martes, 15 de febrero de 2022

AVANZAR CON LA RENDICIÓN


 

SAMSARA


 

LA MUERTE DE MI PADRE


La muerte de mi padre no fue en absoluto una muerte. O fue la muerte total. Y ambas cosas significan lo mismo. Esperaba que muriese de este modo. Murió de una manera envidiable: murió en samadhi, murió totalmente desprendido del cuerpo y de la mente.

Fui a verlo sólo tres veces durante todo el mes que estuvo en el hospital. Siempre que sentía que estaba justo en el límite, iba a verlo. Las dos primeras veces estaba un poco asustado porque si moría tendría que nacer otra vez; existía un pequeño apego al cuerpo. Su meditación se profundizaba cada día, pero unas pocas cadenas con el cuerpo estaban todavía intactas, no estaban rotas.

Ayer fui a verlo: estaba inmensamente feliz, ahora podía morir con una muerte verdadera. Ya no estaba interesado en el cuerpo. Ayer por la mañana temprano, a las tres, alcanzó su primer vislumbre de lo eterno e inmediatamente se hizo consciente de que ahora se moriría. Esta fue la primera vez que me llamó; las otras dos veces fui por mi propia voluntad. Ayer me llamó pues estaba seguro de que se moriría. Quería decir adiós y lo dijo hermosamente, sin lágrimas en los ojos, sin ningún anhelo por la vida.

Por lo tanto, de alguna manera no es una muerte, sino un nacimiento en la eternidad. Murió en el tiempo y nació en la eternidad. O es una muerte total; total en el sentido de que ya no volverá nunca más. Y ésta es la realización máxima; no hay nada mejor que esto.

Ayer por la mañana él era absolutamente consciente de que la muerte le llegaba. Y me llamó. Esta fue la primera vez que me llamó y en el momento en que lo vi, comprendí que no estaba más en el cuerpo. Todos los dolores del cuerpo desaparecieron. Por esto los doctores estaban desconcertados: el cuerpo funcionaba con absoluta normalidad. Que pudiese morir era lo último que los doctores se podían imaginar. Podía haber muerto cualquier día antes. Tenía un profundo dolor, había muchas complicaciones: su corazón no funcionaba bien, su pulso se estaba debilitando; había coágulos de sangre en el cerebro, en la pierna y en la mano.

Ayer estaba absolutamente normal. Le hicieron un chequeo y dijeron que parecía imposible; ya no había ningún problema, ningún peligro. Pero así es como sucede. El día del peligro, de acuerdo con los médicos, no parecía que fuera a morir. Las primeras veinticuatro horas, cuando fue ingresado en el hospital hace un mes, fueron las más peligrosas; tenían miedo de que muriera. No murió. Entonces, durante las siguientes veinticuatro horas, estaban indecisos, no podían asegurar si lo salvarían o no. Un cirujano sugirió cortarle la pierna completamente, porque si los coágulos de sangre comenzaban a formarse en otras partes sería imposible salvarlo.

Pero yo estaba en contra de que le cortaran la pierna, porque uno tiene que morir algún día, ¿por qué deformar el cuerpo y crear más dolor? Y el vivir, en sí mismo, no tiene ningún significado. Sólo prolongar la vida no tiene ningún sentido. Dije no. Se sorprendieron. Y cuando sobrevivió durante casi cuatro semanas, pensaron que yo tenía razón, que no había ninguna necesidad de cortar la pierna; la pierna estaba renaciendo, viviendo otra vez. También comenzó a caminar, por lo que el doctor Sardesai pensó que era un milagro. No tenía tantas esperanzas de que fuera capaz de caminar.

Ayer estaba perfectamente normal, todo normal. Y esto me dio la indicación de que ahora era posible la muerte. Si la meditación sucede antes de la muerte, todo se normaliza. Uno muere en perfecta salud, porque uno no está realmente muriendo sino entrando en un plano más alto. El cuerpo se convierte en un escalón.

Abandonó el mundo en silencio total, en alegría, en paz. Abandonó el mundo como una flor de loto; merecía la pena celebrarlo. Y estas son las ocasiones en las que aprendes cómo vivir y cómo morir. Cada muerte ha de ser una celebración, pero solamente puede ser una celebración si te conduce a planos más altos de la existencia.


FUENTE: OSHO: ‘Be Still and Know’, Septiembre de 1979, tomado de la dirección internet www.oshogulaab.com

lunes, 14 de febrero de 2022

MIEDO Y TU HISTORIA


 

CARTA DE UN ASESINO CONFESO


Sr. Dr. Joaquín María Ayanack
Calle Gualeguaychú 431
Capital Federal
S / M

Estimado Sr.:

Ante que nada, debo decirle que Ud. no me conoce, por lo menos, no en el sentido vulgar de conocer, esto es, como yo lo conozco a Ud.

Quiero decir, yo sí tengo agendado su nombre y su domicilio. Yo sé su edad, sus gustos, el lugar donde va de vacaciones, la marca del auto que usa. Conozco el nombre de su esposa, el de sus hijos y hasta el de su perro cocker ("Pongo" ¿verdad?). Me interrumpe pensar que quizás todos estos datos lo inquieten un poco.

Como todos los que transitan por espacios de poder, tiene Ud. también sus aspectos paranoides. Me lo imagino preguntándose "¿Cómo sabes estas cosas de mí?", "¿Dónde consiguió este dato?".

... Para evitar que se siga angustiando con estos planteos, me apuro en contestarle que no hay dato tan secreto que un poco de dinero y mucho tiempo no sean capaces de conseguir... Y la verdad, es que no me falta ni esto ni aquello. (A veces, me parece que lo que hace que Dios sea omnipotente no es el poder, sino la paciencia infinita que da la inmortalidad. Nosotros, los humanos, en cambio, nos enfrentamos con ese grado de urgencia a la que nos obliga la forzosa conciencia de nuestra finitud.).

Eso sí, para llevar adelante una investigación seria, hace falta adosarle a la paciencia un poco de inteligencia y, obviamente, una cantidad de interés por lo investigado proporcional a la dificultad.
(Porque además, sin interés es imposible aguzar la inteligencia)...

Quizás fuera justo empezar por contarle cuándo empezó mi interés por Ud.

Es muy probable que no lo recuerde - ya que han pasado muchos años - pero el caso es que un día, exactamente el jueves 23 de Julio de 1991, pasadas las 2 de la tarde (dos y cuarto precisamente), Ud. transitaba con su BMW gris por la calle Avellaneda, en Flores. Había llovido por la tarde y las calles estaban encharcadas como siempre. Al llegar a la esquina de Artigas, dobló a la izquierda a toda velocidad y enfiló por Artigas hacia Gaona, dejando que el auto se desplazara un poco de cola, como a Ud. le gusta doblar. Justo ahí, a metros de Avellaneda, hay un bache. Ud. lo conocía, sabía de ese bache, porque se arrimó al cordón derecho para esquivarlo, (¿se acuerda?)... Al hacerlo, claro, salpicó al viejito que intentaba cruzar aprovechando que el semáforo cortaba el tráfico de Artigas. Lo salpicó de arriba a abajo, desde las rodillas hasta el sombrero.

Ud. lo vió, yo sé que lo vió.

Y misteriosamente, contra todo lo esperado, Dr. ¡Ud. no paró...! Y no sólo no paró, sinó que además (y esto fue lo más significativo), hizo un gesto... un gesto que debe haber durado tres o cuatro segundos, no más... un gesto de desprecio, un rictus de fastidio, unos milímetros de torcedura en su boca... al que siguió un leve, levísimo encogimiento de hombros que dijeron, clara y fugazmente, todo lo que hacía falta saber de su lectura del episodio.

Ese día yo me dije - ¡Qué mal tipo! -.

Conviene que yo le aclare algo de mí: No soy un prejuicioso. No tengo nada contra los autos importados, ni contra sus poseedores. También soy, creo, comprensivo y tolerante, así que después pensé que tal vez, me había equivocado y su actitud no había sido tal, o quizás, esa actitud suya había sido excepcional.

Una excepción a la regla que media su vida, un mal momento, un error, un exabrupto...

Ojalá lo entienda, Dr., para alguien como yo, que no comprende de aproximaciones, ni de medias tintas, las cosas son o no son, y la única manera de saber si Ud. era o no un bastardo, era investigándolo, investigándolo seriamente...

Así que... ¡eso es lo que hice!.

Durante los últimos cinco años me dediqué a saber sobre Ud. para poder ratificar o rectificar, esa horrible primera impresión que su actitud me causó.

Y aquí estoy, Dr. Ayanack, la investigación ha terminado, o mejor dicho, lo hallado es más que suficiente para una conclusión: Ud. es aún más despreciable que lo que yo pude pensar en 1991. 

... El 24 de Julio, al día siguiente del incidente, a la una y media de la tarde, me paré en la misma esquina de Artigas y Avellaneda a esperarlo pasar, apoyándome en la presunción de que Ud., como yo, no cambia sus rutas cotidianas (Siempre me sorprendió esta odiosa manía que tenemos los humanos de rigidizar nuestra conducta de hábitos: comemos siempre lo mismo, nos vestimos del mismo color, veraneamos en la misma ciudad, consumimos la misma marca de cigarrillos, y por supuesto, recorremos las mismas calles de la ciudad para ir de un lugar a otro).

Ud. no es una excepción, así que a las 2 y 14', volvió a doblar con su BMW por Artigas hacia Gaona y esquivó el bache de Artigas arrimándose al cordón de la mano derecha.

Ese día no había agua, ni viejito cruzando, no hubo gesto ni nada que me distrajera de tomar su número de patente: B-2153412.

El lunes siguiente decidí no trabajar y dedicarle a la investigación el día completo, así que tomé mi auto, lo estacioné sobre Artigas y otra vez, esperé su paso. A la hora de siempre, el auto importado gris dobló y comencé a seguirlo: Juan B. Justo, Warnes, Serrano, Santa Fé, Gurruchaga. Confieso que me fastidió un poco verlo estacionar entre los lugares reservados para la Comisaría de la esquina de Santa Fé y Gurruchaga. Por un momento lo imaginé comisario o algo así. Pero no, Ud. ni siquiera entró en la comisaría. Pasó frente a la puerta y el agente de guardia lo saludó con la venia. Desde mi auto lo vi caminar por Santa Fé hacia Canning unos 20 o 30 mts. y entrar en un edificio. En ese momento el agente de guardia hizo sonar el silbato haciendo señas para que avanzara.

¿Por qué, Dr., Ud. puede estacionar su auto en un lugar reservado para la comisaría y yo tuve que ir a buscar un lugar donde estacionar, cosa difícil, por cierto, en esa zona?.

¿Por qué, Dr., nos hemos transformado en un compendio de oscuros privilegios concedidos o usurpados que benefician a unos a expensas de todos los otros?.

¿Cómo es que el hecho de tener una profesión como la de comisario, o subcomisario, permite hacer suyo un pedazo de ciudad para guardar un auto, y encima concede el poder de trasladar ese don a otros?.

Porque Ud., Dr., no trabaja en la comisaría. Ud. es... "amigo del comisario", ¿Da eso derecho a unos metros cuadrados de cuadra en la ciudad?, ¿Cuánto cuesta esa dádiva, Dr.? ¿Un "favorcito"?, ¿unos "pesos"?, ¿una concesión compensadora "non sancta"?.

Mascullando palabrotas contra Ud., la policía, la municipalidad y el sistema; estacioné y caminé las dos cuadras de vuelta hacia Santa Fé.

Sobre el fin de la tarde ya sabía lo que necesitaba para empezar mi investigación. Sabía su nombre, la dirección de su oficina, su profesión (Abogado Penalista), y su horario de atención lunes, miércoles, jueves y viernes de 14 a 18.

Hasta el momento en que entré en su oficina, confieso que aún tenía dudas sobre mis presunciones. Tanto el episodio de Flores como el "privilegio" del estacionamiento frente a la comisaría no me alcanzaban... Pero cuando su secretaria Mirta (la rubia, la que tiene dos hijos y vive en Liniers), me dió cita con Ud. para el lunes siguiente a las 14 hs., me dí cuenta de su falta de respeto a los demás. Porque su secretaria sigue sus indicaciones Dr., y Ud. y yo sabemos que no puede llegar a las 14 hs. si a las 14.15... ¡dobla por Artigas, en Flores!.

¿Qué se supone que hace la persona que fue citada a las 14 hs., entre las 2 de la tarde y las 3 menos cuarto en que Ud. llega?, ¿Qué hace con su problema legal, con su ansiedad y con su angustia?. No sabe qué hace, ¿verdad, Dr.?. No lo sabe ni le importa un rábano... Que espere.

El otro... que espere.

Confieso, Dr., que mi opinión sobre los penalistas nunca fue maravillosa. Siempre pensé que las personas deberían tener alguna imagen de sí mismos relacionada con la profesión que después eligen.

No puede ser casual que casi todos los médicos sean hipocondríacos, casi todos los economistas sean tramposos, y que no existan abogados confiables. Muchos meses de mi investigación los dediqué a estudiar psicología. Fue un intento de llegar a entenderlo a Ud. y sus mecanismos. No entraba en mi cabeza que un individuo que se dedicaba a la justicia, tuviera una idea tan poco aceptable de la moral y de lo justo. Aprendí, entonces, algo que se llama "formación reactiva! (un supuesto mecanismo mediante el cual uno actúa para intentar cambiar el signo de la acción que sigue a un deseo censurable...)

La psicología sería mucho más benévola con Ud. que yo, Dr. Para la ciencia, Ud. "sublima sus pulsiones" con su profesión. Lo cual así enunciado hasta parece ennoblecedor. No, Dr.. No hay ningún mecanismo reactivo que justifique, por ejemplo, que Ud. haya conseguido que su cliente, Fuentes Orbide, saliera en libertad incriminando al cuñado y socio de él. Ud. sabía que el otro era inocente. Ud. sabía que su presentación y planteo de defensa terminaría cambiando el lugar, en la cárcel, de su cliente por el de su víctima. Y sin embargo, lo hizo igual. Ud. no defendía la justicia, Dr. Ni siquiera a su cliente.

Ud. defendió su bolsillo, su renombre, su interés personal.

Dos semanas después de que el pobre socio de su cliente fuera detenido, alguien le comentó sobre el caso, en un pasillo de tribunales.

El comentario era un pseudo-reproche por haberlo "mandado preso"...

¿Recuerda su respuesta, Dr.? Sus palabras resuenan en mi cabeza como si hubiera estado allí escuchando: Ud. dijo: "Bueno, che, si no puede pagarse un buen abogado que se joda!".

Nada de justificación reactiva para Ud., Dr.

Nada de interpretación de sublimación para las actitudes de la más baja calaña.

¿Es que vamos a echarle la culpa a sus pulsiones por esa repulsiva escala de valores con que Ud. maneja sus relaciones interpersonales?

¿Vamos ahora a interpretar como "fobia a la pobreza" esa actitud del restaurante de la calle Alvear en aquel mediodía de septiembre...?

Déjeme que lo ayude a recordar...

Fue hace más o menos dos años, Ud. almorzaba con María Elena, su amante, en el restaurante de Alvear, así que debía ser martes (Mucho tiempo me llevó entender que los martes eran los días dedicados a su amante). Yo los miraba sentado en una mesa no demasiada lejana, como tantas otras veces. Aquel día, mientras comíamos, entró un chico de unos diez años vendiendo rosas por las mesas. Nadie lo había visto, ni los mozos, ni María Elena, ni yo... y de pronto Ud. gritó: "Mozo!" Y el camarero que lo atiende siempre (y que le teme tanto como lo odia), se acercó rápidamente. Entonces, Ud. hizo que el mozo echara al chico a empujones a la calle.

La psicología tendrá muchas explicaciones para estas canalladas, pero yo sólo tengo una, Ud. es un canalla Dr., tan canalla que no merece vivir.

Pensará Ud.: ¿Y a éste, qué le importa?. Me importa, Dr., me importa mucho...

Me importa porque yo soy aquel viejito que Ud. salpicó en Artigas y Gaona hace cinco años. Me importa porque también soy el tipo que tiene que caminar dos cuadras todos los días porque no puede estacionar en Gurruchaga y Santa Fé. Me importa porque soy su esposa, Dr., que quisiera almorzar con Ud. alguna vez, y porque, de alguna manera, también soy su amante, que quisiera no almorzar con Ud. algún martes. Me importa porque soy el preso inocente que paga en la cárcel por lo que no hizo. Me importar porque, de muchas maneras, yo soy el pibe que intenta vender las flores en el restaurante de la calle Alvear...

Los psicólogos me han enseñado mucho sobre los mecanismos de la mente, así que debo admitir, por fin, aunque me duela, que me importa porque seguramente, yo soy tan canalla como Ud., doctor.

Yo soy tan corrupto, tan soberbio, tan agresivo, tan interesado, tan egoísta, tan humillante, tan autoritario y tan despreciable como Ud.

En los últimos años, Dr., he llegado a pensar, por momentos, que Ud. no era más que una parte mía. Una horrible parte mía, con vida independiente, que muestra lo peor de mí, en cada una de sus actitudes.

Creo que fue a partir de esas ideas de "encarnaciones", "identificaciones" y "escisiones de la personalidad", que me di cuenta de que Ud. no sólo no merecía vivir, sino que, además, debía morir.

Sí. Morir!... ¿Pero morir cómo?.

¿Quién sabe?.

¿Cuál sería la forma más justa?. ¿Accidente?. ¿Infarto?. ¿Suicidio?. No lo sé.

La más honesta, sin dudas, sería, lisa y llanamente, el asesinato:

Esto es, que alguien, finalmente, decidiera matar por lo que Ud. tan arquetípicamente representa del resto de nosotros.

¿Entiende Ud. el porqué de mi carta Dr.?

No le escribo para que se arrepienta...

Le escribo para informarle (porque creo que le concierne), que he decidido matarle.

Por supuesto - yo lo sé - Ud. pensará en tomar sus recaudos:

Guardias, armas, guardaespaldas, sistemas de alarma, custodia en su casa, investigación de todo su personal, etc. etc.

Pero... ¿Cuánto tiempo se puede sostener todo eso?...

¿Cinco años me llevó juntar la información que me permita sentenciarlo con justicia!... puedo esperar cinco, diez o veinte para cumplir la ejecución... En algún momento la custodia se afloja, la precaución se olvida, los detalles se descuidan... y en ese momento, Dr. Ayanack, yo estaré esperándolo.

Puede que alguien duda (quizás Ud. mismo), si este aviso de asesinato es real...

Si yo mismo soy real...

¿Cómo saber, por ejemplo, que esto no es una especia de acto culposo inconsciente de su parte?. En un psicologismo salvaje, alguien podría preguntarse si esta no es una carta dirigida por Ud. a sí mismo para autoreprocharse sus miserables acciones.

En contra de esta postura está mi idea de que Ud. es absolutamente incapáz de sentir culpa.

Lo creo un amoral, en el explícito sentido de la palabra.

Aunque... hay, a favor de esta posibilidad, un dato inquietante. Cómo la policía podrá comprobar... esta carta fue escrita en su máquina de escribir, esa que está en su escritorio, en la casa de Floresta. El papel es el mismo que Ud. usa y salió de su cajón del escritorio. Si consideramos el tiempo que lleva tipear esta carta, llegaríamos a la conclusión de que la única persona que podría haberla escrito sin despertar sospechas es... Ud. mismo, Dr.

Este pequeño misterio final que toma nuestra historia me encanta porque le concede un toque de policial que me fascina. Voy a guardarme el secreto de cómo lo hice, como para poder volver a escribirle si apareciera algo más para decirle.

Por ahora, me despido de Ud., no sin antes permitirme hacerle un pedido:

Cuídese, Dr. Ayanack, cuídese!!!. No me gustaría que por un tonto descuido, un accidente real transformara en inútil todo mi trabajo.

J.M.A



Extracto del libro:
Cuentos para pensar
Jorge Bucay
Fotografía de Internet

sábado, 12 de febrero de 2022

PODRÍA DECIRSE EN EL BUDISMO (SOBRE LA PAZ)

 




32.EL BUDISMO ZEN NO ES UNA RELIGIÓN NI UNA DISCIPLINA MÁS.



En los sistemas que solemos llamar Guías se intenta ayudar a los Humanos y se 
utilizan las mismas palabras, pero en el Budismo Zen tienen otros significados que han de ser descubiertos por la experiencia de las Prácticas específicas del Zen. Como ejemplos citaré algunos:

Podría decirse que en el Zen, la Verdad no es algo revelado a un hombre por uno o más seres divinos, terrenales, extraterrenales o sobrenaturales. La Verdad es sencillamente, la Realidad. De ella recomiendan los maestros que no sea buscada. Es lo que perciben los sentidos directamente. El Camino está bajo tus pies.

Podría decirse que un hombre bueno, no es el que hace buenas obras sino el que practicando la indiferencia, es él mismo y no su Ego.

Podría decirse que la Paz es la transparencia vacía de la mente sin objetivos.

Podría decirse que la Libertad no consiste en decir o hacer lo que se quiera sino en vivir la Realidad. Darse cuenta de que se vive en la Realidad no es asunto importante. Cuando estamos bien de salud, no notamos nada.

Podría decirse que el Sentido del Deber y del Honor consiste en hacer lo que hay que hacer en cada momento sin distraerse en elecciones, gustos, preferencias… prescindiendo por igual del amor y del odio.

Podría decirse que las oportunidades de realización aparecen cada día por miles y se refieren a seguir las Enseñanzas a cada momento.

Podría decirse que el conocimiento acumulativo no es del mismo orden que la sabiduría que emerge de vivir según el orden del Cosmos y respetarle, la Ética.

Podría decirse que la obediencia no es un signo de humildad porque prescindir del propio Ego, aún siendo meritorio, no es Práctica realización.

Por este camino de las palabras, no acabaríamos nunca porque es el de la forma, el de las preguntas y las respuestas lo cual no es vivir. Lo mejor, es seguir el Camino de Buda.



Bibliografía:
La luciérnaga ciega: Soko Daido Ubalde
Fotografía tomada de internet

PODRÍA DECIRSE EN EL BUDISMO (SOBRE LA BONDAD)



 

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