sábado, 23 de febrero de 2019

EL VELORIO


Asunción Gutiérrez había muerto en Managua, el día que cumplió un siglo de vida, y fue velada en su casa de la comarca Aranjuez por una multitud de parientes y vecinos. 

Ya hacía rato que los dolientes habían pasado de la pena a la fiesta y de los susurros a las carcajadas, según quiere la costumbre, cuando en lo mejor de la noche doña Asunción se alzó en el ataúd. 

—Sáquenme de aquí, babosos —mandó. 

Y se sentó a comer un tamalito, sin hacer el menor caso de nadie. 

En silencio, los deudos se fueron retirando. Ya los cuentos no tenían quién los contara, ni los naipes quién los jugara, y los tragos habían perdido su pretexto. Velorio sin muerto, no tiene gracia. Los dolientes se perdieron por las calles de tierra. Despabilados por el mucho café, no sabían qué hacer con lo que quedaba de la noche. 

Uno de los bisnietos comentó, indignado: 

—Es la tercera vez que la vieja nos hace esto.



Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet
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