jueves, 16 de julio de 2020

¿HAS OÍDO EL CANTO DE ESE PÁJARO?


Los hindúes han creado una encantadora imagen para describir la relación entre Dios y su Creación. Dios «danza» su Creación. El es su bailarín; su Creación es la danza. La danza es diferente del bailarín; y, sin embargo, no tiene existencia posible con independencia de El. No es algo que se pueda encerrar en una caja y llevárselo a casa. En el momento en que el bailarín se detiene, la danza deja de existir. 

En su búsqueda de Dios, el hombre piensa demasiado, reflexiona demasiado, habla demasiado. Incluso cuando contempla esta danza que llamamos Creación, está todo el tiempo pensando, hablando (consigo mismo o con los demás), reflexionando, analizando, filosofando. Palabras, palabras, palabras... Ruido, ruido, ruido... Guarda silencio y mira la danza. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja marchita, un pájaro, una piedra... Cualquier fragmento de la danza sirve. Mira. Escucha. Huele. Toca. Saborea. Y seguramente no tardarás en verle a él, al Bailarín en persona. 

El discípulo se quejaba constantemente a su Maestro Zen: «No haces más que ocultarme el secreto último del Zen». Y se resistía a creer las consiguientes negativas del Maestro. Un día, el Maestro se lo llevó a pasear con él por el monte. Mientras paseaban, oyeron cantar a un pájaro. 

«¿Has oído el canto de ese pájaro?», le preguntó el Maestro. 

«Sí», respondió el discípulo. 

«Bien; ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada». 

«Sí», asintió. el discípulo. 

Si realmente has oído cantar a un pájaro, si realmente has visto un árbol..., deberías saber (más allá de las palabras y los conceptos). 

¿Qué dices? ¿Que has oído cantar a docenas de pájaros y has visto centenares de árboles? Ya. Pero lo que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol y ves un árbol, no has visto realmente el árbol. Cuando miras un árbol y ves un milagro, entonces, por fin, has visto un árbol. ¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro? 



Del libro:
Anthony de Mello 
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet

miércoles, 15 de julio de 2020

LA MENTE PEDIRÁ MÁS


LIMPIAR EL ALMA


Había un hombre creyente que vivía en Gazna. Su nombre era Serrezi, pero lo llamaban Mohammed. No rompía su ayuno sino ya caída la noche, comiendo unos pámpanos. Este modo de vida duraba para él desde hacía siete años sin que nadie estuviese al corriente. Este hombre despierto conocía muchas cosas extrañas, pero su fin era ver el rostro de Dios. Cuando se sintió satisfecho de su alma y de su cuerpo, subió a la cima de la montaña y se dirigió a Dios: 

«¡Oh, Dios mío!, muéstrame la belleza de tu rostro y me lanzaré al vacío». 

Dios respondió: 

«Aún no ha llegado el momento. Y si caes de la montaña, tu fuerza no te bastará para morir». 

Entonces, lleno de melancolía, el hombre se arrojó al vacío. Pero cayó en un lago muy profundo y así se salvó. Siempre dominado por el deseo de morir, se puso a lamentarse. Le daba igual la vida que la muerte. Toda la creación se le aparecía como en desorden y el versículo del Corán que dice: «La vida existe incluso en la muerte» volvía constantemente a sus labios y a su corazón. 

Más allá de lo aparente y de lo oculto, oyó una voz que le decía: 

«¡Deja el prado y vuelve a la ciudad! 

—¡Oh, Dios mío! dijo el hombre. ¡Tú que conoces todos los secretos! ¿De qué va a servirme ir a la ciudad? 

—Ve allá a mendigar para mortificarte. Recoge dinero entre los ricos y distribúyelo entre los pobres. 

—¡Te he oído, dijo Serrezi, y te obedeceré!». 

Provisto así de esta orden divina, se volvió a la ciudad y Gazna quedó llena de su luz. El pueblo acudió a su encuentro pero él, para evitar la multitud, tomó un camino apartado. Los ricos de la ciudad, que se alegraban de su regreso, habían preparado un palacete que pensaban poner a su disposición. Pero él les dijo: 

«No creáis que he vuelto para exhibirme. ¡No! He vuelto para mendigar. Mi propósito no es extenderme en vanas palabras. Visitaré las casas con un cesto en la mano, pues Dios lo ha querido así y yo soy su servidor. Mendigaré, pues, y formaré parte de los mendigos más desfavorecidos, para quedar envilecido y que todos me insulten. ¿Cómo podría yo desear honores cuando Dios quiere mi degradación?». 

Y, con su cesto en la mano, dijo además: 

«¡Dadme algo, por la gracia de Dios!». 

Su secreto consistía en invocar la gracia de Dios, aunque su puesto estuviese muy alto en el cielo. Así lo hicieron todos los profetas. Serrezi visitó, pues, todas las moradas de la ciudad para pedir limosna cuando las puertas del cielo estaban abiertas para él. Fue en cuatro ocasiones a casa de un emir para mendigar. A la cuarta vez, el emir le dijo: 

«¡Oh, ser inmundo! No me tomes por un avaro, pero escúchame bien: ¡qué desvergüenza la tuya! ¡Nada menos que cuatro visitas a mi domicilio! ¿Existe un mendigo peor que tú? Deshonras incluso a los pobres. Y ningún infiel ha dado nunca pruebas de tanto egoísmo». 

Serrezi replicó: 

«¡Cállate, oh emir! No hago sino cumplir mi tarea. Ignoras todo sobre el fuego que me devora. No sobrepases los límites. Si realmente experimentara el deseo del pan, sería el primero en abrirme el vientre. Pues, durante siete años, no he comido más que pámpanos. ¡Mi cuerpo había terminado por ponerse completamente verde!». 

Con estas palabras, se puso a llorar y las lágrimas inundaron su cara. Su fe conmovió el corazón del emir. Pues la fidelidad de los que aman conmovería incluso a una piedra. No es extraño, pues, que pueda conmover a un corazón sensible. Los dos hombres se pusieron a llorar juntos y el emir dijo: 

«¡Oh, sheij! ¡Ven! ¡Toma mi tesoro! Sé que mereces cien veces más. Mi casa es tuya. Toma lo que quieras». 

Pero Serrezi respondió: 

«Eso no es lo que se me ha pedido. ¡No puedo tomar nada con mis propias manos ni penetrar en las moradas por iniciativa mía!». 

Y se marchó. El ofrecimiento del emir era sincero, pero poco le importaba, pues Dios le había dicho: 

«Mendigarás como un pobre». 

Siguió mendigando así durante dos años; después Dios le dijo: 

«¡Desde ahora darás! No pidas ya nada a nadie, pues lo que des procederá del universo oculto. Si un pobre te pide caridad, mete la mano bajo tu estera de paja y dispensa los tesoros del Misericordioso. En tu mano la tierra se convertirá en oro. Cualquier cosa que se te pida, dala, pues nuestro favor por ti es grande y es inagotable. Socorre a los cargados de deudas y fertiliza la tierra como la lluvia». 

Durante un año, Serrezi así lo hizo. Distribuyó por el mundo el oro de los favores divinos. La tierra se convirtió en oro en sus manos y los más ricos eran pobres comparados con él. Antes de que un pobre le pidiese lo que necesitaba, lo adivinaba y lo socorría. Le preguntaron: 

«¿De dónde te viene esa presciencia?». 

Respondió: 

«Mi corazón está vacío. No siente ya necesidades. No tengo otro cuidado que el amor de Dios. He barrido todas las cosas de mi corazón, sean buenas o malas. Mi corazón está lleno ya del amor de Dios». 

Cuando ves un reflejo en el agua, este reflejo representa una cosa que se encuentra fuera del agua. Pero para que haya un reflejo, el agua debe ser pura. Necesitas, pues, limpiar el arroyo del cuerpo si quieres ver el reflejo de los rostros. 


150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

martes, 14 de julio de 2020

OLVÍDATE DE ESAS ANSIAS


EL PEQUEÑO PEZ


«Usted perdone», le dijo un pez a otro, «es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado». 

«El Océano», respondió el viejo pez, «es donde estás ahora mismo». 

«¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano», replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte. 

Se acercó al Maestro, vestido con ropas sannyasi y hablando el lenguaje de los sannyasi: «He estado buscando a Dios durante años. Dejé mi casa y he estado buscándolo en todas las partes donde Él mismo ha dicho que está: en lo alto de los montes, en el centro del desierto, en el silencio de los monasterios y en las chozas de los pobres». 

«¿Y lo has encontrado?», le preguntó el Maestro. 

«Sería un engreído y un mentiroso si dijera que sí. No; no lo he encontrado. ¿Y tú?». 

¿Qué podía responderle el Maestro? El sol poniente inundaba la habitación con sus rayos de luz dorada. Centenares de gorriones gorjeaban felices en el exterior, sobre las ramas de una higuera cercana. A lo lejos podía oírse el peculiar ruido de la carretera. Un mosquito zumbaba cerca de su oreja, avisando que estaba a punto de atacar... Y sin embargo, aquel buen hombre podía sentarse allí y decir que no había encontrado a Dios, que aún estaba buscándolo. 

Al cabo de un rato, decepcionado, salió de la habitación del Maestro y se fue a buscar a otra parte. 

Deja de buscar, pequeño pez. No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir tus ojos y mirar. No puedes dejar de verlo.



Del libro:
Anthony de Mello 
El Canto del Pájaro
Fotografía tomada del internet

lunes, 13 de julio de 2020

LA INUTILIDAD DE LA VIDA


LA ENERGÍA DE LA SABIDURÍA Y LA COMPASIÓN


IMPUREZAS


Observe sus impurezas, conózcalas como se conoce al veneno de la cobra. Usted no agarrará la cobra por que sabe que puede matarlo. Vea el peligro en las cosas peligrosas y el beneficio en las cosas beneficiosas.


Extracto del libro:
No Ajahn Chah
Reflexiones
Fotografía de Internet

domingo, 12 de julio de 2020

AMBOS SUFREN


LAS SEMILLAS DEL TERRORISMO


Los “terroristas” están por doquier. No son solo las personas que hacen estallar autobuses y mercados. Nosotros mismos, cuando nos enfadamos y actuamos de forma irascible y violenta, no somos tan distintos porque también escondemos, en el fondo de nuestro corazón, el mismo cuchillo de ira que los terroristas que demonizamos. Cuando no prestamos atención a nuestras palabras, podemos decir cosas que hieran a los demás y les causen mucho dolor, lo que no es sino una forma de intimidación o terrorismo. Son muchas las personas que utilizan palabras hirientes con los niños, un cuchillo que puede retorcerse a diario en el corazón del pequeño durante toda su vida. 

Cada día hay, en nuestra familia, en nuestra sociedad y en nuestro planeta, más gente que lleva un cuchillo clavado en su corazón. Esa es la causa del miedo, la rabia y el sufrimiento que afecta a la familia, la sociedad y el mundo en general. 


Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
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