sábado, 1 de junio de 2013

MATAR LA VOCACIÓN


Walter Riso aporta algunas sugerencias prácticas para encontrar el sentido de vida y con ello liberarte del apego, promoviendo maneras más sanas de relacionarse afectivamente, he aquí algunos tips.

1. No matar la vocación. En la vida nunca hay que resignarse a vivir infeliz. La autorrealización es un derecho que tienes por el solo hecho de haber nacido. Si tienes la convicción de no estar trabajando en lo que verdaderamente te gusta, o te sientes subutilizado, enfréntalo. No importa cuántas obligaciones tengas, abre el abanico de posibilidades. No estoy diciendo que seas irresponsable, lo que te sugiero es no darte por vencido. Manda hojas de vida a Raimundo y todo el mundo, lee los clasificados, habla con los amigos y cuéntale al mundo para qué sirves. Diles cuáles son tus talentos y pelea contra tu mala ubicación en la vida.

Escarba en tu pasado para rescatar aquella vieja vocación de adolescente. Si no puedes trabajar en ella, conviértela en tu pasión alterna. Retómala. Saca tiempo para esa habilidad que te encanta y no te cansa. No pienses si lo haces bien o mal. Eso no importa, sino que te agrade, que te diviertas y que goces intensamente. Si tu marido te dice que las clases X no te generan dividendos, recuérdale que la gente vale por lo que es y no por lo que tiene. Agrégale en tono enfático que las mejores ganancias de la vida suelen carecer de signo pesos. Si tu esposa te regaña cada vez que te decides ir a practicar tu pasatiempo, ignórala. La pasión no es negociable. Pon a rodar tu talento. Es tuyo. Te pertenece como los ojos, la nariz o el pelo. No pidas permiso, no te justifiques ni trates de convencer a nadie. Si te gusta “jardinear”, llénate de tierra hasta la coronilla, al que le incomode, que se tape los ojos. Inscríbete en un curso de jardinería IV, cómprate el libro del “jardinero feliz" (con seguridad hay uno) y comienza a coquetearle a cuanta planta encuentres. Es más, haz el amor con ellas. Si te gusta la carpintería, no necesitas herramientas profesionales. Clavos, martillo y madera: por algo se empieza. Si te gusta la música, enciérrate a escucharla. Cómete el disco compacto y deja que el peroné, la tibia y la rótula se compaginen en algún compás alucinante. Si te gusta cantar, canta. En la ducha, en la calle, colgado de un autobús, en la misa, en las reuniones encopetadas, los domingos al amanecer, en la desventura y en la alegría. Cántale cara a cara a tu vecino insoportable o a tu mejor amante. Pero canta. Si no te mantienen en forma revolcando tus talentos desde adentro, se oxidarán. Haz las paces con la imaginación.

Naciste para algo especial. Como a la gran mayoría, es posible que aquel pequeño esbozo de genialidad infantil te haya sido cercenado por tus padres, en nombre del futuro y “Por tu bien”. Pero no es así. Si estás desarrollando tus talentos, lo que es, la vida se encargará de los detalles. La mayoría de las personas deambulan de un lugar a otro tratando de sobrevivir por sobrevivir. Ése no es el camino. Busca en tu interior y saca a relucir tu singularidad. Ábrele un espacio a tu vocación. Si la reprimes, estarás perdiendo mucho más que una oportunidad. Estamos hablando de tu vida. No importa qué tan exitoso o exitosa seas. Importa un bledo cuánto vendió tu empresa o si pudiste cumplir con los objetivos. Si tuvieras un cáncer o fueras víctima de un secuestro, los indicadores de venta serían un dato de mal gusto. Si no eres tú en persona, la verdadera, la única, la irreproducible, sólo serás una incipiente imitación. Una sombra platónica. Empieza hoy. Vuelve a tu infancia y rescata la más antigua y recalcitrante capacidad. Tráela al presente, pónla a funcionar a toda máquina y disfrútala sin reparos, con el embeleso del que tiene un juguete por primera vez.

Si haces lo anterior y comienzas a fortalecer tu realización personal, el apego afectivo empezará a perder funcionalidad. Ya no será tan necesario. E incluso puede llegar a ser un estorbo, porque el desarrollo de tus potencialidades habrá ocupado el primer lugar.

Del libro:
AMAR O DEPENDER
Walter Riso

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