miércoles, 20 de octubre de 2021

LOS HECHOS INELUDIBLES DE LA VIDA



Empezamos a adoptar una fresca actitud cuando vemos que el ayer ya ha 
transcurrido y que el ahora acaba de pasar; hoy es hoy, y el ahora es un momento nuevo. No es de otro modo: a cada hora, a cada minuto todo cambia. Si dejamos de observar el cambio, dejamos de ver que todo cuanto ocurre es nuevo.

DZIGAR KONGTRUL RIMPOCHÉ

El Buda enseñó que la existencia humana tiene tres características principales: la impermanencia, la ayoidad y el sufrimiento o la insatisfacción. Según el Buda, las vidas de todos los seres están marcadas por estas tres cualidades. Reconocer en nuestra propia experiencia que estas cualidades son reales y verdaderas nos ayuda a relajarnos porque aceptamos las cosas tal como son. 

Cuando oí estas enseñanzas por primera vez me parecieron intelectuales y lejanas. Pero cuando me animaron a prestar atención —a sentir curiosidad por lo que ocurría en mi cuerpo y en mi mente— algo en mí cambió. Podía ver desde mi propia experiencia que nada era estático. Mis estados de ánimo están cambiando constantemente como el tiempo. Y, sin duda, no puedo controlar los pensamientos o las emociones que van a surgir a continuación ni detenerlos. La quietud es seguida por el movimiento, y el movimiento retorna a la quietud. Incluso el dolor físico más persistente, si le prestamos atención, vemos que cambia como las mareas.

Siento gratitud hacia el Buda por señalar que aquello contra lo que luchamos durante toda la vida puede aceptarse como una experiencia ordinaria. La vida sube y baja continuamente. La gente y las situaciones son imprevisibles, como todo lo demás. Todos conocemos el dolor de no obtener aquello que deseamos: los santos, los pecadores, los vencedores y los perdedores. Me siento agradecida de que alguien viera la verdad y nos la señalara para que no suframos esta clase de dolor por nuestra incapacidad de percibir correctamente las cosas.

Que nada es estático o fijo, que todo es fugaz e impermanente, es la primera marca de la existencia. Es una realidad ineludible. Todo se encuentra en un proceso.

Todo —cada árbol, cada brizna de hierba, los animales, los insectos, los seres humanos, los edificios, cualquier ente animado e inanimado— está cambiando siempre, a cada momento. No necesitamos ser místicos o físicos para saberlo. Sin embargo, en nuestra experiencia personal, nos resistimos a este hecho básico. Esta realidad significa que la vida no va a ser siempre como deseamos. Significa que nos ofrecerá tanto pérdidas como ganancias, pero a nosotros esto no nos gusta.

En una ocasión cambié de trabajo y de casa al mismo tiempo. Me sentí insegura, inestable y sin un suelo bajo mis pies. Deseando que me dijera algo que me ayudara a afrontar estos cambios, me quejé ante Trungpa Rimpoché diciéndole que tenía problemas con las transiciones. Él me miró con una expresión de no comprenderme y me dijo: «Siempre estamos en una transición». Y después añadió: «Si te limitas a afrontar la situación de una manera relajada, no tendrás ningún problema».

Sabemos que todo es impermanente, que todo acaba agotándose. Aunque aceptemos esta verdad con el intelecto, emocionalmente nos produce una profunda aversión. Deseamos que todo sea permanente y esperamos que así sea. Nuestra tendencia natural es buscar seguridad, creer que podemos encontrarla. Aunque experimentamos la impermanencia cada día como frustración, usamos nuestra actividad diaria para protegernos contra la fundamental ambigüedad de nuestra situación, gastando muchísima energía al intentar protegernos de la impermanencia y la muerte. No nos gusta que nuestro cuerpo cambie de forma. No nos gusta envejecer.

Tememos las arrugas y la piel que cuelga. Usamos productos de belleza como si de verdad creyésemos que nuestra piel, nuestro cabello, nuestros ojos y nuestros dientes escaparán milagrosamente de la verdad de la impermanencia.

Las enseñanzas budistas aspiran a liberarnos de esta limitada forma de relacionarnos con el mundo. Nos animan a irnos relajando poco a poco y sin reservas ante la normal y obvia verdad del cambio. Aceptar esta verdad no significa ver sólo el lado malo de las cosas, sino empezar a comprender que no somos los únicos que no controlamos nuestra vida. Dejamos de creer que existe gente que haya logrado escapar de la incertidumbre.



Extracto del libro:
Los lugares que te asustan:
El arte de convertir el miedo en fortaleza
Pema Chödrön
Fotografía de Internet

martes, 19 de octubre de 2021

ESCAPAR DEL MALESTAR


 

SÍNDROME DE LA EMPLEADA: LA SERVIDUMBRE HOGAREÑA


Ser ama de casa no es una labor de la cual deban avergonzarse las mujeres que la ejercen. Entre otras cosas, en una cultura que aún lleva a cuestas la regulación patriarcal, es muy difícil encontrar una mujer que no sea en lo absoluto ama de casa.

Por lo general, la esposa que trabaja afuera sigue haciéndose cargo de las cuestiones del hogar, los niños y el marido.

El término "servidumbre" debe asimilarse al de sumisión, a una actitud que se opone a la autonomía y la independencia. Por eso, la servidumbre o el servilismo psicológico no debe confundirse con la virtud de la humildad: el humilde no se considera superior, mientras que el servil ha dejado de quererse a sí mismo o ha comenzado a odiarse.

Si estás profundamente convencida de que tu misión en la vida es ser la administradora del hogar, mientras el "dueño" de la "empresa familiar" es tu media naranja, no tienes una relación afectiva, sino una "relación laboral". Sé de matrimonios en los que ella recibe un sueldo de su marido por hacerse cargo de las tareas de la casa (que no es precisamente el proyecto de vida que desea la mayoría de las mujeres o, por lo menos, no conozco a ninguna que se sienta realizada totalmente en actividades como sacudir el polvo, lavar, planchar, limpiar baños y cocinar). Mientras que la geisha rinde pleitesía, la empleada rinde cuentas: la metáfora es la del hombre/jefe y la mujer/empleada.

Las mujeres que padecen este síndrome entran en una fase obsesiva de eficacia hogareña, tratando de mantener el grado de exigencia establecido por el hombre/jefe y pasar así el examen diario. Organizar la casa se convierte en un trabajo obligatorio que se revisa con lupa en busca de errores y se analiza con la perspicacia de cualquier protocolo de evaluación del desempeño. ¿La felicidad de ella? Verlo satisfecho con el producto final. Blancura más que blanca, baños con olor a mañanas campestres, pisos resplandecientes, ropa almidonada, meticulosidad en el orden, niños limpios y bien alimentados, en fin, la maravilla triple A, la envidia de cualquier señor feudal: Aseo, Alimentación y Administración, todo bajo el mismo rubro afectivo.

El hombre/jefe no quiere una pareja, sino una asalariada con quién tener relaciones sexuales; ojo, no un matriarcado contable, sino una mujer cuyo perfil se acomode a la filosofía de la empresa. Las expresiones de afecto se reducen a dar retroalimentación positiva sobre los objetivos alcanzados.

Un síntoma confirmatorio de que sufres este síndrome es que cuando todos duermen en casa, sientes un profundo descanso, un alivio de la tensión... No hay exigencias. El silencio reparador al cual te aferras parece una bendición:"¡Al fin sola, al fin puedo pensar en mí!" Es el bienestar en estado puro, la sensación de total libertad que llega con la noche...

Obviamente, no estoy exaltando la indolencia ni la falta de interés por la pareja o la familia, lo que propongo es abolir la servidumbre hogareña en cualquiera de sus formas y reemplazarla por una verdadera división del trabajo, sin escalas jerárquicas, que dignifique la labor de cada quién en su contexto. Tampoco niego que asumir el papel de servidora (v.g. servidora pública) en determinadas actividades pueda llegar a ser perfectamente compatible con una actividad digna y necesaria (pensemos en las mujeres que trabajan en Médicos sin Fronteras o en la Cruz Roja Internacional), pero esta actitud de servicio razonable se ve desvirtuada si está regida por una relación de dominancia afectiva y/o psicológica. La entrega irracional y enfermiza empieza en el preciso momento en que acepto que mi pareja y yo no somos iguales en derecho. Una cosa es preocuparse porque la casa funcione bien y otra, actuar como la encargada de un room service. Una cosa es conversar sobre los problemas del día y otra, presentar un informe pormenorizado (factura en mano) sobre actividades y gastos, para obtener el visto bueno.

¿Cómo puede sustentarse una relación de pareja en la que el vínculo está regido más por la dedicación a la tarea que por la dedicación a la ternura? Cuando el quehacer doméstico reemplaza el quehacer amoroso, se pasa del afecto al negocio, de la alegría al deber, del relax al ordenamiento contable, del chiste a la seriedad. Entonces ya tienes al gerente en casa.

Pensamiento liberador:

Quiero A-M-A-R-T-E, no S-E-R-V-I-R-T-E.

La ficha técnica de la entrega irracional que caracteriza la servidumbre hogareña de las mujeres que sufren del síndrome de la empleada, es la siguiente:
  • Metáfora: mujer/sirvienta/empleada y hombre/jefe.
  • Apetencia típica: varones ejecutivos, con don de mando, controlador, metódico con el dinero, organizados.
  • Misión básica (meta): atender, servir, hacer oficios, dirigir

La trabajadora doméstica, rendir cuentas, pasar informes de gasto, vigilar el menú o cocinar, criar hijos, cuidar los intereses hogareños.
  • Método para alcanzar la meta: trabajar de sol a sol, ser sistemática, obsesiva, autoexigente y perfeccionista, hace cursos de economía casera y de cocina.
  • Motivación: sentirse indispensable y eficiente, llenar las expectativas del hombre/jefe, recibir felicitaciones.
  • Respuesta masculina: autoridad y mando, control, vigilancia, exigir resultados y obediencia.
  • Pronóstico: la mujer termina sintiendo que el jefe abusa de su poder y presenta la renuncia al cargo. El hombre propone mejoras laborales para que ella siga en su puesta.

Extracto del libro:
Los límites del amor
Walter Riso
Fotografías tomadas de Internet

lunes, 18 de octubre de 2021

CONFLICTO INTERNO Y EXTERNO


 

¿SON HUMANAS LAS RELACIONES HUMANAS?


Ahora me ocuparé de las relaciones humanas. Hablemos de esto. ¿Tienes 
problemas con la gente? ¿Alguien te resulta egoísta, malhumorado, poco confiable, repulsivo, necio, intolerable, irresponsable, o como lo quieras llamar? Piensa en los problemas que tienes en materia de relaciones humanas. ¿Conoces la raíz de todos esos problemas? ¡Tú eres la causa! ¡Te sientes afectado, pero tú eres la causa! Si acudieras a mí como consejero espiritual para consultarme por problemas con tu esposa, sería como si tuvieras retortijones y fueras a consultar al médico.

- Doctor, son terribles estos retortijones, son realmente terribles...

- Te recetaré algo para tu esposa, ¿está bien?

-¡Dios!, eso ya me hace sentir mejor, doctor, gracias, gracias.

¿No es esto una locura? ¿Tú tienes problemas con tu esposa y quieres que yo la haga cambiar? ¿Quién tiene el problema? Tú, ¿no es así? Vamos a eliminar el problema, la causa del problema: tú. Pero tú no lo entiendes. Has sido educado para pensar que los demás tiene que cambiar, que el mundo entero tiene que cambiar, para ser tú feliz; pero no te das cuenta. Si estás perturbado, algo te pasa. Aclaremos primero eso.

-¿Pero usted quiere decir que ella no está equivocada?

- Sí, lo está.

-¿Usted quiere decir que ella no debería cambiar?

- Por supuesto que debería, pero tú no eres quien la hará cambiar, ¿sabes?, porque tú necesitas cambiar primero. ¿Qué tal si sacamos la viga de tu ojo, para que puedas sacar la paja del de ella, eh?

¿Qué tal si sacamos la viga de tu ojo, para que puedas sacar la paja del ojo de la comunidad, del ojo de tu familia o de lo que fuere? Estás perturbado, ¡algo te pasa! No comprendes a tu esposa, ni siquiera la ves.

¿Sabes por qué? Porque, cuando estás perturbado, tu telescopio está fuera de foco; cuando estás perturbado, tu ventana está empañada, y, necio como eres, limpiarás todos los edificios porque, desde tu ventana empañada por la lluvia, los verás sucios a todos.

-¡Tienes que limpiar todos los edificios!

-¿Podríamos dedicarnos a limpiar tu ventana primero?

-¡Tenemos que limpiar todos los edificios!

-¿Podríamos limpiar tu ventana?

Eso es lo que, como consultor espiritual, trato de hacer para ti: limpiar tu ventana.

Una vez logrado esto, sabremos qué es necesario hacer y qué no es necesario hacer.

Ahora vemos a las personas no como son, sino como somos nosotros. Y es asombroso, ¿sabes?, cómo al principio veíamos personas groseras y luego, una vez que cambiamos, vimos personas atemorizadas; ¡están tan asustadas, pobrecitas!; fueron llevadas a un estado de hostilidad. ¡Pero tú eres ahora tan comprensivo, tan compasivo! En cambio, antes reaccionabas con ira, con odio.

-¡Eh, espere un minuto! ¿Por qué ha sido usted tan desatento?

- Estás demasiado perturbado para comprender, para tomar conciencia. ¿Podríamos limpiarte?

-¡Oh, no, no!

- Has acudido a mí, de modo que puedo recetar medicinas para todo lo demás.



Extracto del libro:
Redescubrir la vida
Anthony de Mello
Fotografías tomadas de Internet

domingo, 17 de octubre de 2021

¿POR QUÉ ESPERAR?


 

MÁS CONSCIENTES DE NUESTRA LOCURA


Está de moda hoy en día hablar del cambio que la consciencia humana está experimentando en el planeta; la idea es, básicamente, que los seres humanos se encuentran en el proceso de alcanzar un estado de consciencia superior. Yo, en cambio, creo que lo que de verdad estamos haciendo es desarrollar una percepción nueva y cristalina de la locura que padece la mente humana. Somos más conscientes que nunca de que la manera tradicional de hacer las cosas no funciona. Ni las viejas ideas sobre quiénes somos, ni nuestra forma de pensar dualista, ni la mentalidad del «nosotros y ellos» nos han conducido a la paz —ni a la paz del mundo ni a vivir en paz con nosotros mismos—, sino más bien todo lo contrario. Las guerras, los genocidios, la opresión y la violencia siguen siendo una realidad en este preciso momento; el sistema financiero mundial está al borde de la quiebra (y hay quienes dirían que ya ha quebrado) y las grandes superpotencias están fatalmente endeudadas; el desastre ecológico es cada vez más amenazador, y los seres humanos sufren niveles de depresión, ansiedad y estrés sin precedentes.

El mundo siempre ha estado loco, solo que hoy en día somos más conscientes de esa locura. Por primera vez en la historia humana, prácticamente todo aquel que tiene acceso a un ordenador dispone de información sobre el estado del mundo, y probablemente sea igual de cierto que nunca habíamos estado tan desesperados por encontrar una salida.

Este libro no trata sobre cómo resolver todos los problemas del planeta; no estoy cualificado para hablar sobre eso. Sobre lo que sí quiero hablar es sobre dónde se originan todo el sufrimiento, el conflicto y la violencia humanos y que no es sino en la división dualista de la experiencia presente, esa división en la que «me» separo de la vida en sí. Si, más temprano que tarde, no hacemos frente cada uno de nosotros a nuestra propia experiencia presente y sanamos la locura, la violencia y la separación que hay en ella, no hay esperanza de que encontremos un modo de escapar de la locura humana colectiva. En cambio, si logramos averiguar dónde comienzan en nuestra propia experiencia la violencia, el sufrimiento y la división que nos separan de la vida y de nuestros semejantes, y si somos capaces de ver y entender con claridad el sufrimiento que nos causamos a nosotros mismos podremos ver cómo les causamos sufrimiento a los demás, a las personas queridas, a nuestras ciudades, países, continentes y planeta.

La violencia empieza y termina en ti. Reconocer esta verdad supone asumir una responsabilidad total, en el mejor sentido de la palabra.

No ofrezco una forma de salir de la locura de la mente humana, sino una forma de entrar. En realidad, no ofrezco una solución al sufrimiento, sino otra manera de entenderlo..., una manera radicalmente nueva de relacionamos con él.

No hay esperanza de que podamos poner fin al sufrimiento —ni personal ni global— hasta que entendamos lo que es en verdad el sufrimiento, en el nivel más fundamental. Y cuando realmente entendamos lo que es, tal vez descubramos que la verdadera libertad no se encuentra escapando de la experiencia presente, sino sumergiéndonos sin miedo en sus profundidades ocultas. Ahí, quizá, descubramos toda la paz, el amor y la profunda aceptación que siempre habíamos buscado en el exterior.

Sé que tal vez suene egoísta o narcisista centrarnos en nuestro propio sufrimiento de esta manera. «¿Quién soy yo para quedarme aquí sentado contemplando mi sufrimiento? ¿No debería olvidarme de mí, salir a la calle y ayudar a poner fin al sufrimiento del mundo?», podrías preguntar. Recuerda que cualquier sufrimiento que haya dentro de ti se proyectará fuera, en el mundo, inevitablemente. Cualquier cosa con la que estés en guerra dentro de ti, llegará el momento en que la combatirás igualmente en el exterior. Si la violencia y la separación están vivas en ti, las introducirás en tus relaciones más íntimas, en tu familia, en tu lugar de trabajo, en el mundo a gran escala. El mundo no es sino tu proyección de él, como nos han recordado sin cesar los maestros espirituales, los santos, sabios y místicos de todos los tiempos.

Osho hablaba de la paradoja de indagar profundamente en la propia experiencia en lugar de intentar poner fin a los problemas del mundo: «Sí, parecerá egoísta, pero ¿es egoísta el loto cuando florece?, ¿es egoísta el sol cuando brilla?». Por extraño que resulte, para ser totalmente desinteresado y altruista, has de ser totalmente egoísta, has de estar completamente obsesionado contigo mismo..., pero no de la manera en que habitualmente entendemos la obsesión ni el yo. Debes estar fascinado, lleno de curiosidad, dispuesto a descubrir los entresijos de la separación, en todas sus formas, en mitad de tu experiencia presente. Debes estar abierto a explorar el sufrimiento, cómo y por qué se manifiesta en ti, dónde se origina. Debes estar dispuesto a detener la mirada en tus miedos más terribles, tu dolor, tu tristeza, tus más profundos anhelos insatisfechos. Debes estar dispuesto a mirarlos de frente y a encontrar el lugar donde es posible aceptar profundamente incluso los aspectos aparentemente más inaceptables de ti.

La gran libertad reside en afrontar sin miedo la oscuridad y ver, finalmente, que es inseparable de la luz. Reside en reconocer que lo que siempre habías buscado estaba oculto incluso en tus miedos más terribles. Parafraseando a Thomas Hardy, si hay un camino hacia algo mejor, está en mirar con los ojos bien abiertos lo peor... y encontrar en ello la más profunda aceptación.

Cuando entiendes cómo se manifiesta en ti el sufrimiento, entiendes de inmediato cómo se manifiesta en todo el resto de la gente. Solemos conceder tanta importancia a nuestras diferencias individuales que somos incapaces de ver que, en lo fundamental, somos todos iguales. Todos sufrimos, y todos buscamos una manera de salir del sufrimiento, como Buda enseñó. Cuando descubres y entiendes la mecánica del sufrimiento en ti mismo, desarrollas una profunda compasión por el sufrimiento ajeno..., compasión en el verdadero sentido, en el sentido de com-passio, literalmente «sufro con».



Extracto del libro:
La más profunda aceptación
Jeff Foster
Fotografías tomadas de Internet

sábado, 16 de octubre de 2021

CAMINOS EVITADOS


 

DESCUBRIENDO EL MANANTIAL (EL SEÑOR DE LA MENTE)


Una enseñanza que nos ayuda a realizar este proceso de desbloquear la bodichita (corazón/mente abierto o iluminado) es la de los tres señores del materialismo. Se trata de las tres formas en que intentamos protegernos de este mundo fluido e indefinible, de las tres estrategias que usamos para obtener una ilusión de seguridad.

El tercer señor, el señor de la mente, es el que usa las estrategias más sutiles y seductoras. Entra en acción cuando intentamos evitar el desasosiego persiguiendo estados mentales especiales. Con este objetivo podemos tomar drogas, hacer deporte, enamorarnos o realizar prácticas espirituales. Hay muchas formas de obtener estados alterados de conciencia. Estos estados especiales son adictivos.

Romper con la experiencia mundana nos hace sentir de maravilla, y entonces deseamos volver a hacerlo. Por ejemplo, los meditadores noveles suelen esperar que con la práctica puedan trascender el dolor de la vida ordinaria. A ellos les resulta decepcionante, como mínimo, que les digan que mantengan los pies en el suelo y permanezcan abiertos y receptivos tanto al aburrimiento como al gozo.

A veces la gente tiene experiencias asombrosas cuando menos se lo espera.

Hace poco una abogada me contó que mientras esperaba en la esquina de una calle a que el semáforo se pusiera en verde, le ocurrió algo extraordinario. De pronto, su cuerpo se expandió volviéndose tan inmenso como el universo. Instintivamente sintió que ella y el universo eran una sola cosa. No dudó en absoluto de que aquello fuera cierto. Descubrió que había estado en un error al creerse separada de todo lo demás.

Huelga decir que la experiencia afectó a sus creencias e hizo que se planteara qué es lo que hacemos con nuestra vida, al dedicar tanto tiempo a intentar proteger la ilusión de nuestro territorio personal. Comprendió cómo esta situación conduce a las guerras y a la violencia que están aumentando por todo el planeta. El problema surgió cuando empezó a apegarse a su experiencia, a desear experimentarla de nuevo. La percepción ordinaria ya no la satisfacía: la hacía sentirse mal y desconectada. Creyó que si no podía mantener aquel estado alterado, moriría al cabo de poco tiempo.

En los años sesenta conocí a gente que tomaba LSD cada día creyendo que podrían estar colocados constantemente. En lugar de ello, acabaron con los sesos fritos. Conozco a hombres y mujeres que son adictos a enamorarse. Como Don Juan, no pueden soportar que el fuego inicial empiece a apagarse y siempre buscan establecer una nueva relación.

Aunque las experiencias más supremas nos muestren la verdad y nos enseñen lo que estamos intentando aprender, en esencia no son importantes. Si no podemos integrarlas en los altibajos de nuestra vida, si nos apegamos a ellas, se convertirán en un obstáculo. Confiamos en que nuestras experiencias son válidas, pero después hemos de seguir progresando y aprender a congeniar con nuestros vecinos. En tal caso, incluso la percepción interior más asombrosa empezará a impregnar nuestra vida. Como dijo Milarepa, el yogui tibetano del siglo XII, al oír las supremas experiencias que tuvo su discípulo Gampopa: «No son buenas ni malas. Sigue meditando». El problema no yace en los estados especiales en sí mismos, sino en su cualidad adictiva. Ya que es inevitable que aquello que sube ha de volver a bajar, cuando tomamos refugio en el señor de la mente estamos destinados a sufrir una decepción.

Cada uno de nosotros usa una variedad de tácticas habituales para evitar sentir la vida tal como es. Éste es, en pocas palabras, el mensaje de los tres señores del materialismo. Esta sencilla enseñanza constituye, por lo visto, la autobiografía de cualquiera. Cuando usamos estas estrategias, gozamos menos de la ternura y las maravillas que nos ofrecen los momentos más anodinos. Conectar con la bodichita es de lo más cotidiano.

Cuando no huimos de la incertidumbre de la vida cotidiana, entramos en contacto con la bodichita. Es una fuerza natural que desea aflorar. En realidad, es incontenible. Una vez dejamos de bloquearla con las estrategias de nuestro ego, la refrescante agua de la bodichita empieza sin duda a fluir. Podemos hacer que mane más despacio o podemos contenerla; sin embargo, a la menor fisura, la bodichita acabará siempre apareciendo, como esas hierbas y flores que brotan en la acera en cuanto hay una grieta.



Extracto del libro:
Los lugares que te asustan:
El arte de convertir el miedo en fortaleza
Pema Chödrön
Fotografía de Internet
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