martes, 23 de agosto de 2022
SI UN HOMBRE ESTÁ BIEN, EL MUNDO ESTARÁ BIEN
Se cuenta una maravillosa historia acerca de un predicador que un sábado por la mañana estaba tratando de preparar un sermón en difíciles circunstancias. Su esposa había salido de compras. Era un día lluvioso, y su hijito se mostraba nervioso y aburrido porque no tenía nada que hacer. Al final, desesperado, el pastor tomó una vieja revista y empezó a hojearla hasta llegar a una ilustración brillantemente coloreada. Era un mapamundi.
Arrancó la página de la revista, la rompió en trocitos y los esparció todos por el suelo del salón al tiempo que decía: «Johnny, si puedes recomponer todo eso te daré un cuarto de dólar».
El predicador supuso que la tarea le iba a llevar a Johnny buena parte de la mañana.
Pero a los diez minutos oyó llamar con los nudillos a la puerta de su estudio. Era su hijo con el rompecabezas ya ordenado. El hombre se sorprendió de que Johnny hubiera terminado tan temprano, con los trozos de papel pulcramente colocados y el mapa del mundo recompuesto.
«Hijo, ¿cómo lo has hecho tan deprisa?», preguntó el predicador.
«Oh —contestó Johnny—, ha sido fácil. En la parte de atrás había la imagen de un hombre. He colocado un trozo de papel debajo, he compuesto la figura del hombre, he colocado un papel encima y lo he vuelto del revés. He pensado que, si la figura del hombre estaba bien, el mundo también lo estaría.»
El clérigo sonrió y le entregó a su hijo un cuarto de dólar. «También me has dado el tema del sermón de mañana —dijo—. Si un hombre está bien, el mundo estará bien.»
Esta idea encierra una gran lección. Si alguien no está satisfecho de su mundo y desea cambiarlo, tiene que empezar por sí mismo. Si estás bien, tu mundo estará bien. Si uno tiene una actitud mental positiva, los problemas de su mundo tienden a doblegarse ante él.
Napoleon Hill
Extracto del libro:
365 semillas de conciencia para una vida plena
Fotografías tomadas de Internet
lunes, 22 de agosto de 2022
LA PRUEBA DEL MAESTRO
Soy pobre y débil, dijo un día un maestro a sus discípulos, pero vosotros sois jóvenes, y yo os enseño: es deber vuestro, por lo tanto, conseguir el dinero que vuestro viejo maestro necesita para vivir.
¿Cómo podemos hacer eso?- preguntaron los discípulos-.
Las gentes de esta ciudad son tan poco generosas que sería inútil pedirles ayuda.
Hijos míos- contestó el maestro-, existe un modo de conseguir dinero, no pidiéndolo, sino cogiéndolo. No sería pecado para nosotros robar, pues merecemos más que otros el dinero. Pero, ¡ay!, yo soy demasiado viejo y débil para hacerlo.
Nosotros somos jóvenes- dijeron los discípulos- y podemos hacerlo. No hay nada que no hiciéramos por vos, querido maestro. Decidnos sólo cómo hacerlo y nosotros obedeceremos.
Sois jóvenes- dijo el maestro- y es poca cosa para vosotros el apoderaros de la bolsa de algún hombre rico. Así es cómo debéis hacerlo: escoged algún lugar tranquilo donde nadie os vea, y luego agarrad a un transeúnte y coger su dinero, pero no lo lastiméis.
Vamos inmediatamente, dijeron los discípulos, excepto uno, que había callado, con la mirada baja.
El maestro miró a ese joven discípulo y dijo:
-Mis otros discípulos son valientes y están deseosos de ayudarme, pero a ti poco te preocupa el sufrimiento de tu maestro.
-Perdonadme, maestro- contestó-, pero el plan que nos habéis explicado me parece irrealizable; éste es el motivo de mi silencio.
-¿Por qué es irrealizable?- preguntó el maestro.
-Porque no existe lugar alguno en el que no haya nadie que nos vea- contestó el discípulo-; incluso cuando estoy solo mi Yo me observa. Antes cogería una escudilla e iría a mendigar que permitir que mi Yo me vea robar.
A estas palabras, el rostro del maestro se iluminó de gozo.
Estrechó al joven discípulo entre sus brazos y le dijo: Me doy por dichoso si uno solo de mis discípulos ha comprendido mis palabras .
Sus otros discípulos, viendo que su maestro había querido ponerlos a prueba, bajaron la cabeza avergonzados.
Y desde aquel día, siempre que un pensamiento indigno les venía a la mente, recordaban las palabras de su compañero:
Mi yo me ve.
Y así se convirtieron en grandes hombres, y todos ellos vivieron felices por siempre jamás.
Extracto del libro:
Recopilaciones "Cuentos y Fábulas del Buda"
Sri Deva Fénix
Fotografía de internet
domingo, 21 de agosto de 2022
LA MIRADA DE JESÚS
Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro… Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.
Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba con El, cantaba sus alabanzas, le daba gracias…
Pero siempre tuve la incómoda sensación de que El deseaba que le mirara a los ojos…, cosa que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuando sentía que El me estaba mirando.
Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba a encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido. Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que El deseaba de mí.
Al fin, un día, reuní el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos se limitaban a decir: «Te quiero». Me quedé mirando fijamente durante largo tiempo. Y allí seguía el mismo mensaje: «Te quiero».
Y, al igual que Pedro, salí fuera y lloré.
Del libro:
Anthony de Mello
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet
DE DENTRO HACIA AFUERA
Si queremos un cambio definitivo de las circunstancias de la vida, se hace necesario que tal cambio se verifique primero dentro de nosotros mismos; si internamente no modificamos nada, externamente la vida continuará con sus dificultades.
Ante todo, es necesario hacernos dueños de nosotros mismos; mientras uno no sepa gobernarse a sí mismo, tampoco podrá gobernar las circunstancias difíciles de la existencia.
Samael Aun Weor
Extracto del libro:
365 semillas de conciencia para una vida plena
Fotografías tomadas de Internet
viernes, 19 de agosto de 2022
EL DOLOR Y EL TIEMPO
A menudo, el dolor va acompañado de una reacción mental estresante, nerviosa, llena de ansiedad y de miedo..., de una avalancha de relatos sobre lo que ocurrirá o no ocurrirá en el futuro. Siento dolor (o miedo o tristeza o cualquier sentimiento desagradable) justo ahora, pero estoy preocupado por cuánto durará, por cuándo terminará o si terminará algún día, por cuánto puede intensificarse. ¿Durará este dolor el resto de mi vida? ¿Se mantendrá como es ahora, o se hará más agudo? ¿Qué pasa si se vuelve insoportable? ¿Qué pasa si acaba matándome? ¿Qué pasa si...?
Se diría que la mente siempre quiere hacer que todo parezca peor de lo que es en realidad. Si te fijas, verás que tu relato de la realidad es siempre mucho peor que la realidad en sí. En la realidad, jamás vas a tener que enfrentarte más que a este momento de dolor. Solo a este momento. Solo a lo que está sucediendo ahora mismo. En el relato, tienes que enfrentarte al dolor en el tiempo. En el relato, ¡tienes que enfrentarte a todo el pasado y el futuro del dolor! Puedes incluso convencerte a ti mismo de que tienes que enfrentarte a toda una vida de dolor, lo cual suena demasiado insoportable incluso como pensamiento; es, literalmente, la idea que la mente tiene del infierno. Pero, en la realidad, la vida siempre es clemente contigo: solo te da este momento, y nunca tienes la experiencia real de una vida de dolor. En la realidad, no existen los conceptos de «siempre», «para siempre» o «sin fin». El infierno es producto del pensamiento, nada más.
Piensa en cuando vas sentado en un avión durante una fuerte turbulencia. Tienes una intensa reacción de estrés, si empiezas a imaginar que la turbulencia podría ser excesiva y hacer que el avión se estrellara. El pensamiento es inigualable contando relatos de catástrofes futuras, pero ¿cuál es la realidad de la situación? El avión atraviesa una zona de viento muy fuerte, y los vaivenes te sacuden de un lado a otro. Esa es la realidad: los bandazos del avión te zarandean en el asiento, ahora mismo. Eso es lo único que está sucediendo. Pero el pensamiento vive en el tiempo, y por tanto dice: «Bueno, en este momento todo parece estar bien, pero en el próximo momento nada estará bien. Ahora mismo la situación es tolerable y estoy vivo, pero solo dentro de un momento se volverá intolerable y moriré. La turbulencia va a empeorar cada vez más». Y como reacción a este relato, pueden aparecer un sentimiento de náusea en el estómago, una falta de aire, presión en el pecho y en la garganta, y palpitaciones. No lo olvides, el cuerpo no conoce la diferencia entre el peligro real y el imaginario. Surge un miedo terrible, como si las cosas fueran a ponerse mucho peor. El cuerpo se prepara para enfrentarse o huir, o, si considero de verdad la posibilidad de que el avión se estrelle, se prepara para la muerte.
Así que ahí estás, sentado en el avión preparándote para la muerte, mientras el piloto tranquilamente guía el avión. Se ha encontrado con turbulencias como esta cientos de veces, y para él no es nada. La verdadera turbulencia está en tu pensamiento. En tu imaginación, ¡vas a bordo de un avión que ya se ha estrellado! En tu imaginación, ya estás experimentando lo inevitable.
Podrías decir: «Ya, pero es posible que un avión se estrelle, así que no estoy completamente loco». A lo que yo te respondería: «Sí, pero el avión no se ha estrellado todavía». Mientras pienses que podría ocurrir, es que no ha ocurrido. En este momento, tu miedo más espantoso todavía no se ha hecho realidad. Y en este, tampoco. Ni en este. De hecho, nunca, jamás llegamos a vivir ese momento tan insoportable del que la mente está tan aterrada. Solo existe el miedo de un momento insoportable; el momento en sí nunca llega. Si las cosas fueran verdaderamente insoportables, si el dolor fuera de verdad demasiado intenso para el cuerpo, si la ira o el miedo fueran de verdad a superarte, si el pesar fuera realmente a hacerte pedazos, el cuerpo se quedaría inconsciente. Mientras permanezcas consciente, soportas lo que quiera que esté sucediendo, aunque pienses o sientas que es insoportable. No existe el dolor insoportable. Como la propia consciencia que eres, si está sucediendo, si aparece en la experiencia presente, lo estás soportando, lo mismo que el océano soporta cualquier ola, incluso aunque la ola se sienta insoportable en el momento.
Puedes sentir que algo es insoportable, que vas a morir, que no eres capaz de aguantar; puedes sentirte totalmente desbordado, impotente y sin esperanza, pero no puedes ser ese algo Insoportable. Ya hemos visto que, como espacio abierto, nunca puedes ser el desesperado, el impotente, el desbordado, pues lo que eres es pura capacidad incluso para el sentimiento aparentemente más sobrecogedor. Puedes sentir que eres incapaz de aguantar, pero lo que eres aguanta siempre, en este momento...; y solo existe este momento. Puedes sentir que estás a punto de morir, pero lo que eres está muy vivo. Como percepción consciente, ya toleras lo que está ocurriendo...; de lo contrario, no estaría ocurriendo. Si fuera de verdad insoportable, si la vida fuera de verdad incapaz de soportar lo que está sucediendo, tú no estarías aquí para saberlo.
Darnos cuenta de esto puede quitarnos el miedo básico a la vida. Nunca alcanzamos el momento insoportable, lo mismo que la ola nunca llega realmente a la playa. En cuanto llega a la playa, deja de ser ola. Por eso nadie ha experimentado nunca la muerte. La muerte no es una experiencia que «tú» puedas tener; la ola no puede experimentar su propia ausencia. En última instancia, no hay nada que temer..., incluso aunque aparezca un miedo atroz.
Extracto del libro:
La más profunda aceptación
Jeff Foster
Fotografías tomadas de Internet
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