dolor. Es desde este autorrechazo y automenosprecio desde donde solemos diseñar nuestros deseos más anhelados, en aras del progreso y la mejora. Detrás de la gran mayoría de nuestras buenas intenciones de mejorar, escondemos nuestro deseo de evadirnos de todo este escenario interior que hemos descrito.

Si en verdad queremos vivir una transformación y no un cambio anecdótico que nos lleve a más de lo mismo, debemos empezar a atender a la conciencia. Ella contiene el potencial de transformar todo aquello de lo que uno es consciente. Eso implica que nos abramos a aceptar aquello que vemos en nosotros para que la conciencia pueda «tocar» esa imagen. Sin embargo, lo impedimos con el hábito de autorrechazarnos.

Y ¿qué ocurre cuando somos conscientes de algo de lo que no queremos ser conscientes? Pues que nos convertimos en nuestro propio obstáculo ante un proceso natural que lo único que busca es ofrecernos una imagen real de nosotros mismos enmarcada dentro de un contexto universal. Cuando no queremos ser conscientes de algo, sin darnos cuenta nos oponemos al universo entero.

Vemos cómo reaccionamos ante ciertas situaciones cotidianas, cómo sufrimos por tonterías o cómo nos enfadamos por cosas que no son importantes, y no queremos ser así. Incluso ni siquiera queremos equivocarnos mientras aprendemos. Llegamos, en algunas ocasiones, a pensar que somos unos desgraciados y tampoco queremos serlo. Al no querer ser así, decidimos retirar la conciencia de ello para no vivirlo y de esta forma impedimos la transformación natural de esa imagen mental que veíamos y, al retirar nuestra conciencia, ampliamos nuestro campo de inconsciencia.

Imagina el estado mental y emocional de un ser vivo que, siendo consciente de sí mismo, usara esa conciencia para rechazarse. No queremos ser de la manera que creemos que somos. Tampoco queremos cuestionar ni por un instante la veracidad de nuestra imagen personal. Nos asusta darnos cuenta de que no somos como pensamos que somos.

¿Qué hay de malo en ser como eres si eso que crees ser es sólo una imagen en tu mente? ¿Estás dispuesto a dejar de luchar con sombras para centrarte en conocer tu verdadera identidad universal?



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

domingo, 4 de septiembre de 2022

EL HIPNOTIZADOR MUNDO DE LAS OPINIONES


¿Por qué debería hacer caso de mis opiniones si ninguna de ellas me dice la verdad?

¿Has observado alguna vez, de forma detallada, el mecanismo de la creación de una opinión? Y, sobre todo, ¿has observado sus efectos en ti y en lo que te rodea?

Sabemos que una opinión es una interpretación que da fe de nuestra versión de los hechos, y no una descripción fehaciente de la realidad. A pesar de ello, usamos las opiniones como herramientas descriptivas, con la intención de poder comprender lo que sucede y poder dar así una respuesta coherente ante ello.

Esta forma de responder al mundo a través de nuestro punto de vista implica que nuestra respuesta nunca se ciña a la realidad, sino a nuestra perspectiva personal, perdiendo, de este modo, toda coherencia. Otra forma de verlo sería darnos cuenta de que nuestras respuestas ante cualquier situación son simples réplicas de nuestra forma de ver las cosas. De ahí que nuestras decisiones y nuestros actos sean resultado de una previa interpretación personal de algo que en realidad no entendemos ni conocemos.

A esta forma de actuar la llamamos reaccionar, y al reaccionar, en lugar de crear comprensión, lo que hacemos es accionar nuestra incomprensión. Esto implica un nivel nulo de creatividad y un impedimento al conocimiento.

Una opinión nubla nuestra mirada a la hora de conocer lo que sucede ante nosotros, e incluso nubla la mirada interna que nos muestra quienes somos. No somos una opinión y la vida tampoco lo es. Sin embargo, nos seguimos relacionando los unos con los otros convulsivamente desde nuestras opiniones. ¿Adivinas por qué? Porque pensamos que sin ellas no podríamos vivir. Llegamos a ser tan arrogantes que pensamos que sin nuestras opiniones este mundo no tendría sentido.

Ahora bien, imagínate desprenderte en este mismo momento de toda opinión. ¿Puedes intuir tu estado mental? Muchas personas aún no ven la paz y la presencia que existe detrás de nuestra cortina de opiniones. Aún se percibe esta posibilidad de «libre de opiniones» como una seria amenaza a la cordura.

Vinculamos la pérdida del uso de la razón a un caos inminente, sin percatarnos de que en realidad esto es también una opinión. Esta última opinión acerca de la pérdida de opiniones es básica para los «opinadores» (Homo Sapiens Opinador), pues sin ella seríamos conscientes de nuestra profunda ignorancia. Eso nos degradaría de Homo Sapiens (hombre sabio) a Homo Insciens (hombre ignorante) y nuestro estado evolutivo actual de Homo Sapiens Arrogante no nos permitiría jamás dicha degradación.

Hoy en día, no saber nada aún es signo de desprestigio personal y de mucha inseguridad. Sin embargo, asumir nuestra ignorancia nos da pistas muy claras de dónde no se encuentra el conocimiento. En el hipnotizador mundo de las opiniones sólo existe el intento infructuoso de convertir interpretaciones imaginadas en hechos verdaderos.

Una opinión es un capricho selecto de la mente que lo usa para formar un punto de vista y desde él establecer su propia realidad. Desde nuestra realidad personal damos origen al resto de juicios y opiniones que se justifican unas a las otras dando un falso sentido a nuestras respuestas, comportamientos, actitudes y hábitos. Todo esto finalmente es usado para fabricar una identidad propia llamada «yo soy así», pero que no se sustenta en ninguna realidad estable. A esta identidad autofabricada a base de opiniones subjetivas la llamamos «yo».

El «yo» no es más que un mero punto de vista. Un anecdótico punto de vista rodeado de la vastedad infinita y eterna de la conciencia. No es de extrañar, entonces, que cuando vivimos afincados en nuestro «yo» eso incluya sentir soledad y aislamiento. No es de extrañar tampoco que desde nuestro «yo» necesitemos ser respetados, reconocidos, amados, encontrados, valorados. ¿Qué sentido tiene sostener y aferrarse a un punto de vista que para poder existir tiene que hacerlo de forma aislada y en contraposición a todo?

Es posible que al leer estas palabras tu mente ya haya opinado que opinar, entonces, debe de ser malo. Esto, de nuevo, es una reacción. También la llamamos el «más de lo mismo», y es en el mundo del «más de lo mismo» donde viven la mayoría de las culturas y sociedades de los últimos miles de años.

Lo que exponemos aquí, al igual que en el resto de este libro, no tiene la intención de que opines sobre ello ni de que cambies tus opiniones. Lo que opinas ahora no nos interesa para nada. Nos interesa el potencial creativo que escondes detrás de tus opiniones.

Fíjate que esto no es un menosprecio a tu manera de pensar personal. En realidad es un aprecio a tu potencial como ser universal. No es que estemos menospreciando la paja, sino que estamos apreciando el grano que, al ser una semilla, está llamado a dar fruto.

Dicho esto, puedes, si lo deseas, acompañarnos y descubrir tu potencial creativo que está llamado a viajar conscientemente dentro del mundo opinado y convertirlo en una vía de transformación profunda.

Observa y verás. Sin duda verás que detrás de cada sensación o emoción que sientes hay una opinión tuya generándolas. Una vez vistas, pregúntate si esta opinión acerca de esta persona o acerca de esta situación concreta es totalmente cierta. Luego puedes preguntarte, cómo viviría esto que sucede sin mi opinión, cómo vería a esta persona sin mi opinión.

Observa de nuevo y verás, también, que este tipo de autocuestionamiento pasa por alto lo que opinamos, porque su atención está puesta en la verdad y no en nuestra versión de la verdad. Fíjate como todo lo que pensamos tiene implícita la sensación de que es verdad por el mero hecho de que nosotros lo pensamos. A esto muchos lo han llamado seguridad en uno mismo, pero se llama arrogancia.

Esta modalidad de pensamiento está de moda desde hace ya unos miles de años. Y es extraño porque, a pesar de que ya caducó hace mucho, por alguna razón misteriosa seguimos prefiriendo vivir bajo este estilo mental. Esto se debe a su invisibilidad. La arrogancia suele ser invisible porque ella misma es un desenfoque, y al ser un desenfoque no permite ver con claridad. Es por eso por lo que los arrogantes no sabemos que lo somos. Fascinante ¿verdad?

Lo más interesante de este modo de pensamiento arrogante no es su desenfoque, sino su gran potencial de reenfocarse. De la arrogancia a la humildad sólo hay un paso de distancia y este paso es la honestidad. Sólo los humildes son conscientes de su arrogancia mental y la aceptan gustosamente debido a su gran honestidad. La honestidad es el final de la lucha contra uno mismo. El final del miedo a ver lo que uno ve de sí mismo con esa mirada desenfocada.



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet

viernes, 26 de agosto de 2022

TODO SOMOS NOSOTROS


 

TODO OCURRE EN TU MENTE


Nuestra vida no es una teoría, ni una técnica, ni una opinión, es pura conciencia, pura experiencia.

Nuestra experiencia de vida nunca nos habla acerca del otro, siempre nos habla de nosotros. En el momento en el que somos conscientes de algo, eso de lo que somos conscientes forma parte de nuestra consciencia y por lo tanto de nosotros. Habla de nosotros, porque en realidad todo somos nosotros a pesar de que nuestra manera de ver las cosas nos diga lo contrario.

Permíteme expresarlo con un ejemplo práctico para que podamos andar hacia dentro. Separados por muy pocas horas entre sí, llegaron a mí estos dos comentarios escritos por dos personas distintas y dirigidos hacia mi persona.

Primer comentario:

«Haces que las personas se olviden de vivir y vivan escuchando las innecesarias reflexiones que haces, te crees que lo sabes todo como si fuera tu décima vida. Actúas como una secta y no ayudas en nada. […] para ti esto sólo es un negocio, el negocio de hacer creer que te importan los demás y tal vez puedan sentir respeto hacia ti. Para mí sólo eres un farsante de filosofía barata.»

Segundo comentario:

«A mí estos cursos new age de cojo de aquí y pego de allí me parecen una gran estafa y un generar frustración a la gente. Pareciera que Sergi trata de engrandecer su propio ego más que ayudar a la gente, no es honesto. Sergi siempre me parece que dice un montón de chorradas insustanciales, pero no deja de sorprenderme que haya gente que lo siga. Otro gurú de la new age.»

En el momento en el que soy consciente de estas palabras, pasan a formar parte de mi conciencia. Dicho de otra manera, soy consciente de estos dos comentarios porque en realidad están en mi conciencia. Esto implica que yo debo estar pensando lo mismo que piensan estas dos personas, pero justo hasta el momento de leer estas palabras no era consciente de ello. Gracias a estos dos comentarios recibidos ya puedo ver esos pensamientos y asumirlos. Lo que se ocultaba en mi inconsciente ha sido revelado y ahora puedo verlo con total claridad.

En este momento, también puedo ver qué emociones en mí, de las que tampoco era consciente, están vinculadas a estos pensamientos de mi mente. Si soy honesto, veré que el dolor que siento al leer estas palabras es exactamente el mismo dolor que sienten estas personas al expresarlas. Esta mirada me permite unirme a ellos en lugar de rechazarlos y huir.

Llegado a este punto y sólo llegado a este punto, puedo dejar de responsabilizar a los demás de lo que yo siento y pienso. Ahora uno puede recuperar el poder que ha dispersado otorgándoles a los demás una responsabilidad que no les pertenece, ya que le pertenece a uno mismo.

Lo expresado hasta aquí no tiene mucho mérito por mi parte, pues no lo hubiera podido hacer sin la ayuda de estas dos personas que, seguramente sin ser conscientes de ello, me estaban ayudando a liberarme de esas ideas. Si bien mi mérito es muy poco, sí se requiere de una disposición a querer ver lo que se esconde detrás de mi dolor, en lugar de reaccionar como lo hice durante toda mi vida.

A partir de aquí se pone en marcha un proceso natural, en el que, ahora sí, mi mérito es ninguno. Es cuando el corazón se abre y abraza el dolor, los pensamientos, la situación y a estas dos personas. Así es como el agradecimiento emerge. Y no me refiero a un agradecimiento por sus opiniones, sino por su ayuda.

Esta apertura de corazón es un gesto natural que siempre tiene lugar. Pero no podemos ser conscientes de él sin antes darle la bienvenida a aquello que reaparece de nuestro inconsciente.

Si al sentir el dolor uno se niega a querer sentirlo, va a tener que encontrar una causa externa a sí mismo para poder justificar que este dolor no es responsabilidad propia. Una vez encontrado el motivo, vas a creer ciegamente que tienes que reaccionar ante ello para evitar que siga sucediendo. Al reaccionar se detiene el proceso en el que el inconsciente dolido se hace consciente para ser sanado.

En este ejemplo de los dos comentarios, yo podría reaccionar de dos maneras distintas. Una, contestando a estas personas amablemente, tratando de demostrarles que están equivocadas, o dos, insultándolas directamente. Ambas reacciones son una huida y sólo sirven para devolver el dolor a las catacumbas de mi inconsciente. Al no asumir la energía de mis emociones, esta regresaría tarde o temprano detonada quizá por un nuevo comentario. Esta repetición de ciertas situaciones incómodas no es debido a una misteriosa maldición, sino a la bendición de la vida que ofrece sus recursos para que podamos ver donde no alcanzamos a ver. Y de este modo conocer dónde aún no estamos dispuestos a amar. Porque al final es de eso de lo que se trata, de amar.

Volvamos a lo práctico. Todo esto que hemos visto hasta ahora implica que desde algún lugar de mí yo también pienso que soy un «farsante», que hago «filosofía barata», que digo «un montón de chorradas», pero hasta este momento no era consciente de estos pensamientos.

Gracias a Dios, hay un impulso profundo del ser que toma la decisión de que ha llegado el momento de asumir ese nivel de inconsciencia y liberarnos de ser esclavos de ello. Y aquí viene lo magistral de la conciencia universal. En ese justo momento y no en otro, ocurren las situaciones que tienen que ocurrir y no otras, para que uno vea y escuche alto y claro los gritos no escuchados de su propia sombra.

Lo que hemos expuesto hasta ahora no es una técnica, ni un ejercicio, ni una meditación. Es una decisión. Nadie puede enseñarnos a tomar esta decisión. Si los demás no son en realidad los responsables de cómo nos sentimos frente a sus comentarios, tampoco un maestro es el responsable de enseñarnos a tomar esta decisión. La decisión está ahí no para aprenderla, sino para tomarla.

Muchos papás y mamás creen que gracias a ellos sus hijos aprendieron a ir en bicicleta. Sin embargo, muy probablemente hubieran aprendido de forma más natural sin las interferencias de los adultos. La decisión de sus hijos de querer aprender a ir en bicicleta es lo que les permitió exponerse al aprendizaje y terminar aprendiendo. Esa decisión no es «aprendible» sólo es «decidible».

Cuando empezamos a decidir vivir la práctica, es posible que lo primero que pensemos es que es muy difícil hacerlo. En realidad, esa sensación de dificultad es un autoengaño que surge de otra decisión más poderosa e inconsciente de no querer vivir la práctica. Qué quiero decir con esto: que aún queremos seguir creyendo que los demás son los responsables de lo que sentimos y que sí, que son muy bonitas las ideas espirituales, pero que aún no estamos dispuestos a dar el paso que sólo a nosotros nos pertenece dar. Aún tememos lo suficiente al dolor como para no querer asumirlo y permitirle así seguir dirigiendo nuestra vida.

Una vez que creemos que hemos superado este autoengaño, suele volver a aparecer, pero de una forma mucho más disimulada. Ahora surge en forma de pregunta: ¿Cuánto tiempo voy a tener que estar asumiendo mi dolor para liberarme de él definitivamente? Esta pregunta desplaza la atención a la decisión presente hacia la expectativa en un resultado futuro. Creemos estar dispuestos a tomar la decisión, pero en realidad no es así. Detrás de esta pregunta se oculta un interés personal que desea rechazar el dolor porque seguimos temiéndole.

Fíjate que lo que hemos propuesto y lo que plantea la «pregunta disimulada» son dos acciones completamente distintas, pero igualadas de forma inconsciente para que parezcan la misma. Querer asumir el dolor y preguntarse cuánto tiempo voy a tener que hacerlo parecen tener el mismo propósito. Sin embargo, la propuesta es asumir el dolor para hacerlo consciente y la «pregunta disimulada» sigue temiendo al dolor.

Decidir vivir y dar la bienvenida a lo que ocurre para así autodescubrirnos implica presente y honestidad. Sin embargo, esperar que con ello se pueda resolver por fin el inconsciente, implica futuro y expectativas.

Finalmente, aprendemos a usar nuestra mente incisiva, que es aquella que no duda a la hora de decidir cruzar nuestras catacumbas mentales y aprender a decidir sentarnos en el momento presente y ver lo que vemos. Esto es tan simple y poderoso que nos da miedo y al darnos miedo nos parece difícil, pero cuando uno se decide por asumir su integridad, todo termina en agradecimiento de forma natural.



Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...