viernes, 9 de junio de 2023

CUALIDADES DE LA MAITRI: LA FIRMEZA


Cuando meditamos se cultivan cuatro cualidades de la maitri: la firmeza, vernos con claridad, experimentar nuestra agitación emocional y estar atentos al momento presente.

La firmeza. Cuando practicamos la meditación estamos reforzando nuestra capacidad de ser firmes con nosotros mismos. Al margen de lo que nos ocurra —que nos duela todo el cuerpo, que nos aburramos, que nos durmamos o tengamos los pensamientos y las emociones más salvajes— estamos siendo leales a nuestra experiencia. Aunque muchos meditadores se lo planteen, no salimos corriendo y gritando de la habitación. En lugar de ello, aceptamos este impulso como un pensamiento más, sin etiquetarlo como correcto o incorrecto. No se trata de una empresa fácil. Nunca subestimes tu tendencia a huir cuando algo te duela.

Se nos anima a meditar a diario, aunque sea por un breve espacio de tiempo, para cultivar esa firmeza. Nos sentamos, pues, a meditar en cualquier tipo de circunstancia: estemos sanos o enfermos, de buen humor o deprimidos, tanto si creemos que la meditación nos funciona como que se está cayendo a pedazos. Y a medida que sigamos sentándonos a meditar, descubriremos que la meditación no consiste en entender o en alcanzar algún estado ideal, sino en poder estar presentes con nosotros mismos. Cada vez vemos con mayor claridad que no nos liberaremos de nuestros hábitos autodestructivos a no ser que desarrollemos una compasiva comprensión de lo que son.

Un aspecto de la firmeza es el ser consciente de tu cuerpo. Como la meditación hace hincapié en trabajar con la mente, es fácil olvidar que tienes un cuerpo. Cuando te sientas a meditar, es importante relajarte en tu cuerpo y entrar en contacto con lo que está ocurriendo dentro de él. Empezando por la cima de la cabeza, dedica algunos minutos a ser consciente de cada parte del cuerpo. Cuando llegues a alguna zona dolorida o tensa, inspira y espira tres o cuatro veces siendo consciente de ella.

Y cuando llegues a las plantas de los pies, detente, o si lo prefieres, vuelve a hacer este barrido por el cuerpo, desde los pies hasta la cima de la cabeza. Y después, durante la sesión de meditación, podrás recuperar rápidamente y en cualquier momento, la sensación general de ser consciente de tu cuerpo. Durante un momento fíjate sólo en que estás aquí, sentado, rodeado de sonidos, olores, imágenes y dolores; inspirando y espirando. Mientras meditas sentado, conecta así una o dos veces con tu cuerpo cuando lo desees. Y luego, vuelve a la técnica. 

En la meditación descubrimos nuestra inherente agitación. Algunas veces nos levantamos y dejamos de meditar, y otras, conseguimos seguir sentados pero meneamos y retorcemos el cuerpo, y nuestra mente está muy lejos, lo cual puede resultar tan molesto que nos parece que no podemos seguir meditando. Sin embargo, esta sensación no sólo nos enseña algo sobre nosotros, sino sobre lo que significa ser humano. Todos obtenemos seguridad y consuelo del mundo imaginario de los recuerdos, las fantasías y los planes. En realidad, no deseamos permanecer con la desnudez de nuestra experiencia presente. Estar presentes nos cuesta muchísimo. Hay momentos en los que sólo la suavidad y el sentido del humor nos dan la fuerza para tranquilizarnos.

La instrucción más importante es: «¡Sigue... sigue... sigue estando contigo mismo! Aprender a estar con uno mismo en la meditación es como adiestrar a un perro. Si lo adiestramos a base de golpes, acabaremos con un perro obediente, pero muy inflexible y más bien aterrado. El perro puede que obedezca a nuestras órdenes de «¡Quieto! ¡Ven! ¡Échate! y ¡Siéntate!», pero también estará neurótico y confundido. En cambio, si lo adiestramos con bondad, se volverá flexible y confiado, y no se alterará cuando las situaciones se vuelvan imprevisibles e inseguras.

De modo que siempre que nos distraigamos, hemos de animarnos con suavidad a «seguir estando con nosotros mismos» y a tranquilizarnos. ¿Te sientes nervioso?

¡Sigue! ¿La mente no cesa de discurrir? ¡Sigue! ¿El miedo y el odio te invaden?

¡Sigue! ¿Las rodillas y la espalda te duelen? ¡Sigue! ¿Qué hay hoy para almorzar?

¡Sigue! ¿Qué estoy haciendo aquí? ¡Sigue! ¡No puedo soportarlo ni un minuto más!

¡Sigue! Así es como cultivamos la firmeza.


Extracto del libro:
Los lugares que te asustan:
El arte de convertir el miedo en fortaleza
Pema Chödrön
Fotografía de Internet

jueves, 8 de junio de 2023

¡QUIÉN PUDIERA ROBAR LA LUNA…!


El maestro Zen, Ryokan, llevaba una vida sencillísima en una pequeña cabaña al pie de la montaña. Una noche, estando fuera el maestro, irrumpió un ladrón en la cabaña y se llevó un chasco al descubrir que no había allí nada que robar.

Cuando regresó Ryokan, sorprendió al ladrón. «Te has tomado muchas molestias para visitarme», le dijo al ratero.

«No deberías marcharte con las manos vacías. Por favor, llévate como regalo mis vestidos y mi manta».

Completamente desconcertado, el ladrón tomó las ropas y se largó.

Ryokan se sentó desnudo y se puso a mirar la luna. «Pobre hombre», pensó para sí mismo, «me habría gustado poder regalarle la maravillosa luz de la luna».



Del libro:
Anthony de Mello
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet

domingo, 4 de junio de 2023

TE ALEJAS


¿Te has dado cuenta alguna vez del hecho de que casi el noventa por ciento de los niños nacen durante la noche, no durante el día? ¿Por qué? Debería ser el cincuenta por ciento. ¿Por qué más niños eligen la noche? Y ¿por qué el noventa por ciento? Porque por la noche la madre está inconsciente, relajada. Está durmiendo y el niño puede salir fácilmente.Si ella está consciente, se esforzará, y entonces hará su presencia la ley del efecto contrario. Mientras la madre esté despierta, hará todos los esfuerzos posibles para poder sobrellevar el dolor, para que la cosa se acabe y el niño nazca. Y todo esfuerzo es una barrera; ella pone obstáculos. Cuanto más se esfuerza, más estrecho se hace el canal, y el niño no puede salir.

En las sociedades primitivas las madres no sienten ningún dolor cuando dan a luz, ningún dolor en absoluto. Es un milagro. Cuando, por primera vez, la ciencia médica occidental descubrió esto (que todavía existían sociedades primitivas en las que las madres no sufrían en absoluto) no se lo podía creer. ¿Cómo es posible esto? Entonces hicieron muchos experimentos, llevaron a cabo muchos proyectos de investigación, y se descubrió que todo se debe a que se trata de mujeres inconscientes. Viven como animales salvajes; no hay lucha, no hay conflicto, no hay esfuerzo. No quieren nada, simplemente flotan. Son primitivas, no tienen una mente muy consciente. Cuanto más civilizado eres, tu mente está más consciente. Cuanto más civilizado, más entrenada está tu voluntad, y tu inconsciencia se aleja cada vez más, hacia las profundidades, y entonces se crea una distancia.

Si hay algo que hacer, por difícil que sea, siempre podrás encontrar la forma de hacerlo, de cómo hacerlo. Puedes aprender la técnica; hay expertos que te pueden enseñar. Pero el zen no es algo que se le pueda enseñar a nadie. En Dios no hay expertos ni autoridades; no puede ser, porque no es una cuestión de saber cómo, de hacer, sino de relajarte en tu ser. Lo más importante te ocurrirá sólo cuando tú no estés ahí. Y si estás haciendo algo tendrás que estar ahí. El sueño llega cuando tú no estás ahí. La iluminación también sigue la misma regla; llega cuando no estás ahí. Pero cuando estás haciendo algo, ¿cómo vas a estar ausente al mismo tiempo? Si estás haciendo algo, estarás ahí. La acción alimenta el ego. Cuando no estás haciendo nada el ego no puede alimentarse. Simplemente desaparece, se muere, no está ahí. Y cuando el ego desaparece, desciende la luz. Así que, lo que sea que hagas queriendo, será la propia barrera. 

Cuando estés aquí, en mis meditaciones, hazlas, pero no a base de voluntad. No las fuerces; es mejor que dejes que ocurran. Flota en ellas, abandónate en ellas. Déjate absorber, no pongas tu voluntad. No manipules, porque al manipular te divides, te conviertes en dos: el manipulador y el manipulado. Y una vez que eres dos, inmediatamente se crean el cielo y el infierno; entonces se abre una distancia enorme entre tú y la verdad. No manipules, deja que las cosas ocurran.

Si estás haciendo la meditación Kundalini, permite el movimiento; ¡no lo hagas! Quédate de pie en silencio, siéntelo llegar, y cuando tu cuerpo comience a temblar un poco, colabora, ¿pero no lo hagas? Gózalo, disfrútalo, permítelo, recíbelo, dale la bienvenida, pero no lo hagas voluntariamente.

Si lo fuerzas, se convertirá en un ejercicio, un ejercicio físico. Entonces aparecerá el temblor, pero sólo en la superficie. No te penetrará. En el interior permanecerás sólido, como una piedra, como una roca. Continuarás siendo el manipulador, el hacedor, y el cuerpo tan sólo te estará siguiendo. El cuerpo no es lo importante, lo importante eres tú.

Cuando digo muévete, quiero decir que se mueva tu solidez, tu ser rocoso debe sacudirse hasta los mismos cimientos para que así se vuelva líquido, fluido, para que se derrita y fluya. Y cuando el ser rocoso se vuelve líquido el cuerpo le sigue. Entonces no hay un alguien que lo mueva, sólo movimiento; entonces nadie lo está haciendo, sino que simplemente está ocurriendo. Entonces no hay un hacedor.

Disfrútalo, pero no lo hagas voluntariamente. Y recuerda, siempre que haces algo voluntariamente no puedes gozarlo. Esas dos cosas son contrarias, opuestas; nunca se encuentran. Si fuerzas algo no puedes disfrutarlo, si lo disfrutas no puedes forzarlo.
Por ejemplo, puedes forzar tu amor. Puedes hacerlo de acuerdo a los manuales, pero así no lo disfrutarás. Si lo quieres disfrutar tendrás que tirar todos los manuales, todos los Kinseys y los Masters & Johnsons; tendrás que tirarlos todos. Tendrás que olvidarte por completo de todo lo que has aprendido acerca del amor. Al principio te sentirás perdido, porque no tendrás ninguna guía, ningún mapa. ¿Por dónde empezar?

Simplemente espera..., deja que se mueva tu energía interior, entonces síguela adondequiera que te lleve. Puede que tarde un poco de tiempo, pero cuando el amor llega te sobrepasa. Ya no estás ahí. El amor está ahí pero no hay nadie que ame. El amor ocurre como una energía, pero en él no hay ego. Entonces es algo inmenso, es una gran liberación.

Entonces el amor se convierte en éxtasis, y descubres algo que sólo han conocido aquellos que han llegado a lo Divino. Descubres un pequeño fragmento de ella, un rayo de luz, una gota del océano; entonces te llega su sabor.


Del libro:
Hsin Hsin Ming: El libro de la nada
Osho
Fotografía tomada del internet

miércoles, 31 de mayo de 2023

EN NINGUNA PARTE


 

ENCONTRAR A «LA PERSONA»


ENCIENDES la radio y, al compás de la música, el anhelo del buscador te grita a todo volumen por los altavoces: «Tú me completas. Te llevo siempre conmigo. No puedo vivir sin ti. Sin ti, no soy nada. Es a ti a quien siempre he esperado...». Hablamos de encontrar a «la persona» entre los millones de personas del mundo, y es lo mismo que, en realidad, anhela encontrar siempre el buscador: la vida, que está más allá de las decenas de miles de apariencias. Pero ¿podemos realmente encontrar ese algo único en otro ser humano? ¿Puede otro ser humano proporcionarnos de verdad la completud que buscamos, todo el tiempo, o es demasiado pedir tanto de alguien? ¿No es una carga demasiado pesada para colgársela a alguien a la espalda?

¡Es tanta la gente a la que me encuentro que se siente sola, incompleta, cuando no está viviendo una relación romántica! Recuerdo que de joven solía sentirme un bicho raro porque no tenía pareja, alguien «con quien compartir mi vida»; no entendía qué me pasaba. Miraba a mi alrededor y veía a toda aquella gente resplandeciente, feliz, a todas aquellas parejas, totalmente satisfechas, que se querían y nunca se sentían solas, y anhelaba lo que parecían tener. Sentía que algo inmenso le faltaba a mi vida.  ¡Ah, otra vez la voz del buscador! «Falta algo.» Falta la iluminación. Falta el amor. Falta el éxito. Falta la alegría. Falta la paz. El buscador vive en el mundo del «falta algo», el mundo de la carencia, y mira a su alrededor y ve que otros tienen aquello de lo que él carece; por eso la envidia y los sentimientos de inferioridad suelen aparecen cuando empezamos a compararnos con otros.

El buscador de relaciones, obsesionado con encontrar a «la persona» —aquella que le completará y pondrá fin a su búsqueda de amor— y que va de relación en relación buscándola, es como el buscador espiritual que se obsesiona con la iluminación y sigue a un gurú tras otro para alcanzarla. Pero un gurú tras otro le decepcionan, hasta que un día se detiene y se da cuenta de que, en realidad, su búsqueda interminable le está alejando cada vez más de la iluminación que anhela. Tal vez la propia búsqueda de la iluminación le esté impidiendo descubrir la iluminación que ya está presente.

Quizá nuestro anhelo de completarnos por medio de nuestras relaciones acabe finalmente por distraernos del encuentro íntimo en esas relaciones. Imagina a alguien que recorra todas las galerías de arte del mundo, todas las exposiciones, todos los museos, para encontrar una obra de arte que le complete. No sabe qué aspecto puede tener, ni cuándo ni cómo la encontrará, ni cómo sabrá que es «la obra» cuando se tope con ella; solo sabe que la tiene que encontrar. Es una búsqueda apremiante. De modo que pasa por delante de cuadro tras cuadro, de escultura tras escultura, sin ver en realidad lo que tiene delante de los ojos. Está demasiado ocupado buscando «la obra». Todos los cuadros ante los que pasa son en cierto modo menos que «la obra»: menos bellos, menos mágicos, menos maravillosos. Todos ellos se convierten simplemente en un medio para lograr un fin; todos están, por una u otra razón, incompletos en comparación con la mística completitud de esa obra única.

Y, por supuesto, nunca la encuentra, porque eso único que busca, en forma manifiesta, no existe.

¿Dónde estaba eso único? Estaba en todos y cada uno de los cuadros ante los que pasó, que ignoró, que despreció en su búsqueda de ello. Ese algo único no estaba en un cuadro determinado... ¡estaba en todos los cuadros! El uno estaba oculto en los muchos. El océano estaba en todas las olas, sin excepción.

El amor que buscamos no está contenido en ninguna parte, ¿entiendes?, como la iluminación espiritual no está contenida en ningún maestro, en ningún gurú. El amor que buscamos está en todas partes, pero nuestros ojos están cerrados a él, porque lo están buscando. En el Evangelio de Tomás, cuando a Jesús le preguntan: «¿Cuándo va a llegar el Reino?», él contesta: «No vendrá con expectación. No dirán: «¡Helo aquí!» o «¡Helo allá!», sino que el reino del Padre está extendido sobre la Tierra, y los hombres y las mujeres no lo ven».

Nuestro amado está ya extendido sobre la Tierra, y sencillamente no vemos.



Extracto del libro:
La más profunda aceptación
Jeff Foster
Fotografías tomadas de Internet
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