Respuestas a preguntas
Pregunta 4 (continuación):
¿Por qué me siento tan desgraciado? ¿No puedes quitarme todo esto e encima?
La respuesta está en tu pregunta. No quieres aceptar la responsabilidad de tu propio ser, sino que alguien lo haga por ti, y ésa es la única causa del sufrimiento.
No hay forma de que nadie te quite tu sufrimiento. No hay forma de que nadie te haga dichoso, pero si te das cuenta de que tú eres el responsable de tu dicha o tu desdicha, de que nadie puede hacer nada...
Tu sufrimiento es obra tuya; tu dicha también será obra tuya.
Pero resulta difícil aceptar que el sufrimiento es tu obra.
Todos piensan que los demás son los responsables de su sufrimiento.
El marido piensa que la esposa es la responsable de su sufrimiento, la esposa que el marido es responsable del suyo, los hijos responsabilizan a los padres, los padres responsabilizan a los hijos de sus respectivos sufrimientos. Un asunto muy complejo. Y cuando alguien es responsable de tu sufrimiento, no comprendes que al renunciar a tu propia responsabilidad pierdes tu libertad. Responsabilidad y libertad son las dos caras de la misma moneda.
Y porque piensas que los demás son responsables de tu sufrimiento, por eso hay tantos charlatanes, supuestos salvadores, mensajeros de Dios, profetas que te dicen: «No tenéis que hacer nada; sólo seguidme.
Creed en mí y yo os salvaré. Yo soy vuestro pastor; vosotros mi rebaño».
Parece extraño que nadie se rebelara contra personas como Jesucristo y dijera: «Qué insultante, decir que tú eres el pastor y nosotros las ovejas, que tú eres el salvador y nosotros dependemos de tu compasión, que nuestra religión consiste en creer en ti». Pero como descargamos la responsabilidad de nuestro sufrimiento sobre otros, aceptamos el corolario de que la dicha también nos vendrá de otros.
Naturalmente, si el sufrimiento nos viene de otros, también la dicha nos vendrá de otros. Pero entonces, ¿qué haces tú? No eres ni responsable del sufrimiento ni de la dicha... ¿Qué función cumples? ¿Para qué sirves? ¿Ser el blanco para que unas cuantas personas te hagan desdichado y para que otras te ayuden, te salven y te hagan dichoso? ¿Eres una simple marioneta, cuyos hilos están en manos de otros?
No eres respetuoso con tu humanidad, no te respetas a ti mismo. No amas tu propio ser, tu propia libertad.
Si respetas tu vida, rechazarás a todos los salvadores.
Les dirás a todos ellos: «¡Fuera de aquí! Bastante tienes con salvarte a ti mismo. Es mi vida y tengo que vivirla. Si hago algo mal, sufriré por ello; aceptaré las consecuencias de mis actos sin quejarme».
Quizás aprendamos así: tras caer, nos levantamos; tras perdernos, volvemos a encontrar el camino. Cometes un error... pero cada error te hace más inteligente; no volverás a cometer el mismo error. Si vuelves a cometer el mismo error, significa que no estás aprendiendo, que no estás utilizando tu inteligencia, que actúas como un robot.
Todos mis esfuerzos van encaminados a devolver la dignidad que le corresponde a todo ser humano, que le ha transferido a cualquiera. Y todas estas tonterías se producen porque no estás dispuesto a aceptar que el responsable de tu sufrimiento eres tú.
Piénsalo: no hay un solo sufrimiento tuyo del que tú no seas responsable. Puede ser envidia, ira, avaricia, pero algo en ti crea ese sufrimiento.
¿Y has visto a alguien en este mundo que haga dichoso a otro?
También eso depende de ti, de tu silencio, de tu amor, de tu paz, de tu confianza. Y así se produce el milagro: nadie lo hace.
En el Tíbet se cuenta una hermosa historia sobre Marpa. Quizá no sea real, pero sí tremendamente significativa. No me importan demasiado los hechos. Me interesan la trascendencia y la verdad, algo completamente distinto.
Marpa oyó hablar de un maestro. Estaba buscando y fue a ver al maestro, se abandonó a él, le entregó toda su confianza. Le preguntó:
-¿Qué debo hacer ahora?
El maestro contestó:
-Una vez que te abandones a mí, no tendrás que hacer nada. Sólo creer en mí. Mi nombre es tu único mantra secreto. Siempre que te encuentres en apuros, recuerda mi nombre y todo irá bien.
Marpa se arrodilló a sus pies. Y era un hombre tan sencillo que intentó algo inmediatamente: andar sobre el río. Los demás discípulos, que llevaban años con el maestro, no daban crédito a sus ojos: ¡estaba andando sobre el agua! Le contaron al maestro:
-No has entendido a ese hombre. No es un hombre corriente. Anda sobre el agua.
El maestro dijo:
-¿Cómo?
Todos salieron corriendo hacia el río, y sobre él caminaba Marpa, cantando, bailando. Cuando llegó a la orilla, el maestro le preguntó:
-¿Cuál es el secreto?
El hombre dijo:
-¿Que cuál es el secreto? El mismo que tú me has revelado: tu nombre. Me acordé de ti. Dije: «Maestro, permíteme andar sobre el agua», y ocurrió.
El maestro no se creía que su nombre lograra tal cosa. Él no podía andar sobre el agua, pero ¿quién sabe? Nunca lo había intentado. Sin embargo, pensó que sería mejor comprobar un par de cosas más, y le dijo a Marpa:
-¿Puedes saltar desde ese precipicio?
-Lo que tú digas.
Marpa subió a la montaña y se tiró por el precipicio, mientras todos esperaban en el valle, pensando que sólo quedarían unos trocitos de Marpa. E incluso si encontraban algún trozo, sería un milagro; la montaña era muy alta.
Pero Marpa descendió sonriente, en la postura del loto. Aterrizó bajo un árbol del valle y se sentó. Todos lo rodearon, mirándole. Ni un rasguño. El maestro exclamó:
-¡Es increíble! ¿Has pronunciado mi nombre?
El hombre contestó:
-Fue tu nombre.
El maestro dijo:
-Basta. Voy a intentarlo yo.
Y al dar el primer paso en el agua se hundió.
Marpa no podía creerse que el maestro se hubiera hundido. Sus discípulos saltaron al río y lograron sacarlo, medio muerto. Le extrajeron el agua de los pulmones, y sobrevivió.
Marpa preguntó:
-¿Qué ha pasado?
El maestro contestó:
-Tienes que perdonarme. No soy maestro, sino un farsante.
Pero Marpa preguntó:
-Si eres un farsante, ¿cómo ha funcionado tu nombre?
El farsante contestó:
-No ha funcionado mi nombre, sino tu confianza. No importa en quién confíes... Es la confianza, el amor, la totalidad. Yo no confío en mí mismo, ni confío en nadie. Engaño a todos... ¿Cómo podría confiar? Y siempre tengo miedo de que me engañen los demás, porque yo los engaño. Para mí es imposible confiar. Tú eres un hombre inocente y has confiado en mí. Es por tu confianza por lo que se han producido los milagros.
No importa que esta historia sea verdadera o no. Pero sí hay una cosa cierta: que la causa de tu sufrimiento son tus errores y la causa de tu dicha la confianza, el amor.
Tu esclavitud es tu creación, y tu libertad tu declaración.
Me preguntas: «¿Por qué soy desgraciado?». Eres desgraciado porque no has aceptado la responsabilidad. Observa cuál es tu sufrimiento, averigua la causa, y encontrarás la causa dentro de ti.
Elimina la causa y desaparecerá el sufrimiento.
Pero no queréis eliminar la causa, queréis eliminar el sufrimiento. Eso es imposible, carece por completo de base científica.
Y me pides que te salve, que te ayude. No tienes por qué mendigar nada. No tenéis que mendigar nada. No sois ovejas, sino emperadores.
Aceptad vuestra responsabilidad por el sufrimiento y encontraréis, ocultas en vuestro interior, todas las causas de la dicha, la libertad, la alegría, la iluminación, la inmortalidad. No se necesita un salvador. Y jamás ha existido ningún salvador; todos son seudosalvadores. Se les ha rendido culto porque la gente siempre ha querido que alguien los salvase.
Han aparecido porque siempre había demanda, y cuando hay demanda, hay oferta.
Si dependes de los demás pierdes tu alma. Olvidas que tienes una consciencia tan universal como la de cualquier otro, que tienes una consciencia tan grande como la de cualquier Buda Gautama; simplemente no te das cuenta, porque no la has buscado. Y no la has buscado porque buscas a los demás, a alguien que te salve, a alguien que te ayude. Vas pidiendo limosna sin comprender que este reino es enteramente tuyo.
Hay que comprender que se trata de uno de los principios fundamentales: la dignidad, la libertad y la responsabilidad.
Bibliografía:
Alegría: Osho
Fotografía tomada de internet