miércoles, 31 de mayo de 2023

ENCONTRAR A «LA PERSONA»


ENCIENDES la radio y, al compás de la música, el anhelo del buscador te grita a todo volumen por los altavoces: «Tú me completas. Te llevo siempre conmigo. No puedo vivir sin ti. Sin ti, no soy nada. Es a ti a quien siempre he esperado...». Hablamos de encontrar a «la persona» entre los millones de personas del mundo, y es lo mismo que, en realidad, anhela encontrar siempre el buscador: la vida, que está más allá de las decenas de miles de apariencias. Pero ¿podemos realmente encontrar ese algo único en otro ser humano? ¿Puede otro ser humano proporcionarnos de verdad la completud que buscamos, todo el tiempo, o es demasiado pedir tanto de alguien? ¿No es una carga demasiado pesada para colgársela a alguien a la espalda?

¡Es tanta la gente a la que me encuentro que se siente sola, incompleta, cuando no está viviendo una relación romántica! Recuerdo que de joven solía sentirme un bicho raro porque no tenía pareja, alguien «con quien compartir mi vida»; no entendía qué me pasaba. Miraba a mi alrededor y veía a toda aquella gente resplandeciente, feliz, a todas aquellas parejas, totalmente satisfechas, que se querían y nunca se sentían solas, y anhelaba lo que parecían tener. Sentía que algo inmenso le faltaba a mi vida.  ¡Ah, otra vez la voz del buscador! «Falta algo.» Falta la iluminación. Falta el amor. Falta el éxito. Falta la alegría. Falta la paz. El buscador vive en el mundo del «falta algo», el mundo de la carencia, y mira a su alrededor y ve que otros tienen aquello de lo que él carece; por eso la envidia y los sentimientos de inferioridad suelen aparecen cuando empezamos a compararnos con otros.

El buscador de relaciones, obsesionado con encontrar a «la persona» —aquella que le completará y pondrá fin a su búsqueda de amor— y que va de relación en relación buscándola, es como el buscador espiritual que se obsesiona con la iluminación y sigue a un gurú tras otro para alcanzarla. Pero un gurú tras otro le decepcionan, hasta que un día se detiene y se da cuenta de que, en realidad, su búsqueda interminable le está alejando cada vez más de la iluminación que anhela. Tal vez la propia búsqueda de la iluminación le esté impidiendo descubrir la iluminación que ya está presente.

Quizá nuestro anhelo de completarnos por medio de nuestras relaciones acabe finalmente por distraernos del encuentro íntimo en esas relaciones. Imagina a alguien que recorra todas las galerías de arte del mundo, todas las exposiciones, todos los museos, para encontrar una obra de arte que le complete. No sabe qué aspecto puede tener, ni cuándo ni cómo la encontrará, ni cómo sabrá que es «la obra» cuando se tope con ella; solo sabe que la tiene que encontrar. Es una búsqueda apremiante. De modo que pasa por delante de cuadro tras cuadro, de escultura tras escultura, sin ver en realidad lo que tiene delante de los ojos. Está demasiado ocupado buscando «la obra». Todos los cuadros ante los que pasa son en cierto modo menos que «la obra»: menos bellos, menos mágicos, menos maravillosos. Todos ellos se convierten simplemente en un medio para lograr un fin; todos están, por una u otra razón, incompletos en comparación con la mística completitud de esa obra única.

Y, por supuesto, nunca la encuentra, porque eso único que busca, en forma manifiesta, no existe.

¿Dónde estaba eso único? Estaba en todos y cada uno de los cuadros ante los que pasó, que ignoró, que despreció en su búsqueda de ello. Ese algo único no estaba en un cuadro determinado... ¡estaba en todos los cuadros! El uno estaba oculto en los muchos. El océano estaba en todas las olas, sin excepción.

El amor que buscamos no está contenido en ninguna parte, ¿entiendes?, como la iluminación espiritual no está contenida en ningún maestro, en ningún gurú. El amor que buscamos está en todas partes, pero nuestros ojos están cerrados a él, porque lo están buscando. En el Evangelio de Tomás, cuando a Jesús le preguntan: «¿Cuándo va a llegar el Reino?», él contesta: «No vendrá con expectación. No dirán: «¡Helo aquí!» o «¡Helo allá!», sino que el reino del Padre está extendido sobre la Tierra, y los hombres y las mujeres no lo ven».

Nuestro amado está ya extendido sobre la Tierra, y sencillamente no vemos.



Extracto del libro:
La más profunda aceptación
Jeff Foster
Fotografías tomadas de Internet

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