Muchas veces pensé qué cosa tan extraña es la mente humana. Ha inventado la computadora, ha desintegrado el átomo, ha hecho posible enviar naves al espacio pero, no ha solucionado el problema del sufrimiento humano, de la angustia, la soledad, la depresión, el vacío, la desesperación! Honestamente no creo que tú estés libre de todos esos sentimientos. ¿Cómo puede ser que no hayamos encontrado la solución para ellos?
Hemos logrado toda clase de adelantos tecnológicos. ¿Ha elevado esto nuestra calidad de vida en una sola pulgada?
¡No!, ni en una pulgada. Tenemos - eso sí - más comodidad, más velocidad, más placeres, más entretenimientos, más erudición mayores adelantos tecnológicos. Pero, ¿se ha logrado superar en algo la soledad, el vacío, la congoja, la avaricia, el odio, los conflictos? ¿Hay menos lucha, menos crueldad? Yo pienso que estamos peor...
La tragedia es, tal como lo descubrí diez o doce años atrás, que ¡el secreto se ha encontrado! Tenemos la solución a mano.
¿Por qué no la usamos? No la queremos.
Ese es el motivo, ¿lo crees? ¡No la queremos! ¡No la queremos! Imagina que yo le diga a alguien:
- Mira, voy a darte una fórmula que te va a hacer feliz por el resto de tu vida; disfrutarás cada minuto del resto de tu vida...
Imagina que te digo eso a ti... Te lo diré; te daré la fórmula. ¿Sabes lo que probablemente me responderás?:
- ¡No me la diga! ¡Basta! No quiero oírlo.
La mayoría de la gente no quiere escuchar la fórmula, aunque ni siquiera debe aceptarla por fe... Voy a demostrarte que es así.
Alrededor de seis meses atrás, el verano pasado, estuve en Saint Louis, Missouri, para dar una especie de seminario de fin de semana. Había allí un sacerdote, que se me acercó y me dijo:
- Acepto cada una de las palabras que usted ha dicho durante estos tres días, cada una de las palabras..., ¿y sabe por qué? No porque haya hecho lo que usted nos alentó a hacer: seccionar, frotar, raspar y analizar.
No.
Y explicó:
- Unos tres meses atrás, asistí a una víctima del sida en su lecho de muerte. Y el hombre me contó lo siguiente: "Padre, hace seis meses, el doctor me dijo que yo tenía seis meses de vida y yo le creí." ¡Cuánta razón había tenido!, pues el hombre se estaba muriendo. "¿Sabe algo, padre? Éstos han sido los seis meses más felices de toda mi malgastada vida... ¡los más felices!
En realidad, nunca había sido feliz hasta estos seis meses. He descubierto la felicidad."
Y agregó: "Ni bien el doctor me lo dijo, abandoné la tensión, la presión, la ansiedad, la esperanza y, en lugar de caer en la desesperación, finalmente fui feliz."
Y el sacerdote concluyó:
- ¿Sabe?, muchas veces he reflexionado sobre las palabras de aquel hombre.
Cuando lo escuché a usted este fin de semana, pensé: "Este hombre ha vuelto a vivir.
Usted está diciendo exactamente lo que él dijo..."
Extracto del libro:
Redescubrir la vida
Anthony de Mello
Fotografías tomadas de Internet
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