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viernes, 10 de julio de 2020

LA FRUSTRACIÓN DEL ABURRIMIENTO

Pregunta 12:

Me siento atrapado. La frustración del aburrimiento aumenta cuando pienso que cualquier cosa que yo haga es un frenesí absurdo.
¿Qué es exactamente el aburrimiento?


Osho responde:


El aburrimiento es una de las cosas más importantes de la vida humana. Sólo el hombre es capaz de aburrirse; ningún otro animal puede aburrirse. El aburrimiento existe únicamente cuando la mente empieza a aproximarse a la iluminación. El aburrimiento es el polo opuesto de la iluminación. Los animales no pueden alcanzar la iluminación, y por tanto, tampoco pueden aburrirse.

El aburrimiento simplemente demuestra que estás tomando conciencia de la inutilidad de la vida, de su rueda repetitiva. Ya has hecho todas esas cosas; nada funciona. Ya has hecho todos esos viajes; nada sale de ellos. El aburrimiento es la primera señal de que estás logrando una gran comprensión de la inutilidad, del sinsentido de la vida.

Puedes reaccionar ante el aburrimiento de dos maneras. Una es lo que hace la mayoría de las personas: escapar de él, evitarlo, no mirarlo a la cara, no enfrentarse con él, dejarlo atrás y huir, dedicarte a cosas que te mantengan ocupado, que puedan convertirse en obsesiones, que te alejen tanto de las realidades de la vida que no vuelvas a ver surgir el aburrimiento.

Por eso se han inventado el alcohol, las drogas. Son formas de escapar del aburrimiento. Pero en realidad no se puede escapar de él; sólo se puede evitar una temporada. El aburrimiento volverá una y otra vez, y cada vez con más fuerza. Puedes escaparte entregándote al sexo, a comer demasiado, a la música, a miles de cosas, pero el aburrimiento volverá. No es algo que pueda evitarse; forma parte del desarrollo humano. Hay que enfrentarse a él.
La otra respuesta es enfrentarse con él, meditar sobre él, ser él. Eso es lo que hizo Buda bajo el árbol bodhi, eso es lo que llevan haciendo los que practican el zen desde hace siglos.

¿Qué es exactamente la meditación? Enfrentarse al aburrimiento es meditación. ¿Qué es lo que hace el meditador? Sentado en silencio, o controlando la respiración, ¿crees que se entretiene con esas cosas? ¡Se aburre terriblemente! Por eso el maestro zen va con un bastón en la mano, porque los que se aburren se quedan dormidos. No hay otra escapatoria; por lo menos pueden dormirse. No pueden escapar. Se inician en la disciplina zen por voluntad propia; no pueden escapar. Pero siempre hay una posibilidad de escapar: dormir, y olvidarse de todo. Por eso nos sentimos somnolientos durante la meditación.

En la meditación hay que esforzarse únicamente por una cosa: abúrrete pero no escapes, y mantente alerta, porque si te duermes has escapado. ¡Mantente alerta! Observa, sé testigo. Si está ahí, está ahí. Hay que mirarlo, penetrar en el núcleo.

Si sigues indagando en el aburrimiento sin escapar, llegará la explosión. Un día, de repente, al adentrarte en las profundidades del aburrimiento, penetrarás en tu propia nada, El aburrimiento es la tapadera, el contenedor de tu nada interior. Si escapas del aburrimiento, escaparás de tu nada. Si no escapas del aburrimiento, si empiezas a vivir con él, si empiezas a aceptarlo, a recibirlo… En eso consiste la meditación: en aceptar el aburrimiento, en adentrarte en él tú solo, sin esperar a que llegue, sino buscándolo.

Si te pasas sentado horas enteras en una postura de yoga, controlando la respiración, te aburres mortalmente. Y la enseñanza de la meditación contribuye al aburrimiento. En un monasterio zen tienes que levantarte todas las mañanas a la misma hora; todos los días, año tras año. Igual da que sea verano o invierno. Tienes que levantarte temprano, a las tres, y bañarte. Tienes que tomar el mismo té, sentarte… Los mismos gestos una y otra vez. Y durante todo el día la misma rutina; desayunar a una hora determinada, después volver a meditar, a continuación comer, también a una hora concreta… ¡y la misma comida! Todo contribuye al aburrimiento.

Y la misma ropa, el mismo monasterio, el mismo maestro todos los días circulando con el bastón. Todas las tardes tienes que asistir a una sesión con el maestro. Y las preguntas que te plantea para que medites son así de aburridas: «¿Cuál es el sonido de una mano dando palmadas?». Sólo de pensarlo te vuelves loco. «¿Cuál es el sonido de una mano dando palmadas?». No tiene respuesta, y tú lo sabes; todo el mundo sabe que no hay respuesta. Pero el maestro insiste: «Repítelo, medita sobre ello».

Está todo bajo un perfecto control. Hay que crear el aburrimiento… un aburrimiento mortal. Hay que dar entrada al aburrimiento lo más posible, fomentarlo, apoyarlo por todos lados. Las mismas tardes, la misma tarea, entonar los mismos mantras. La misma hora para ir a acostarte… Y así sucesivamente, la misma rueda. Al cabo de unos días te aburres terriblemente y no puedes escapar. No hay forma de escapar. No puedes ir a ver una película, no puedes ver la televisión, no tienes nada que te ayude a evitarlo. Te ves sumido en lo mismo una y otra vez.

Hace falta mucho valor para afrontarlo. Es casi como la muerte, más duro que la muerte, porque la muerte sobreviene cuando te quedas inconsciente. Y estás provocando todo tipo de aburrimiento. ¿Qué ocurre? En eso consiste el secreto de toda meditación: si observas, si no dejas de observar, el aburrimiento aumentará, se intensificará, hasta llegar al culmen. Nada dura eternamente; llega un punto en que la rueda se vuelve hacia el otro lado. Si puedes llegar hasta el otro extremo, al punto culminante, entonces se produce el cambio, la transformación, la iluminación, el satori o como queramos llamarlo. Y de repente un día el aburrimiento resulta excesivo. Te sientes ahogado, como si estuviera a punto de matarte. Estás rodeado por un mar de aburrimiento. Te sientes desbordado y no ves forma de escapar. Y la rueda gira. De repente el aburrimiento desaparece y llega el satori, el samadhi. Has entrado en tu nada.

Ya no habrá más aburrimiento. Has visto la nada misma de la vida. Has desaparecido… ¿Cómo vas a aburrirte? ¿Con qué? Has dejado de existir. Estás aniquilado.

Me preguntas: «¿Qué es exactamente el aburrimiento?».

Un gran fenómeno espiritual. Por eso no se aburren los búfalos; parecen contentos, felices. Sólo el ser humano se aburre. Y entre los humanos, únicamente las personas muy inteligentes, con mucho talento. Los tontos no se aburren. Se sienten felices con su trabajo, ganando dinero, engrosando su cuenta corriente, criando a sus hijos, reproduciéndose, comiendo, viendo una película, yendo a un restaurante, participando en esto y lo otro. ¡Disfrutan! No se aburren. Son los tipos más bajos; en realidad pertenecen al mundo de los búfalos. Todavía no son humanos.

Una persona se hace humana cuando empieza a sentirse aburrida. No hay más que verlo: el niño más inteligente es el que más se aburre, porque nada puede mantener su interés durante mucho tiempo. Tarde o temprano se topa con esa realidad y pregunta: «Bueno, ¿y qué? ¿Ahora qué? Ya está. He visto este juguete, lo he investigado, lo he abierto, lo he analizado, y ya está». Cuando llega a la juventud, ya está aburrido.
Buda estaba mortalmente aburrido. Abandonó su reino a la edad de veintinueve años, en la flor de la vida. Estaba mortalmente aburrido, de las mujeres, del vino, de las riquezas, de su reino, de todo. Lo había visto todo, lo había visto todo una y mil veces. Estaba aburrido. Recuerda que no renunció al mundo porque el mundo esté mal. Se suele decir que renunció al mundo porque el mundo es malo, pero eso es una tontería. Renunció al mundo porque estaba aburrido de él.

El mundo no es ni bueno ni malo. Si eres inteligente, te aburres. Si eres tonto, puedes seguir adelante. Es como un tiovivo, en el que pasas de una sensación a otra. Te interesan las banalidades, las repites una y otra vez y no eres consciente de la repetición, no te das cuenta de que ayer estabas haciendo esto, hoy lo mismo y mañana piensas hacer lo mismo. Debes de ser muy poco inteligente. ¿Cómo puede evitar la inteligencia el aburrimiento? Es imposible. Tener inteligencia significa ver las cosas como son.

Buda dejó el mundo por aburrimiento; mortalmente aburrido, huyó del mundo. ¿Y qué hizo en los bosques durante seis años? Aburrirse todavía más. ¿Qué puedes hacer todo el día sentado entre árboles, controlando la respiración, mirándote el ombligo, un día tras otro, un año tras otro? Llevó ese aburrimiento al culmen, y una noche desapareció. El aburrimiento desaparece porque sí.

Si llegas al culmen… se produce el giro. Claro que se produce. Y con ese giro, la luz penetra en tu ser… tú desapareces y sólo queda la luz. Y con la luz llega el gozo. Te llenas de alegría… no eres, pero estás lleno de alegría, sin razón alguna. Sencillamente, la alegría brota a borbotones en tu ser.

La persona normal y corriente está alegre por alguna razón, porque se ha enamorado de un hombre o una mujer y se siente alegre. Esa alegría es momentánea. Esa persona mañana estará harta de la otra y empezará a buscar de nuevo. La persona normal y corriente está contenta porque tiene un coche nuevo; mañana tendrá que empezar a buscar otro coche. Y así una y otra vez… y no se da cuenta de que al final, siempre se aburre.

Hagas lo que hagas, al final te aburrirás, porque todo produce aburrimiento. La persona inteligente lo ve, y cuanto antes lo veas más inteligente demostrarás que eres.

Entonces ¿qué queda? Entonces lo único que queda es el aburrimiento, y hay que meditar sobre eso. No hay forma de huir. Es mejor adentrarse, ver hasta dónde te lleva. Y si puedes seguir adentrándote, te llevará a la iluminación.

Sólo el ser humano puede sentir el aburrimiento, y sólo el ser humano puede alcanzar la iluminación.



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

lunes, 29 de junio de 2020

¿ES QUE NO HA NADA MÁS?


Pregunta 11:
¿Es que no hay nada más?
La vida me parece vacía, sin sentido. No dejo de pensar que tiene que haber algo más. Quiero que haya algo más.

Hay mucho más, infinitamente más, pero tu deseo erige una barrera para que no lo consigas. El deseo es como un muro que te rodea; la ausencia de deseo te abre una puerta.

Ésta es una de las leyes más paradójicas de la vida, pero también una de las más fundamentales: desea algo y lo perderás; no lo desees y lo obtendrás.

Dice Jesucristo: «Busca y hallarás», Buda dice: «No busques, porque no encontrarás». Dice Jesucristo: «Pide y se te concederá». Dice Buda: «No pidas, porque así no te será concedido». Jesucristo dice: «Llama a las puertas, y se te abrirán». Buda dice: «Espera… observa…». Las puertas no están cerradas. Si llamas, el hecho mismo de llamar demuestra que estás llamando a otro sitio —a una pared—, porque las puertas están siempre abiertas.

Jesucristo fue un iluminado, como Buda, ni más ni menos iluminado. Entonces ¿por qué esa diferencia? La diferencia se centra en las personas a las que se dirigía Jesucristo. Se dirigía a personas que no estaban iniciadas, que no estaban iniciadas en los misterios de la vida. Buda se dirige a un grupo de personas completamente distintas, los iniciados, los expertos, quienes pueden comprender lo paradójico. Lo paradójico significa lo misterioso.

Dices: «Mi vida parece vacía, sin sentido…». Te parece tan vacía y absurda porque siempre ansias más y más. Olvídate de esas ansias, y sufrirás una transformación radical. En cuanto dejas de pedir más, desaparece ese vacío. El vacío es un derivado de pedir más y más, una sombra que persigue al deseo de querer más. Deja que desaparezca el deseo y mira hacia atrás: la sombra ya no está ahí.

En eso consiste la mente, en un continuo pedir más y más. No importa que tengas esto o lo otro; la mente pedirá más. Y porque no para de pedir más te sientes vacío, como si estuvieras perdiéndote muchas cosas. Y debes comprender lo siguiente: que el vacío surge porque pides más y más. El vacío no existe, es mentira, pero te parecerá muy real cuando te quedes atrapado en la red del deseo.

Has de comprender que el deseo es la causa de tu vacío. Observa esos deseos, y al observarlos desaparecerán, y el vacío con ello. Entonces te invadirá una profunda satisfacción. Te sientes tan pleno que te desbordas. Tienes tanto que empiezas a compartir, empiezas a dar, a dar por el puro placer de dar, sin ninguna otra razón. Te conviertes en una especie de nube henchida de lluvia: el agua tiene que caer en alguna parte. Caerá incluso sobre las piedras en las que no puede crecer nada; caerá aquí y allá. La nube no va a preguntar si tiene que caer en este sitio o en el otro. Estará tan cargada de lluvia que descargará el agua donde sea.

Cuando desaparece el deseo, tu dicha es tan plena, te sientes tan contento, tan pleno de plenitud, que empiezas a compartir. Sucede porque sí. Y entonces la vida empieza a tener sentido, empieza a tener significado. Entonces surgen la poesía, la belleza, la gracia. Entonces surgen la música, la armonía… Tu vida se convierte en una danza.

Como el vacío y el sinsentido es algo que tú has hecho por ti mismo, también puedes deshacerlo. Dices: «No dejo de pensar que tiene que haber algo más». Eso es lo que crea el problema. Y yo no digo que no haya nada más; desde luego que lo hay, mucho más de lo que te imaginas. Yo lo he visto, lo he oído, lo he experimentado… ¡Hay mucho más, infinitamente mucho más! Pero nunca te pondrás en contacto con ello si tu deseo continúa. El deseo es un muro; el no deseo es un puente. La dicha es un estado de no deseo; el sufrimiento es un estado de deseo.

Dices: «Quiero que haya algo más». Cuanto más quieras más perderás. Tú puedes elegir. Si quieres seguir sufriendo, desea más y más y te perderás más y más. Recuerda que lo eliges tú, que tú eres el responsable. Nadie te obliga. Si realmente quieres ver lo que es, no te preocupes por el futuro, no ansíes algo más. Fíjate únicamente en lo que es.

La mente pide, desea, exige constantemente y crea frustraciones porque vive de expectativas. El mundo entero padece una sensación de sinsentido, por la razón de que el ser humano pide más de lo que ha pedido nunca. Por primera vez el ser humano desea más de lo que ha deseado jamás. La ciencia le ha dado tanta esperanza, lo ha apoyado tanto para que deseara más… A principios del siglo XX reinaba un gran optimismo porque la ciencia estaba abriendo nuevas puertas y todos pensaban: «Ha llegado la era dorada; está a la vuelta de la esquina. Lo hemos conseguido. Nuestros ojos verán el paraíso sobre la tierra». Y naturalmente todo el mundo empezó a desear más y más.

El paraíso no ha descendido a la tierra. Por el contrario, la tierra se ha convertido en un infierno. La ciencia desató vuestros deseos, fomentó vuestros deseos. Fomentó las esperanzas de cumplir esos deseos, con el resultado de que el mundo entero vive sumido en el sufrimiento. Nunca había ocurrido esto. Es muy extraño, porque por primera vez el hombre posee más cosas que nunca. Tiene más seguridad, más tecnología científica, más comodidades que nunca, pero también todo tiene menos sentido. El hombre jamás ha estado tan desesperado, jamás se ha esforzado tan desesperadamente por conseguir más.

La ciencia te da deseos; la meditación te proporciona una compresión del deseo. Esa comprensión te ayuda a dejar de desear. Y de repente algo que hasta ahora estaba oculto se desvela, se manifiesta. Algo brota en tu ser, y se cumple todo lo que habías deseado, y más. Dispones de más de lo que podrías haberte imaginado, de lo que nadie había imaginado. Sobre ti desciende una dicha increíble. Pero prepara el terreno, prepara la tierra adecuada. El no desear es el terreno adecuado.

Mantente en un estado receptivo. Eres agresivo; quieres más, y eso es una agresión sutil. Sé receptivo, abierto, accesible… y tendrás derecho a todos los milagros posibles.




Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

martes, 9 de junio de 2020

¿DEBERÍAMOS ACEPTAR NUESTRA SOLEDAD ANTES DE INICIAR UNA RELACIÓN?


Pregunta 10:
¿Deberíamos aceptar nuestra soledad antes de iniciar una relación?

Osho responde:
Sí, hay que aceptar la soledad, para que esa soledad se transforme en la condición de estar solo. Únicamente así serás capaz de iniciar una relación profunda y enriquecedora, de iniciarte en el amor. ¿A qué me refiero con que hay que aceptar la soledad hasta el punto de que se transforme en estar solo?

La soledad es un estado mental negativo. Estar solo es positivo, a pesar de lo que digan los diccionarios. En los diccionarios, ambos conceptos son sinónimos, pero no en la vida. La soledad es un estado mental en el que constantemente echas de menos al otro. Estar solo es el estado en el que constantemente disfrutas contigo mismo. La soledad es tristeza; estar solo es dicha. La soledad significa preocupación, echar en falta algo, anhelar algo, desear algo. Estar solo supone una profunda satisfacción, no necesitar salir, sentirse increíblemente contento, feliz, con ánimo festivo. En soledad estás descentrado. Cuando estás solo estás centrado, arraigado. Estar solo es hermoso; te rodea la elegancia, la gracia, un clima de enorme satisfacción. La soledad empobrece; todo lo que la rodea es pobreza y nada más. No tiene nada de elegante; en realidad es fea. La soledad significa dependencia; estar solo, absoluta independencia. Te sientes como si fueras el mundo entero, la existencia entera.

Si te adentras en una relación cuando te sientes solo, explotarás a la otra persona. El otro se convertirá en un medio para tu satisfacción. Utilizarás al otro, y a todo el mundo le molesta ser utilizado, porque nadie está aquí para convertirse en medio para nadie. Toda persona es un fin en sí mismo. No se puede utilizar a nadie como un objeto; todos estamos en este mundo para ser respetados como reyes. Nadie viene a este mundo para cumplir las expectativas de otros; todos estamos aquí para ser nosotros mismos. De modo que cuando inicias una relación porque te sientes solo, esa relación ya se ha ido a pique. Se va a pique incluso antes de empezar. Antes de nacer, el niño ya está muerto. Te va a causar más sufrimiento, Y recuerda que cuando actúas movido por la soledad inicias una relación con alguien que se encuentra en la misma situación que tú, porque nadie que esté solo y disfrutando realmente de ello se sentirá atraído por ti. Estarás muy por debajo de esa persona. Como mucho te compadecerá, pero no podrá amarte. Quien está sólo de verdad únicamente puede amar a alguien que también está sólo de verdad. De modo que cuando actúas impulsado por la soledad, encontrarás el mismo tipo de persona, encontrarás tu reflejo. Coincidirán dos mendigos, dos sufrientes. Y recuerda también que cuando se encuentran dos personas que sufren, no se trata de una suma, sino de una multiplicación. Juntos se harán sufrir mutuamente más que en su soledad.


En primer lugar tienes que estar solo. En primer lugar tienes que aprender a disfrutar de estar solo, a quererte a ti mismo. En primer lugar sé tan auténticamente feliz que si no aparece nadie no te importará. Estás pleno, desbordante. Si nadie llama a tu puerta, no pasa nada, no echas nada en falta. No esperas que nadie llame a tu puerta. Estás en casa; si alguien viene, estupendo. Si no viene nadie, también estupendo. Entonces puedes adentrarte en una relación. Porque entonces puedes ser el amo, no el mendigo, porque entonces serás como un emperador, no como un mendigo.

Y la persona que ha vivido sola siempre se sentirá atraída por otra que también disfruta de estar sola porque los iguales se atraen. Cuando se encuentran dos amos —amos de su ser, de su estar solo—, no se produce una suma de felicidad, sino una multiplicación. Se convierte en un increíble fenómeno festivo. Y no explotan; comparten. No se utilizan mutuamente. Por el contrario, se hacen uno y disfrutan de la existencia que los rodea.

Dos personas solitarias siempre están enfrentadas, una frente a otra. Dos personas que han conocido el estar solas están juntas y ante algo más elevado que ellas. Siempre pongo este ejemplo: dos amantes normales, ambos solitarios, siempre están frente a frente; dos amantes de verdad, en una noche de luna llena, no estarán frente a frente. Quizá se tomen de la mano, pero frente a la luna llena, allá arriba, en el cielo. No estarán frente a frente, sino juntos frente a otra cosa. Alguna vez escucharán juntos una sinfonía de Mozart, Beethoven o Wagner. Otra veces escucharán junto a una cascada la música salvaje que fluye allí continuamente. Otras veces, junto al mar, contemplarán el horizonte, hasta donde alcanza la vista. Cuando se conocen dos personas solitarias, se miran mutuamente, porque siempre buscan formas y maneras de explotar al otro, de utilizar al otro, de ser feliz por mediación del otro. Pero dos personas profundamente contentas consigo mismas no intentarán utilizarse mutuamente. Por el contrario, serán compañeros de viaje, como en una peregrinación. La meta es muy elevada, está muy lejos. Los une su interés común.

Por lo general, el interés común es el sexo. El sexo puede unir a dos personas de una forma momentánea, superficial. Los amantes de verdad tienen en común un interés más importante. No se trata de que no haya sexo; puede haberlo, pero como parte de una armonía más elevada. Escuchando una sinfonía de Mozart o Beethoven pueden llegar a estar tan, tan próximos, como para hacer el amor, pero en esa armonía superior de una sinfonía de Beethoven. La sinfonía es lo real; el amor forma parte de esa sinfonía. Y cuando surge el amor por sí solo, sin haberlo buscado, sin haber pensado en él, surge como parte de una armonía más elevada, con una cualidad completamente distinta. Es divino, no humano.

La palabra inglesa happiness, felicidad, deriva de la palabra escandinava hap, la misma raíz de happening, suceso, algo que ocurre porque sí. La felicidad se da porque sí; no se puede producir, no se puede forzar. Como mucho, puedes estar disponible para ella. Cuando ocurre, ocurre.

Dos verdaderos amantes siempre están disponibles, pero nunca piensan en la felicidad, nunca intentan encontrarla. Por eso nunca se sienten frustrados; cuando sucede, sucede. Ellos crean la situación; en realidad, si te sientes feliz contigo mismo, ya eres esa situación, y si el otro o la otra también se siente feliz consigo mismo, también es esa situación. Cuando se aproximan esas dos situaciones, se crea una situación más grande. En esa situación mayor ocurren muchas cosas, pero no se hace nada.

El ser humano no tiene que hacer nada para ser feliz. Sólo tiene que fluir, dejarse ir.

De modo que la pregunta es la siguiente: ¿deberíamos aceptar nuestra soledad antes de iniciar una relación? La respuesta es: sí, desde luego. Así ha de ser, porque si no te sentirás frustrado, y harás otra cosa en nombre del amor, algo que no tiene nada que ver con el amor.


Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

miércoles, 3 de junio de 2020

EXCELENTES HISTORIAS SOBRE EL ABANDONO DEL SUFRIMIENTO



Respuestas a preguntas
Pregunta 9 (continuación):


Un día vino a verme una mujer, la esposa de uno de los hombres más ricos de India, y me dijo:

—Quiero meditar, pero mi marido está en contra.

Yo le pregunté:

—¿Por qué se opone tu marido a la meditación?

Me contestó:

—Porque dice: «Te quiero como eres. No sé qué pasará después de la meditación. Si empiezas a meditar cambiarás, y entonces no sé si seguiré queriéndote, porque serás otra persona».

Yo le dije a esa mujer:

—Tu marido tiene parte de razón… Desde luego que cambiarán las cosas. Tú serás más libre, más independiente. Te sentirás más alegre, y tu marido tendrá que aprender a vivir con una mujer distinta. A lo mejor no le gustas así; quizá empiece a sentirse inferior. Ahora se siente superior a ti.

Y también le dije:

—Tu marido tiene razón. Antes de adentrarte en el camino de la meditación tienes que reflexionar, porque te aguardan muchos peligros.

No me hizo caso; empezó a meditar. Ahora está divorciada. Vino a verme hace unos años y me dijo:

—Tenías razón. Cuanto más silenciosa estaba, más se enfurecía mi marido conmigo. Nunca se había puesto tan violento… Era algo muy raro. Cuanto más silenciosa y tranquila estaba, más agresivo se ponía él.

Estaba en juego su mente machista. Quería destruir la paz y el silencio que vivía la mujer para seguir siendo superior. Y como no salió como él quería se divorció.

¡Qué mundo tan extraño! Si consigues la paz, cambia tu relación con la gente, porque te conviertes en otra persona. Si tu relación era por tu sufrimiento, esa relación puede desaparecer.

Vamos a hablar de un antiguo amigo mío. Era profesor en la misma universidad que yo, y hacía una gran labor social. En India sigue siendo un problema qué hacer con las viudas. Nadie quiere casarse con ellas, ni ellas están muy dispuestas a volver a casarse; parece un pecado. Y este profesor estaba decidido a casarse con una viuda. No le importaba estar enamorado de ella o no; eso era algo secundario, irrelevante; lo único que le importaba es que fuera viuda. Y poco a poco convenció a una mujer para que se casara con él.

Yo le dije a aquel hombre:

—Antes de dar ese paso definitivo, piénsatelo al menos tres días, aíslate para pensarlo. ¿Estás enamorado de esa mujer o se trata de ayudar a la sociedad? —Casarse con una viuda en India se considera algo revolucionario, radical—. ¿Qué quieres, demostrar lo revolucionario que eres? Si lo que intentas es demostrar que eres revolucionario, tendrás problemas… En cuanto te cases con ella dejará de ser viuda y dejará de interesarte.

No me hizo caso. Se casó… y al cabo de seis meses me dijo:

—Tenías razón. No te entendí. Estaba enamorado de su viudez, no de ella, y ha dejado de ser viuda, claro.

Le dije:

—Puedes hacer una cosa. Suicídate, déjala viuda y así darás a otro hombre la oportunidad de ser revolucionario.

¿Qué podía hacer si no?

La mente humana es absurda, inconsciente. Está profundamente dormida, roncando.

No puedes dejar las cosas que te causan sufrimiento porque aún no has visto las inversiones que has realizado, no las has observado en profundidad. No has comprendido que obtienes cierto placer de tu sufrimiento. Tendrás que renunciar a ambas cosas, y entonces desaparecerá el problema. En realidad, el sufrimiento y el placer sólo pueden abandonarse al mismo tiempo, y entonces surge la dicha.

La dicha no es placer. La dicha no es ni siquiera felicidad. La felicidad siempre va unida a la infelicidad, y el placer al dolor. Al renunciar a ambos… Quieres dejar de sufrir para ser feliz; lo enfocas mal. Tienes que dejar ambas cosas. Al ver que van unidos, los dejas; no puedes elegir sólo una parte.

Todo en la vida tiene una unidad orgánica. Dolor y placer no son dos cosas. En realidad, con un lenguaje más científico abandonaríamos esas dos palabras, dolor y placer, para acuñar una sola: placerdolor, felicidadinfelicidad, dianoche, vidamuerte. Son una sola palabra porque son inseparables. Y tú quieres elegir una parte, quieres las rosas pero no las espinas, quieres el día pero no la noche, el amor pero no el odio. Eso no va a ocurrir; las cosas no son así. Tienes que dejar ambas, y así surgirá un mundo completamente distinto, el mundo de la dicha.

La dicha es la paz absoluta, que ni el dolor ni el placer pueden perturbar.

Para celebrar su cuadragésimo aniversario Seymour y Rose volvieron a la habitación de la segunda planta del hotel en la que habían pasado la luna de miel.

—Como esa primera noche, nos desnudamos, nos ponemos en rincones opuestos de la habitación, apagamos la luz y corremos a abrazarnos.

Se desnudaron, se pusieron en rincones opuestos, apagaron la luz y corrieron a abrazarse. Pero su sentido de la dirección se había embotado tras cuarenta años; Seymour pasó junto a Rose y se cayó por la ventana. Aterrizó en el jardín, aturdido. Dio unos golpecitos en la ventana del vestíbulo para llamar la atención del recepcionista.

—Me he caído. Quiero volver a mi habitación pero estoy desnudo.

—No se preocupe —dijo el recepcionista—. No va a verlo nadie.

—¿Se ha vuelto loco? ¡Tengo que pasar por el vestíbulo y voy desnudo!

—No va a verlo nadie —insistió el recepcionista—. Está todo el mundo arriba intentando arrancar a una señora del tirador de una puerta.

¡Qué tonta es la gente! No sólo los más jóvenes; cuanto más viejo, más tonto te pones. Cuanta más experiencia, parece que se acumula más estupidez en la vida. Raramente ocurre que una persona empiece a observar su propia vida.

Observa en qué consiste tu sufrimiento, qué deseos lo causan y por qué sigues aferrado a esos deseos. Y no es la primera vez que te aferras a esos deseos; siempre has vivido así, y no te ha llevado a ninguna parte. Vas trazando círculos, y no logras crecer. Sigues siendo infantil, estúpido. Naces con la inteligencia para llegar a ser un Buda, pero la malgastas en cosas innecesarias.
Un granjero que sólo tenía dos viejos toros impotentes compró uno joven y vigoroso. El semental empezó a cubrir una vaca tras otra en el prado. Tras observar aquello durante una hora, uno de los toros viejos se puso a escarbar con las pezuñas y a resoplar.

—¿Qué te pasa? —le preguntó el otro—. ¿Ideas de juventud?

—No —dijo su compañero—. Pero no quiero que ese jovencito me tome por una vaca.

Los seres humanos siguen con su ego incluso en la vejez. Tienen que fingir, tienen que mantener una pose, y su vida entera no es sino una larga historia de sufrimiento. Siguen defendiéndolo. En lugar de estar dispuestos a cambiarlo, se ponen a la defensiva.

Deja todas las defensas, quítate la armadura. Empieza a observar cómo vives la vida cotidiana, momento a momento. Y hagas lo que hagas, métete en los detalles. No hace falta que vayas a un psicoanalista; tú mismo puedes analizar todas las pautas que marcan tu vida. Es un proceso muy sencillo, Obsérvalo y comprenderás lo que ocurre, lo que ha ocurrido. Siempre has elegido, y en eso consiste el problema, que has elegido una parte en detrimento de la otra, y las dos van unidas. No elijas nada. Limítate a observar y estar atento, y te encontrarás en el paraíso.




Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

jueves, 28 de mayo de 2020

¿POR QUÉ ME DUELE TANTO ABANDONAR LAS COSAS QUE CAUSAN SUFRIMIENTO?


Respuestas a preguntas
Pregunta 9 (continuación):

¿Por qué me duele tanto abandonar las cosas que me causan sufrimiento?

Osho responde:
Las cosas que te causan sufrimiento también deben de proporcionarte algún placer, porque en otro caso no se plantearía la pregunta. Si fueran puro sufrimiento las habrías dejado. Pero nada en la vida es puro; todo está mezclado con su opuesto. Todo lleva su opuesto en el vientre.

Lo que llamas sufrimiento, analízalo, adéntrate en él, y verás que te proporciona algo que te gustaría tener. Quizá aún no sea real, quizá se trate de una simple esperanza, quizá de una promesa para el mañana, pero te aferrarás al sufrimiento, te aferrarás al dolor, con la esperanza de que mañana ocurra algo que siempre has deseado y anhelado. Sufres, pero con la esperanza del placer. Si fuera puro sufrimiento, sería imposible que te aferraras a él.

Observa, presta más atención a tu sufrimiento. Sientes celos, por ejemplo, y eso te hace sufrir. Pero mira a tu alrededor: algo tendrá de positivo. También te proporciona cierto ego, la sensación de ser distinto de los demás, cierto sentimiento de superioridad. Tus celos al menos se disfrazan de amor. Si no sientes celos quizá pienses que has dejado de amar, y te aterras a esos celos porque te gustaría aferrarte a tu amor, o al menos a tu idea del amor. Si tu pareja se va con otra persona y no sientes celos, empezarás a pensar inmediatamente que has dejado de amar. Llevan siglos diciéndonos que los amantes son celosos. Los celos se han convertido en parte intrínseca de tu amor; sin celos el amor muere; el llamado amor sólo puede vivir con celos. Si quieres tu amor tendrás que aceptar los celos y el sufrimiento que producen.

Y tu mente es muy astuta, muy lista, y encuentra racionalizaciones. Te dirá: «Es natural sentir celos». Y parece natural porque a todos les pasa lo mismo. Tu mente dirá: «Es natural sentirse herido cuando te deja tu amante, porque tú has amado mucho. ¿Cómo evitar el dolor, la herida, cuando te deja tu amante?». En realidad, disfrutas de esa herida, de una forma inconsciente, muy sutil. Esa herida te hace pensar que eres un gran amante, que has amado mucho, profundamente. Tu amor era tan profundo que estás destrozado por el abandono de tu amante. Incluso si no estás destrozado, fingirás estarlo, te creerás tu propia mentira. Actuarás como si sufrieras terriblemente, llorarás… y quizá tus lágrimas no sean verdaderas, pero para consolarte, para pensar que eres un gran amante, tendrás que llorar.

Observa cada clase de sufrimiento: o encierra algún placer que no estás dispuesto a perderte, o una esperanza, como la zanahoria que le ponen delante al asno. Y parece tan cercano, a la vuelta de la esquina, y después de tanto viajar, la meta parece al alcance de la mano… ¿por qué dejarlo? Ya encontrarás alguna racionalización, alguna hipocresía.

Hace unos días me escribió una mujer para contarme que la había dejado su pareja y no se sentía mal. Quería saber si era algo raro. «¿Por qué no me siento mal? ¿Soy demasiado dura, como de piedra? No sufro en absoluto». Eso me decía. ¡Sufre porque no sufre! «Por el contrario, he de reconocer que me siento feliz, y eso me pone muy triste. ¿Qué clase de amor es ése? Me siento feliz, aliviada; se me ha quitado un gran peso de encima». Y me preguntaba: «¿Es normal? ¿Estoy bien o tengo algún problema grave?».

A esa mujer no le pasa nada; está perfectamente bien. Lo cierto es que cuando, tras una larga vida juntos y todo el sufrimiento que necesariamente se pasa cuando dos personas están juntas, se separan dos amantes, supone un alivio. Pero va en contra del ego reconocer que es un alivio. Por lo menos durante unos días irás a todos lados con cara larga, con lágrimas en los ojos… lágrimas de cocodrilo, pero ésa es la idea que predomina en el mundo.

Si se muere alguien y tú no te entristeces, empezarás a pensar que te pasa algo. ¿Cómo evitar la tristeza cuando alguien muere? Cuando siempre nos han dicho que es lo natural, lo normal, y todo el mundo quiere ser natural y normal. No es lo normal; es lo que siente la media de la población. No es lo natural, sino una costumbre fomentada durante siglos; no hay nada por lo que llorar ni por lo que lamentarse. La muerte no destruye nada. El cuerpo es polvo y se reduce a polvo, y la consciencia tiene dos posibilidades: si aún alberga deseos se trasladará a otro vientre, y si han desaparecido todos los deseos se trasladará al vientre de la existencia, a la eternidad. Nada se destruye. El cuerpo vuelve a formar parte de la tierra, descansa, y el alma se traslada a la consciencia universal o a otro cuerpo.

Pero no paras de llorar y de arrastrarte con tu tristeza. Es una simple formalidad, o si no es una formalidad existen todas las posibilidades de que nunca quisieras a la persona que ha muerto y ahora te arrepientas. No amaste a esa persona completamente y ya no queda tiempo. Esa persona ha desaparecido, ya no estará disponible. Quizá discutiste con tu marido y murió esa misma noche mientras dormía; ahora dirás que lloras por que ha muerto, pero en realidad estás llorando porque ni siquiera pudiste pedirle perdón. Ni siquiera pudiste despedirte de él. Esa discusión penderá sobre ti para siempre como una nube.

Sí vives momento a momento, en su totalidad, no habrá arrepentimiento, ni culpa. Si has amado totalmente, no habrá ninguna duda. Si un día el amante se marcha, sencillamente significa que vuestros caminos se separan. Podemos despedirnos, podemos darnos las gracias. Compartimos mucho, amamos mucho, hemos enriquecido mutuamente nuestras vidas… ¿por qué llorar, por qué sufrir?

Pero los seres humanos están tan metidos en sus racionalizaciones que no pueden ver más allá. Y lo racionalizan todo; incluso las cosas más sencillas se hacen muy complicadas.

Me preguntas: «¿Por qué me duele tanto abandonar las cosas que me causan sufrimiento?». Todavía no estás convencido de que te causen sufrimiento. Digo que te causan sufrimiento, pero que tú aún no estás convencido. Y no se trata de que yo lo diga; lo fundamental es que tú lo comprendas: «Éstas son las cosas que me hacen sufrir». Y tienes que comprender que en tu sufrimiento has invertido mucho. Si quieres esas inversiones tendrás que aprender a vivir con el sufrimiento; si quieres librarte del sufrimiento, también tendrás que abandonar esas inversiones.

¿Te has fijado en una cosa? Si le cuentas a alguien lo mucho que sufres, se pone de tu parte, te comprende. Todo el mundo compadece al que sufre. Si te gusta que la gente te compadezca, no puedes olvidar el sufrimiento: en eso has invertido.

El marido que lo está pasando mal vuelve a casa y su mujer es cariñosa, comprensiva. Cuanto más desgraciado se siente, más se ocupan de él sus hijos, y más le demuestran su amistad los amigos. Todo el mundo se ocupa de él. En cuanto empieza a ser feliz dejan de apoyarlo; una persona feliz no necesita apoyo. Cuanto más feliz es, menos personas se preocupan por él. De repente no le importas a nadie. Se hacen los duros. Y entonces, ¿cómo vas a librarte del sufrimiento?

Tendrás que librarte de ese deseo de que la gente te preste atención, de ese deseo de compasión. Francamente, desear que la gente te compadezca queda fatal: parece que estuvieras mendigando. Y recuerda una cosa: que te compadezcan o te comprendan no equivale al amor. Te hacen un favor, cumplen una especie de obligación… No es amor. A lo mejor no les caes bien pero serán amables contigo. Son los buenos modales, la cultura, la civilización, pura ceremonia… pero tú vives con falsedades. Tu sufrimiento es real y lo que consigues es falso. Por supuesto, si consigues ser feliz, si te libras de tus sufrimientos, supondrá un cambio radical en tu modo de vida: las cosas pueden empezar a cambiar.



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

martes, 19 de mayo de 2020

EL YO QUE NO EXISTE (LA HISTORIA DEL ENCUENTRO DE BODHIDHARMA)


Respuestas a preguntas
Pregunta 8 (continuación):

Siempre que me he sentido fatal al terminar una relación, llega un momento en el que me río de mí mismo, siento que vuelvo a ser libre y comprendo que lo único que había hecho hasta entonces era dejar de quererme a mí mismo.

¿Es éste el origen del sufrimiento de la mayoría de las personas o son cosas mías?

Osho responde:
No son cosas tuyas. Es el origen del sufrimiento de la mayoría de las personas, pero no en el sentido que tú le atribuyes. No te has hundido en la miseria por haber dejado de quererte a ti mismo, sino que has creado un yo que no existe, en absoluto. Por eso a veces ese yo irreal sufre al amar a otros, porque el amor no es posible cuando se basa en la irrealidad. Y no se da por una sola parte: dos irrealidades intentando amarse… Tarde o temprano esa situación fallará. Cuando falla esa situación, vuelves a ti mismo: ¿adónde vas a ir si no? Por eso piensas: «He olvidado quererme a mí mismo».

En cierto modo supone un pequeño alivio; al menos, en lugar de dos irrealidades ya sólo te queda una. Pero ¿qué conseguirás amándote a ti mismo? ¿Y cuánto tiempo podrás hacerlo? Es irreal; no te dejará verlo durante mucho tiempo porque es peligroso; si lo observas mucho tiempo, ese supuesto yo desaparecerá. Eso supondría liberarse realmente del sufrimiento. El amor se mantendrá, sin estar dirigido ni a otro ni a ti mismo. El amor no tendrá destinatario, porque no hay nadie a quien destinarlo, y cuando surge el amor sin destinatario, se vive una gran dicha.

Pero el yo irreal no te dejará mucho tiempo para eso. Dentro de poco volverás a enamorarte de alguien, porque el yo irreal necesita el apoyo de otras irrealidades. Por eso la gente se enamora, se desenamora, se vuelve a enamorar y así sucesivamente… y parece un fenómeno curioso que les pase un montón de veces y sigan sin comprender el porqué. Se sienten desgraciados cuando están enamorados de alguien; se sienten desgraciados cuando están solos, sin enamorarse, aunque con cierto alivio… momentáneo.

En India, cuando muere una persona colocan su cuerpo en una camilla y la llevan a hombros hasta la pira funeraria. Pero la van cambiando de posición por el camino, del hombro izquierdo pasan el peso de la camilla al derecho, y al cabo de unos minutos vuelven a cambiarlo al izquierdo. No cambia nada; el peso sigue allí, sobre el cuerpo, pero el hombro sobre el que se ha estado apoyando nota una especie de alivio. Es momentáneo, porque pronto empezará a doler el otro hombro y habrá que cambiar otra vez.

Y así es tu vida. Cambias al otro, pensando que quizá esa mujer, ese hombre, te llevará al paraíso que siempre has soñado. Pero todo el mundo, sin excepción, te lleva al infierno. No hay que criticar a nadie por eso, porque todos hacen exactamente lo mismo que tú: llevar un yo irreal del que nada puede brotar. No puede florecer. Está vacío; adornado sí, pero vacío y hueco por dentro.

Por eso, cuando ves a alguien desde lejos te resulta atractivo. Cuando te acercas, disminuye la atracción. Cuando os conocéis, no es un encuentro, sino un choque. Y de repente te das cuenta de que la otra persona está vacía y te sientes engañado, estafado, porque la otra persona no tiene nada de lo que parecía prometer. La otra persona se encuentra en la misma situación contigo. Las promesas no se cumplen y os convertís en una carga el uno para el otro, un sufrimiento el uno para el otro, os destruís mutuamente. Os separáis. Durante una temporada sentís alivio, pero vuestra irrealidad interior no os deja mucho tiempo en ese estado; muy pronto estaréis buscando otra mujer, otro hombre, y caeréis en la misma trampa. Sólo las caras son distintas; la realidad interior es la misma: el vacío.

Si de verdad quieres liberarte de la tristeza y el sufrimiento, tienes que comprender que no tienes yo. Entonces no sentirás un pequeño alivio, sino un alivio enorme. Y si no tienes yo, desaparece la necesidad del otro. El yo irreal necesitaba al otro para seguir nutriéndose. Ya no necesitas al otro.

Escucha con atención: cuando no necesitas al otro, puedes amar, y ese amor no te traerá sufrimiento. Al traspasar las necesidades, las exigencias, los deseos, el amor se convierte en un tenue compartir, en un gran entendimiento. Cuando te comprendes a ti mismo, ese mismo día comprendes a la humanidad entera. Entonces nadie puede hacerte sufrir. Sabes que todos sufren por un yo irreal y que proyectan ese sufrimiento sobre cualquiera que tengan cerca.

Tu amor te permitirá ayudar a la persona que amas a liberarse del yo.

Yo sólo conozco un don; el amor sólo puede regalarte una cosa: comprender que no eres, que tu «yo» es algo imaginario.


Esta comprensión entre dos personas las transforma de repente en una, porque dos nadas no pueden ser dos. Dos algos son dos, pero dos nadas no pueden ser dos. Dos nadas empezarán a fusionarse y a fundirse. Acabarán siendo una.

Ahora que estamos aquí, por ejemplo, si cada uno es un ego, hay igual número de personas; se pueden contar. Pero en los momentos de absoluto silencio, no se pueden contar cuántas personas hay aquí. Existe una sola consciencia, un solo silencio, una nada, una ausencia del yo. Y únicamente en ese estado pueden vivir dos personas en una alegría eterna. Únicamente en ese estado puede vivir un grupo en una belleza increíble; la humanidad entera puede vivir dichosa.

Pero intenta ver el «yo» y no lo encontrarás. Y no encontrarlo es muy importante. He contado muchas veces la historia del encuentro de Bodhidharma con el emperador chino Wu, un encuentro muy extraño, muy fructífero. El emperador Wu quizá fuera en aquella época el más poderoso del mundo; dominaba toda China, Corea, Mongolia, toda Asia, salvo India. Estaba convencido de la verdad de las enseñanzas de Buda Gautama, pero quienes habían llevado el mensaje de Buda eran eruditos. No había entre ellos ningún místico. Y entonces llegó la noticia de que iba a ir Bodhidharma, lo que despertó gran expectación en aquellas tierras. El emperador Wu estaba influido por Buda Gautama, y eso significaba que también lo estaba su imperio. Iba a llegar un verdadero místico, un Buda. ¡Qué alborozo!

El emperador nunca había ido a recibir a nadie a la frontera de China con India. Dio la bienvenida a Bodhidharma con gran respeto y le dijo:

—He preguntado a todos los monjes y los eruditos que han venido, pero ninguno me ha servido de ayuda. Lo he intentado todo. ¿Cómo librarme de este yo? Porque Buda dice que a menos que te hagas no yo, tu sufrimiento no tendrá fin.

Era sincero. Bodhidharma lo miró a los ojos y respondió:

—Estaré a la orilla del río, en el templo junto a la montaña. Ven mañana, a las cuatro en punto de la mañana, y acabaré con ese yo para siempre. Pero recuerda que no debes llevar armas, ni guardias. Tienes que ir solo.

Wu se quedó un poco preocupado; aquel hombre era raro. «¿Cómo puede destruir mi yo tan rápidamente? Según los estudiosos, se tardan vidas enteras de meditación; sólo entonces desaparece el yo. ¡Qué hombre tan extraño! Y quiere que nos reunamos en medio de la oscuridad, a las cuatro de la mañana, solo, sin siquiera una espada, sin guardias, sin nadie que me acompañe… Ese hombre me parece muy raro… Podría hacer cualquier cosa. ¿Y qué quiere decir con que acabará con el yo para siempre? Puede matarme a mí, pero ¿al yo?».

El emperador Wu no pudo dormir durante toda la noche. Cambió de idea muchas veces: ¿ir o no ir? Pero había algo en los ojos de Bodhidharma, en su voz, un halo de autoridad cuando dijo: «Ven a las cuatro en punto, y acabaré con ese yo para siempre. No tienes de qué preocuparte». Sus palabras parecían absurdas, pero su forma de pronunciarlas con aquel aire de autoridad le hacía pensar que sabía lo que se decía. Por último, Wu decidió ir, decidió arriesgarse. «Lo más que puede pasar es que me mate, Y ya lo he intentado todo. No puedo lograr ése no yo, y sin esa ausencia de yo el sufrimiento no tiene fin».

Llamó a las puertas del templo, y Bodhidharma dijo:

—Sabía que ibas a venir. También sabía que te ibas a pasar la noche dándole vueltas a la cabeza, cambiando de idea. Pero no importa; has venido. Siéntate en la postura del loto, cierra los ojos, y yo me sentaré enfrente de ti. En cuanto descubras el yo dentro de ti, aférralo para que yo lo mate. Sujétalo bien fuerte y dime que lo tienes prisionero. Entonces lo mataré, y se acabó. Es una cuestión de minutos.

A Wu le daba un poco de miedo. Bodhidharma parecía loco; lo representan como un loco; no era así, pero los dibujos son simbólicos. Ésa es la impresión que debía de causar. No era su cara real, pero así debía de recordarlo la gente. Estaba sentado frente a Wu, con su gran cayado, y le dijo:

—No esperes ni un segundo. En cuanto lo agarres… busca en cada rendija, abre los ojos y dime que lo has atrapado, y yo acabaré con él.

Después se hizo el silencio. Pasó una hora, pasaron dos horas. Por fin empezó a salir el sol, y Wu era un hombre distinto. Durante aquellas dos horas había mirado en su interior, en todas las rendijas. Tenía que mirar… Aquel hombre estaba allí sentado y podría haberle dado un golpe en la cabeza con el cayado. De Bodhidharma se podía esperar cualquier cosa; no se andaba con remilgos, no tenía buenos modales ni formaba parte de la corte de Wu. Así que Wu tuvo que mirar con toda atención, intensamente. Y mientras miraba fue retajándose… ¡porque no estaba por ninguna parte! Y al buscarlo, desaparecieron todos los pensamientos. La búsqueda fue tan intensa que utilizó toda su energía en ella; no dejó nada por pensar y desear.

Mientras salía el sol Bodhidharma vio la cara de Wu; no era el mismo hombre… tal silencio, tal profundidad. Wu había desaparecido.

Bodhidharma lo sacudió por los hombros y le dijo:

—Abre los ojos. No está ahí. No tengo que matarlo. Estoy en contra de la violencia, y no mato a nadie. Pero ese yo no existe. Sigue existiendo porque no lo buscas. Sólo existe si no lo buscas, por tu inconsciencia. Se ha marchado.

Habían pasado dos horas y Wu se sentía increíblemente contento. Jamás había probado tal dulzura, tal frescura, tal belleza. Y ya no era. Bodhidharma había cumplido su promesa. El emperador Wu se inclinó y dijo:

—Perdóname, por favor, por haber pensado que estás loco, por haber pensado que no tienes modales, que eres raro, que puedes ser peligroso. Jamás he visto un hombre tan compasivo como tú… Me siento completamente satisfecho. Ya no tengo ninguna duda.

El emperador Wu dijo que cuando muriese quería las palabras de Bodhidharma grabadas en oro sobre su tumba, para que se conocieran en los siglos venideros… «Érase una vez un hombre que parecía loco, pero que era capaz de obrar milagros. Sin hacer nada me ayudó a ser no yo. Y desde entonces todo ha cambiado. Todo es lo mismo pero yo no soy el mismo, y la vida se ha convertido en un canto de puro silencio».


Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

lunes, 4 de mayo de 2020

EL INFIERNO SON LOS OTROS


Respuestas a preguntas
Pregunta 7 (continuación):

A veces no siento, como dice Sartre, que «El infierno son los otros», sino que «El infierno soy yo mismo». Yo vivo en el infierno mismo.
¿Tengo que aceptar el infierno antes de conocer la dicha?
No veo cómo puedo hacerlo.

No; no estás viviendo en el infierno. Tú eres el infierno. El ego mismo es el infierno. En cuanto el ego deja de estar ahí, no existe el infierno. El ego crea ciertas estructuras a tu alrededor, que te hacen desgraciado. El ego funciona como una herida, y todo empieza a hacerle daño. El «yo» es el infierno.

El yo es el infierno; el no-yo, el cielo. No ser es el cielo. Ser significa estar siempre en el infierno. «¿Tengo que aceptar el infierno antes de conocer la dicha?». Tienes que comprender el infierno, porque si no lo comprendes, jamás saldrás de él. Y para comprender, es fundamental aceptar. No comprenderás nada si lo niegas. Y eso es lo que hacemos. Renegamos de ciertas partes de nuestro ser. Nos empeñamos: «Esto no soy yo». Jean-Paut Sartre dice que el otro es el infierno; cuando niegas algo de ti mismo, lo proyectas en el otro.

Examina el mecanismo de la proyección. Cuando niegas algo de ti mismo, lo proyectas en los demás. Tienes que ponerlo en alguna parte. Está ahí, y tú lo sabes.

La noche pasada una mujer me contó que tenía mucho miedo de que su marido fuera a matarla. Su marido es un hombre muy sencillo y encantador. Raramente te encuentras con personas tan sencillas. Parece absurdo, que tenga intención de matarla. Cuando la mujer lo dijo, el hombre se echó a llorar. La sola idea era tan absurda, que se le llenaron los ojos de lágrimas. También es muy raro ver a un hombre llorar, porque a los hombres les han enseñado a no llorar. Pero tenía ganas de llorar; ¿qué iba a hacer? Y la mujer pensando que en cualquier momento su marido la iba a estrangular, notando las manos del hombre en su cuello en medio de la oscuridad. Vamos a ver: ¿qué ocurre?

Poco a poco empezó a hablar de otras cosas. No tiene hijos, y quiere un hijo a toda costa. Me cuenta que al ver a los hijos de otros siente deseos de matarlos. Entonces todo se aclara. Las cosas no son tan complicadas. Dice que le gustaría matar a los hijos de otros porque ella no tiene hijos y no quiere que otra mujer sea madre. Dentro de ella hay una asesina, y no quiere aceptarlo. Tiene que proyectarlo sobre alguien. No puede aceptar su instinto asesino, y tiene que proyectarlo. Resulta muy difícil reconocer que eres un asesino, o que te vienen ideas de matar niños.

Pero el marido es la persona más próxima, la más cercana para la proyección, casi como una pantalla en la que puedes proyectar lo que quieras. El pobre hombre se echa a llorar y la mujer piensa que va a matarla. En su inconsciente más profundo incluso puede albergar ideas de matar a su marido, porque debe de tener cierta lógica interna, que por culpa de ese hombre no se queda embarazada. Si estuviera con otro hombre, sería madre. No lo acepta en la superficie, pero muy en el fondo debe de pensar que porque ese hombre es su marido no ha podido ser madre. En su inconsciente debe de acechar una sombra, que si ese hombre muere encontrará a otro, o algo parecido. Y la idea de que querría matar a los hijos de otros… La está proyectando. Y cuando proyectas tus ideas en otros, tienes miedo a esas personas. Ese hombre le parece un asesino.

Todos hacemos lo mismo. Si niegas una parte de tu ser, si la repudias, ¿dónde la pondrás? Tendrás que ponerla en otras personas.

Han continuado las guerras, continuarán los conflictos y la violencia a menos que el ser humano comprenda que no debe negar nada de sí mismo, sino aceptarlo. Reabsórbelo en tu unidad orgánica, porque la parte negada te creará muchos problemas. Lo que niegues tendrás que ponerlo en otro sitio, tendrás que proyectarlo en alguien. La parte negada se convierte en proyección, y los ojos que proyectan viven un espejismo. No son realistas.

Dice Jean-Paul Sartre: «El infierno son los demás». Es algo que hay que comprender. Todo el mundo piensa así. Sartre simplemente expresa un malentendido muy extendido, un espejismo muy común. Si eres desgraciado piensas que alguien te hace desgraciado. Si estás enfadado piensas que alguien te ha hecho enfadar, pero siempre es otro, no tú.

Si estás enfadado, estás enfadado tú. Si eres desgraciado, eres desgraciado tú. Nadie te obliga. Nadie puede hacer que te enfades a menos que tú decidas enfadarte. Entonces cualquiera puede servir de ayuda, cualquiera puede servir de pantalla en la que tú proyectes. Nadie puede hacerte desgraciado a menos que tú decidas ser desgraciado. Entonces el mundo entero te ayuda a ser desgraciado.

El yo es el infierno, no el otro. La idea misma de «Soy alguien separado del mundo» es el infierno. La separación es el infierno. Olvida el ego y verás… De repente desaparece el sufrimiento, desaparece el conflicto.

Me preguntas: «¿Tengo que aceptar el infierno antes de conocer la dicha?». Desde luego que sí. Tendrás que aceptarlo y comprenderlo. Con esa comprensión y esa aceptación, el infierno quedará reabsorbido en tu unidad. Se disolverá tu conflicto, se disolverá la tensión. Serás más entero, más íntegro. Y cuando estás entero, no existe el ego.

El ego es una enfermedad. Cuando vives desgarrado, cuando vives dividido, moviéndote al mismo tiempo en múltiples direcciones y dimensiones opuestas entre sí, cuando vives en la contradicción, surge el ego.

¿Has sentido alguna vez tu cabeza sin tener dolor de cabeza? Cuando tienes dolor de cabeza, la sientes. Si desaparece el dolor, desaparece la cabeza; no la sientes. Cuando estás enfermo sientes el cuerpo; cuando estás sano, no. La salud perfecta es la incorporeidad, no sentir el cuerpo. Puedes olvidarte de él; nada te empuja a recordarlo.

Una persona completamente sana no hace caso del cuerpo, no recuerda que lo tiene.

Un niño es completamente sano; no tiene cuerpo. El adulto tiene un cuerpo grande, y cuanto más envejece, más se instalan en él la enfermedad, el conflicto. Entonces el cuerpo no funciona como debería, no está en armonía, no está en consonancia, y se nota más.

Si comprendes este sencillo fenómeno, que un dolor de cabeza te hace consciente del cuerpo, debe de ser algo como una enfermedad del alma lo que te hace consciente del yo. Si no, un alma completamente sana no tiene yo. Eso es lo que dice Buda Gautama, que el yo no existe. Sólo existe el no-yo, y ése es el estado celestial. Eres tan sano y tan armonioso que no necesitas recordar el yo.

Pero por lo general cultivamos el ego. Por un lado intentamos no ser desgraciados y por el otro cultivamos el ego. Todos nuestros esfuerzos son contradictorios.

He oído contar lo siguiente:

Una altiva señora de la alta sociedad murió y llegó a las puertas del cielo.

—Bienvenida. Entre —le dijo san Pedro.

—Ni hablar —replicó la señora con desdén—. Si aquí puede entrar cualquiera sin haber reservado mesa, no es ésa la idea que tenía yo del cielo.

Si aún por casualidad llega un egoísta a las puertas del cielo, no entrará. No es ésa la idea que tenía del cielo… ¿Sin reserva puede entrar cualquiera? Entonces, ¿para qué? Sólo se debería admitir a unas cuantas personas, muy selectas. Entonces el ego sí puede entrar en el cielo. En realidad, el ego no puede entrar en el cielo; sólo en el infierno. Sería mejor decir que el ego lleva su propio infierno adondequiera que vaya.

Ocurrió lo siguiente:

El mulá Nasrudín se cayó a un pozo negro y no podía salir. Se puso a gritar: «¡Fuego, fuego!», y al cabo de un par de horas aparecieron los bomberos.

—¡Aquí no hay ningún fuego! —Exclamó el jefe de bomberos—. ¿Por qué ha gritado «fuego»?

—¿Y qué quería que gritase? —Preguntó el mulá—. ¿Mierda?

El ego es de tal manera que incluso si está en el infierno no lo admitirá. El ego se adorna continuamente.

Me preguntas: «¿Tengo que aceptar el infierno antes de conocer la dicha?». No hay otra forma. No sólo tendrás que aceptarlo, sino comprenderlo y adentrarte en él. Tendrás que sufrir los dolores que te provoque hasta tomar consciencia completa de lo que es. Sólo cuando sepas lo que es sabrás cómo lo has creado. Y sólo cuando sepas cómo lo has creado podrás decidir si quieres seguir creándolo o no. «No veo cómo», dices, Sí, resulta difícil aceptar el infierno. Nos esforzamos por negarlo. Por eso, aunque estés llorando por dentro sigues sonriendo por fuera. Quizá estés triste, pero finges estar feliz. Te cuesta trabajo aceptar que eres desgraciado, pero si continúas negándolo, poco a poco se desconectará de tu consciencia.

Eso es lo que ocurre cuando decimos que algo se ha hecho inconsciente. Significa que se ha desconectado de la consciencia. Llevas negándolo tanto tiempo que se ha retirado a la zona sombría de tu vida, se ha trasladado al sótano. Nunca te topas con ello, pero sigue funcionando desde allí, afectando a tu ser, envenenándolo.

Si te sientes desgraciado puedes sonreír, pero esa sonrisa está como pintada. Es sólo un ejercicio de los labios. No tiene nada que ver con tu ser. Puedes sonreír, enamorar a una mujer con tu sonrisa, pero recuerda que ella hace lo mismo. También sonríe y se siente desgraciada. También finge. De modo que dos sonrisas falsas crean esa situación que llamamos amor. ¿Y cuánto tiempo puedes seguir sonriendo? Tendrás que relajarte. Al cabo de unas horas tendrás que relajarte.

Si observas con atención te darás cuenta; si vives con una persona tres horas te darás cuenta de su realidad. Porque resulta muy difícil fingir, aún durante tres horas. ¿Cómo mantener la sonrisa durante tres horas si esa sonrisa no surge de ti? Se te olvidará una y otra vez y mostrarás tu rostro sufriente.

Puedes engañar unos momentos. Así nos engañamos mutuamente. Y aseguramos ser felices, pero no lo somos. El otro hace lo mismo, y así toda historia de amor es desgraciada, y toda amistad.

Ocultando tu desdicha no saldrás de ella, sino que generarás más desdicha. El primer paso consiste en encontrarla. No des un paso hasta haberte encontrado con tu realidad, y no finjas ser otra persona. Así no puede surgir la felicidad.

Sé tú mismo. Si te sientes desgraciado, sé desgraciado. No pasará nada malo. Te evitarás muchos problemas. Desde luego, nadie va a enamorarse de ti; pues bien: te evitarás muchos problemas. Seguirás solo, pero estar solo no tiene nada de malo. Enfréntate con ello, profundiza, arráncalo del inconsciente y trasládalo a lo consciente. Es una tarea difícil, pero la recompensa es enorme. Una vez que lo hayas visto, puedes deshacerte de ello. Existe sin ser visto, sólo en el inconsciente, en la oscuridad. En cuanto enciendes la luz, empieza a marchitarse.

Haz la luz en tu mente y verás: comprenderás que todo lo que produce sufrimiento empieza a morir y a brotar cuando es bello y gozoso. A la luz de la consciencia, lo que queda es bueno, y lo que muere es malo. Ésa es mi definición de la virtud y el pecado. El pecado es lo que no puede crecer con la consciencia; necesita la inconsciencia para crecer. La inconsciencia es condición imprescindible para que se desarrolle. La virtud es lo que puede crecer con la consciencia absoluta, sin ninguna dificultad.



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet
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