2. La conquista del varón en el mundo civilizado
El abrumarte panorama animal presentado adquiere en el mundo de los humanos matices distintos, aunque la tendencia básica subsiste: la energía libidinosa sigue siendo el motor. Los rituales de conquista masculina crean un derrotero más amañado, menos cruento y más civilizado, pero igualmente competitivo, desgastador y, la mayoría de la veces, tonto. El cortejo social interpersonal, especialmente en los varones, aporta nuevos ingredientes culturales como mentir, exagerar, esconder, disimular, utilizar prótesis, aparentar, fingir y engañar. El galanteo humano está diseñado para exhibir las cualidades y sacar partido de ellas, o inventarlas si fuera el caso.
Ovidio, poeta y pensador romano, algunos años antes de Cristo publicó un manual para seductores llamado Ars amandi, cuya traducción es el Arte de amar (nada que ver con Fromm). El manual consta de infinidad de consejos para triunfar en el arte de la seducción. El éxito del texto fue de tal envergadura que el emperador Augusto lo consideró una de las causas de la corrupción moral reinante en Roma, así que lo prohibió y desterró al pobre Ovidio.
Aunque el escrito también va dirigido a la mujer, la parte central se refiere a como seducir y mantener el amor femenino. El autor no escatima esfuerzos para animar a los varones: "Hasta aquélla que creas más difícil, se rendirá al fin"; advierte sobre el poder de la paciencia: "Tal vez recibas una ingrata contestación, pidiéndote que ceses de solicitarla; ella en su fuero interno teme que la obedezcas y lo que quiere es que sigas insistiendo"; recomienda el acoso sexual moderado como forma de halago: 'A todas les gusta que se lo pidan, tanto a las que lo conceden como a las que lo niegan"; alerta sobre el riesgo de que una vez hechos los regalos, la dama se niegue a dar más: 'Los regalos que le hubieras hecho podrían obligarla a abandonarte, y de momento se lucraría de tu generosidad sin conceder nada a cambio. Por esto hay que mantenerla en la esperanza de que recibirá mucho más. Que confíe en que siempre le vas a dar lo que nunca pensaste... No seas parco en prometer'; recomienda darla impresión de poseer cierta cultura general, aunque no se tenga: "Si alguna muchacha te pregunta los nombres de los reyes vencidos y por las tierras, montes o ríos que figuran en la procesión, responde a todo y afirma lo que no sabes como si lo supieras perfectamente"; y también sugiere un estilo expresivo particular: "El amante ha de estar pálido..., que el semblante demacrado manifieste las angustias que sufres..., para alcanzar tus deseos debes convertirte en un ser digno lástima; que quien te vea exclame al punto: está enamorado".
Como resulta evidente, el costo de este tipo de conquistas, más que la grasa del carnero (como en el caso de los carneros montañeses descrito anteriormente), es la integridad personal. A la larga, vamos en pos de lo mismo que persiguen nuestros predecesores animales, pero de una forma mucho menos honesta y elegante. El Ars armandi es el arte de engatusar a través de la mentira y la propia deshonra.
El ave del paraíso arriba mencionada se cansa y fatiga en su seducción, pero embellece el ritual porque no necesita mentir; lo ennoblece y lo enriquece con lo que verdaderamente es.
La humanización de la conquista requiere dar un gran salto cualitativo, donde la aproximación del varón a la mujer permita un contacto más pacífico, menos depredador, y sin tanta premura sexual. La mayoría de las veces, cuando nos acercamos a ellas, el deseo nos nubla la mente y otras funciones. Al estar absorbidos y empujados por la necesidad sexual, no alcanzamos a reconocerlas como personas. Ni siquiera las vemos. Muchos hombres, luego de la conquista y la culminación del acto, no se acuerdan del rostro de la mujer con la que estuvieron. No tienen la más remota idea de cómo piensa, qué hace, cómo vive y qué siente aquella mujer que hace un rato abrazaban y besaban con pasión. No hubo contacto humano. No estoy diciendo que cada relación necesite de un curso prematrimonial de meses para acceder a la intimidad sexual; lo que propongo es arrojar algo de luz sobre "el oscuro objeto del deseo", y quitarle un poco de sexo al arte de seducir.
Pese a que la paranoia femenina de ver al hombre como un especie de pulpo descontrolado está justificada, a veces se les va la mano. A muchas mujeres les gustaría castrar a más de un varón para poder ser sus amigas y evitar, de esta manera, cualquier interferencia del deseo. Querer descuartizar al hombre para ser su amiga, así sea psicológicamente, no deja de ser una perversión. Aunque la amistad intersexos es una realidad (todos tenemos buenas amigas "con las que no pasa nada"), casi siempre esta "asexualidad" permanece dormida o latente, pero no muerta. Los casos de "íntimos amigos" que ahora son esposos, son innumerables. Muchas amigas que no nos provocan sexualmente, pasarían a ser un manjar luego de algunos meses con ellas en una isla desierta. Para ser amigos de las amigas, o viceversa, no necesitamos despojarnos de la sexualidad que define el propio género. Ser amiga de un varón implica correr el riesgo de un piropo, un chiste o algún comentario con "olor a hombre".
Una mujer de 20 años, supremamente atractiva, se ofendía cuando los amigos le hacían algún comentario sobre sus atributos físicos. En cualquier parte del planeta hubiera pasado lo mismo, pero ella "exigía" que se hiciera caso omiso de sus escotes, sus provocativas minifaldas y sus pantalones ajustados. Las afirmaciones masculinas: "Puedo ser tu amigo, te estimo, pero no puedo dejar de reconocer tus encantos físicos..." o "Como pienso que nuestra amistad es muy valiosa y no la quiero perder, de manera consciente alejo mis malos pensamientos", eran marcadamente ofensivas para ella.
Muchas mujeres se sorprenden de que sus íntimos amigos, "hermanitos"del alma, reconozcan atractivos físicos en ellas y se lo manifiesten. Nadie puede quitarle al otro el derecho al deseo. No estoy diciendo que el amigo hombre necesariamente deba ser un “acoston" sexual, molesto y empalagoso, sino que esa "malicia", en el buen sentido, no se cura ni se extirpa. El hombre lleva su carga de masculinidad las veinticuatro horas. Ser amigo de una mujer es entrar en contacto con su feminidad y no con un ser angelical asexuado, por eso es "amiga" y no "amigo". Lo interesante en cualquier amistad hombre-mujer es, precisamente, compartir la variedad que ofrece la diferencia de género en la manera de ver y sentir la vida; como es obvie, teniendo el sexo relegado, alejado, diluido y bajo estricta vigilancia. Ser amiga de un varón es reconocerlo como tal, como una amalgama de sentimientos masculinos entrelazados, donde el sexo puede estar en un cuarto o quinto plano, casi imperceptible, pero"vivito y coleando". La otra opción es la que asume la sabiduría popular, y eso ya va en gustos: "El mejor amigo de una mujer es un homosexual”
En lo humano, la libido juega muchos más papeles que la mera reproducción mecánica. Los varones debemos aceptar que cuando dejarnos nuestro comportamiento en manos de las ganas sexuales la embarramos, nos equivocamos, entregamos reinos, violarnos, robamos y hacemos el ridículo. Cuando la conquista masculina está dirigida por la típica sobreexcitación instintiva carnal, el varón involuciona, suplica, miente, paga, ruega, en fin, se humilla. Quizá sea hora de sosegarse y permitir que ellas también hagan harte del trabajo. El irrespeto con uno mismo empieza cuando olvidamos el ¡actor humano y dejamos que la urgencia fisiológica elija por nosotros. Nos degradamos cuando nos vendemos al mejor postor, sin pensarlo dos veces y sin importar quién sea. El acercamiento amable es legitimizar y refrendar a la otra persona como una opción aceptable y merecedora de lo que somos. Ni obligarse ni obligar, sino facilitar la concordancia mutua. Hace algunos años, en un baño para caballeros encontré esta poesía anónima, escrita en una pared:
Exigió un seguro de Vida y le di tres.
Exhortó honestidad comprobada no volví a robar.
Sugirió cumplimiento y jamás llegué tarde.
Aconsejó moderación e intenté el celibato.
Reclamó sigilo y discreción y me volví invisible.
Alentó mi olvido y contraje amnesia.
Pidió que la amara con pasión y desenfado.
Pero estaba ya tan cansado que no fui capaz.
Aunque el sexo esté inmerso en la esencia misma de la seducción masculina (cortejo sin deseo no es cortejo, sino asunto de negocios), y probablemente así va seguir siendo por muchos miles de años, hay que aceptar que no es el único motivador de la conquista del varón. La aproximación hacia el sexo opuesto también está motivada por la búsqueda de compañía, por el compartir las gracias y desgracias de la civilización (por ejemplo hamburguesas y papitas fritas, cine y televisión), por la conversación informal, por el filosofar de bar en bar, por la increíble fuerza que genera la genuina amistad hombre-mujer, por la lujuria oculta y la fantasía anticipada. Lo psicológico, la autoconsciencia para ser más exacto, le da una nueva extensión al galanteo, y lo lanza mucho más allá del simple cuerpo a cuerpo.
Desde mi punto de vista, la conquista sana en humanos no es más que un conjunto de acuerdos implícitos (cuanto más silenciosos mejor) para invadirse mutuamente sin perder la soberanía personal. O dicho de otra forma, es romper en forma respetuosa el territorio del otro, reconociéndolo como un genuino ser que vale la pena explorar por fuera y, sobre todo, por dentro.
Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet
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