jueves, 8 de noviembre de 2018
miércoles, 7 de noviembre de 2018
martes, 6 de noviembre de 2018
PERMITIR QUE AFLORE EL MIEDO
El primer paso para poder mirar el miedo consiste, precisamente, en permitir que aflore, sin enjuiciarlo, en nuestra conciencia. Basta con reconocer amablemente que está aquí. Eso, por sí solo, resulta ya muy liberador. Y cuando nuestro miedo se haya calmado, podremos abrazarlo con ternura y contemplar profundamente sus raíces, sus fuentes. Entender el origen de nuestras ansiedades y miedos nos ayuda a liberarnos de ellos. ¿Se deriva nuestro miedo de algo que sucede ahora mismo o se trata de un miedo antiguo, de un miedo infantil que todavía llevamos dentro? Cuando dejamos que nuestros miedos afloren, nos damos cuenta de que todavía siguen vivos y aún tenemos muchas cosas que atesorar y disfrutar. Cuando dejamos de reprimir y de tratar de controlar el miedo, podemos disfrutar de la puesta del sol, de la niebla, del aire y del agua. Cuando puedas mirar cara a cara al miedo y reconocerlo claramente, podrás vivir una vida que realmente merezca la pena.
Nuestro mayor miedo es que al morir nos convertiremos en nada. Para liberarnos realmente del miedo, debemos mirar profundamente en nuestro interior hasta descubrir nuestra verdadera naturaleza más allá del nacimiento y de la muerte. Tenemos que liberarnos de la idea de que no somos más que nuestro cuerpo, que necesariamente está abocado a la disolución. Por ello, cuando entendemos que somos más que nuestro cuerpo físico, que no procedemos de la nada y que no nos desvanecemos en la nada, nos liberamos del miedo.
El Buda era un ser humano y, como tal, conocía el miedo. Pero pasó tanto tiempo ejercitando la atención plena y contemplando directamente el miedo que al final pudo enfrentarse tranquila y pacíficamente a lo desconocido. Según cuenta la leyenda, el Buda estaba paseando un día cuando tropezó con Angulimala, un conocido asesino. Cuando Angulimala le echó el alto, el Buda siguió caminando lenta y tranquilamente. Y cuando Angulimala le atrapó y le preguntó por qué no se había detenido, el Buda replicó: «Hace ya mucho que me detuve, Angulimala. Eres tú quien todavía no se ha detenido». Y luego añadió: «Y también hace mucho que dejé de incurrir en actos que generan sufrimiento a otros seres vivos. Todo ser vivo quiere vivir.
Todos temen la muerte. Debemos educar a nuestro corazón en la compasión y proteger la vida de todos los seres». Sorprendido,
Angulimala quiso saber más y, al finalizar la conversación, tomó la decisión de no incurrir en más actos violentos y convertirse en monje.
¿Cómo pudo el Buda permanecer tan tranquilo y relajado al enfrentarse a un asesino como Angulimala? Es cierto que es un ejemplo extremo, pero cada uno de nosotros se enfrenta a diario, en cierta medida, a sus miedos. Por ello la práctica cotidiana de la atención plena puede ser extraordinariamente útil. Partiendo de la conciencia de nuestra respiración, podemos enfrentarnos a todo lo que obstaculice nuestro camino.
La ausencia de miedo no solo es posible, sino que es la alegría última. Cuando conectas con la ausencia de miedo, te liberas. Si estuviera en un avión y el piloto advirtiese que estamos a punto de estrellarnos, practicaría la atención plena a la respiración. Y espero que, si recibes malas noticias, tú hagas lo mismo. Pero no esperes, para emprender la práctica que puede ayudarte a superar el miedo y vivir atentamente, que llegue el momento crítico. Nadie puede quitarte el miedo. Ni aunque el mismo Buda estuviera sentado frente a ti, podría quitártelo. Eso es algo que debes practicar y entender por ti mismo. Si te ejercitas en la práctica de la plena conciencia hasta que se convierta en hábito, ya sabrás, cuando aparezcan las dificultades, lo que tienes que hacer.
Extracto del libro:
Miedo
Thich Nhat Hanh
Fotografía tomada de internet
lunes, 5 de noviembre de 2018
EL ARTE DE LA OBSERVACIÓN
El discípulo llegó hasta el maestro y le dijo:
--Guruji, por favor, te ruego que me impartas una instrucción para aproximarme a la verdad. Tal vez tú dispongas de alguna enseñanza secreta.
Después de mirarle unos instantes, el maestro declaró:
--El gran secreto está en la observación. Nada escapa a una mente observadora y perceptiva. Ella misma se convierte en la enseñanza.
--¿Qué me aconsejas hacer?
--Observa -dijo el gurú-. Siéntate en la playa, a la orilla del mar, y observa cómo el sol se refleja en sus aguas. Permanece observando tanto tiempo como te sea necesario, tanto tiempo como te exija la apertura de tu comprensión.
Durante días, el discípulo se mantuvo en completa observación, sentado a la orilla del mar. Observó el sol reflejándose sobre las aguas del océano, unas veces tranquilas, otras encrespadas. Observó las leves ondulaciones de sus aguas cuando la mar estaba en calma y las olas gigantescas cuando llegaba la tempestad. Observó y observó, atento y ecuánime, meditativo y alerta. Y así, paulatinamente, se fue desarrollando su comprensión.
Su mente comenzó a modificarse y su consciencia a hallar otro modo mucho más rico de percibir.
El discípulo, muy agradecido, regresó junto al maestro.
--¿Has comprendido a través de la observación? -preguntó el maestro.
--Sí -repuso satisfecho el discípulo-. Llevaba años efectuando los ritos, asistiendo a las ceremonias más sagradas, leyendo las escrituras, pero no había comprendido. Unos días de observación me han hecho comprender.
El sol es nuestro ser interior, siempre brillante, autoluminoso, inafectado. Las aguas no le mojan y las olas no le alcanzan; es ajeno a la calma y la tempestad aparentes.
Siempre permanece, inalterable, en sí mismo.
–Ésa es una enseñanza sublime -declaró el gurú-, la enseñanza que se desprende del arte de la observación.
***
El Maestro dice: Todos los grandes descubrimientos se han derivado de la observación diligente. No hay mayor descubrimiento que el del Ser.
Observa y comprende.
Tomado del libro:
101 Cuentos clásicos de la India
Recopilación de Ramiro Calle
Fotografía de Internet
domingo, 4 de noviembre de 2018
EXORCISMOS
Sonia Pie de Dandré se levanta siempre bien temprano, porque el trabajo obliga y también porque da gusto respirar el día cuando está recién nacido y huele a bebé.
Aquella mañana, ella caminó, cantando bajito, por las calles de Santo Domingo, mojadas de luz nueva, y estuvo entre las primeras de la cola, ante el mostrador donde se retiran los pasaportes. Cuando recibió el suyo, vio que entre los datos figuraba el color de la piel. Trigueña, decía el documento.
Sonia es negra, y ésa es una de sus imbatibles alegrías. Pidió que se corrigiera el error. No se podía.
—En este país no hay negros— le explicó el funcionario, negro, que había llenado los formularios.
Tomado de:
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet
Cuentos de Galeano en la Jornada
Eduardo Galeano
Fotografía de internet
sábado, 3 de noviembre de 2018
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