domingo, 4 de junio de 2023

TE ALEJAS


¿Te has dado cuenta alguna vez del hecho de que casi el noventa por ciento de los niños nacen durante la noche, no durante el día? ¿Por qué? Debería ser el cincuenta por ciento. ¿Por qué más niños eligen la noche? Y ¿por qué el noventa por ciento? Porque por la noche la madre está inconsciente, relajada. Está durmiendo y el niño puede salir fácilmente.Si ella está consciente, se esforzará, y entonces hará su presencia la ley del efecto contrario. Mientras la madre esté despierta, hará todos los esfuerzos posibles para poder sobrellevar el dolor, para que la cosa se acabe y el niño nazca. Y todo esfuerzo es una barrera; ella pone obstáculos. Cuanto más se esfuerza, más estrecho se hace el canal, y el niño no puede salir.

En las sociedades primitivas las madres no sienten ningún dolor cuando dan a luz, ningún dolor en absoluto. Es un milagro. Cuando, por primera vez, la ciencia médica occidental descubrió esto (que todavía existían sociedades primitivas en las que las madres no sufrían en absoluto) no se lo podía creer. ¿Cómo es posible esto? Entonces hicieron muchos experimentos, llevaron a cabo muchos proyectos de investigación, y se descubrió que todo se debe a que se trata de mujeres inconscientes. Viven como animales salvajes; no hay lucha, no hay conflicto, no hay esfuerzo. No quieren nada, simplemente flotan. Son primitivas, no tienen una mente muy consciente. Cuanto más civilizado eres, tu mente está más consciente. Cuanto más civilizado, más entrenada está tu voluntad, y tu inconsciencia se aleja cada vez más, hacia las profundidades, y entonces se crea una distancia.

Si hay algo que hacer, por difícil que sea, siempre podrás encontrar la forma de hacerlo, de cómo hacerlo. Puedes aprender la técnica; hay expertos que te pueden enseñar. Pero el zen no es algo que se le pueda enseñar a nadie. En Dios no hay expertos ni autoridades; no puede ser, porque no es una cuestión de saber cómo, de hacer, sino de relajarte en tu ser. Lo más importante te ocurrirá sólo cuando tú no estés ahí. Y si estás haciendo algo tendrás que estar ahí. El sueño llega cuando tú no estás ahí. La iluminación también sigue la misma regla; llega cuando no estás ahí. Pero cuando estás haciendo algo, ¿cómo vas a estar ausente al mismo tiempo? Si estás haciendo algo, estarás ahí. La acción alimenta el ego. Cuando no estás haciendo nada el ego no puede alimentarse. Simplemente desaparece, se muere, no está ahí. Y cuando el ego desaparece, desciende la luz. Así que, lo que sea que hagas queriendo, será la propia barrera. 

Cuando estés aquí, en mis meditaciones, hazlas, pero no a base de voluntad. No las fuerces; es mejor que dejes que ocurran. Flota en ellas, abandónate en ellas. Déjate absorber, no pongas tu voluntad. No manipules, porque al manipular te divides, te conviertes en dos: el manipulador y el manipulado. Y una vez que eres dos, inmediatamente se crean el cielo y el infierno; entonces se abre una distancia enorme entre tú y la verdad. No manipules, deja que las cosas ocurran.

Si estás haciendo la meditación Kundalini, permite el movimiento; ¡no lo hagas! Quédate de pie en silencio, siéntelo llegar, y cuando tu cuerpo comience a temblar un poco, colabora, ¿pero no lo hagas? Gózalo, disfrútalo, permítelo, recíbelo, dale la bienvenida, pero no lo hagas voluntariamente.

Si lo fuerzas, se convertirá en un ejercicio, un ejercicio físico. Entonces aparecerá el temblor, pero sólo en la superficie. No te penetrará. En el interior permanecerás sólido, como una piedra, como una roca. Continuarás siendo el manipulador, el hacedor, y el cuerpo tan sólo te estará siguiendo. El cuerpo no es lo importante, lo importante eres tú.

Cuando digo muévete, quiero decir que se mueva tu solidez, tu ser rocoso debe sacudirse hasta los mismos cimientos para que así se vuelva líquido, fluido, para que se derrita y fluya. Y cuando el ser rocoso se vuelve líquido el cuerpo le sigue. Entonces no hay un alguien que lo mueva, sólo movimiento; entonces nadie lo está haciendo, sino que simplemente está ocurriendo. Entonces no hay un hacedor.

Disfrútalo, pero no lo hagas voluntariamente. Y recuerda, siempre que haces algo voluntariamente no puedes gozarlo. Esas dos cosas son contrarias, opuestas; nunca se encuentran. Si fuerzas algo no puedes disfrutarlo, si lo disfrutas no puedes forzarlo.
Por ejemplo, puedes forzar tu amor. Puedes hacerlo de acuerdo a los manuales, pero así no lo disfrutarás. Si lo quieres disfrutar tendrás que tirar todos los manuales, todos los Kinseys y los Masters & Johnsons; tendrás que tirarlos todos. Tendrás que olvidarte por completo de todo lo que has aprendido acerca del amor. Al principio te sentirás perdido, porque no tendrás ninguna guía, ningún mapa. ¿Por dónde empezar?

Simplemente espera..., deja que se mueva tu energía interior, entonces síguela adondequiera que te lleve. Puede que tarde un poco de tiempo, pero cuando el amor llega te sobrepasa. Ya no estás ahí. El amor está ahí pero no hay nadie que ame. El amor ocurre como una energía, pero en él no hay ego. Entonces es algo inmenso, es una gran liberación.

Entonces el amor se convierte en éxtasis, y descubres algo que sólo han conocido aquellos que han llegado a lo Divino. Descubres un pequeño fragmento de ella, un rayo de luz, una gota del océano; entonces te llega su sabor.


Del libro:
Hsin Hsin Ming: El libro de la nada
Osho
Fotografía tomada del internet

miércoles, 31 de mayo de 2023

EN NINGUNA PARTE


 

ENCONTRAR A «LA PERSONA»


ENCIENDES la radio y, al compás de la música, el anhelo del buscador te grita a todo volumen por los altavoces: «Tú me completas. Te llevo siempre conmigo. No puedo vivir sin ti. Sin ti, no soy nada. Es a ti a quien siempre he esperado...». Hablamos de encontrar a «la persona» entre los millones de personas del mundo, y es lo mismo que, en realidad, anhela encontrar siempre el buscador: la vida, que está más allá de las decenas de miles de apariencias. Pero ¿podemos realmente encontrar ese algo único en otro ser humano? ¿Puede otro ser humano proporcionarnos de verdad la completud que buscamos, todo el tiempo, o es demasiado pedir tanto de alguien? ¿No es una carga demasiado pesada para colgársela a alguien a la espalda?

¡Es tanta la gente a la que me encuentro que se siente sola, incompleta, cuando no está viviendo una relación romántica! Recuerdo que de joven solía sentirme un bicho raro porque no tenía pareja, alguien «con quien compartir mi vida»; no entendía qué me pasaba. Miraba a mi alrededor y veía a toda aquella gente resplandeciente, feliz, a todas aquellas parejas, totalmente satisfechas, que se querían y nunca se sentían solas, y anhelaba lo que parecían tener. Sentía que algo inmenso le faltaba a mi vida.  ¡Ah, otra vez la voz del buscador! «Falta algo.» Falta la iluminación. Falta el amor. Falta el éxito. Falta la alegría. Falta la paz. El buscador vive en el mundo del «falta algo», el mundo de la carencia, y mira a su alrededor y ve que otros tienen aquello de lo que él carece; por eso la envidia y los sentimientos de inferioridad suelen aparecen cuando empezamos a compararnos con otros.

El buscador de relaciones, obsesionado con encontrar a «la persona» —aquella que le completará y pondrá fin a su búsqueda de amor— y que va de relación en relación buscándola, es como el buscador espiritual que se obsesiona con la iluminación y sigue a un gurú tras otro para alcanzarla. Pero un gurú tras otro le decepcionan, hasta que un día se detiene y se da cuenta de que, en realidad, su búsqueda interminable le está alejando cada vez más de la iluminación que anhela. Tal vez la propia búsqueda de la iluminación le esté impidiendo descubrir la iluminación que ya está presente.

Quizá nuestro anhelo de completarnos por medio de nuestras relaciones acabe finalmente por distraernos del encuentro íntimo en esas relaciones. Imagina a alguien que recorra todas las galerías de arte del mundo, todas las exposiciones, todos los museos, para encontrar una obra de arte que le complete. No sabe qué aspecto puede tener, ni cuándo ni cómo la encontrará, ni cómo sabrá que es «la obra» cuando se tope con ella; solo sabe que la tiene que encontrar. Es una búsqueda apremiante. De modo que pasa por delante de cuadro tras cuadro, de escultura tras escultura, sin ver en realidad lo que tiene delante de los ojos. Está demasiado ocupado buscando «la obra». Todos los cuadros ante los que pasa son en cierto modo menos que «la obra»: menos bellos, menos mágicos, menos maravillosos. Todos ellos se convierten simplemente en un medio para lograr un fin; todos están, por una u otra razón, incompletos en comparación con la mística completitud de esa obra única.

Y, por supuesto, nunca la encuentra, porque eso único que busca, en forma manifiesta, no existe.

¿Dónde estaba eso único? Estaba en todos y cada uno de los cuadros ante los que pasó, que ignoró, que despreció en su búsqueda de ello. Ese algo único no estaba en un cuadro determinado... ¡estaba en todos los cuadros! El uno estaba oculto en los muchos. El océano estaba en todas las olas, sin excepción.

El amor que buscamos no está contenido en ninguna parte, ¿entiendes?, como la iluminación espiritual no está contenida en ningún maestro, en ningún gurú. El amor que buscamos está en todas partes, pero nuestros ojos están cerrados a él, porque lo están buscando. En el Evangelio de Tomás, cuando a Jesús le preguntan: «¿Cuándo va a llegar el Reino?», él contesta: «No vendrá con expectación. No dirán: «¡Helo aquí!» o «¡Helo allá!», sino que el reino del Padre está extendido sobre la Tierra, y los hombres y las mujeres no lo ven».

Nuestro amado está ya extendido sobre la Tierra, y sencillamente no vemos.



Extracto del libro:
La más profunda aceptación
Jeff Foster
Fotografías tomadas de Internet

lunes, 3 de abril de 2023

EL ORIGEN DE LA RELACIÓN


Durante uno de mis retiros, una joven me dijo:

—Jeff, toda esta charla sobre la integridad, la completud, la aceptación profunda y el hecho de que no exista un yo nítidamente definido es realmente preciosa e inspiradora, pero lo que de verdad me interesa es por qué hay tanto conflicto en mis relaciones.

Era una pregunta muy interesante, y hablamos mucho rato sobre la conexión entre el despertar espiritual y las relaciones humanas. ¿Tienen importancia, o incluso relevancia, las relaciones cuando lo que queremos es despertar del sueño de la separación? Si no hay un yo separado, si soy simplemente el gran espacio abierto en el que la vida sucede, ¿son posibles siquiera las relaciones, tal como las conocemos? ¿Puede el espacio abierto estar en relación con el espacio abierto?

Cuando se acercaba el final del retiro, la misma joven se me acercó y me dijo:

—Ahora lo entiendo, Jeff. No estoy buscando la iluminación espiritual, ni riquezas materiales, ni fama, ni éxito. Pero entiendo que, esencialmente, busco lo mismo que la gente que busca esas cosas. Lo que busco es amor, es una pareja que me ame y me complete, que me haga sentirme entera ; y ahora me doy cuenta de que es exactamente la misma búsqueda que impulsa a la gente a vivir en ashrams en la India, a meditar veinticuatro horas al día o a dejarse la vida trabajando para conseguir un ascenso o un coche deportivo que son pura ilusión. Ahora entiendo que estamos todos juntos en el juego de la búsqueda. Todos buscamos completitud..., solo que lo hacemos de maneras distintas. Es una auténtica lección de humildad tener que admitir todo esto.

Durante la mayor parte de la historia humana, las estructuras religiosas tradicionales nos proporcionaron una auténtica sensación de seguridad, de pertenecer a algo más grande que nosotros, y nos ayudaron a lidiar con nuestro vacío interior. Ocurriera lo que ocurriese, siempre podíamos acudir a la Biblia, al anciano de la tribu, al sacerdote, al rabino, al gurú, a la autoridad suprema en busca de consuelo, de sentido, de perspectiva, de sabiduría. Podíamos referirnos a un pasaje de un texto ancestral y decirnos: «Así es como se ha de vivir» o «Este es el sentido de todo». En los tiempos modernos, nuestras posesiones, nuestra profesión, nuestra cuenta bancaria, las corporaciones, el mercado bursátil son nuestros nuevos dioses. Hay más gente que nunca que dice ser atea, agnóstica, humanista, racionalista, escéptica, laicista o «espiritual pero no religiosa». Muchas personas solo están dispuestas a creer en aquello que esté «científicamente demostrado». Pero la ciencia no está, todavía, ni siquiera cerca de descubrir quiénes somos realmente. Cada respuesta científica conduce a un millar de nuevas preguntas. Y, además, en estos últimos años hemos perdido , casi literalmente, la fe en las instituciones financieras, los bancos, las corporaciones y los gobiernos.

Así que a mucha gente, en lo que respecta a encontrar una manera de canalizar sus energías de búsqueda, lo único que le queda son las relaciones románticas. Ni todo el dinero del mundo puede completarme; ni la iglesia, ni la sinagoga, ni el templo, ni la mezquita me ofrecen ya el alivio que anhelo, y la ciencia no está ni siquiera cerca de poder satisfacer mis anhelos más profundos. Pero no todo está perdido. Todavía puedo completarme en la relación con otro ser humano; encontraré a esa persona especial, mi media naranja, mi aliada, mi compañera, y la conservaré, y tendré su amor y sus cuidados el resto de mi vida, en la salud y en la enfermedad. Estaré íntegro. Estaré completo. El amor de esa persona hará desaparecer el vacío, la sensación de «mal-estar» y carencia, la añoranza del hogar que siento en lo más hondo. El amor de esa persona me sanará de mi soledad cósmica.

Sí, nos buscamos unos a otros para tener compañía, para la procreación y para el placer, pero, por encima de todo, nos buscamos para estar completos ; y esta expectativa de que las relaciones nos salvarán de nosotros mismos es la causa de tanta alegría... y de tanta tristeza.




Extracto del libro:
La más profunda aceptación
Jeff Foster
Fotografías tomadas de Internet
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...