Quizá creas que tu hijo y tú sois dos entidades distintas, pero si lo observas con más profundidad, verás que seguís siendo una unidad. De ahí que solucionar una pelea, restablecer la paz entre los dos, sea como restablecer la paz en tu interior, en tu propio cuerpo. Tú y tu hijo tenéis la misma naturaleza, pertenecéis a la misma realidad.
Hace muchos años, cuando estaba en Londres, entré en una librería y vi un libro titulado My Mother, Myself. Qué título tan inteligente: «Mi madre, yo mismo». Podrías escribir otro libro titulado: Mi hija, yo mismo, o Mi hijo, yo mismo, o Mi padre, yo mismo, porque es cierto. Cuando te enojas con tu hijo, te estás enojando contigo mismo. Cuando castigas a tu hijo, te estás castigando a ti mismo. Cuando haces sufrir a tu padre, te estás haciendo sufrir a ti. Lo comprendemos cuando adquirimos la visión del no-yo, la visión de que el yo está hecho de elementos no-yo, como nuestro padre, nuestra madre, todos nuestros antepasados, así como el sol, el aire y la tierra.
Cuando experimentas esta visión, la realidad del no-yo, sabes que la felicidad y el sufrimiento no son una cuestión individual. Tu sufrimiento es el sufrimiento de tus seres amados. Su felicidad es tu felicidad. Cuando lo sabes, ya no te tienta la idea de castigar o culpar a alguien y actúas con mucha más sabiduría. Esta inteligencia, esta sabiduría, es fruto de tu contemplación, de tu profunda observación. Por eso cuando leas tu Sutra del Corazón, te ayudará a recordar la visión de que tu hijo o tu pareja son tú.