martes, 29 de enero de 2019

LA VISIÓN Y LA COMPRENSIÓN


Pero ¿qué implica cambiarse a sí mismo? Lo he dicho en muchas palabras, una y otra vez, pero ahora voy a descomponerlo en pequeños segmentos. Primero, visión. No el esfuerzo, no el cultivo de hábitos, no un ideal. Los ideales hacen mucho daño. Todo el tiempo usted está concentrado en lo que debe ser en lugar de concentrarse en lo que es. Y así está imponiendo lo que debe ser a una realidad presente. Les daré un ejemplo de visión de mi propia experiencia como consejero. Un sacerdote me busca y me dice que es perezoso; quiere ser más industrioso, más activo, pero es perezoso. Le pregunto qué quiere decir "perezoso". En los viejos tiempos le habría dicho: "Veamos: ¿Por qué no hace una lista de las cosas que usted quiere realizar todos los días, y por la noche la comprueba? Eso le hará sentirse bien; así puede adquirir el hábito". O podría decirle: "¿Quien es su ideal, su santo patrono?" Y si dijera que San Francisco Javier, le diría: "Mire como trabajó Francisco Javier. Usted debe meditar sobre él y eso lo pondrá en movimiento". Ésa es una forma de actuar, pero siento decir que es superficial. Hacer que él use su fuerza de voluntad, que haga esfuerzo, no dura mucho. Su comportamiento puede cambiar, pero él no cambia. 

De manera que ahora me voy en otra dirección. Le digo: 

-¿Perezoso? ¿Qué es eso? Hay un millón de variedades de pereza. Miremos cuál es su tipo de pereza. Dígame que significa perezoso para usted. 

Me dice: 

- Bueno, yo nunca termino nada. No me dan deseos de hacer nada. 

-¿Es decir, desde el momento en que se levanta por la mañana? 

- Sí. Me despierto por la mañana, y no hay nada por lo cual valga la pena levantarme. 

Entonces, ¿está deprimido? 

- Podría decirse que sí. Es como si estuviera en retirada. 

-¿Siempre ha sido así? 

- Bueno, no siempre. Cuando era más joven, era más activo. Cuando estaba en el seminario, estaba lleno de vida. 

-Entonces, ¿cuándo empezó eso? 

-Ah, hace unos tres o cuatro años. 

Le pregunto si algo sucedió en ese entonces. Lo piensa un rato. Le digo: 

-Si tiene que pensarlo tanto, no puede haber sucedido algo muy especial hace cuatro años. ¿Qué tal el año anterior? 

-Ese año me ordené 

-¿Sucedió algo el año de su ordenación? 

-Hubo un pequeño incidente, el examen final de teología; no lo aprobé. Fue una desilusión, pero ya lo superé. El obispo pensaba mandarme a Roma para que después enseñara en el seminario. La idea me gustaba, pero como no aprobé el examen, cambió de opinión y me mandó a esta parroquia. Realmente, hubo algo de injusticia porque... 

Estaba agitado; había allí una ira de la que no se había recuperado. Tiene que solucionar esa desilusión. Es inútil echarle un sermón o darle una idea. Tenemos que lograr que se enfrente con su ira y su desilusión y que de ello obtenga algo de visión. Cuando sea capaz de solucionar todo eso, tendrá vida de nuevo. Si yo lo exhortara y le dijera que sus hermanos y hermanas casados trabajan mucho, eso solamente lo haría sentirse culpable. no tiene la visión de sí mismo que lo va a curar. De manera que eso es lo primero. 

Hay otra gran tarea: la comprensión. ¿Usted pensaba realmente que esto lo iba a hacer feliz? Simplemente suponía que lo iba a hacer feliz. ¿Por qué quería usted enseñar en el seminario? Porque quería ser feliz. Usted creía que ser profesor, tener un cierto status y prestigio lo haría feliz. ¿Sí sería así? Aquí se requiere comprensión. 

Al hacer la distinción entre "yo" y "mi", es muy útil desidentificar lo que está sucediendo. Les daré un ejemplo de este tipo de cosa: Un joven jesuita vino a verme; era un hombre amable, extraordinario, talentoso, encantador, simpático - todo. Pero tenía un extraño problema. Los empleados le tenían terror. Hasta se supo que en ocasiones los había agredido. Eso estuvo a punto de convertirse en un caso de policía. Siempre que lo encargaban de los jardines, de la escuela, o de lo que fuera, se presentaba este problema. Hizo un retiro espiritual de treinta días en lo que los jesuitas llamamos la Tercera Probación. Meditó día tras día sobre la paciencia y el amor de Jesús por los menos privilegiados, etc. Pero yo sabía que eso no iba a producir ningún efecto. De todos modos, regresó a casa, y las cosas mejoraron por tres o cuatro meses (Alguien dijo que empezamos los retiros en el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo, y que los terminamos como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos, amén) Después de ese lapso, volvió a ser como al principio. De manera que vino a verme. En esa época yo estaba muy ocupado. Aunque él había venido de otra ciudad de la India, yo no podía recibirlo. De modo que le dije: "Voy a dar mi caminata vespertina; si quiere acompañarme, está bien, pero no dispongo de más tiempo". Entonces fuimos a dar una caminata. Yo ya lo conocía, y mientras caminábamos, tuve una extraña sensación. Cuando tengo estas sensaciones extrañas, generalmente las verifico con la persona implicada. De manera que le dije: 

- Tengo la extraña sensación de que usted me oculta algo ¿Así es? 

Se indignó. Me contestó: 

-¿Qué quiere decir por "oculta" algo? ¿Usted cree que yo hice este largo viaje para pedirle a usted algún tiempo a fin de ocultarle algo? 

Le manifesté: 

- Es una extraña sensación que tuve, eso es todo; pensé que lo mejor era verificarla con usted. 

Seguimos caminando. No lejos de donde vivo hay un lago. Recuerdo la escena claramente. Me dijo: 

-¿Podríamos sentarnos en alguna parte? 

- Muy bien - le respondí 

Nos sentamos en un pequeño muro que bordea el lago. 

- Usted tiene razón. le estoy ocultando algo - me dijo, y rompió a llorar. Luego agregó: - Le voy a contar algo que no le he dicho a nadie desde que soy jesuita. Mi padre murió cuando yo era muy joven, y mi madre se convirtió en una sirvienta. Ella lavaba orinales, retretes y baños, y a veces trabajaba dieciséis horas diarias para conseguir con qué sostenernos. Eso me avergüenza tanto que lo he ocultado a todo el mundo, y sigo vengándome, irrazonablemente, de ella y toda la clase trabajadora. 

El sentimiento se transfirió. Nadie podía comprender por qué este hombre encantador se comportaba de esta manera, pero en el momento en que él lo vio, nunca más hubo problemas, nunca más.



Extracto del libro:
Despierta (charlas sobre la espiritualidad)
Anthony de Mello
Fotografía tomada de internet

ERRORES


lunes, 28 de enero de 2019

EL EXORCISMO


Sixto Ledesma se ganaba la vida partiendo piedras en las canteras de Maldonado. A la caída del sol, se daba un buen baño en el arroyo. Después encendía la radio, y mientras se echaba unos tragos de caña, creía todo lo que la radio decía. Ya en la nochecita, ensillaba el caballo y se marchaba a enamorar a su dama. 

A veces, Sixto se caía, por culpa de las mañas del caballo, las trampas del camino o la traición de los tragos. Entonces se sacudía el barro de la zanja, se sacaba la camisa y se azotaba la espalda con un arreador de cuero trenzado. Se daba unos cuantos latigazos en cruz, con alma y vida, y con la espalda sangrante llegaba a casa de Excelsa, su bien amada. Y le decía: 

—Tranquila, Excelsa, que estoy suavecito. Ya me saqué todo el comunismo. 


Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

LA FELICIDAD Y LA RELACIÓN CON LA RIQUEZA


domingo, 27 de enero de 2019

EL CONFLICTO AFECTIVO CON LO FEMENINO


Sobre el amor por las mujeres y la persistente
malla de tener que oponernos a ellas para definir
la propia masculinidad.

La vida de cualquier hombre está todo el tiempo ligada a la de la mujer. Desde el punto de vista biológico, la programación básica de la vida a nivel embrionario es femenina, nosotros le agregamos (transmitimos, forzamos o depositamos) el cromosoma "Y" que define el sexo del hombre (la identidad viene después). Si no existe esta intervención, la tendencia natural es a producir mujeres, pero si aparece el gen responsable, se produce una formación testicular masculina.

Ahora bien, el testículo fetal debe estar todo el tiempo pendiente de la evolución del embrión: un mínimo descuido puede crear un caos patológico o alguna deformidad. Durante las ocho o nueve semanas iniciales, debe haber un esfuerzo permanente para que la diferenciación del feto masculino se dé. Cuando digo esfuerzo, me refiero a un trabajo extenuarte, a una verdadera contienda con la tendencia natural a generar hembras. Tal como han sostenido infinidad de biólogos y psicólogos de diversas corrientes, al macho hay que fabricarlo, mientras que la hembra simplemente está ahí. Ella ocurre por obra y gracia de la "madre" naturaleza, es decir, si la estructura cromosómica original sigue su curso, espontánea y tranquilamente, nacerá una mujer. Sin querer pecar de fatalista, este comienzo biológico es el presagio de un derrotero que definirá gran parte de la vida posterior del varón en dos sentidos:

a) su origen femenino y

b) la oposición a esta misma génesis para definir su masculinidad.

Mientras estamos en el seno materno, el universo amniótico nos acurruca, alimenta y acaricia.

Permanecemos nueve largos meses metidos dentro de una mujer, siendo totalmente uno con ella y disfrutando con intensidad del silencioso nirvana de su vientre. En él nos refugiamos, hacemos y deshacemos a nuestro antojo. En él vivimos el milagro de la vida, donde todo es beneficio y nada es inversión: el negocio perfecto. Por alguna razón aún no establecida, a los hombres la naturaleza nos privó del privilegio de brindar este paraíso interior a otros seres. Al menos biológicamente hablando, nunca podremos decir "nuestras padres" o "nuestros madres". El vientre paterno sólo existe para el padre: no es compartible ni convertible. Venimos de mujer, ésa es nuestra procedencia, y pese a que algunos lo vean como una desgracia, muchos varones aceptamos gustosos nuestro origen (aunque debo reconocer que no nos gusta demasiado pensar o hablar de ello). No hay vuelta de hoja, hasta el más insoportable machista debe reconocer que en el momento de su nacimiento, cuando pasó del éxtasis interior al ruido ensordecedor del mundo viviente, lloró, pataleó y protestó enérgicamente. Estar "en" mamá era mejor.

Pero la relación de dependencia con las mujeres continúa. El idilio prenatal adquiere una nueva forma después de dar a luz. La relación intrauterina madre-hijo se prolonga de manera extrauterina durante varios meses, en los cuales la madre sigue prodigando cuidados de todo tipo, cariños, besos y abrazos. La díada afectiva se hace ahora claramente visible. La simbiosis sigue, pero más consciente de parte y parte. En el bebé ya existen formas primarias de percepción, y la mente comienza a formarse. Ya ambos pueden verse, tocarse e intercambiar placer de una forma más directa, atrevida y erótica. Sin embargo, muy a pesar de los implicados, este amorío, primario y básico para la supervivencia, se complica. En el varón se suma un nuevo ingrediente, algo que lo hará renegar y lo obligará a dar marcha atrás. Una especie de infamia ontogenética comienza a tejerse, un mal chiste del destino y una mala jugada de la vida: la identificación masculina, que a la larga no es otra cosa que una "desidentificación" femenina.

Tal como dije antes, a diferencia de lo que ocurre en el bebé de sexo femenino cuyo proceso de identificación ("yo soy una mujer") ocurre de manera natural, fluida y pasiva, el varón debe hacer un giro de l80 grados, frenar el proceso de identificación en el que venía y reconocer a regañadientes que aquello que lo contempló, lo colmó de dicha y le dio tanto amor, es de otro planeta o, al menos, no es como él.
Aunque no tenemos forma de saberlo, me imagino que el impacto para un niño debe ser terrible, más aún si consideramos la ausencia del otro patrón de identificación: la figura masculina del padre. Si al niño le diera por preguntar: "Está bien, no soy esto, pero entonces, ¿qué soy?", la respuesta lógica, aunque algo indeterminada, debería ser: "Eres un varón". Y si acaso el supuesto niño volviera a preguntar: "¿Y qué es un varón?", más de un padre saldría corriendo.

La identidad de los humanos, es decir, el autorreconocimiento personal, ocurre mediante un principio que se conoce con el nombre de "fenómeno de mirarse al espejo". Nos autodefinimos en la medida que nos vemos en relación con los otros. Cuando el niño descubre atónito que se estaba mirando en el espejo equivocado, debe comenzar a distanciarse mental y afectivamente, y debe mirar para otro lado: buscar otro espejo. Esta ruptura de género con la fuente primaria, es decir, la mamá, requiere de una reacción antagónica y un oposición activa. Aunque no nos guste demasiado, la naturaleza obró así: la masculinidad Comienza a definirse por el desprendimiento de lo femenino. Mientras que en el proceso de identificación femenino, la cercanía afectiva y la relación con su fuente de alimentación y cuidado fortalece la concordancia de género, en el hombre es al revés. Al varón, la correspondencia de la propia identidad no le viene dada, debe trabajar para obtenerla. Debe tratar de hallar un punto medio donde no se retire demasiado, lo cual sería poco recomendable para su posterior vida afectiva (odio o indiferencia a las mujeres), ni tampoco debe quedar atrapado en un vínculo infantil, lo cual sería catastrófico (afeminamiento o complejo de Peter Pan). Este proceso de mantener a raya a la mujer para poder encontrar su propia identidad, genera un desgaste enorme de energía en los varones, además de angustia, culpa, odio y amor, mezclados y agitados. Pero la cosa no termina aquí.

Hacia los dos o tres años, tanto los niños como las niñas intentan la separación de género; los juegos son distintos y se prefieren amiguitos del mismo sexo. Los muchachitos parecen desarrollar cierta fobia a las niñas, y éstas, cierto pesar por la "bobada" masculina. Los muchachitos, antes de entrar en la preadolescencia, pueden llegar a tener verdaderas pesadillas sobre la posibilidad de ser una niña enmascarada, o lo que es lo mismo, una niña en el cuerpo de un niño. El mayor terror y el peor insulto para un muchacho de esa edad es que le digan niña.

Sin el menor ánimo de parecer víctimas y ateniéndome exclusiva y objetivamente al desarrollo psicológico-afectivo masculino: ¡qué ajetreo tan agotador éste de ser varón! Primero, en lo embrionario, debemos agregar una "Y" que solamente poseemos los varones y que no parece estar programada de manera tan natural por la biología. Después, la desilusión y la cruel aceptación de que no se es mujer, es decir, soy una especie de marciano. Más tarde, cuando la cosa parece estar tranquila, nos sobreviene un trastorno obsesivo no registrado aún por la psiquiatría: "Para ser varones debemos diferenciarnos de las niñas", más aún, cuanto menos nos parezcamos, más hombres seremos. En vez de aprender a ser varones reafirmando lo que tenemos que hacer, lo aprendemos por defecto, es decir, por lo que no tenemos que hacer.
En cierta ocasión fui invitado por una asociación de mujeres para hablar sobre este tema. Cuando terminé de explicar el problema de la identificación masculina, la mitad de las asistentes tenían los ojos llorosos, y la otra mitad mostraba un claro sentimiento de compasión y pesar: "Pobres... Lo que les toca sufrir...". En verdad, no supe si debía agradecer el gesto o deprimirme con ellas.

Es apenas natural que en este contexto de búsqueda de lo viril, la gran mayoría de los hombres adquiera el vicio, generalmente no consciente, de tener que estar todo el tiempo mostrando que son verdaderos varones. La masculinidad es mucho más importante para nosotros, de lo que la feminidad es para las mujeres. Realmente, equivocamos el camino. Podríamos orientar nuestras energías fundamentales a descubrirnos a nosotros mismos, sin definir tantos territorios y linderos inútiles con lo femenino. El absurdo está planteado así y mantenido por siglos: en los varones, la masculinidad depende de cómo se resuelva la feminidad. Ridículo en grado sumo. El desatino está, precisamente, en que no hay nada que resolver. Es posible que no tengamos mucho que hacer en lo embrionario, pero sí podríamos mejorar la manera como la cultura administra los procesos infantiles de identificación masculina. También podríamos crear nuevos métodos educativos para la socialización de niños varones, reestructurar la concepción que los adolescentes tienen de las mujeres, y trabajar activamente para vencer el miedo a la expresión de sentimientos positivos. En fin, hay mucho por hacer, si en verdad existiera la motivación.

Esta insistente arremetida contra lo femenino comienza a suavizarse cuando; hacemos un descubrimiento desconcertante, y casi que traidor a la causa: ¡las mujeres nos dejan de parecer horribles y además, nos gustan! „Dios mío... ¿Cómo es posible?... Ellas me gustan...", exclamaba seriamente preocupado un paciente varón de doce años, sorprendido de sí mismo. Este hallazgo es tan estremecedor y avergonzante, que suele ser mantenido en secreto por algún tiempo, hasta que alguien más valiente sea capaz de comentarlo en el grupo de referencia. Así, descubrimos que por fortuna no somos los únicos. En verdad, cualquier muchacho aquejado de enamoramiento siente el más grande alivio al ver que sus compañeros de género están en las mismas y, como suele ocurrir, hasta el más duro de la barra está "afectado". Como una epidemia de origen desconocido, los temibles combatientes antifeministas van deponiendo las armas y entregándose mansamente, uno a uno, al enemigo. Un contrincante mucho más poderoso, en apariencia pasivo y supremamente encantador, que no perdona.

Junto al virus afectivo que nos revuelca sin remedio en el amor adolescente, en el varón se hace evidente una nueva fuerza con el vigor de mil soles, punzante y demoledora, que definirá gran parte de la existencia masculina posterior, y de la que hablaré en la tercera parte del libro: la atracción sexual. Esta nueva energía termina de hacer añicos esos años de "protesta viril", como los llamaba Adler, y la balanza definitivamente comienza a inclinarse. Las paradojas de la vida: tanta repulsa, tanta negación por lo femenino, para regresar a ellas. Del destete, al "tete". El retorno a la mujer y la aparente conciliación con el otro sexo, deja expuesto de una vez por todas el conflicto básico del varón, el dilema atracción-repulsión hacia lo femenino, que guiará y determinará gran parte de su futura vida amorosa.

Aunque hay muchísimos estilos afectivos masculinos, y aunque algunos pueden llegar a superponerse para crear subtipos, señalaré los que considero más importantes frente al impedimento que genera la oposición a lo femenino. Según como se intente resolver este conflicto básico, serán las formas de relacionarse afectivamente: muy cerca, malo; muy lejos, también. Los que no son capaces de alejarse lo suficiente del vínculo maternal inicial, permanecen en una relación infantil y/o culpable. Los que se distancian demasiado, pueden oponerse al amor femenino con indiferencia y/o agresión. Los que logran reestructurar un buen punto de equilibrio, alcanzan a reconciliarse con ellos mismos y con el amor femenino. Dejaré al hombre conquistador compulsivo, al que sufre de "donjuanismo", para el apartado de la infidelidad.


Extracto tomado del libro:
Intimidades masculinas
Walter Riso
Imágenes tomadas de internet

LO QUE TIENES, LO QUE TE FALTA


sábado, 26 de enero de 2019

LA PERFECCIÓN DE DIOS


En Brooklyn, Nueva York, hay una escuela para niños de lento aprendizaje. Algunos pasan ahí la totalidad de su vida escolar, mientras que otros son enviados a escuelas convencionales. En una cena que tuvo lugar en la escuela, el padre de Shaya, uno de estos niños, dio un discurso que jamás podrían olvidar quienes lo escucharon.

"¿Dónde está la perfección en mi hijo Shaya? Toda la obra de Dios está hecha a la perfección. Pero mi niño no puede entender cosas que otros niños entienden. Mi niño no puede recordar hechos y figuras que otros niños recuerdan. ¿Dónde está, pues, la perfección de Dios?" La audiencia quedó atónita ante esta pregunta, formulada por un hombre que se veía angustiado. "Yo creo –continuó que cuando Dios permite que vengan al mundo niños así, Su perfección radica en la forma como los demás reaccionan ante ellos".

Luego contó una historia acerca de su hijo. Una tarde, los dos caminaban por un parque donde un grupo de niños estaba jugando béisbol. "¿Crees que me dejarán Jugar?", preguntó Shaya. Él sabia que su hijo no era para nada un atleta y que los demás no lo querrían en su equipo, pero entendió que le llamaba la atención participar en el juego porque estaba seguro de ser como todos los demás.

El padre llamó a uno de los niños y le preguntó si Shaya podía jugar. Él miró a sus compañeros de equipo y, al no obtener ninguna respuesta, tomó la decisión: "Estamos perdiendo por seis carreras y el juego está en la octava carrera. No veo inconveniente. Creo que puede estar en nuestro equipo, y trataremos de ponerlo al bate en la novena carrera".

El señor quedó boquiabierto con la respuesta, y Shaya sonrió. Quería que lo pusieran en una base; así dejaría de jugar en corto tiempo, justo al final de la octava carrera. Pero los niños hicieron caso omiso de ello. El juego se estaba poniendo bueno, el equipo de Shaya anotó de nuevo y ahora estaba con dos outs y las bases llenas. El mejor jugador iba corriendo a base, y Shaya estaba preparado para empezar.

¿Dejaría el equipo que Shaya fuera al bate, arriesgando la oportunidad de ganar el juego? Sorpresivamente, Shaya estaba al bate. Todos pensaron que ese era el fin, pues ni siquiera sabia tomarlo. De cualquier forma, cuando Shaya estaba parado en el plato, el pitcher se movió algunos pasos para lanzar la pelota suavemente, de forma que el niño al menos pudiera hacer contacto con ella. Shaya falló. Entonces, uno de sus compañeros de equipo se acercó a él y le ayudó a sostener el bate. El pitcher dio unos pasos y lanzó suavemente. Shaya y su compañero le dieron a la pelota, que regresó inmediatamente a manos del pitcher. Este podía lanzar la pelota a primera base, ponchando a Shaya y sacándolo del juego. En vez de eso, la lanzó lo más lejos que pudo de primera base. Todos empezaron a gritar: "¡Shaya, corre a primera, corre a primera base!" Él nunca había corrido a primera base, pero todos le indicaban hacia dónde debía hacerlo.

Mientras Shaya corría, un jugador del otro equipo tenía ya la bola en sus manos. Podía lanzarla a segunda base, dejando por fuera a Shaya, pero entendió las intenciones del pitcher y la lanzó bien alto, lejos de la segunda base. Todos gritaron: "Corre a segunda, corre a segunda base!" Shaya corrió, y otros niños corrían a su lado y le daban ánimos para continuar.

Cuando Shaya tocó la segunda base, el del otro equipo paró de correr hacia él, le mostró la tercera base y le gritó: "¡Corre a tercera!" Conforme corría a tercera los niños de los dos equipos iban corriendo junto a él, gritando todos a una sola voz: "¡Shaya, corre a cuarta!" Shaya corrió a cuarta y paró justo en el plato de home, donde los dieciocho niños lo alzaron en hombros y lo hicieron sentir un héroe: había hecho una gran carrera, había ganado el juego por su equipo.

"Aquel día -dijo el padre de Shaya, con lágrimas rodando por sus mejillas-, esos dieciocho niños mostraron con un gran nivel la perfección de Dios".


Extracto del libro:
La culpa es de la vaca 1a parte
Lopera y Bernal
Fotografía de Internet

EL RUIDO DEL SILENCIO


viernes, 25 de enero de 2019

EL ÁRBOL


Siete mujeres se sentaron en círculo. 

Desde muy lejos, desde su pueblo de Momostenango, Humberto Ak'abal les había traído unas hojas secas, que él había recogido al pie de un árbol. 

Cada una de las mujeres quebró una hoja, suavemente, contra el oído. 

Una sintió un viento soplándole la oreja. 

Otra, la fronda que se hamacaba. 

Otra, un batir de alas de pájaros. 

Otra dijo que en su oreja llovía. 

Otra escuchó los pasos de un bichito que corría. 

Otra, un eco de risas. 

Otra, un rumor de aplausos. 

Humberto me lo contó, y yo pensé: ¿No será que las hojas muertas susurraron, al oído de las mujeres, la memoria del árbol?



Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet

EL MUNDO ES INCONTABLE


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...