domingo, 24 de febrero de 2019
sábado, 23 de febrero de 2019
EL VELORIO
Asunción Gutiérrez había muerto en Managua, el día que cumplió un siglo de vida, y fue velada en su casa de la comarca Aranjuez por una multitud de parientes y vecinos.
Ya hacía rato que los dolientes habían pasado de la pena a la fiesta y de los susurros a las carcajadas, según quiere la costumbre, cuando en lo mejor de la noche doña Asunción se alzó en el ataúd.
—Sáquenme de aquí, babosos —mandó.
Y se sentó a comer un tamalito, sin hacer el menor caso de nadie.
En silencio, los deudos se fueron retirando. Ya los cuentos no tenían quién los contara, ni los naipes quién los jugara, y los tragos habían perdido su pretexto. Velorio sin muerto, no tiene gracia. Los dolientes se perdieron por las calles de tierra. Despabilados por el mucho café, no sabían qué hacer con lo que quedaba de la noche.
Uno de los bisnietos comentó, indignado:
—Es la tercera vez que la vieja nos hace esto.
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet
viernes, 22 de febrero de 2019
NO PUEDO ESCAPAR A LA ENFERMEDAD
Está en mi naturaleza enfermar.
No puedo escapar a la enfermedad
El segundo recuerdo reconoce la universalidad de la enfermedad: «Inspiro y sé que está en mi naturaleza enfermar. Espiro y sé que no puedo escapar a la enfermedad». Siddhartha, como era conocido el Buda antes de practicar e iluminarse, era uno de los jóvenes más fuertes de Kapilavastu. A menudo, era el primero en las competiciones deportivas y todo el mundo, incluido su envidioso primo Devadatta, soñaba con emular sus hazañas. No es de extrañar que, sabiendo que pocas personas eran tan fuertes como él, Siddhartha se tornase naturalmente arrogante. Pero, en la medida en que profundizó la práctica de la meditación sentada, acabó reconociendo su arrogancia y desembarazándose de ella.
Cuando gozamos de buena salud, podemos creer que la enfermedad es algo que solo afecta a los demás. Miramos a los demás y nos decimos que siempre están enfermos, que tienen que tomar medicinas y recibir masajes de continuo. Y creemos que nosotros no somos como ellos.
Pero un buen día, sin embargo, acabamos enfermando. Si no somos diligentes y la asumimos ahora, esta realidad caerá súbitamente, un buen día, sobre nosotros y no sabremos cómo abordarla. Nuestras piernas todavía son fuertes y podemos correr, dar paseos meditativos y jugar al fútbol. Y también podemos utilizar nuestros brazos para hacer muchas cosas. Pero la mayoría no hacemos un buen uso de nuestra capacidad de cuidar adecuadamente de los demás y de nosotros mismos. No utilizamos nuestra energía para transformar nuestras aflicciones y contribuir a aliviar nuestro sufrimiento y el sufrimiento de los otros.
Llegará el día en que, cuando tratemos de ponernos en pie para dar un paso, no podremos hacerlo. Por ello conviene asumir cuanto antes que, por el hecho de tener un cuerpo, seguramente acabemos enfermando. Esta es una comprensión que nos desembaraza de toda arrogancia relativa a nuestra buena salud. Entonces se abre ante nosotros el camino de la buena conducta, que nos permite emplear adecuadamente nuestro tiempo y nuestra energía para hacer lo que tenemos que hacer, sin vernos arrastrados por objetivos absurdos que pueden destruir nuestro cuerpo y nuestra mente. Lo que debemos hacer se torna entonces claro.
Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
jueves, 21 de febrero de 2019
EL JACARANDÁ
En las noches, Norberto Paso acarreaba bolsas en el puerto de Buenos Aires, y en los días levantaba la casa. Esta casa la hicieron juntos, Blanca y él. Blanca le subía los ladrillos y los baldes de mezcla y las paredes crecían en torno al patio de tierra. Ellos eran muy jóvenes, se reían de cualquier cosa, nunca se aburrían de mirarse.
La casa estaba a medio hacer cuando Blanca trajo un jacarandá del mercado. Era un árbol chiquito, ella había pagado un platal. Norberto se agarró la cabeza.
—Estás loca —dijo, y la ayudó a plantarlo.
Cuando terminaron la casa, Blanca murió.
Ahora han pasado los años, y Norberto sale poco. Una vez por semana se va al centro, a protestar porque la jubilación es una mierda que no alcanza ni para pagar la soga donde colgarse. Cuando Norberto regresa, tarde en la noche, el jacarandá lo está esperando. Frondoso de flores de cielo profundo, el jacarandá lo espera despierto, para que él le cuente.
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet
miércoles, 20 de febrero de 2019
martes, 19 de febrero de 2019
¿QUÉ QUIERES REALMENTE?
UNA DE LAS ÁREAS cuya investigación resulta clave en el camino del autodescubrimiento atiende a lo que verdaderamente quieres. Cuando llegas a reconocer que no te han satisfecho todos los caminos recorridos en tu búsqueda de la plenitud, surge de manera natural la pregunta siguiente: “Bien; entonces, ¿qué es lo que realmente quiero? Si todas las vías que he probado en la búsqueda de mi felicidad no me han satisfecho, una vez que todo está ya dicho y hecho, ¿qué es lo que final y verdaderamente quiero?”.
En Occidente, la mayoría vivimos unas vidas extraordinariamente privilegiadas. Proporcionalmente, son pocos los que han de preocuparse de dónde conseguir su próxima comida o de si tendrán lugar para dormir esta noche. Para la mayor parte no existe un riesgo inminente. La vida que llevamos nos permite dejar a un lado nuestros hábitos mentales y estrategias de protección, y reflexionar sobre qué está presente cuando la mente no está ocupada en protegerse. En este momento las preocupaciones con respecto al futuro no tienen razón de ser.
Es evidente que todos, incluso los más privilegiados, experimentamos algún grado de sufrimiento. Pero si miras al resto del planeta, verás a miles de millones de seres humanos que están soportando grandes sufrimientos y que viven muy limitados por ellos. En cambio, nosotros tenemos el privilegio de disponer del tiempo, el espacio y la oportunidad de cuestionar las premisas más básicas de la vida humana. Somos libres de examinar nuestras vidas y de plantearnos las preguntas más profundas: ¿En qué consiste la vida? ¿Para qué la estoy usando? ¿Cómo paso el tiempo? ¿Dónde está mi atención? ¿Estoy viviendo una vida plena de sentido? ¿Soy feliz? ¿Cuáles son los anhelos de mi alma y de mi corazón? ¿Siento anhelo de paz y libertad? La mayoría de nosotros tenemos la oportunidad de pararnos a reflexionar sobre las preguntas más profundas, aquellas para las que no hallamos respuesta.
En mi experiencia de hablar con la gente, me he dado cuenta de que descubrir lo que uno realmente quiere puede abrir la puerta a la realización de la verdadera libertad. Puede haber una respuesta inmediata a esa pregunta, como “lo que más deseo es una vida mejor”, “lo que realmente quiero es ser feliz en todo momento”, o “lo que realmente anhelo es mi media naranja”. Ante cualquier respuesta que surja, resulta muy útil preguntarse seguidamente: “¿qué es lo que eso me aportará?”. Si tienes la pareja del alma, la pareja perfecta, ¿qué es lo que te aportará? Si tienes una vida feliz, ¿qué te aportará?
Si la respuesta es: “Entonces me sentiré en paz, entonces podré descansar”, la verdad es que eso ya es posible ahora, en este mismo instante. La paz y el descanso no tienen nada que ver con tener una pareja. La paz, el descanso y la plenitud que has estado buscando fuera, por intensos y sublimes que sean, en realidad están aquí y ahora. Si en este momento pudieras descartar los referentes externos con respecto a lo que aporta paz, reconocerías que ésta ya está aquí, independientemente de cualquier circunstancia interna o externa. En este reconocimiento puedes investigar más detenidamente para ver si hay alguna separación entre la paz que siempre está presente y quién tú eres. ¿Cuál es la frontera entre quien realmente eres y la paz?
Lo que surge en un momento de realización perfecta es lo que siempre ha estado presente, y esto suele provocar en nosotros una gran alegría. Esas que has estado buscando desesperadamente, furiosamente, incesantemente, y con gran frustración siempre ha estado presente, ¡exactamente dónde estás! Está presente ahora, en ti, y puede revelarse como tu propio ser.
¿Qué quieres ser realmente? Te invito a que, ahora mismo, te tomes el tiempo necesario para responder a esta pregunta. Pregúntate repetida y directamente: ¿Qué quiero realmente? Deja que las respuestas fluyan libremente, surgiendo del inconsciente sin esfuerzo ni censura. No hay respuestas correctas. Considera estas preguntas como un juego, un juego que puede hacer aflorar las creencias y conceptos que siguen enterrados en tu subconsciente.
A medida que indagues en tu interior, déjate traspasar por las sensaciones, emociones y comprensiones que surjan. Si has descubierto que lo que quieres finalmente es paz, felicidad, amor o iluminación, ahora tienes la oportunidad de ver dónde los has estado buscando. Puedes investigar todavía más preguntándote: ¿Dónde he buscado lo que quería? ¿Qué actividades he llevado a cabo para conseguir lo que quería? ¿Dónde creo que acabaré encontrándolo? ¿Qué creo que me impide tenerlo ahora mismo?
¿Están la paz, la felicidad, el amor y la plenitud condicionados por alguna circunstancia externa, o ya están vivos dentro de ti? En este momento, has de estar dispuesto a decir la verdad, que al principio puede ser una verdad más relativa y aparente. Por ejemplo, su verdadero objeto de deseo de este momento puede ser eso que crees que necesitas para ser feliz. Si tu ser más querido está enfermo, posiblemente estarás seguro de que quieres que él o ella se curen, lo que permitirá que experimentes la felicidad. Esta verdad relativa puede abrir el camino a una verdad más profunda que revele la naturaleza paradójica y sin causa de la verdadera felicidad, presente ahora, cualesquiera que sean las circunstancias. Di toda la verdad, a cualquier precio, por arriesgado que sea, cualesquiera que sean las consecuencias.
Extracto del libro:
El Diamante en tu bolsillo: Descubre tu verdadero resplandor
Gangaji
Imágenes tomadas de internet
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