domingo, 19 de julio de 2020

VIAJE


Un discípulo había acompañado a su maestro con ocasión de un viaje. Pues bien, se encontraban en un país en el que el pan era cosa rara. Y el temor por la falta de alimentos estaba omnipresente en el espíritu del discípulo ignorante. Su maestro, lleno de lucidez, pronto descubrió esta obsesión. Le dijo: 

«¿Por qué apenarte? ¡Te inquietas por tu pan y pierdes tanto tu confianza como la paciencia! ¡Ah! No formas aún parte de los santos. ¡Porque ellos pueden subsistir sin nueces ni pasas! El hambre es la parte de todos los servidores de Dios. Es un favor que no recae en cualquier tonto o en cualquier mendigo. Abandona tus temores. Como no formas parte de los elegidos, no es fácil que permanezcas en esta cocina sin encontrar en ella algún alimento. Cuando se trata de llenar el vientre del común de los mortales, siempre hay abundancia. Y cuando esta gente muere, ve el pan alejarse diciendo: “¡Teníais miedo del hambre, pero mirad: os vais y yo me quedo aquí!”». 

¡Oh, vosotros que os inquietáis por vuestra subsistencia, levantaos y venid a serviros! Pero más vale tener confianza y no inquietarse, pues tu parte está tan enamorada de ti como tú lo estás de ella. Sólo tiene caprichos porque conoce tu impaciencia. Si fueras paciente, vendría ella a ofrecerse a ti. No hay verdadera opulencia sin confianza.


150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

sábado, 18 de julio de 2020

¡HAY MUCHO MÁS!


IMPERMANENCIA Y LOS CICLOS DE LA VIDA


Mientras una condición se considere "buena" por la mente, sea una relación, una posesión, un papel social, un lugar o su cuerpo físico, la mente se apega a ella y se identifica con ella. Lo hace feliz, lo hace sentirse bien consigo mismo y puede formar parte de lo que usted es o de lo que cree que es. Pero nada dura en esta dimensión donde la polilla y la herrumbre consumen. O termina o cambia o sufre un cambio de polaridad: la misma condición que era buena ayer o el año pasado se ha vuelto mala de repente o gradualmente. La misma condición que lo hizo feliz, lo hace entonces infeliz. La prosperidad de hoy se vuelve el consumismo vacío de mañana. El matrimonio y la luna de miel felices se convierten en el divorcio o la coexistencia desdichada. O la condición desaparece, así que su ausencia lo hace infeliz. Cuando una condición o situación a la que la mente se ha apegado y con la que se ha identificado cambia o desaparece, la mente no puede aceptarlo. Se aferrará a la condición que desaparece y se resistirá al cambio. Es casi como si le arrancaran un miembro del cuerpo. 

A veces oímos decir que personas que han perdido todo su dinero o cuya reputación se ha arruinado, se suicidan. Estos son los casos extremos. Otros, cuando tienen una gran pérdida de un tipo u otro, simplemente se vuelven profundamente infelices o se hacen daño a sí mismos. No pueden distinguir entre su vida y su situación vital. Hace poco leí sobre una actriz famosa que murió a los ochenta y tantos años. Cuando su belleza empezó a desvanecerse y a ser devastada por la vejez, ella se volvió desesperadamente infeliz y se recluyó. También ella se había identificado con una condición: su apariencia externa. Primero, la condición le dio un sentido feliz de sí misma, luego uno infeliz. Si hubiera sido capaz de conectarse con la vida sin forma y sin tiempo de su interioridad, podría haber observado y permitido el marchitamiento de su forma externa desde un lugar de serenidad y paz. Más aún, su forma externa se habría vuelto cada vez más transparente a la luz de su naturaleza verdadera y sin edad que brillaba a través de ella, así que su belleza no se habría marchitado sino simplemente se habría transformado en belleza espiritual. Sin embargo, nadie le dijo que esto era posible. El tipo de conocimiento más esencial no es todavía ampliamente accesible. 

El Buda enseñó que incluso la felicidad es dukkha, una palabra pali que significa "sufrimiento" o "insatisfacción". Es inseparable de su contrario. Esto significa que su felicidad e infelicidad son de hecho una sola cosa. Sólo la ilusión del tiempo las separa. 

Esto no es ser negativo. Es simplemente reconocer la naturaleza de las cosas, de modo que no persiga una ilusión por el resto de su vida. Tampoco es decir que no debería apreciar ya las cosas o condiciones placenteras o bellas. Pero buscar en ellas algo que no pueden dar -una identidad, un sentido de permanencia y de realización- es una receta para la frustración y el sufrimiento. Toda la industria de la publicidad y la sociedad de consumo se derrumbarían si la gente se iluminara y dejara de buscar su identidad a través de las cosas. Cuanto más busque la felicidad por este medio, más lo eludirá. Nada exterior lo satisfará excepto temporal y superficialmente, pero puede que necesite experimentar muchas desilusiones antes de darse cuenta de esta verdad. Las cosas y las condiciones externas pueden darle placer, pero no pueden darle alegría. Nada puede darle alegría. La alegría no tiene causa y surge de adentro como alegría de Ser. Es parte esencial del estado interior de paz, el estado que ha sido llamado la paz de Dios. Es su estado natural, no algo para lo que usted tiene que trabajar duro o que tiene que esforzarse por alcanzar. 

Muchas personas nunca se dan cuenta de que no puede haber "salvación" en nada que hagan, posean o alcancen. Los que se dan cuenta de ello a menudo se cansan del mundo y se deprimen: si nada puede darle verdadera realización, ¿qué queda para luchar por ello? ¿Qué sentido tiene todo? 

El profeta del Antiguo Testamento debió llegar a tal comprensión cuando escribió: "He visto todo lo que se ha hecho bajo el sol y todo es vanidad y esforzarse contra el viento". Cuando usted llega a este punto, está a un paso de la desesperación y a un paso de la iluminación. 

Un monje budista me dijo una vez: "Todo lo que he aprendido en los veinte años que llevo de monje puedo resumirlo en una frase: todo lo que surge se desvanece. Eso es lo que sé". Lo que quería decir, por supuesto, era esto: he aprendido a no ofrecer resistencia a lo que es; he aprendido a dejar ser al momento presente y a aceptar la naturaleza impermanente de todas las cosas y condiciones. Así he encontrado la paz. 

No ofrecer resistencia a la vida es estar en un estado de gracia, sosiego y levedad. Ese estado ya no depende de que las cosas sean de cierto modo, buenas o malas. Parece casi paradójico, sin embargo que cuando su dependencia interior de la formas ha desaparecido, las condiciones generales de su vida, las formas externas, tienden a mejorar en gran medida. Las cosas, las personas o las condiciones que usted pensaba que necesitaba para su felicidad llegan ahora a usted sin esfuerzo de su parte y usted está libre para gozarlas y apreciarlas, mientras duren. Todas esas cosas, por supuesto, se irán, los ciclos irán y vendrán, pero una vez desaparecida la dependencia ya no hay temor a la pérdida. La vida fluye con facilidad. 

La felicidad que se deriva de una fuente secundaria nunca es muy profunda. Es sólo un pálido reflejo de la felicidad de Ser, la paz vibrante que usted encuentra en su interior cuando entra en el estado de no resistencia. El Ser lo lleva más allá de los polos opuestos de la mente y lo libera de la dependencia de la forma. Incluso si todo se derrumbara a su alrededor, aún sentiría un profundo núcleo interior de paz. Puede que no sea feliz, pero estará en paz. 


Del libro:
El Poder del Ahora
Eckhart Tolle
Imagen tomada del internet

viernes, 17 de julio de 2020

CUANDO EMERGE LA POESÍA, LA BELLEZA, LA GRACIA

13. EL ADIESTRAMIENTO DE LA MENTE


La mayor parte de la gente de los países desarrollados cree que han nacido para divertirse. Cada cual según su edad va recorriendo los abundantes ofrecimientos del placer confundiendo cada vez más el sentido de su vida.

A medida que el tiempo va pasándose, van acumulando las complicaciones de la existencia en forma de frustraciones, sufrimientos, pérdidas y ganancias en riesgo, de manera que nunca se alcanza una satisfacción estable y a toda prisa hay que buscar la siguiente ocupación prometedora. La gente, alguna, se da cuenta de que es un camino imparable que conduce a mayor insatisfacción, estrés, desgaste, ansiedad, prisa, depresión, esfuerzo en un círculo vicioso desesperante y angustioso.

Ni los científicos, filósofos, psicólogos, psiquiatras, religiosos, curanderos, políticos… saben “cómo” superar esto porque también están identificados con el programa de su Ego, enajenados, hipotecados por deseos, pensamientos, necesidades emocionales inmediatas, que no son otra cosa que adicciones aprendidas por una mente que ha sido adiestrada durante años a perseguir y lograr objetivos, a sustituirlos, a compensarse cuando no se logran. Es la misma estrategia que refuerza al predador que corre tras la presa. Acierta las suficientes veces como para satisfacer la emoción de su hambre y así aprende a repetir el procedimiento.

Frente a este adiestramiento de la mente hay estrategias para otro adiestramiento, el del desapego a las esclavitudes nombradas que de necesidades pasan a verse como hábitos, adicciones, dependencias… karma.

La mente superficial o Egótica cree que el control se ejerce por medio de influencias educativas condicionadoras tanto amables o positivas como por el miedo o negativas o bien mixtas. En todo caso se trata de un tipo de control superficial con mucho gasto de energía.

El Control profundo es sin esfuerzo y procede del desapego y la realización de la Propia Naturaleza sin palabras ni ideas.

En la Naturaleza, la Vida o el Cosmos no hay Buda Alguno.

El Buda transmite las Enseñanzas de ayuda al Hombre para que se libere a sí mismo y a los seres en los que ha influido.

El Control profundo es la sabiduría del Cosmos, la libertad en la interdependencia de los seres tal y como son.


Bibliografía: 
La luciérnaga ciega: Soko Daido Ubalde
Fotografía tomada de internet

jueves, 16 de julio de 2020

DEJAR DE PENSAR, DEJAR DE HACER RUIDO


¿HAS OÍDO EL CANTO DE ESE PÁJARO?


Los hindúes han creado una encantadora imagen para describir la relación entre Dios y su Creación. Dios «danza» su Creación. El es su bailarín; su Creación es la danza. La danza es diferente del bailarín; y, sin embargo, no tiene existencia posible con independencia de El. No es algo que se pueda encerrar en una caja y llevárselo a casa. En el momento en que el bailarín se detiene, la danza deja de existir. 

En su búsqueda de Dios, el hombre piensa demasiado, reflexiona demasiado, habla demasiado. Incluso cuando contempla esta danza que llamamos Creación, está todo el tiempo pensando, hablando (consigo mismo o con los demás), reflexionando, analizando, filosofando. Palabras, palabras, palabras... Ruido, ruido, ruido... Guarda silencio y mira la danza. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja marchita, un pájaro, una piedra... Cualquier fragmento de la danza sirve. Mira. Escucha. Huele. Toca. Saborea. Y seguramente no tardarás en verle a él, al Bailarín en persona. 

El discípulo se quejaba constantemente a su Maestro Zen: «No haces más que ocultarme el secreto último del Zen». Y se resistía a creer las consiguientes negativas del Maestro. Un día, el Maestro se lo llevó a pasear con él por el monte. Mientras paseaban, oyeron cantar a un pájaro. 

«¿Has oído el canto de ese pájaro?», le preguntó el Maestro. 

«Sí», respondió el discípulo. 

«Bien; ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada». 

«Sí», asintió. el discípulo. 

Si realmente has oído cantar a un pájaro, si realmente has visto un árbol..., deberías saber (más allá de las palabras y los conceptos). 

¿Qué dices? ¿Que has oído cantar a docenas de pájaros y has visto centenares de árboles? Ya. Pero lo que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol y ves un árbol, no has visto realmente el árbol. Cuando miras un árbol y ves un milagro, entonces, por fin, has visto un árbol. ¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro? 



Del libro:
Anthony de Mello 
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet

miércoles, 15 de julio de 2020

LA MENTE PEDIRÁ MÁS


LIMPIAR EL ALMA


Había un hombre creyente que vivía en Gazna. Su nombre era Serrezi, pero lo llamaban Mohammed. No rompía su ayuno sino ya caída la noche, comiendo unos pámpanos. Este modo de vida duraba para él desde hacía siete años sin que nadie estuviese al corriente. Este hombre despierto conocía muchas cosas extrañas, pero su fin era ver el rostro de Dios. Cuando se sintió satisfecho de su alma y de su cuerpo, subió a la cima de la montaña y se dirigió a Dios: 

«¡Oh, Dios mío!, muéstrame la belleza de tu rostro y me lanzaré al vacío». 

Dios respondió: 

«Aún no ha llegado el momento. Y si caes de la montaña, tu fuerza no te bastará para morir». 

Entonces, lleno de melancolía, el hombre se arrojó al vacío. Pero cayó en un lago muy profundo y así se salvó. Siempre dominado por el deseo de morir, se puso a lamentarse. Le daba igual la vida que la muerte. Toda la creación se le aparecía como en desorden y el versículo del Corán que dice: «La vida existe incluso en la muerte» volvía constantemente a sus labios y a su corazón. 

Más allá de lo aparente y de lo oculto, oyó una voz que le decía: 

«¡Deja el prado y vuelve a la ciudad! 

—¡Oh, Dios mío! dijo el hombre. ¡Tú que conoces todos los secretos! ¿De qué va a servirme ir a la ciudad? 

—Ve allá a mendigar para mortificarte. Recoge dinero entre los ricos y distribúyelo entre los pobres. 

—¡Te he oído, dijo Serrezi, y te obedeceré!». 

Provisto así de esta orden divina, se volvió a la ciudad y Gazna quedó llena de su luz. El pueblo acudió a su encuentro pero él, para evitar la multitud, tomó un camino apartado. Los ricos de la ciudad, que se alegraban de su regreso, habían preparado un palacete que pensaban poner a su disposición. Pero él les dijo: 

«No creáis que he vuelto para exhibirme. ¡No! He vuelto para mendigar. Mi propósito no es extenderme en vanas palabras. Visitaré las casas con un cesto en la mano, pues Dios lo ha querido así y yo soy su servidor. Mendigaré, pues, y formaré parte de los mendigos más desfavorecidos, para quedar envilecido y que todos me insulten. ¿Cómo podría yo desear honores cuando Dios quiere mi degradación?». 

Y, con su cesto en la mano, dijo además: 

«¡Dadme algo, por la gracia de Dios!». 

Su secreto consistía en invocar la gracia de Dios, aunque su puesto estuviese muy alto en el cielo. Así lo hicieron todos los profetas. Serrezi visitó, pues, todas las moradas de la ciudad para pedir limosna cuando las puertas del cielo estaban abiertas para él. Fue en cuatro ocasiones a casa de un emir para mendigar. A la cuarta vez, el emir le dijo: 

«¡Oh, ser inmundo! No me tomes por un avaro, pero escúchame bien: ¡qué desvergüenza la tuya! ¡Nada menos que cuatro visitas a mi domicilio! ¿Existe un mendigo peor que tú? Deshonras incluso a los pobres. Y ningún infiel ha dado nunca pruebas de tanto egoísmo». 

Serrezi replicó: 

«¡Cállate, oh emir! No hago sino cumplir mi tarea. Ignoras todo sobre el fuego que me devora. No sobrepases los límites. Si realmente experimentara el deseo del pan, sería el primero en abrirme el vientre. Pues, durante siete años, no he comido más que pámpanos. ¡Mi cuerpo había terminado por ponerse completamente verde!». 

Con estas palabras, se puso a llorar y las lágrimas inundaron su cara. Su fe conmovió el corazón del emir. Pues la fidelidad de los que aman conmovería incluso a una piedra. No es extraño, pues, que pueda conmover a un corazón sensible. Los dos hombres se pusieron a llorar juntos y el emir dijo: 

«¡Oh, sheij! ¡Ven! ¡Toma mi tesoro! Sé que mereces cien veces más. Mi casa es tuya. Toma lo que quieras». 

Pero Serrezi respondió: 

«Eso no es lo que se me ha pedido. ¡No puedo tomar nada con mis propias manos ni penetrar en las moradas por iniciativa mía!». 

Y se marchó. El ofrecimiento del emir era sincero, pero poco le importaba, pues Dios le había dicho: 

«Mendigarás como un pobre». 

Siguió mendigando así durante dos años; después Dios le dijo: 

«¡Desde ahora darás! No pidas ya nada a nadie, pues lo que des procederá del universo oculto. Si un pobre te pide caridad, mete la mano bajo tu estera de paja y dispensa los tesoros del Misericordioso. En tu mano la tierra se convertirá en oro. Cualquier cosa que se te pida, dala, pues nuestro favor por ti es grande y es inagotable. Socorre a los cargados de deudas y fertiliza la tierra como la lluvia». 

Durante un año, Serrezi así lo hizo. Distribuyó por el mundo el oro de los favores divinos. La tierra se convirtió en oro en sus manos y los más ricos eran pobres comparados con él. Antes de que un pobre le pidiese lo que necesitaba, lo adivinaba y lo socorría. Le preguntaron: 

«¿De dónde te viene esa presciencia?». 

Respondió: 

«Mi corazón está vacío. No siente ya necesidades. No tengo otro cuidado que el amor de Dios. He barrido todas las cosas de mi corazón, sean buenas o malas. Mi corazón está lleno ya del amor de Dios». 

Cuando ves un reflejo en el agua, este reflejo representa una cosa que se encuentra fuera del agua. Pero para que haya un reflejo, el agua debe ser pura. Necesitas, pues, limpiar el arroyo del cuerpo si quieres ver el reflejo de los rostros. 


150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...