Gonzalo Muñoz, cuya imagen de color sepia integra mi álbum de familia, había nacido para vivir de noche y dormir de día.
El pasaba las noches en blanco, velando fantasmas, pero durante el día siempre había mucho para hacer, de modo que no tenía más remedio que dormir de a pedacitos. Caía dormido en cualquier momento, y al despertar se confundía de hora, y a veces hasta de especie. Más de una vez don Gonzalo, que era búho, cantó como gallo, en plena tarde, saludando al amanecer desde la azotea, y esos errores suyos no caían nada bien en el vecindario.
En las reuniones sociales, estaba en plena charla y el sueño lo acometía. Entonces apoyaba el puño en el mentón, decía:
—Pues sí. Pues sí señor —y ahí nomás se desplomaba en la alfombra, dormido como piedra. Entonces alguna dama de la familia lo abanicaba, simulando desmayo súbito o ataque fulminante.
Una noche, don Gonzalo acudió al estreno de un drama en el teatro Solís de Montevideo. Era función de gala, elenco europeo. En el segundo acto, como tenía costumbre, don Gonzalo se durmió. Se durmió justo cuando el personaje principal, un marido de mal carácter, se estaba agazapando, pistola en mano, detrás de un biombo. Poco después, cuando la esposa infiel entró en escena, el marido saltó de su escondite y disparó. Los balazos voltearon a la pecadora y levantaron a don Gonzalo, que despertó súbitamente, se alzó en medio de la platea y, abriendo los brazos, exclamó:
—¡Calma, señores, calma! ¡No se asusten, no corran! ¡Que nadie se mueva!
Su mujer, sentada al lado, se escurrió hasta desaparecer en las profundidades de la butaca.
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet
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