sábado, 16 de marzo de 2019
viernes, 15 de marzo de 2019
EL HOMBRE VELETA
Aunque hay muchísimos estilos afectivos masculinos, y aunque algunos pueden llegar a superponerse para crear subtipos, señalaré los que considero más importantes frente al impedimento que genera la oposición a lo femenino.
5. El hombre veleta
Este hombre es una especie de revuelto afectivo. Es el varón de identidad fluctuante, a quien nadie, ni los psicólogos más experimentados, pueden entender. Posee todos los elementos de los estilos anteriores, mezclados en desurden e intercambiables de acuerdo con su conveniencia.
Un poco de culpa, algo de agresión, cierta indiferencia y dosis esporádicas de apego enloquecen a cualquiera. Por lo general, las madres de estos sujetos no han sido muy cuerdas y han generado en sus hijos una total falta de identidad, no ya sexual, sino psicológica. Como si se tratara de una personalidad límite, pero anclada en lo afectivo, estos individuos son impredecibles y altamente contradictorios, ya que se pasan jugando todos los papeles al mismo tiempo, sin llegara consolidar un estilo en cuestión. El conflicto con lo femenino se encuentra en estado puro, posiblemente con la efervescencia de los primeros meses de vida. Estos hombres bordean los límites del amor, lo tocan, lo rozan, lo registran por encima, pero no son capaces de establecerse por mucho tiempo en relaciones afectivas estables, entre otras cosas porque la mayoría de las mujeres les huyen. El problema salta a la vista. Pueden llegar a ser algo seductores y mitómanos, pero sin alcanzar a ser el típico don Juan.
Cuando una mujer tiene la mala suerte de caer en este agujero negro emocional, es devorada en un instante; se anula y desaparece como persona. La solución para estos casos turbulentos de desestructuración psicológica debe ser categórica y terminante: tratamiento psiquiátrico, medicación abundante y entregarse a la Divina Providencia.
Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet
jueves, 14 de marzo de 2019
¿QUÉ ES EL "YO"?
INVESTIGAR PROFUNDAMENTE lo que verdaderamente quieres abre la puerta a descubrir la verdad de quien eres. Si lo que realmente quieres es alcanzar el núcleo más profundo de verdad que existe dentro de ti, entonces es el momento de examinar más de cerca las ideas condicionadas respecto a qué es el “yo”.
En nuestra comprensión psicológica occidental tradicional se suele considerar que la personalidad es un indicador de quiénes somos como individuos. Pero, en realidad, la personalidad es una máscara, un traje muy superficial que puede cambiar fácilmente. Si quieres cambiar tu personalidad, hay muchos libros que puedes leer, muchos cursos a los que puedes asistir y diversas doctrinas a las que puedes acogerte.
No hay nada malo en trabajar con tu personalidad, o incluso en cambiarla.
Puede ser muy útil. Por ejemplo, para que los seres humanos se reúnan pacíficamente en una sala, es conveniente que sus personalidades estén lo suficientemente condicionadas para que se dé un mínimo de respeto y cortesía. Éste es el ámbito de la personalidad. Trabajarse la personalidad no causa ningún daño, a menos que creas que eres la personalidad.
Posiblemente ya habrás notado que por mucho que te trabajes la personalidad, o por más genial que sea la personalidad conseguida, seguirá sintiéndote frustrado en tus esfuerzos por descubrir una satisfacción más profunda.
Más primario que la personalidad es nuestro sentido básico de ser individuos separados, “egos” separados. En realidad ¿qué es el ego? ¿Es posible experimentarlo directamente? ¿Tenemos que aumentarlo o eliminarlo para poder ser felices?
“Ego” es la palabra latina que designa al “yo”. En realidad es el pensamiento “yo”, un pensamiento asociado con la sensación “yo soy este cuerpo”, que a partir de este punto se expande en complejidades interminables.
En esta experiencia de encarnación humana, tenemos la capacidad natural de identificarnos con nuestros egos individuales. Éste es un poder enorme, y no tiene nada de malo. Es un poder delicioso, una adaptación evolutiva que ha dado a la especie humana una gran ventaja sobre otras en prácticamente cualquier circunstancia. El ego también ha generado la raíz de todo auto-odio, auto-tortura, autoamor, y autotrascendencia. Si creemos que nuestro ego/mente/cuerpo individual es nuestra verdad definitiva, esto dará lugar a un sufrimiento enorme e innecesario.
Si basas tu vida en la creencia de que estás limitado a ser un cuerpo, entonces preservar tu cuerpo se convierte en la máxima prioridad. Al reconocer progresivamente que la seguridad del cuerpo no puede estar completamente garantizada, surge un gran miedo.
El cuerpo está, obviamente, sujeto a multitud de impactos: genéticos, medio ambientales, accidentes de distinta índole… y, en definitiva, a la inevitable reducción paulatina de sus funciones. Obviamente, cualquier intento de preservar y mantener el cuerpo seguro genera estrategias de autoprotección o defensa, como esconderse o atacar. Estas estrategias dan lugar a actitudes agresivas o de sumisión, a la incentivación de habilidades de tipo social y sexual, a fin de defender el pensamiento “yo soy el cuerpo”. Esto es el ego.
Cuando nuestra principal preocupación es preservar el cuerpo, contribuimos a un universo temeroso y defensivo. La acción defensiva, sea en términos de “yo primero”, “mi tribu primero”, o “mi nación primero”, a costa de otros pueblos, tribus o naciones da lugar a un tremendo sufrimiento. También conduce a la guerra, que puede librarse entre hermano y hermana, padre e hijo, esposa y esposo, entre tribus y naciones, y siempre se basa en una idea profundamente limitada a quiénes somos, una idea de ser alguien particular, esencialmente separado de los demás.
En cierto momento, la realidad de la muerte del cuerpo y de todos los cuerpos, de todas las formas, sean del tipo que sean, toma carta de naturaleza. Aunque buena parte de la estructura social, especialmente en Occidente, trata de mantener este hecho oculto, al final se abre camino.
Llamemos a este demonio de la muerte, que hemos temido y negado, y del que hemos huido, a salir del inconsciente para poder enfrentarlo a la luz de la conciencia. En este punto podrás percibir la innegable presencia de la conciencia eterna y permanente: la verdad de quien eres. Aquí muere la creencia de que el ego es la realidad, y se revela lo que es inmortal. Queda diáfanamente claro que eres mucho más que un cuerpo. En realidad, eres eso que anima al cuerpo.
En la resolución final se comprende que el ego sólo es un pensamiento.
Nada ha limitado nunca la conciencia pura. El convencimiento asociado a la creencia egoica de “soy este cuerpo” es, de hecho, el único obstáculo para el reconocimiento de la verdad de quien eres. Esta creencia debe mantenerse constantemente mediante una incesante actividad pensante en cuanto a la imagen que tienes de ti mismo. Cuando detienes esa actividad mental y diriges la mente hacia dentro, hacia el pensamiento-yo central, descubres la conciencia pura e ilimitada, inherentemente libre de todo pensamiento y de toda necesidad de seguridad. En este descubrimiento entiendes que el ego es una ilusión, del mismo modo que un sueño o un estado de trance es una ilusión. La ilusión puede ser sentida, vista y experimentada como real, pero esto sólo es así porque su realidad nunca ha sido estudiada con detenimiento. Este estudio no es otro que la autoindagación. Indagar abiertamente en la ilusión- en este caso, en la ilusión esencial- es la puerta que permite experimentar directamente lo real.
Cuando se le cuestiona, el “yo” individual se revela como un sueño.
Cuando despierta del sueño, sea dulce o se trate de una pesadilla, te das cuenta de que sólo era eso, un sueño. Evidentemente, no hay nada malo en los sueños e ilusiones. El problema surge cuando los aceptas como la realidad o, más concretamente, como esta ilusión del yo-pensamiento.
Todo el mundo tiene la experiencia de haber sido engañados por alguna ilusión, un espejismo en el desierto, o haber confundido el horizonte con el borde de la tierra. La ilusión tiene un poder enorme hasta que la cuestionas seriamente. La verdadera investigación está orientada a revelar qué es real y qué es ilusorio, qué es eterno y qué es pasajero.
Extracto del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Imágenes tomadas de internet
TODO LO QUE QUIERO Y TODO LO QUE AMO VA A CAMBIAR
Está en la naturaleza de todo lo que quiero y todo lo que amo cambiar.
No puedo evitar separarme de ellos.
Este es el cuarto recuerdo: «Inspiro y sé que un buen día deberé renunciar a todo lo que me gusta y a todas las personas a las que quiero. Espiro y sé que no hay modo de llevarme todo eso conmigo».
Un buen día tendré que dejar atrás todo lo que quiero: mi casa, mi cuenta bancaria, mis hijos o mi hermosa pareja. Un buen día tendré que abandonar lo que más aprecio. Nada podré llevarme conmigo cuando muera. Esta es una verdad científica. Lo que hoy tanto nos gusta y nos pertenece dejará de pertenecernos mañana. Conviene aprender a renunciar no solo a los objetos que más nos gustan, sino también a las personas más queridas.
No podremos, en el momento de la muerte, llevarnos nada y a nadie con nosotros. A pesar de ello, sin embargo, cada día luchamos por acumular más dinero, más conocimiento, más fama, etcétera. Y aunque tengamos 60 o 70 años, seguimos persiguiendo conocimiento, dinero, fama y poder. Sabemos que, un buen día, deberemos abandonar nuestros recuerdos y nuestras pertenencias. Por este motivo la práctica de la vida monástica no consiste en acumular cosas. El Buda dijo que los monjes solo deberían tener tres túnicas, un cuenco para mendigar, un filtro de agua y una esterilla para sentarse…, y estar dispuestos incluso a renunciar a ellas. El Buda solía decir que no debemos identificarnos con el árbol a cuyo pie nos sentamos y nos acostamos a dormir. Debemos ser capaces de sentarnos y dormir a la sombra de cualquier árbol. Nuestra felicidad no tiene que depender de un lugar.
Debemos estar dispuestos a abandonar todos los lugares.
Si practicamos y somos capaces de soltarnos, podremos, ahora mismo, ser libres y felices. En caso contrario, no solo sufriremos el día en que finalmente nos veamos obligados a hacerlo, sino también hoy y cada día que nos separe de entonces, porque el miedo nos acechará de continuo. Hay ancianos, como Scroogy, mezquinos y codiciosos, que quieren atesorarlo todo. Es una auténtica lástima que haya personas tan poco inteligentes que no se den cuenta de que un buen día quizá dentro de unos pocos meses, deberán abandonarlo todo. Ello se debe a que la codicia se ha convertido en ellos en un hábito y durante toda su vida han buscado la felicidad a través de la acumulación de cosas. Esos hábitos son tan fuertes que, aun sabiendo que solo les quedan tres meses de vida, siguen aferrados a ellos.
En Vietnam, hay una leyenda de un hombre rico llamado Thach Sung que estaba muy orgulloso porque creía poseer todo lo que podía encontrarse en los almacenes del rey. Thach Sung se felicitaba por tener tanto oro y tesoros como el mismísimo rey. Un buen día, el rey le preguntó si estaba seguro de ser el hombre más rico del reino. Tan seguro estaba Thach Sung de su riqueza que apostó que, en el caso de que el almacén del rey tuviese algo que no se hallara en el suyo, donaría al monarca todas sus posesiones. Así fue como un buen día el reto comenzó en presencia de todos los ministros. Thach Sung tenía todo lo que el rey iba presentando, pero, a última hora, el monarca sacó algo que Thach Sung no tenía: ¡una cazuela rota! Y, aunque no pudiera utilizarse para hacer sopa, sí que podía emplearse para preparar pescado o platos de tofu. Y cuando el ministro de justicia declaró que, como había perdido la apuesta, Thach Sung debía entregar al rey todas sus propiedades, el hombre se quedó tan contrariado que acabó convirtiéndose en un lagarto que solo podía chasquear la lengua:
«¡Tchk, tchk, tchk!».
Nosotros no queremos convertirnos en Thach Sung, buscando la felicidad en la acumulación de cosas materiales. En cierta ocasión, el Buda pidió a sus discípulos que mirasen el cielo para ver la luna y les preguntó si se daban cuenta de la felicidad de la luna al atravesar el inmenso espacio del firmamento nocturno. Igual de libres debemos ser nosotros. Si en aras de la búsqueda de riqueza, fama, poder o sexo nos apegamos a todas estas cosas, perdemos nuestra libertad.
Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
martes, 12 de marzo de 2019
LA TIERRA
Allí había nacido, allí había dado sus pasos primeros. Cuando Rigoberta volvió, años después, su comunidad ya no estaba. Los soldados no dejaron vivo ni el nombre de la comunidad que se había llamado Laj-Chimel, la Chimel chiquita, la que se guarda en el hueco de la mano: mataron a los comuneros y al maíz y a las gallinas, y los pocos indios fugitivos tuvieron que estrangular a sus perros, para que no los delataran los ladridos en la espesura.
Rigoberta Menchú deambuló por su tierra alta a través de la niebla, montaña arriba, montaña abajo, en busca de los arroyos de su infancia, pero ninguno había. Estaban secas las aguas donde ella se había bañado, o quizá se habían marchado lejos, las aguas rojas de sangre, lejos. Y de los árboles más añosos, que ella creía alzados para siempre y que habían tenido brazos que la protegían y cuerpos que la escondían, sólo quedaban restos podridos. Después, alguien le contó: esas ramas poderosas habían servido para atar las horcas y esos troncos habían sido paredones de fusilamiento. En los árboles más viejos, en los más sabidos, habían sido asesinados quienes conocían sus nombres. Cuando ya no tuvieron quién los nombrara, los árboles se dejaron morir.
Y siguió Rigoberta caminando en la niebla, niebla adentro, gota sin agua, hojita sin rama: buscó al kuxín, su muy amigo, lo buscó donde él vivía, y no encontró más que sus raíces secas. Eso era todo lo que quedaba del que la visitaba en sueños, siempre frondoso de flores blancas de corazón amarillo. Y después, supo: el kuxín había sido salpicado por la sangre de sus queridos y había envejecido en un ratito, dolido de ellos, y se había arrancado a sí mismo con raíz y todo
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet
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