viernes, 14 de septiembre de 2018

TRES DEBILIDADES PSICOLÓGICAS MASCULINAS


Aunque las fragilidades psicológicas masculinas podrían llenar varios tomos de una enciclopedia (ellas irán apareciendo a lo largo del presente texto), aquí sólo señalaré tres miedos básicos, por lo general encubiertos por el ego, comunes a casi todas las culturas, altamente dañinos y mortificantes para aquellos varones que aún se empecinan en ser duros, intrépidos y osados. 

Éstos son: 1) el miedo al miedo, 2) el miedo a estar afectivamente solo y 3) el miedo al fracaso.

Veamos cada uno en detalle.

1. El miedo al miedo

Un hombre miedoso no es bien visto en ninguna parte. Es posible que algunas mujeres de fuerte instinto maternal se sientan momentáneamente enternecidas, o que algunos varones voluntarios de la Cruz Roja Internacional se apiaden, pero a la larga o a la corta un desprecio ancestral y muy visceral hace su aparición. Como sí no hiciera honor a su especie o pusiera en peligro la subsistencia de la misma, el varón cobarde es segregado y seriamente cuestionado, no sólo por las mujeres, sino también y principalmente por los hombres.

Hace unos años, después de haberme separado, fui a vivir a un nuevo apartamento. Recuerdo que el portero encargado, un hombre de unos sesenta años, tal vez por mi condición de "solo", se mostraba especialmente amable y colaborador. Siempre interpreté su actitud servicial como una forma de solidaridad y complicidad de género. Cuando yo llegaba con una amiga me abría la puerta del garaje con un guiño, o si recibía alguna visita femenina, su anuncio llevaba implícito un tono de anuencia con licencia para delinquir. Como si dijera: "Picarón... Picarón... Otra más... Bendito seas entre los varones de este mundo. ..Ya que yo no puedo, hazlo por mí...". Al otro día, si yo salía a trotar por la mañana, me saludaba con una sonrisa, una palmadita en la espalda y un comentario agradable sobre el clima y la salud: "¿Muy cansado el doctor?". Aunque mis reuniones con el sexo opuesto no superaban la media estadística de cualquier "soltero normal", mi amigo el portero comenzó a verme como una especie de ejemplo masculino: "El maestro". Me subía el periódico de primero, vivía pendiente de mi correspondencia y de mi carro, en fin, una especie de mayordomo inglés, con toque latino y comunitario.
Cuando encendí la luz, descubrí que mi pesadilla se había hecho realidad: ¡en mi cuarto había un murciélago!, que por su tamaño debió haber sido pariente directo de Batman. El miedo a las mariposas negras, a las asquerosas cucarachas y a los atrevidos murciélagos, es uno de los legados genéticos de la familia de mi madre, que he tenido que aceptar e intentar vencer sin demasiado éxito; pero un murciélago en mi dormitorio, era demasiado. Luego de una especie de guerra campal durante media hora, en la cual yo intentaba infructuosamente que el animal saliera por el balcón (pienso que él intentaba que yo también hiciera lo mismo), decidí recurrir a mi amigo el conserje. En realidad, en esos angustiosos momentos de taquicardia, piloerección y sudor frío, más que conserje era un ángel de la guarda. Cuando lo desperté y le conté atropelladamente mi drama, su preocupación inicial se fue convirtiendo en desconcierto y luego en curiosidad: no sabía si era en serio o en broma. Subió al apartamento y con la agilidad de un cazador, escoba en mano, mató al animal, lo tomó del ala y lo escudriñó como tratando de entender el origen de mi miedo. Por último me lo mostró, mientras decía lacónicamente:" ¿Qué quiere que haga con él?". Sólo atiné a contestarle que lo tirara lo más lejos posible, lo abracé y le di efusivamente las gracias. Sin embargo, al despedirlo pude percibir en su rostro un gesto apocado y una mirada de profunda decepción mal disimulada.

Al cabo de unos días, el desencanto inicial de aquella noche se había transformado en indiferencia.

SIN LÍMITES


martes, 11 de septiembre de 2018

ARMAR EL MUNDO*


Un científico que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para disminuirlos. Pasaba días enteros en su laboratorio, buscando respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo de 7 años invadió ese santuario con la intención de ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, intentó hacer que el niño fuera a jugar en otro sitio. Viendo que sería imposible sacarlo de allí, procuró distraer su atención. Arrancó la hoja de una revista en la que se representaba el mundo, lo cortó en varios pedazos con unas tijeras y se lo entregó al niño con un rollo de cinta adhesiva, diciéndole:

—¿Te gustan los rompecabezas? Voy a darte el mundo para arreglar. Aquí está, todo roto. ¡Mira si puedes arreglarlo bien!

Calculó que al niño le llevaría días recomponer el mapa. Pocas horas después, oyó que lo llamaba:

—¡Papá, papá, lo hice! ¡Conseguí terminar todo!

Al principio, el científico no dio crédito a las palabras del niño. Era imposible que, a su edad, hubiera recompuesto un mapa que jamás había visto. Entonces levantó los ojos de sus anotaciones, seguro de que vería un trabajo digno de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo: todas las piezas estaban en el sitio indicado.

—Tú no sabías cómo es el mundo, hijo, ¿cómo lo conseguiste?

DOGMAS SUPLANTADOS POR DOGMAS


lunes, 10 de septiembre de 2018

LOS ERUDITOS


Iba a celebrarse un congreso sobre la mente al que tenían que asistir un buen número de eruditos especializados en el tema. Para tal fin, un grupo de ellos debía viajar de su ciudad a aquella otra en la que iba a tener lugar el acontecimiento. Para cubrir el trayecto, los eruditos tomaron el tren y consiguieron un compartimiento para ellos solos. Nada más acomodarse en el compartimiento comenzaron a hablar sobre la mente y sus misteriosos mecanismos. El tren se puso en marcha. Todos proporcionaban sus pareceres y llegaron al convencimiento común y compartido de que lo más necesario era cultivar y desarrollar la atención mental. 

--Sí, ya nada hay tan importante como permanecer alerta -declaraba uno de ellos enfáticamente. 

--Se requiere el cultivo metódico de la atención -recalcaba otro. 

--Hay que aplicarse al entrenamiento de la atención; eso es lo esencial -afirmaban algunos. 

Así hablaban y hablaban sin cesar sobre la necesidad de estar atentos, vigilantes y perceptivos; sobre la conveniencia de establecerse en una atención despierta y plena. 

El convoy seguía su monótona marcha. Pero una vía estaba en malas condiciones y descarriló sin que pudiera evitarlo el maquinista. El tren se precipitó por un enorme barranco, dando innumerables vueltas, hasta que al final se detuvo estrellándose en las profundidades del mismo. Los eruditos seguían polemizando acaloradamente, insistiendo en la necesidad de elevar al máximo el umbral de la atención, pero ninguno de ellos se había percatado del accidente. Declaraban que había que tener la mente tan atenta que ni el vuelo de una mosca pasara desapercibido. Seguían apasionadamente debatiendo sobre la mente y la atención, con sus cuerpos amontonados unos sobre otros, todos ellos ignorantes del percance. 

***

El Maestro dice:

LA GENTE AMA LA CELDA


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