sábado, 31 de agosto de 2019

EL NARRADOR


Eran tiempos de exilio. Héctor Tizón andaba con la raíces al aire, y las raíces le ardían como nervios sin piel. 

Alguien le había recomendado un psicoanálisis, pero el psicoanalista y él pasaban mudos la eternidad de cada sesión. El paciente, tumbado en el diván, no abría la boca, por ser de naturaleza enroscado y por creer que su biografía carecía de importancia. Y también estaba callado el terapeuta, y en blanco, siempre en blanco, estaban las páginas del cuaderno que yacía sobre sus rodillas. Al cabo de los cuarenta minutos, el psicoanalista suspiraba: 

—Bueno. Ya es hora. 

A Héctor le daba pena el buen hombre, y él mismo se daba pena: aquel tormento, peor que el exilio, le estaba destrozando los nervios, y encima pagaba por padecerlo. 

Un buen día decidió que las cosas no podían seguir así. Desde entonces, a media mañana, mientras el tren lo llevaba desde Cercedilla hacia Madrid, Héctor iba inventando buenas historias para contar. Y apenas se echaba en el diván, se montaba en el arcoiris y disparaba cuentos de montañas embrujadas, héroes endiablados, sirenas que llaman a los hombres desde el fondo de los ríos y fantasmas que hacen casa en la alta niebla. 

El psicoanalista tenía más ganas de aplaudirlo que de interpretarlo.




Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

EL PRECIO


viernes, 30 de agosto de 2019

EL SABOR DE LA LIBERTAD


Una vez que el niño conoce el sabor de la libertad, jamás formará parte de ninguna sociedad, ninguna Iglesia, ningún club, ningún partido político. Seguirá siendo un individuo, seguirá siendo libre y provocará pulsaciones de libertad a su alrededor. Su ser mismo se convertirá en una puerta hacia la libertad.

Al niño no se le permite probar la libertad. Si le pregunta a su madre: «Mamá, ¿puedo salir? Hace sol, el aire está fresco y me gustaría dar una vuelta a la manzana», inmediatamente, de una forma obsesiva, compulsiva, ella dirá: «¡No!». El niño no ha pedido gran cosa; sólo salir a disfrutar del sol de la mañana, el aire fresco y la compañía de los árboles... ¡No ha pedido nada! Pero movida por una profunda compulsión, la madre dice que no. Es raro oír a una madre o a un padre decir sí.

Incluso si lo hacen, es de mala gana. Incluso si dicen sí, hacen sentirse culpable al niño, que los está obligando, que está haciendo algo malo.

Siempre que el niño se siente feliz, haga lo que haga, siempre hay alguien que le dirá: «¡No hagas eso!». El niño lo va comprendiendo poco a poco: «Siempre que me siento feliz por algo, eso es malo». Y naturalmente, nunca se siente feliz haciendo lo que los demás le dicen que haga, porque para él no es un impulso espontáneo. Y así llega a saber que estar triste está bien y ser feliz está mal. Esa asociación llega a lo más profundo.

Si quiere abrir el reloj para ver lo que hay dentro, toda la familia se le echa encima gritando: «¡No! Vas a romper el reloj. Eso es malo». El niño sólo estaba mirando el reloj, por curiosidad científica. Quería saber por qué hace tictac. Estaba actuando bien. Y el reloj no es tan valioso  como su curiosidad, como su mente inquisitiva. El reloj no vale nada -aunque lo destroce-, pero cuando la mente inquisitiva queda destruida, se ha destruido mucho más: el niño no volverá a indagar para averiguar la verdad.

O a lo mejor hace una noche preciosa, con el cielo lleno de estrellas, y el niño quiere estar fuera, pero es la hora de irse a dormir. No tiene sueño, está completamente despierto, muy despierto. El niño se siente confundido. Por la mañana, cuando tiene sueño, todo el mundo le grita: «¡Vamos! ¡A levantarse!». Cuando estaba disfrutando tanto de estar en la cama, cuando quería darse otra vuelta, dormir y soñar un poco más, todo el mundo le lleva la contraria: «¡Levántate! Es hora de levantarse».

Resulta que está completamente despierto y quiere disfrutar de las estrellas. Es un momento muy poético, muy romántico. Está emocionado.

¿Cómo irse a dormir con semejante emoción? Está entusiasmado, quiere cantar y bailar, pero lo obligan a irse a dormir. «Son las nueve. Hora de irse a dormir.» Estaba tan feliz despierto, pero lo obligan a irse a dormir.

Cuando está jugando lo obligan a sentarse a la mesa para cenar. No tiene hambre. Cuando tiene hambre, la madre dice: «No son horas». Así destruimos toda posibilidad de ser extático, toda posibilidad de ser feliz, de alegría, de placer. Todo aquello con lo que el niño se siente feliz de una forma espontánea parece ser malo, y lo que no le llama la atención parece ser bueno.



Bibliografía: 
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet

DUDAS


jueves, 29 de agosto de 2019

LA BALANZA Y LA ESCOBA


Un día, un hombre fue a la joyería y dijo al joyero:

"Quisiera pesar este oro. Préstame tu balanza."

El joyero respondió:

"¡Lo siento de veras, pero no tengo pala!

-¡No, no! dijo el hombre, ¡yo te pido tu balanza!"

El joyero:

"¡No hay escoba en este almacén!

-¿Estás sordo? dijo el hombre. ¡Te pido una balanza!"

El joyero respondió:

"He oído muy bien. No estoy sordo. No creo que mis palabras estén desprovistas de sentido. Veo bien que careces de experiencia y que, al pesar tu oro, vas a dejar caer algunas partículas al suelo. Entonces me dirás: "¿Puedes prestarme una escoba para que pueda recuperar mi oro?" ¡y cuando lo hayas barrido, me preguntarás si tengo una pala! Yo veo el fin desde el principio. ¡Recurre a algún otro!"



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

ESTABILIDAD


martes, 27 de agosto de 2019

EL MAESTRO DE ESCUELA


La ciencia posee dos alas, pero la intuición sólo tiene una. Cada vez que el ave de la duda intenta salir volando desde el nido de la esperanza, cae a tierra porque no tiene más que un ala: la de la intuición.

Había una vez un maestro de escuela que era muy exigente con sus alumnos. Estos se pusieron pronto a buscar una solución para librarse de él. Se decían:

"¿Cómo es que nunca se pone enfermo? Eso nos daría ocasión de tener un poco de descanso. Nos liberaríamos así de esta prisión que es la escuela para nosotros."

Uno de los alumnos propuso su idea:

"Es necesario que uno de nosotros diga al maestro: "¡Oh, maestro! ¡Creo que su cara está muy pálida!

¡Sin duda tiene fiebre!" Seguro que estas palabras tendrán su efecto sobre él, aunque, de momento, no quedará convencido. Pero, cuando entre en la clase, diréis todos juntos: "¡Oh, maestro! ¿Qué pasa? ¿Qué le sucede?" Cuando un tercero, luego un cuarto, después un quinto le hayan repetido lo mismo con cara entristecida, no hay duda de que quedará convencido."

A la mañana siguiente, todos los alumnos se pusieron a esperar a su maestro para que cayese en la trampa. El que había propuesto la idea fue el primero en saludarlo y en anunciarle la mala noticia. El maestro le dijo:

"¡No digas insensateces! No estoy enfermo. ¡Vuelve a tu sitio!"

Pero el polvo de la duda se había infiltrado en su corazón. Cuando todos los niños, unos tras otros, se pusieron a repetirle lo mismo, empezó a creer que estaba realmente enfermo.

Cuando un hombre camina sobre un muro elevado, pierde el equilibrio apenas la duda se apodera de él.

El maestro decidió entonces meterse en la cama. Sintió un gran rencor hacia su mujer, porque se decía:

"¿Cómo es que ni siquiera ha notado el color de mi cara? Parece que ya no se interesa por mí. Acaso espera casarse con otro..."

Lleno de cólera, abrió la puerta de su casa. Su mujer, sorprendida, le dijo:

"¿Qué pasa? ¿Por qué vuelves tan pronto?"

El maestro de escuela replicó:

"¿Te has vuelto ciega? ¿No ves la palidez de mi cara? ¡Todo el mundo se inquieta, pero a ti, eso te deja indiferente! Compartes mi techo, pero apenas te preocupas por mí."

La mujer le dijo:

"¡Oh dueño mío! Son imaginaciones. ¡Tú no estás enfermo!

-¡Oh, mujer vulgar! se enfureció el maestro, si estás ciega, seguro que no es culpa mía. Estoy desde luego enfermo y el dolor me tortura.

-Si quieres, le dijo su mujer, te traeré un espejo. Verás así qué cara tienes y si merezco ser tratada así.

-¡Vete al diablo con tu espejo! Ve mejor a preparar mi cama, pues creo que me sentiré mejor si me acuesto."

La mujer fue entonces a preparar su cama, pero se dijo:

"Aparenta estar enfermo para alejarme de la casa. Todo eso no es más que un pretexto."

Una vez en cama, el maestro se puso a lamentarse. Entonces el alumno que había tenido esta astuta idea dijo a los demás:

"Su casa no está lejos. Recitemos nuestras lecciones con la voz lo más alta posible y ese ruido no hará sino aumentar sus tormentos."

Al cabo de un rato, el maestro ya no pudo contenerse y fue a decir a sus alumnos:

"Me dais dolor de cabeza. Os autorizo a volver a vuestras casas."

Así, los niños le desearon un rápido restablecimiento y tomaron el camino de regreso a sus casas, como pájaros en busca de semillas. Cuando las madres vieron que los niños jugaban en la calle a la hora de la escuela, les reprendieron severamente. Pero los niños respondieron:

"No es culpa nuestra. Es la voluntad de Dios que nuestro maestro haya caído enfermo."

Las madres dijeron entonces:

"Veremos mañana si decís la verdad. Pero ¡pobres de vosotros si es una mentira!"

Al día siguiente, las madres de los escolares fueron a visitar al maestro y comprobaron que estaba gravemente enfermo. Le dijeron:

"¡No sabíamos que estuviese usted enfermo!"

El maestro replicó:

"Yo tampoco lo sabía. ¡Fueron vuestros hijos los que me informaron de ello!



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

BRECHAS


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...