La meditación tiene dos facetas diferentes. La primera de ellas consiste en parar y calmarse y la segunda consiste en observar profundamente para, de ese modo, transformar. Cuando la plena consciencia te proporciona la suficiente energía, puedes observar profundamente cualquier emoción hasta descubrir su verdadera naturaleza. Si eres capaz de hacer eso, podrás transformar la emoción.
Las emociones hunden, obviamente, sus raíces profundamente en nosotros. Son tan poderosas que a veces pensamos que, si las dejamos ser, no sobreviviremos. Es entonces cuando las negamos y reprimimos. Pero de ese modo nos condenamos a que acaben explotando y dañando a los demás y a nosotros mismos. Sin embargo, las emociones no son más que emociones. Aparecen, permanecen un rato y acaban desvaneciéndose. ¿Por qué, entonces, deberíamos dañarnos a nosotros mismos o a los demás? Nosotros somos mucho más que nuestras emociones.
El ejercicio de la observación profunda nos permite identificar y arrancar las raíces de nuestras emociones dolorosas. La simple práctica de abrazar las emociones puede resultar, en este sentido, muy útil. Si durante los momentos más difíciles en que nuestra emoción está presente, sabemos cómo y dónde refugiarnos y somos capaces de inspirar y espirar, durante quince, veinte o hasta veinticinco minutos, centrando nuestra atención en el ascenso y descenso del abdomen, la tormenta acabará amainando y tendremos la certeza de que sobreviviremos. Y cuando logramos sobrevivir a una emoción poderosa, experimentamos una mayor paz mental. Una vez adquirida la pericia de la práctica, dejaremos de tener miedo, de modo que la próxima ocasión en que aparezca una emoción poderosa todo resultará más sencillo. Ya sabremos de antemano que podremos sobrevivir.
Si cuando aparecen emociones poderosas, sabemos relajarnos, dejaremos de transmitir el miedo a nuestros hijos y a las generaciones futuras. Si permanecemos, en cambio, con el miedo, reprimiéndolo y permitiéndole explotar, estaremos compartiendo el miedo con las generaciones más jóvenes que nos rodean que a su vez acabarán haciéndolo suyo y transmitiéndolo a otros. Pero si sabemos cómo tratar nuestro miedo, estaremos en condiciones más adecuadas para ayudar a que nuestros seres queridos y nuestros jóvenes traten mejor su propio miedo. En tal caso, podemos acompañarles y decirles: «Ahora inspira y espira conmigo. Presta atención al ascenso y descenso de tu abdomen».
Y como ya te habrán visto hacerlo antes, es más probable que te hagan caso. Tu presencia, tu estabilidad y la energía de la plena consciencia harán que tu hijo o tu pareja sean capaces de atravesar la marejada de la emoción. Esa persona sabrá que, contando con la presencia de un ser querido, también puede, como tú, sobrevivir a las emociones poderosas. Al dar ejemplo de calma frente al miedo y enseñar a los jóvenes a atravesar sus propias tempestades, estaremos enseñando una habilidad sumamente valiosa que en un futuro podría llegar incluso a salvar su vida.
Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
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