miércoles, 24 de octubre de 2018

RECONOCIENDO NUESTRO MIEDO


Un buen día, durante la guerra de Vietnam, estaba sentado en un aeropuerto vacío, perdido en las regiones montañosas de mi país, esperando la llegada de un avión que debía llevarme al norte para ayudar a las víctimas de una inundación. La situación era desesperada y tenía que ir en uno de esos aviones de carga que habitualmente se utilizan para transportar ropa y mantas. Ahí estaba yo, sentado en el aeropuerto y esperando a solas mi avión cuando se me acercó un oficial estadounidense, que también estaba esperando la llegada de su vuelo. 

Éramos las únicas personas que había en todo el aeropuerto. Cuando vi lo joven que era, me sentí invadido por una gran compasión. «¿Por qué habrá tenido que venir aquí a matar o a que le maten?», me pregunté. 

Fue esa compasión la que me llevó a iniciar una conversación preguntándole: «¿No tiene miedo al Viet Cong?» (que, como el lector recordará, era el término con el que se conocía a las guerrillas comunistas vietnamitas). Desafortunadamente, mi falta de delicadeza regó las semillas del miedo que había en él porque, llevando de inmediato la mano a su arma, me preguntó: «¿Acaso es usted un Viet Cong?». 

Y esa respuesta no dejaba de estar justificada porque, antes de su llegada a Vietnam, todos los militares estadounidenses sabían que, detrás de cualquier vietnamita (monjes y niños incluidos), podía ocultarse un ser guerrillero. No es de extrañar que, con ese miedo metido en el cuerpo, los soldados acabasen viendo enemigos en todas partes. Bastó con que escuchara el término «Viet Cong» para que, desbordado por el miedo, echase rápidamente mano a su arma, por más que yo solo había tratado de mostrarle mi simpatía. 

Yo sabía que, dadas las circunstancias, tenía que estar muy tranquilo. Así fue como, después de inspirar y espirar muy profundamente, repliqué: «No. Estoy esperando un avión que me llevará a Danang para ver lo que puedo hacer para ayudar a las víctimas de una inundación». Sentía mucha compasión por ese joven y traté de transmitírsela a través de mi voz. Mientras hablábamos, también le comuniqué mi impresión de que la guerra había causado demasiadas víctimas, tanto vietnamitas como estadounidenses. El soldado se tranquilizó y pudimos entablar una conversación. Yo me sentía seguro porque estaba lúcido y en calma. Estoy convencido de que, de haber alentado su miedo, él hubiese acabado disparándome. No creamos, pues, que el miedo solo procede del exterior. Hay miedos que surgen de nuestro interior y, si no los reconocemos y los observamos atenta y profundamente, podemos crearnos muchos peligros y accidentes.

El miedo nos afecta a todos, pero si somos capaces de contemplarlo atentamente, acabamos librándonos de su garra y conectando con la alegría. El miedo nos mantiene atrapados en el pasado o preocupados por el futuro. Pero si reconocemos nuestro miedo, advertiremos que ahora mismo estamos bien. Ahora, hoy en día, estamos vivos y nuestro cuerpo funciona perfectamente. Nuestros ojos todavía pueden ver el cielo hermoso y nuestros oídos todavía pueden escuchar la voz de nuestros seres queridos. 



Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
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