sábado, 16 de mayo de 2020

DONDE LA MENTE NO PUEDE LLEGAR

  
CUANDO SOMOS PEQUEÑOS y estamos aprendiendo a convivir con los demás, se nos enseña cómo conseguir lo que queremos. De niños, más que ninguna otra cosa, queremos comida, y sabemos instintivamente que si gritamos la conseguiremos. Además de gritar, también aprendemos a seducir para conseguir lo que queremos, una especie de hechizo infantil que tiene que ver con ser listo, brillante, guapo, bueno..., o incluso malo.

Vamos creciendo y nos envían a la escuela, donde aprendemos a leer, a escribir y aritmética. Aprendemos a dar los pasos necesarios para conseguir nuevos objetivos. Estos pasos básicos son las piezas fundamentales a partir de las cuales podemos aprender no sólo el lenguaje de nuestra cultura, sino también muchos otros. Podemos aprender a escribir no sólo cosas simples, sino también expresiones muy elaboradas y exquisitas.

Nuestro aprendizaje continúa, y empezamos a desear una satisfacción más amplia. Nos planteamos un objetivo profesional y damos los pasos necesarios para adquirir destreza, y cuando terminamos esa carrera, empezamos otra. Al principio, las técnicas y estrategias que usamos para conseguir lo que queremos son muy simples, pero se van haciendo más complejas a medida que pasa el tiempo.

En algún momento de una vida venturosa, surge el deseo de conocer la verdad. No sólo «mi» verdad, sino la verdad real, la verdad final, la verdad eterna. Esto no le ocurre a todo el mundo. Es un misterio que este deseo aparezca en algunas personas y no en otras. En cualquier caso, el problema surge cuando tomamos las técnicas de aprendizaje que hemos incorporado e intentamos aplicarlas en la búsqueda de la verdad. Esto nos conduce inevitablemente al fracaso. Puede que en ese momento intentemos aplicar otras versiones anteriores de los medios usados para conseguir lo que deseamos, pero volvemos a fracasar.

Llegados a este punto, cuando vemos que todas nuestras sofisticadas técnicas resultan inútiles para satisfacer el verdadero deseo espiritual, simplemente volvemos a gritar. E incluso es posible que nuestro grito sea una oración: «Ayúdame, tómame, muéstrame». Este tipo de plegaría nos acerca, pero, aun así, generalmente no funciona, porque estamos tan absorbidos en nuestro grito que no vemos que lo que estamos pidiendo ya está aquí. Como gritar no funciona, probamos alguna otra cosa. A esto se le llama el ciclo de encarnación. Es un ciclo diario, un ciclo mensual, un ciclo anual, toda una vida de entrar y salir de ciclos, entrar y salir de ciclos, y de fracasar, fracasar, fracasar. Sí, se producen hermosos vislumbres de la verdad a lo largo del camino, momentos de alegría, de unión, de comprensión y sabiduría. Pero en cuanto acaban estas experiencias, empezamos a gritar de nuevo, o empezamos a buscar otra vez..., volvemos a intentarlo.

Mucha gente no entiende qué significa detener la búsqueda. Desde luego, no implica renunciar al deseo de verdad. Significa dejar de buscar la verdad y dejar de confiar en que la mente organice cómo se revelará la verdad.

Significa renunciar a la creencia arrogante de que algún día localizarás la verdad y la llevarás a ti. Esta creencia se basa en la mentira de que estás separado de la verdad. Cuando crees firmemente en esta mentira, ésta crea nuevas experiencias de la mentira, hasta que finalmente reconoces que todos los gritos, toda la búsqueda, todos los cálculos, la acumulación de más y más experiencias, hacen que te orientes hacia la búsqueda más que hacia lo que siempre ha estado aquí.

Cuando surge el deseo de conocer la verdad, supone un momento sagrado en el curso de una vida. La tragedia es que, frecuentemente, este deseo se traduce en algún concepto mental sobre cómo llegar a la verdad, o cómo librarse de los obstáculos que impiden acceder a la verdad. Seguidamente nos dedicamos a adorar este concepto, le rezamos y confiamos en él más que en la verdad misma.

El deseo de verdad es el anhelo que sientes en tu corazón. La relación mental con este anhelo son todas las cosas que le lanzas para intentar quitártelo de encima porque te está molestando. Pero nada que no sea la pura autenticidad, el puro ser, le colmará. Si estás dispuesto a dejar de lanzar cosas al anhelo de tu corazón, si estás dispuesto a dejar de buscar la forma de escapar al anhelo, él revelará su propia consumación.

Cuando la mente dice: «Ve allí, haz esto, prueba aquello», puedes negarte a escuchar. Puedes darte cuenta de que una y otra vez has ido allí, has hecho esto y has probado aquello, sin encontrar ninguna satisfacción. Ahora se te invita a detenerlo todo, a simplemente aquietarte. Cuando detienes toda búsqueda, las justificaciones, las excusas..., ¿qué poder tiene, entonces, la mente? En un milisegundo de detención, ves el pensamiento tal como es.

En ese milisegundo reconoces la presencia de la verdad. 

Sin embargo, este hábito de buscar, de confiar en la mente y en su interpretación última de dónde encontrar más verdad, está muy arraigado.

De modo que el ciclo vuelve a empezar. Posiblemente has tenido muchas experiencias de verdad, de la presencia eterna que la mente no puede conceptualizar, y no sólo mientras estabas en la búsqueda espiritual. Has tenido experiencias de niño, de adulto, en la naturaleza, en tus relaciones amorosas, surgidas de la nada, en medio de la calle o en medio de la noche.

No podrías haber planeado esas experiencias, y sin embargo, por tu profundo condicionamiento, imaginas que tú puedes hacerlo, que tú puedes crear la verdad, que tú puedes hacer que Dios venga a ti. Qué sorpresa tan dulce y qué lección de humildad descubrir que no puedes, y que la verdad, que es Dios, ya está aquí.

Es tan simple... Eres lo que estás buscando. No me refiero a tu cuerpo, aunque el cuerpo no es un obstáculo, y forma parte de ti. No me refiero a tus pensamientos y emociones, a tu destino, karma, pasado o futuro, aunque tampoco son obstáculos. Todos ellos aparecen, existen, y desaparecen en la verdad de quien eres. Tú ya eres la verdad. Tú eres conciencia. Conciencia es espíritu. Reconócete a ti mismo y te verás por todas partes: en todos los demás seres humanos, en cada animal, en cada planta, en cada roca. Hasta que no te reconozcas a ti mismo seguirás tratando de averiguar cómo encontrarte, cómo conseguir más de ti mismo, cómo saber qué eres y qué no eres.

La mente tiene el hábito de necesitar saber qué ocurrirá si los pensamientos se detienen. Al final, simplemente tienes que pararte y comprobarlo. Ya has probado todas las técnicas excepto la de detenerte. Si no te has parado, aún sigues buscando. Es así de simple.



Extracto del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Imágenes tomadas de internet

viernes, 15 de mayo de 2020

NADA ES ZEN


LA ESPIRITUALIDAD NO ES ADOPTAR MÁS CREENCIAS


UN PUÑADO DE TIERRA


Dios creó al hombre de tal manera que puede distinguir el bien del mal. Un día pidió al ángel Gabriel que fuese a buscarle un puñado de tierra. Pero cuando éste tendió la mano, la tierra retrocedió y dijo lamentándose:

«¡Oh, ángel! ¡Por el amor de Dios, perdóname! ¡En nombre de la ciencia que Dios te confió, no me hagas daño!

Tú tratas con Dios a cada instante. Eres el dueño de los ángeles y el mensajero del profeta. Has tenido revelaciones. Eres un ángel superior, pues insuflas el espíritu al alma igual que Izrafel insufla el alma al cuerpo. Cuando él sopla su trompeta, el cuerpo se reanima, pero cuando eres tú quien pones en tu boca la trompeta, el corazón resucita a la luz. ¡Miguel nos proporciona el alimento del cuerpo, pero tú alimentas el corazón! ¡Como la misericordia triunfa sobre la cólera, lo mismo triunfas tú sobre Azrael!».

Así habló la tierra. Gabriel, emocionado por sus lágrimas, regresó ante Dios y le dijo:

«No me atrevo a diferir la ejecución de tus órdenes, pero sabes lo que ha pasado entre la tierra y yo. ¡Me hubiese sido fácil traerte un puñado de ella si no me hubiese intimidado invocando uno de tus nombres!».

Dios dijo entonces a Miguel:

«¡Ve a la tierra y tráeme un puñado de ella!».

Pero la tierra, fogosamente, expresó sus tormentos al ángel:

«¡En nombre de Aquel que te hizo sostén de los cielos, perdóname! Tú eres el que pesa el don de cada criatura, el que calma la sed de los sedientos. Ten piedad de mí. ¡Mira las lágrimas de sangre que vierto!».

Un ángel es una manifestación de la misericordia divina y no pone sal en la herida de un enfermo. Así, Miguel regresó ante Dios sin haber cumplido su misión. Le dijo:

«¡Oh, Señor que conoces lo oculto y lo aparente! Las lágrimas de la tierra han alzado un obstáculo en mi camino. Conozco el valor de las lágrimas y no he podido mostrarme insensible».

Entonces, Dios dijo a Izrafel:

«Ve a buscarme un puñado de tierra».

Apenas Izrafel hubo llegado a su destino cuando la tierra empezó de nuevo a lamentarse diciendo:

«¡Oh, savia de la vida! ¡Con tu aliento resucitas a los muertos! Tu aliento lleno de misericordia reanima el universo entero. Eres el sostén de la tierra y el ángel de misericordia. En nombre de Dios, no me causes ningún daño. Pues me atenaza la duda. Tú eres fiel al Misericordioso y Dios es el que no espanta a nadie, ni siquiera al pájaro. ¡Por piedad, sé tan clemente como tus dos predecesores!».

Así Izrafel se volvió hacia Dios:

«Tú has ordenado a mis oídos que vayan a buscar tierra y has ordenado lo contrario a mi razón. ¡Que tu misericordia sea mayor que tu cólera!».

Entonces Dios dijo a Azrael:

«¡Tráeme un puñado de tierra sin más vacilaciones!».

Ahora bien, la tierra volvió a lamentarse:

«¡En nombre del Misericordioso! ¡En nombre del Todopoderoso! ¡Déjame! Pues Dios no niega a quien pide».

Azrael replicó:

«¡Yo no tengo poder para diferir una orden del Todopoderoso!

—¡Pero Dios ordena ser sabio y perdonar!

—La sabiduría, dijo Azrael, puede interpretarse de maneras diferentes, pero cuando se tiene una orden tan estricta, apenas hay lugar para interpretaciones. Tus lágrimas y tus suspiros abrasan mi corazón. No creas que soy insensible a la piedad. Puede incluso que sea más compasivo que los que me han precedido. Pero, si, ante una orden de Dios, yo abofeteo a un huérfano, y si un hombre de buena voluntad le ofrece leche, mi gesto valdrá más que el suyo. En toda prueba hay un don. El ágata siempre está oculta en el barro. ¡Puesto que es El quien te invita, ven! ¡Esta invitación sólo te traerá honor y alegría! Más vale obedecer las órdenes de Dios. Por mi parte, no tengo fuerza para resistirme a ellas».

Después, como la tierra persistía en su petición:

«Yo soy como un lápiz entre dos dedos. ¡No hago más que obedecer!».

Y, mientras que la tierra lo escuchaba, tomó de ella lo suficiente para llenar su mano. Y la tierra se sintió como el niño que llevan por fuerza a la escuela.

Dios dijo entonces a Azrael:

«¡Te nombro arrancador de espíritus!

—¡Oh, Señor mío! dijo Azrael, si ésa es mi tarea, toda criatura será mi enemiga. ¡No hagas de mí el enemigo de toda criatura!».

Dios respondió:

«No temas nada. Crearé enfermedades de la cabeza, convulsiones… y muchas otras cosas como razones aparentes de la muerte y nadie te considerará responsable.

—¡Oh, Señor mío! ¡Habrá sin duda sabios entre tus servidores que rasgarán ese velo!

—Esos saben que existe un remedio para cada pesar y que sólo el destino es irremediable. Los que miran el origen no te verán. Aunque estés oculto a los ojos del pueblo, eres un velo tú mismo para los que ven la verdad. Puesto que, para ellos, el destino tiene la dulzura del azúcar, ¿qué tendrían que temer? Si derribas los muros de una prisión, ¿por qué quieres que se aflijan los prisioneros? ¿Por qué dirían: “¡Qué lástima haber roto tan hermoso mármol!?”. Ningún preso está triste por salir de la prisión, salvo el destinado al patíbulo. El que duerme en prisión y sueña con jardines de rosas se dice: “¡Oh, Dios mío, déjame gozar de este Edén!”. Cuando duerme, no desea despertar».

El alma dormida ignora el cuerpo, esté éste en el jardín de rosas o en el fuego. ¡Qué hermoso sueño! ¡Visitar el paraíso sin morir!


150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

jueves, 14 de mayo de 2020

PERMISIVIDAD


CURIOSIDADES


LA ACTITUD ANTE LA VIDA


Analizando las diferencias entre Japón y México, veo tres especialmente importantes: la educación, la religión y la actitud hacia la vida misma y la naturaleza.

LA ACTITUD ANTE LA VIDA:

El elefante del circo Atayde, ¿por qué' no escapa? ¿Por qué no es libre, como los otros elefantes? Porque le pasa lo que a muchos de nosotros cuando estábamos pequeños. A ese elefantito lo tenían atado de la pata con una cuerda y él quería ser libre y halaba y halaba. Se lastimó la piernita, le sangró y ya después le salió un callo, no sólo en la pata sino también en la cabeza: a punta de decir "no puedo", ¡ya no puede!

Y así hay muchos jóvenes que llegan a ser adultos y "ya no pueden" ¿Por qué? Porque desde chiquitos estuvieron escuchando todos los días: eres un bruto, eres la vergüenza de la familia, eres un malcriado, siempre te reprueban... Ese joven, ya de adulto, es como el elefante: a determinada hora sale a trabajar, da las vueltas que tiene que dar -ni una más ni una menos-, mueve la trompita, termina lo suyo y alguien se lo lleva a la paja y le trae de comer. Así son muchos empleados que nada más hacen lo esencial.

¿Qué deben hacer? Que el objetivo hoy sea ser feliz y disfrutar lo que hacen. Prepárense para que su objetivo de vida no sea que den las cinco de la tarde. ¡Qué triste! Así, hay padres de familia, maestros, empresarios, que todos los días crean fracasados. Pero también hay maestros, padres de familia, empresarios y jefes que todos los días crean triunfadores. Es muy diferente, créanme, trabajar así Debemos cambiar la mentalidad de la gente.

Tenemos una obligación con México. ¿Por qué no crean sus propias empresas? Pero no se imaginen su primera empresa con dos hectáreas de largo. ¿Cómo empezamos todos los empresarios? Pues tenían capital, dirán. ¡No es cierto! Yo conozco a muchos libaneses, israelíes, españoles, que llegaron a esta nación con una mano adelante y otra atrás, sin amigos, sin conocer el idioma ni las costumbres, pero con fe en si mismos y en México, y que trabajaron y trabajaron, y ahora son los empresarios de esta nación.

Pero, ¿qué pasa en el pueblo? Vean ustedes el comportamiento en el pueblo de Chiconcuac donde sea: es la fiesta del patrono, y toda la semana de rumba... ¿Qué hacemos los mexicanos? El baile, la pereza, el trago, el guayabo. ¿Y los españoles? Abren desde las cuatro de la mañana sus panaderías, hasta las diez de la noche. ¿Y los israelíes? Trabajan y trabajan. Nosotros no, pues es la fiesta del pueblo.

¿Cuánto retira el empresario en estos quince años que nosotros como empresa tenemos en México? Ni un solo centavo. Así es como las empresas de los japoneses crecen. Hasta que cumplen veinte años, no se retira dinero ni capital. Ni la parte japonesa, ni la parte mexicana. Es pura inversión y reinversión.

Y quiero que entiendan, futuros empresarios, que cuando los jóvenes están aquí en la universidad pensando "¿qué vamos a hacer?" es como el enamoramiento. Cuando hacen el plan de negocios, es la concepción. El embarazo, cuando construyen la fábrica. Y cuando la inauguran, el nacimiento Después ya tienen un bebito. Dentro de los tres primeros años tienen que cuidarlo a diario, con el único objetivo de hacerlo crecer. Pero en México, el ochenta y cuatro por ciento de las empresas nuevas quiebra durante los tres primeros años, porque los papás quieren que el bebito les ponga automóvil último modelo, que les dé alfombra, aire acondicionado, muebles de caoba y una secretaria rubia de minifalda.

Después viene la adolescencia, y al fin llegan a ser adultos. Es cuando las empresas japonesas empiezan a repartir utilidades a los socios. Por eso hay empresas multimillonarias y empresarios pobres. La diferencia entre el sueldo del obrero de más bajo nivel y el del presidente de la compañía es ocho veces. Pero en nuestra nación, quieren hacerse ricos al segundo año con esa empresa que van a poner. Váyanse a veinte años de plazo, métanle todo lo que ganen, denle todo a ese hijo que es su empresa, y verán cómo crece. Verán cómo se hace adulto. SI, ¿y de qué vivimos?, preguntarán. ¿De un saludo? Pueden tener salario, pero no la desangren.

Quiero terminar con un cuento que me contó mi padre. Había un bosque en el que vivían muchos animalitos. De repente se desató un incendio y todos salieron corriendo. Todos menos un gorrioncito que fue al río, mojó las alitas, voló sobre el bosque en llamas y dejó caer una gota de agua, tratando de apagar el fuego. Volvió al río, mojó las alitas, voló sobre el bosque y dejó caer algunas gotas. Un elefante que pasaba le gritó:

-¡No seas tonto! ¡Huye como todos! ¿No ves que te vas a achicharrar?

El gorrioncito se volteó y le dijo:

-Este bosque me lo ha dado todo: mi familia mi felicidad, y le tengo tanta lealtad que no me importa morir, pero voy a tratar de salvarlo.

Fue al río otra vez, mojó las alitas y revoloteó sobre el bosque, dejando caer una o dos gotas de agua.

Los dioses se compadecieron de él y dejaron caer una gran tormenta que apagó el incendio. El bosque reverdeció y todos los animalitos regresaron y volvieron a ser felices, más que antes.

Jóvenes universitarios: yo comparo a este bosque con México. Tal vez estemos en un gran incendio, en una gran crisis política, social, económica y moral, pero yo les pido que todos los días dejen caer una o dos gotas de sudor y de trabajo. Si así lo hacen, el país se los agradecerá y Dios los bendecirá.



Extracto del libro:
La culpa es de la vaca 1a parte
Lopera y Bernal
Fotografía de Internet
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