Un templo público es un templo público; uno necesita un templo propio, es un fenómeno privado.
En Oriente solíamos tener una habitación separada para la meditación. Cada familia que podía permitírselo, tenía un pequeño templo propio. Y la gente iba allí solo a rezar o a meditar, no a otra cosa.
De modo que en ese lugar -con el incienso, el color, el sonido, la atmósfera- todo termina por asociarse con la idea de la meditación. Si has estado meditando en la misma habitación, todos los días a la misma hora, en cuanto entras en el cuarto y te quitas los zapatos ya estas en meditación.
En cuanto entras en la habitación y miras las paredes -las mismas paredes, el mismo color, el mismo incienso ardiendo, la misma fragancia, el mismo silencio, la misma hora-, tu cuerpo, tu vitalidad, tu mente empiezan a caer en una unidad. Todos saben que es la hora, el momento de meditar. Y ayudan, no luchan contra ti. Basta con sentarte allí para entrar en meditación con más facilidad, silencio y sin esfuerzo.
De modo que si puedes tenerlo, prepara un lugar pequeño -bastará con un rincón-, y allí no hagas nada más. De lo contrario, el espacio se confunde. ¿Humor?... Es difícil de explicar, pero el espacio también se confunde.
Prepara un rincón pequeño, medita allí, y cada día intenta hacerlo de forma regular a la misma hora. Si algún día te lo saltas, no te sientas culpable... está bien. Pero incluso si de cien días puedes hacerlo con regularidad durante sesenta días, eso bastará.
Extracto del libro:
DÍA A DÍA
Osho
Día 348
Osho
Día 348
Fotografía tomada de internet
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