Decir que el “apego corrompe” significa bajo la abrumante urgencia afectiva somos capaces de atentar contra la propia dignidad personal. En esos momentos apremiantes, ni la moral ni los valores más apreciados parecerían ser suficientes para contener el alud. Todo vuela por los aires. Vendemos lo que no está en venta, negociamos con el respeto y nos arrastramos más allá de lo imaginable con tal de conseguir la dosis afectiva que necesitamos.
Umberto Eco decía ética comienza cuando los demás entran en escena. Eso es verdad. Pero la ética siempre incluye autoestima. La moral implica no hacerle a los otros lo que no me gustaría que me hicieran, o desear a los otros lo que anhelo para mí. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, lo dice todo. Es decir, de una u otra manera, siempre estoy incluido. Si no me quiero a mí mismo, no puedo amar ni respetar a los otros.
Como afirma Maturana: “En la infancia, el niño vive el mundo con la posibilidad de convertirse en un ser capaz de aceptar y respetar al otro desde la aceptación y el respeto de sí mismo”. Y más adelante concluye: “Y si el niño no puede aceptarse y respetarse a sí mismo, no puede aceptar ni respetar a otro. Temerá, envidiará o despreciará al otro, pero no lo aceptará ni respetará; y sin aceptación ni respeto por el otro como legítimo otro en la convivencia, no hay fenómeno social”.
El principio del autorrespeto y la dignidad intenta definir los límites de la soberanía personal. El reducto último, donde los principios y los valores me definen como humano. Lo que no es negociable. Cuando esos puntos están claros, nos volvemos invencibles porque sabemos cuándo pelear y cuándo no.
Del libro:
AMAR O DEPENDER
Walter Riso
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