miércoles, 31 de julio de 2013

UN SIMPLE ÁRBOL PARA LA HUMANIDAD


NO TE MERECE QUIEN TE LASTIMA


Merecer significa “hacerse digno de”. Expresiones como: “Te entiendo”, “Lo acepto”, “Lo disfruto”, “Me alegro” o “Tu amor es un regalo”, son manifestaciones de aceptación y buena recepción. Si una persona no aprecia lo que le doy, no lo comprende o no lo traduce, el amor se deshace en el camino, no da en el blanco y desaparece. Un amor que no llega es un despilfarro energético de grandes proporciones. Podríamos entenderlo del siguiente modo: “No puedo amar a quien no quiere estar conmigo. Si no me aman, no me respetan o me subestiman, no me merecen como pareja”.

Cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte. Aristócratas y adinerados señores habían llegado de todas partes para ofrecer sus maravillosos regalos. Joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los obsequios para conquistar a tan especial criatura. Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no tenía más riquezas que amor y perseverancia. Cuando llegó el momento de hablar, dijo: “Princesa, te he amado con toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor… Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas… Esa es mi dote…” La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar: “Tendrás tu oportunidad: si pasas la prueba, me desposarás”. Así pasaron las horas y los días. El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañar, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer un momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos. Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona habían salido a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la infanta, el joven se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar. Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa: “¿Qué fue lo que te ocurrió?... Estabas a un paso de la meta… ¿Por qué perdiste esa oportunidad?... ¿Por qué te retiraste?...” Con profunda consternación y algunas lágrimas mal disimuladas, contestó en voz baja: “No me ahorró ni un día de sufrimiento… Ni siquiera una hora… No merecía mi amor…”

El merecimiento no siempre es egolatría, sino dignidad. Cuando damos lo mejor de nosotros mismos a otra persona, cuando decidimos compartir la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en par y desnudamos el alma hasta el último rincón, cuando perdemos la vergüenza, cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión. Que se menosprecie, ignore o desconozca fríamente el amor que regalamos a manos llenas es desconsideración o, en el mejor de los casos, ligereza. Cuando amamos a alguien que además de no correspondernos desprecia nuestro amor y nos hiere, estamos en el lugar equivocado. Esa persona no se hace merecedora del afecto que le prodigamos. La cosa es clara: si no me siento bien recibido en algún lugar, empaco y me voy. Nadie se quedaría tratando de agradar y disculpándose por no ser como les gustaría que fuera.

No hay vuelta de hoja. En cualquier relación de pareja que tengas, no te merece quien no te ame, y menos aún, quien te lastime. Y si alguien te hiere reiteradamente sin “mala intención”, puede que te merezca pero no conviene.

Del libro:
AMAR O DEPENDER
Walter Riso

MIEDO PSICOLÓGICO



El estado de miedo psicológico está divorciado de cualquier peligro real e inmediato. Puede adoptar diversas formas: desazón, preocupación, ansiedad, nervios, tensión, temor, fobia, etc. El miedo psicológico del que hablamos siempre se refiere a algo que podría ocurrir, no a algo que ya está ocurriendo. Tú estás en el aquí y ahora, mientras que tu mente está en el futuro. Esto crea una brecha de ansiedad. Y si te has identificado con tu mente y has perdido el poder y la simplicidad del ahora, esa brecha de ansiedad será tu constante compañera. Siempre puedes afrontar el momento presente, pero no puedes afrontar algo que sólo es una proyección mental; no puedes afrontar el futuro.

Además, mientras sigas identificándote con tu mente, el ego dirigirá tu vida. Debido a su naturaleza fantasmal, y a pesar de sus elaborados mecanismos de defensa, el ego es muy vulnerable e inseguro, y se siente amenazado constantemente. Por cierto, esto sigue siendo verdadero aunque externamente esté muy seguro.

Ahora bien, recuerda que una emoción es la reacción del cuerpo a la mente. ¿Qué mensaje recibe continuamente el cuerpo desde el ego, desde ese falso yo fabricado por la mente?: peligro, estoy amenazado.

¿Y qué emoción genera este mensaje continuo?: miedo, por supuesto.

El miedo parece tener muchas causas: miedo a la pérdida, miedo al fracaso, miedo a que nos hieran, y así sucesivamente; pero, en definitiva, todos los miedos pueden resumirse en el miedo del ego a la muerte, a la aniquilación. Para el ego, la muerte siempre está a la vuelta de la esquina. En este estado de identificación con la mente, el miedo a la muerte afecta a todos los aspectos de tu vida.

Por ejemplo, algo tan aparentemente trivial y «normal» como la necesidad compulsiva de tener razón en una discusión y demostrar que el otro está equivocado —defender la posición mental con la que te has identificado— se debe al miedo a la muerte. Si te identificas con una posición mental y resulta que estás equivocado, tu sentido de identidad, basado en la mente, se sentirá bajo una seria amenaza de aniquilación.

Por tanto, tú, como ego, no puedes permitirte estar equivocado. Equivocarse es morir. Esto ha motivado muchas guerras y ha causado la ruptura de innumerables relaciones.

Cuando dejas de identificarte con la mente, el hecho de tener razón o estar equivocado es indiferente para tu sentido de identidad; de modo que esa necesidad compulsiva, apremiante y profundamente inconsciente de tener razón, que es una forma de violencia, deja de estar presente. Puedes expresar cómo te sientes y lo que piensas con claridad y firmeza, pero tal expresión no estará teñida de agresividad ni actitud defensiva. Tu sentido de identidad deriva entonces de un lugar más profundo y verdadero dentro de ti, no de la mente.


Del libro:
PRACTICANDO EL PODER DEL AHORA
Enseñanzas, Meditaciones y Ejercicios Esenciales
Eckhart Tolle

AUTOCONCIENCIA Y DARSE CUENTA


1er Recurso Interno: autoconciencia y darse cuenta

El camino del crecimiento personal empieza por el autoconocimiento, y éste por la autoconciencia, que es también el primero y el principal de los recursos internos.

Cuanto más hábil sea yo en el uso de esta herramienta, más rápido avanzaré por el camino y más efectivo será mi accionar.

Pero uno va aprendiendo que hay herramientas que se combinan, recursos que se suman y optimizan. El ser consciente de mí hay que relacionarlo con la capacidad de darse cuenta del afuera. Es decir, si yo no puedo darme cuenta de lo que está pasando, no puedo hacer ninguna evaluación, no puedo razonar, no puedo hacer ningún pronóstico, no puedo elaborar la acción que a mí me conviene realizar.

Cuentan que había un papá que tenía un hijo que era un poco tonto. Llama al hijo y le dice:

—¡Vení para acá! ¡Andá hasta el almacén y fijate si yo estoy ahí!
—Sí, papá —dice el nene.

El padre le comenta a su amigo:
—¿Te das cuenta? Es tan tonto que no ve que si estoy acá no puedo estar allá.

Entretanto, el nene se encuentra con un amiguito que le dice:
—¿Adónde vas?

—Voy hasta acá a la esquina, mi papá me mandó a ver si estaba ahí. ¡Es tan bobo mi papá! ¿Cómo me va a mandar a ver si está en la esquina?

Y el amiguito le dice:

—Claro, ¡podría haber hablado por teléfono!

Del libro:
El Camino de la Auto-Dependencia
Jorge Bucay

martes, 30 de julio de 2013

DAR Y RECIBIR AMOR


Es imposible convivir sanamente sin un equilibrio entre el “dar” y el “recibir”. Si una de las partes es mal dador, pero le gusta recibir afecto, es probable que estemos ante un avaro afectivo o un narcisista en potencia. Por el contrario, cuando la persona es una dadora de tiempo completo y no cree merecer afecto, la sumisión está presente. Para que la relación amorosa funcione, no debe haber desequilibrios muy marcados.

Si somos sinceros, en el cuerpo a cuerpo, en la intimidad afectiva, bajo las sábanas, en las peleas, en los logros personales y en cada espacio de convivencia compartida siempre esperamos alguna equivalencia afectiva. No digo que haya que ser milimétrico y llevar contabilidades momento a momento. Lo que sostengo es que la desigualdad del intercambio acaba por destruir cualquier vínculo. Si doy diez, me conformo con un ocho. Más aún, si el amor me lo permitiera, hasta un siete estaría bien. Jamás podría contentarme con una relación que no llenara, al menos en parte, mis expectativas afectivas. Repito: la idea no es pegarse de ridiculeces que son superfluas e intrascendentes, sino discriminar cuándo se justifica y cuándo no. Es decir, elegir lo verdaderamente importante.

Estando en plena reconciliación después de una separación, la esposa de uno de mis pacientes se negó a prepararle el desayuno al marido porque el pacto que tenían era “un día cada uno”, y ese día no le tocaba a ella. Cuando él le pidió el favor porque no había podido dormir bien, la mujer refunfuñó, esgrimió consignas feministas y criticó duramente la falta de seriedad de su cansado esposo ante los acuerdos pautados. Un nazi en faldas, rígido e intransigente. Esto no es reciprocidad sino quisquillosidad obsesiva y malquerencia.

Por el contrario, hay casos en que el intercambio sí necesita nivelarse. Recuerdo el caso de un señor insatisfecho sexualmente, casado con una mujer inorgásmica y absolutamente fría. Ella nunca pudo aceptar el problema. Se negaba a pedir ayuda profesional y menospreciaba las necesidades sexuales de su esposo por considerarlas “exabruptos masculinos” (vale la pena señalar que en los últimos seis meses solamente habían tenido cuatro relaciones). Su argumento rayaba en la terquedad: “Puedo vivir sin sexo… No me hace falta… Para mi hay cosas más importantes que hacer el amor… ¿Por qué tengo que ceder yo?... ¿Por qué no puede él acoplarse a mí?” Ante la negativa persistente de ella, el hombre decidió separarse: “Necesito sentir que la mujer que está a mi lado me desea… Quiero verla feliz entre mis brazos y que se entregue a mí, no sólo en espíritu sino en cuerpo… Si doy sexo y no lo recibo, me queda la desagradable sensación de no hacerla sexualmente feliz… Yo disfruto si ella disfruta… No soy capaz, no puedo negociar sobre esto”.

Cuando se trata de aspectos esenciales, recibir se convierte en una cuestión de derechos y no en un culto al ego. Hay cosas primordiales a las cuales no podemos renunciar porque son imprescindibles para la supervivencia psicológica; y aunque no las hagamos explícitas, damos por sentado que deben existir para que la relación afectiva siga su curso. Si soy fiel, espero fidelidad; si soy honesto, espero honestidad; si soy cariñoso, espero ternura. De no ser así, no me interesa.

Del libro:
AMAR O DEPENDER
Walter Riso
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