domingo, 29 de marzo de 2020

SIN TEMORES


LA GACELA


Un cazador capturó un día una gacela y la encerró en el cercado en el que guardaba sus asnos y sus vacas. La pobre gacela, perdida, corría de aquí para allá. Llegada la noche, el cazador trajo heno para los asnos. Éstos tenían un hambre tan grande que este vil alimento les era dulce como el azúcar. La gacela, aturdida por el polvo, vagaba en todos sentidos. Estar unido uno a su contrario es una tortura peor que la muerte. 

También tú sufres esta tortura sin darte cuenta siquiera. El pájaro de tu alma está encerrado en la misma jaula que su contrario. El espíritu es como un halcón, pero tu naturaleza es la del cuervo. 

Durante mucho tiempo, esta gacela con perfume de almizcle languideció en el cercado de los asnos. Se encontraba allí como un pez varado en la orilla. El almizcle y los excrementos se encontraban reunidos en un mismo lugar. Los asnos empezaron entonces a burlarse de ella. Uno decía: 

«¡Oh, oh! ¡Tiene el carácter de un sultán!». 

Otro: 

«¡Seguro que posee perlas!». 

Cuando quedaron saciados, la invitaron, sin embargo, a satisfacer su hambre, pero la gacela les dijo: 

«¡Estoy muy cansada y apenas tengo apetito! 

—¿Ah, sí? dijeron los asnos. Entendemos perfectamente. Tienes tus caprichos. ¡Temes rebajarte! 

—Es vuestro alimento, dijo la gacela. Os conviene, pero yo soy amiga de la hierba fresca. Acostumbro a saciar mi sed en el agua pura de los ríos. Sin duda lo que me sucede estaba escrito en mi destino. ¡Ay, mi naturaleza no ha cambiado y heme aquí en la situación de un pobre en cuya mirada ni siquiera hay avidez! ¡Mis vestidos pueden estar ajados, pero yo estoy aún fresca! ¡Cuando pienso que en otro tiempo comía a mi voluntad lilas, tulipanes y lirios…! 

—¡La nostalgia te extravía! replicaron los asnos. 

—¡Mi almizcle es mi testigo! respondió la gacela. Incluso el ámbar y el incienso lo respetan. Sólo los que perciben los olores los diferencian. ¡Mi almizcle no está ciertamente destinado a los amantes del fango! ¡Oh, qué inútil es ofrecer almizcle al que aprecia el olor del estiércol!». 

En este bajo mundo, la salvación está en la nostalgia y la soledad. 



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

sábado, 28 de marzo de 2020

EL FIN DE LAS DIFERENCIAS HUMANAS


APRENDER A DETENERSE


Dos son los aspectos de la práctica de la meditación enseñada por el Buda: detenerse y mirar profundamente. La primera parte consiste en detenerse. Si eres como la mayoría de la gente, habrás estado escapando desde el momento en que naciste. Tú, como muchos de nosotros, has heredado de tus ancestros el fuerte hábito de escapar, de estar tenso y de verte desbordado por muchas cosas, de modo que tu mente no está total y completamente presente. Te has acostumbrado a dejarte arrastrar por percepciones erróneas y emociones negativas y a mirar las cosas de un modo muy superficial, lo que te lleva a comportarte de manera equivocada y convierte tu vida en algo miserable. 

La práctica consiste en aprender a pararse, es decir, en aprender a dejar de huir. Aunque no experimentes irritación, ira, miedo o desesperación, todavía estas corriendo detrás de este proyecto o de aquella línea de pensamiento, y no estás en paz. Por ello, aun en aquellos momentos en que no tengas ningún problema (o quizás especialmente en ellos), conviene aprender a estar aquí, a relajarte, a detenerte y a familiarizarte con las maravillas que el presente te depara. 

Cuando tu mente permanece en silencio, ves las cosas con más profundidad. Si realmente llevas a cabo la práctica de detenerte, no necesitas ejercitar la visión profunda, porque ya estarás viendo las cosas con más profundidad. Detenerte y mirar profundamente son dos caras de la misma realidad. Si te concentras en algo importante, tu mente se detendrá y verás con más profundidad. 

Cuando te detengas y estés en contacto con lo positivo, te verás renovado y claro y sonreirás. Y cuando el alimento de tu práctica te nutra, podrás alimentar a los demás con tu mente clara, tu sonrisa y tu alegría. 

Quizás, en medio de las maravillas del momento presente, tengas todavía muchas dificultades, pero si miras profundamente, verás que todavía tienes un 80% de cosas positivas con las que estar en contacto y poder disfrutar. No corras y regresa, pues, al momento presente. De ese modo, cultivarás la concentración y mirarás las cosas con más profundidad y claridad. Este es un entrenamiento tan sencillo como importante. 

Asiéntate tranquilamente en la inspiración y la espiración en el momento presente. Cuando la emoción sea demasiado fuerte y no baste con la respiración para detenerte y relajarte, sal y camina. Céntrate en cada paso para que tu mente se detenga. No dejes que tu mente se vea arrastrada por pensamientos, juicios, irritaciones, sentimientos o proyectos. Vuelve al momento presente, detente y relájate. Detente y relaja la agitación y la tensión que hay en ti. Y aunque no estés experimentando emociones muy intensas, entrénate para que, cuando necesites pensar en algo, contemplar u observar profundamente algo, no tengas problema alguno en sentarte tranquilamente. 

La práctica te permite liberar la tensión y aliviar el dolor de tu cuerpo. Y cuando reconozcas los dolorosos sentimientos internos, sabrás cómo abrazarlos y, relajando su tensión, liberarte. Así podrás crear, dondequiera que vayas, una sensación de alegría y felicidad. 

La práctica te permitirá liberarte de obstáculos y dificultades. De ese modo, sabrás enfrentarte a los problemas que se presenten. Con una práctica estable, no hay razón para tener miedo, porque ya has visto el camino. Y cuando sabes cómo manejar tu cuerpo, tus sentimientos y tus percepciones, no tienes necesidad de seguir preocupándote. 

Independientemente de que estés de pie, caminando o sentado en meditación, puedes apelar a la inspiración y la espiración para que te ayuden a detenerte. Detente totalmente en el presente, y cuando lo hagas, habrás dominado tu cuerpo y tu mente. Entonces no dejarás que tus hábitos energéticos te dejen a merced de pensamientos compulsivos sobre el pasado o el futuro o acerca de este o aquel proyecto. De ese modo, aprendes a detenerte, relajarte y estar en paz. La meditación sentada no es para luchar, sino para soltarlo todo. 

Cuando aparece un pensamiento, le dices «hola» y luego le dices «adiós». Y cuando llega otro pensamiento, le saludas también y después te despides de él. No luches. No digas: «¡Qué mal estoy! 

¡Pienso demasiadas cosas!». No es necesario que hagas eso. Di «hola» y «adiós», relájate y suelta. Lleva tu mente al momento presente y descansa en la consciencia de tu cuerpo. Es como ablandar judías. No tienes que meter el agua a la fuerza en las judías. Deja simplemente las judías en remojo y acabarán ablandándose. De ese modo, las judías se empapan, hinchan y ablandan. Y lo mismo sucede contigo. Suéltate y la tensión irá liberándose poco a poco, lenta y gradualmente. Entonces te sentirás más relajado y más tranquilo. El entrenamiento consiste en volver a traer tu mente a tu cuerpo al momento presente. 

Cuando caminas, tu cuerpo está aquí, pero tu mente suele estar en cualquier otra parte. El ejercicio consiste en volver al presente y reunificar así tu cuerpo y tu mente. Es muy profundo. Entonces ves las cosas de un modo más claro y sosegado. Si aparece algún pensamiento, salúdalo y toma consciencia de él. Y si aflora algún pensamiento negativo, sé también consciente de él. Independientemente de que lo hayas heredado de tu padre, de tu madre o de cualquier otra persona que haya influido en ti, suéltate y sonríe. Este es tu cuerpo consciente, es decir, el cuerpo en el que tienes la mente. Así es como aprendes a tener siempre un cuerpo consciente, de modo que, cuando te sientes, sepas que tu cuerpo está sentado y tu mente está completamente en tu cuerpo sentado. Y así aprendes también, cuando caminas, a que tu mente esté completamente en tu cuerpo caminando y seas consciente tranquila, amorosa y profundamente, de cada paso que das y del apoyo de tus pies en el suelo. 




Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
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