Un día vino a verme una mujer, la esposa de uno de los hombres más ricos de India, y me dijo:
—Quiero meditar, pero mi marido está en contra.
Yo le pregunté:
—¿Por qué se opone tu marido a la meditación?
Me contestó:
—Porque dice: «Te quiero como eres. No sé qué pasará después de la meditación. Si empiezas a meditar cambiarás, y entonces no sé si seguiré queriéndote, porque serás otra persona».
Yo le dije a esa mujer:
—Tu marido tiene parte de razón… Desde luego que cambiarán las cosas. Tú serás más libre, más independiente. Te sentirás más alegre, y tu marido tendrá que aprender a vivir con una mujer distinta. A lo mejor no le gustas así; quizá empiece a sentirse inferior. Ahora se siente superior a ti.
Y también le dije:
—Tu marido tiene razón. Antes de adentrarte en el camino de la meditación tienes que reflexionar, porque te aguardan muchos peligros.
No me hizo caso; empezó a meditar. Ahora está divorciada. Vino a verme hace unos años y me dijo:
—Tenías razón. Cuanto más silenciosa estaba, más se enfurecía mi marido conmigo. Nunca se había puesto tan violento… Era algo muy raro. Cuanto más silenciosa y tranquila estaba, más agresivo se ponía él.
Estaba en juego su mente machista. Quería destruir la paz y el silencio que vivía la mujer para seguir siendo superior. Y como no salió como él quería se divorció.
¡Qué mundo tan extraño! Si consigues la paz, cambia tu relación con la gente, porque te conviertes en otra persona. Si tu relación era por tu sufrimiento, esa relación puede desaparecer.
Vamos a hablar de un antiguo amigo mío. Era profesor en la misma universidad que yo, y hacía una gran labor social. En India sigue siendo un problema qué hacer con las viudas. Nadie quiere casarse con ellas, ni ellas están muy dispuestas a volver a casarse; parece un pecado. Y este profesor estaba decidido a casarse con una viuda. No le importaba estar enamorado de ella o no; eso era algo secundario, irrelevante; lo único que le importaba es que fuera viuda. Y poco a poco convenció a una mujer para que se casara con él.
Yo le dije a aquel hombre:
—Antes de dar ese paso definitivo, piénsatelo al menos tres días, aíslate para pensarlo. ¿Estás enamorado de esa mujer o se trata de ayudar a la sociedad? —Casarse con una viuda en India se considera algo revolucionario, radical—. ¿Qué quieres, demostrar lo revolucionario que eres? Si lo que intentas es demostrar que eres revolucionario, tendrás problemas… En cuanto te cases con ella dejará de ser viuda y dejará de interesarte.
No me hizo caso. Se casó… y al cabo de seis meses me dijo:
—Tenías razón. No te entendí. Estaba enamorado de su viudez, no de ella, y ha dejado de ser viuda, claro.
Le dije:
—Puedes hacer una cosa. Suicídate, déjala viuda y así darás a otro hombre la oportunidad de ser revolucionario.
¿Qué podía hacer si no?
La mente humana es absurda, inconsciente. Está profundamente dormida, roncando.
No puedes dejar las cosas que te causan sufrimiento porque aún no has visto las inversiones que has realizado, no las has observado en profundidad. No has comprendido que obtienes cierto placer de tu sufrimiento. Tendrás que renunciar a ambas cosas, y entonces desaparecerá el problema. En realidad, el sufrimiento y el placer sólo pueden abandonarse al mismo tiempo, y entonces surge la dicha.
La dicha no es placer. La dicha no es ni siquiera felicidad. La felicidad siempre va unida a la infelicidad, y el placer al dolor. Al renunciar a ambos… Quieres dejar de sufrir para ser feliz; lo enfocas mal. Tienes que dejar ambas cosas. Al ver que van unidos, los dejas; no puedes elegir sólo una parte.
Todo en la vida tiene una unidad orgánica. Dolor y placer no son dos cosas. En realidad, con un lenguaje más científico abandonaríamos esas dos palabras, dolor y placer, para acuñar una sola: placerdolor, felicidadinfelicidad, dianoche, vidamuerte. Son una sola palabra porque son inseparables. Y tú quieres elegir una parte, quieres las rosas pero no las espinas, quieres el día pero no la noche, el amor pero no el odio. Eso no va a ocurrir; las cosas no son así. Tienes que dejar ambas, y así surgirá un mundo completamente distinto, el mundo de la dicha.
La dicha es la paz absoluta, que ni el dolor ni el placer pueden perturbar.
Para celebrar su cuadragésimo aniversario Seymour y Rose volvieron a la habitación de la segunda planta del hotel en la que habían pasado la luna de miel.
—Como esa primera noche, nos desnudamos, nos ponemos en rincones opuestos de la habitación, apagamos la luz y corremos a abrazarnos.
Se desnudaron, se pusieron en rincones opuestos, apagaron la luz y corrieron a abrazarse. Pero su sentido de la dirección se había embotado tras cuarenta años; Seymour pasó junto a Rose y se cayó por la ventana. Aterrizó en el jardín, aturdido. Dio unos golpecitos en la ventana del vestíbulo para llamar la atención del recepcionista.
—Me he caído. Quiero volver a mi habitación pero estoy desnudo.
—No se preocupe —dijo el recepcionista—. No va a verlo nadie.
—¿Se ha vuelto loco? ¡Tengo que pasar por el vestíbulo y voy desnudo!
—No va a verlo nadie —insistió el recepcionista—. Está todo el mundo arriba intentando arrancar a una señora del tirador de una puerta.
¡Qué tonta es la gente! No sólo los más jóvenes; cuanto más viejo, más tonto te pones. Cuanta más experiencia, parece que se acumula más estupidez en la vida. Raramente ocurre que una persona empiece a observar su propia vida.
Observa en qué consiste tu sufrimiento, qué deseos lo causan y por qué sigues aferrado a esos deseos. Y no es la primera vez que te aferras a esos deseos; siempre has vivido así, y no te ha llevado a ninguna parte. Vas trazando círculos, y no logras crecer. Sigues siendo infantil, estúpido. Naces con la inteligencia para llegar a ser un Buda, pero la malgastas en cosas innecesarias.
Un granjero que sólo tenía dos viejos toros impotentes compró uno joven y vigoroso. El semental empezó a cubrir una vaca tras otra en el prado. Tras observar aquello durante una hora, uno de los toros viejos se puso a escarbar con las pezuñas y a resoplar.
—¿Qué te pasa? —le preguntó el otro—. ¿Ideas de juventud?
—No —dijo su compañero—. Pero no quiero que ese jovencito me tome por una vaca.
Los seres humanos siguen con su ego incluso en la vejez. Tienen que fingir, tienen que mantener una pose, y su vida entera no es sino una larga historia de sufrimiento. Siguen defendiéndolo. En lugar de estar dispuestos a cambiarlo, se ponen a la defensiva.
Deja todas las defensas, quítate la armadura. Empieza a observar cómo vives la vida cotidiana, momento a momento. Y hagas lo que hagas, métete en los detalles. No hace falta que vayas a un psicoanalista; tú mismo puedes analizar todas las pautas que marcan tu vida. Es un proceso muy sencillo, Obsérvalo y comprenderás lo que ocurre, lo que ha ocurrido. Siempre has elegido, y en eso consiste el problema, que has elegido una parte en detrimento de la otra, y las dos van unidas. No elijas nada. Limítate a observar y estar atento, y te encontrarás en el paraíso.
Bibliografía:
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet
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