Nuestra vida no es una teoría, ni una técnica, ni una opinión, es pura conciencia, pura experiencia.
Nuestra experiencia de vida nunca nos habla acerca del otro, siempre nos habla de nosotros. En el momento en el que somos conscientes de algo, eso de lo que somos conscientes forma parte de nuestra consciencia y por lo tanto de nosotros. Habla de nosotros, porque en realidad todo somos nosotros a pesar de que nuestra manera de ver las cosas nos diga lo contrario.
Permíteme expresarlo con un ejemplo práctico para que podamos andar hacia dentro. Separados por muy pocas horas entre sí, llegaron a mí estos dos comentarios escritos por dos personas distintas y dirigidos hacia mi persona.
Primer comentario:
«Haces que las personas se olviden de vivir y vivan escuchando las innecesarias reflexiones que haces, te crees que lo sabes todo como si fuera tu décima vida. Actúas como una secta y no ayudas en nada. […] para ti esto sólo es un negocio, el negocio de hacer creer que te importan los demás y tal vez puedan sentir respeto hacia ti. Para mí sólo eres un farsante de filosofía barata.»
Segundo comentario:
«A mí estos cursos new age de cojo de aquí y pego de allí me parecen una gran estafa y un generar frustración a la gente. Pareciera que Sergi trata de engrandecer su propio ego más que ayudar a la gente, no es honesto. Sergi siempre me parece que dice un montón de chorradas insustanciales, pero no deja de sorprenderme que haya gente que lo siga. Otro gurú de la new age.»
En el momento en el que soy consciente de estas palabras, pasan a formar parte de mi conciencia. Dicho de otra manera, soy consciente de estos dos comentarios porque en realidad están en mi conciencia. Esto implica que yo debo estar pensando lo mismo que piensan estas dos personas, pero justo hasta el momento de leer estas palabras no era consciente de ello. Gracias a estos dos comentarios recibidos ya puedo ver esos pensamientos y asumirlos. Lo que se ocultaba en mi inconsciente ha sido revelado y ahora puedo verlo con total claridad.
En este momento, también puedo ver qué emociones en mí, de las que tampoco era consciente, están vinculadas a estos pensamientos de mi mente. Si soy honesto, veré que el dolor que siento al leer estas palabras es exactamente el mismo dolor que sienten estas personas al expresarlas. Esta mirada me permite unirme a ellos en lugar de rechazarlos y huir.
Llegado a este punto y sólo llegado a este punto, puedo dejar de responsabilizar a los demás de lo que yo siento y pienso. Ahora uno puede recuperar el poder que ha dispersado otorgándoles a los demás una responsabilidad que no les pertenece, ya que le pertenece a uno mismo.
Lo expresado hasta aquí no tiene mucho mérito por mi parte, pues no lo hubiera podido hacer sin la ayuda de estas dos personas que, seguramente sin ser conscientes de ello, me estaban ayudando a liberarme de esas ideas. Si bien mi mérito es muy poco, sí se requiere de una disposición a querer ver lo que se esconde detrás de mi dolor, en lugar de reaccionar como lo hice durante toda mi vida.
A partir de aquí se pone en marcha un proceso natural, en el que, ahora sí, mi mérito es ninguno. Es cuando el corazón se abre y abraza el dolor, los pensamientos, la situación y a estas dos personas. Así es como el agradecimiento emerge. Y no me refiero a un agradecimiento por sus opiniones, sino por su ayuda.
Esta apertura de corazón es un gesto natural que siempre tiene lugar. Pero no podemos ser conscientes de él sin antes darle la bienvenida a aquello que reaparece de nuestro inconsciente.
Si al sentir el dolor uno se niega a querer sentirlo, va a tener que encontrar una causa externa a sí mismo para poder justificar que este dolor no es responsabilidad propia. Una vez encontrado el motivo, vas a creer ciegamente que tienes que reaccionar ante ello para evitar que siga sucediendo. Al reaccionar se detiene el proceso en el que el inconsciente dolido se hace consciente para ser sanado.
En este ejemplo de los dos comentarios, yo podría reaccionar de dos maneras distintas. Una, contestando a estas personas amablemente, tratando de demostrarles que están equivocadas, o dos, insultándolas directamente. Ambas reacciones son una huida y sólo sirven para devolver el dolor a las catacumbas de mi inconsciente. Al no asumir la energía de mis emociones, esta regresaría tarde o temprano detonada quizá por un nuevo comentario. Esta repetición de ciertas situaciones incómodas no es debido a una misteriosa maldición, sino a la bendición de la vida que ofrece sus recursos para que podamos ver donde no alcanzamos a ver. Y de este modo conocer dónde aún no estamos dispuestos a amar. Porque al final es de eso de lo que se trata, de amar.
Volvamos a lo práctico. Todo esto que hemos visto hasta ahora implica que desde algún lugar de mí yo también pienso que soy un «farsante», que hago «filosofía barata», que digo «un montón de chorradas», pero hasta este momento no era consciente de estos pensamientos.
Gracias a Dios, hay un impulso profundo del ser que toma la decisión de que ha llegado el momento de asumir ese nivel de inconsciencia y liberarnos de ser esclavos de ello. Y aquí viene lo magistral de la conciencia universal. En ese justo momento y no en otro, ocurren las situaciones que tienen que ocurrir y no otras, para que uno vea y escuche alto y claro los gritos no escuchados de su propia sombra.
Lo que hemos expuesto hasta ahora no es una técnica, ni un ejercicio, ni una meditación. Es una decisión. Nadie puede enseñarnos a tomar esta decisión. Si los demás no son en realidad los responsables de cómo nos sentimos frente a sus comentarios, tampoco un maestro es el responsable de enseñarnos a tomar esta decisión. La decisión está ahí no para aprenderla, sino para tomarla.
Muchos papás y mamás creen que gracias a ellos sus hijos aprendieron a ir en bicicleta. Sin embargo, muy probablemente hubieran aprendido de forma más natural sin las interferencias de los adultos. La decisión de sus hijos de querer aprender a ir en bicicleta es lo que les permitió exponerse al aprendizaje y terminar aprendiendo. Esa decisión no es «aprendible» sólo es «decidible».
Cuando empezamos a decidir vivir la práctica, es posible que lo primero que pensemos es que es muy difícil hacerlo. En realidad, esa sensación de dificultad es un autoengaño que surge de otra decisión más poderosa e inconsciente de no querer vivir la práctica. Qué quiero decir con esto: que aún queremos seguir creyendo que los demás son los responsables de lo que sentimos y que sí, que son muy bonitas las ideas espirituales, pero que aún no estamos dispuestos a dar el paso que sólo a nosotros nos pertenece dar. Aún tememos lo suficiente al dolor como para no querer asumirlo y permitirle así seguir dirigiendo nuestra vida.
Una vez que creemos que hemos superado este autoengaño, suele volver a aparecer, pero de una forma mucho más disimulada. Ahora surge en forma de pregunta: ¿Cuánto tiempo voy a tener que estar asumiendo mi dolor para liberarme de él definitivamente? Esta pregunta desplaza la atención a la decisión presente hacia la expectativa en un resultado futuro. Creemos estar dispuestos a tomar la decisión, pero en realidad no es así. Detrás de esta pregunta se oculta un interés personal que desea rechazar el dolor porque seguimos temiéndole.
Fíjate que lo que hemos propuesto y lo que plantea la «pregunta disimulada» son dos acciones completamente distintas, pero igualadas de forma inconsciente para que parezcan la misma. Querer asumir el dolor y preguntarse cuánto tiempo voy a tener que hacerlo parecen tener el mismo propósito. Sin embargo, la propuesta es asumir el dolor para hacerlo consciente y la «pregunta disimulada» sigue temiendo al dolor.
Decidir vivir y dar la bienvenida a lo que ocurre para así autodescubrirnos implica presente y honestidad. Sin embargo, esperar que con ello se pueda resolver por fin el inconsciente, implica futuro y expectativas.
Finalmente, aprendemos a usar nuestra mente incisiva, que es aquella que no duda a la hora de decidir cruzar nuestras catacumbas mentales y aprender a decidir sentarnos en el momento presente y ver lo que vemos. Esto es tan simple y poderoso que nos da miedo y al darnos miedo nos parece difícil, pero cuando uno se decide por asumir su integridad, todo termina en agradecimiento de forma natural.
Extracto del libro:
¿Me acompañas?
Sergi Torres
Fotografía de Internet
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