miércoles, 22 de agosto de 2018
martes, 21 de agosto de 2018
¿CUÁL SEXO FUERTE?
PARTE 1
Algunas consideraciones sobre la supuesta
fortaleza del varón y su natural
debilidad humana.
Los hombres no somos, definitivamente, tan fuertes como la cultura ha querido mostrar. Más aún, en muchas situaciones donde sería propicio manifestar la tal fortaleza masculina, ésta brilla por su ausencia. Independientemente de las causas del estereotipo social que estigmatiza a un varón recio e indoloro, es indudable que los propios hombres, tal vez en respuesta a las deficiencias de un ego que necesita ser constantemente admirado, hayamos mantenido y promocionado esta imagen alterada de la masculinidad que, además de no ser honesta, nos ha traído más desventajas que ventajas. De hecho, muchos varones están hartos de jugar el papel de un superhombre carente de adrenalina, inerte ante el sufrimiento y totalmente autosuficiente. Si la mayoría de los hombres siente miedo, no soporta la soledad, le agobia la idea del fracaso y no muestra el mínimo indicio de hacer abdominales, ¿de cuál sexo fuerte estamos hablando?
El paradigma de la fortaleza masculina La fuerza física fue muy importante en los niveles preestatales de la civilización. El poder muscular permitía asegurar la vida en dos sentidos fundamentales. Por un lado, hacer la guerra requería de hombres fornidos que pudieran cargar armas y enfrentar la contienda corporal. Por el otro, si por cualquier razón el hábitat se volvía hostil y difícil, el músculo comenzaba a ser determinante para la supervivencia. Cuando las dos condiciones mencionadas ocurrían, los hijos hombres se privilegiaban sobre las hijas mediante prácticas tan espantosas como el infanticidio femenino y otras barbaridades demográficas. Los hombres fuertes fueron necesarios y posiblemente, por tal razón, acceder a esta categoría implicaba un esfuerzo especial.
Los ritos de iniciación masculina que realzan la fortaleza han existido en casi todas las culturas y a través de todos los tiempos. Desde la severa formación espartana de los griegos y los caballeros de la Edad Media hasta el traumático servicio militar, todos, sin excepción, parecen compartir el mismo principio: para hacerse hombre y ser reconocido como tal, es necesario sufrir. Incluso en la actualidad, muchos grupos tribales y aldeanos someten a sus jóvenes varones a pruebas extraordinarias de fuerza y entrenamiento para resistir el dolor y el miedo, exponiéndolos a elementos nocivos, mutilaciones físicas y enfrentamientos con terribles alucinaciones provocadas por droga.
Pese a que el poder masculino ha sido trasladado del garrote del troglodita al maletín del ejecutivo, la fuerza física aún es un requisito importante de masculinidad para muchos hombres y mujeres. Esta creencia puede generar en los jóvenes varones un trastorno opuesto a la anorexia femenina, pero igualmente grave: en vez de Twiggy, Charles Atlas. Muchos adolescentes hombres muestran serios problemas de autoestima y autoimagen porque se perciben a sí mismos como enclenques, demasiado flatoso alejados del patrón "fornido" tradicional: "Me gustaría tener más espalda","Quisiera ser más grueso", "Mis brazos son raquíticos", y así. Sentirse alfeñique es una de las torturas más grandes por las que puede pasar un muchacho. El silogismo es claro, aunque falso: "Un verdadero hombre debe ser fuerte, la fortaleza está en los músculos. Yo no tengo suficiente desarrollo físico, por lo tanto soy poco hombre y poco atractivo". Una trampa aristotélica mortal que los puede llevar a incrementar obsesivamente sus proporciones, de cualquier manera y a cualquier costo, anabólicos incluidos. En tiempo de playa y sol, la discriminación es clara: las mujeres ocultan su celulitis envolviéndose en una toalla, y los hombres esconden su escasa caja toráxica debajo de una holgada camiseta que no se quitan por nada delmundo.
lunes, 20 de agosto de 2018
MI MUERTE
¿Uno puede ser completamente humano sin experimentar la tragedia? La única tragedia que hay en el mundo es la ignorancia; todo el mal viene de ella. La única tragedia que hay en el mundo es estar dormidos o no ser conscientes. De ellos viene el miedo, y del miedo viene todo lo demás, pero la muerte no es una tragedia. Morir es maravilloso; es horrible sólo para las personas que nunca comprendieron la vida. Solamente cuando se le tiene miedo a la vida se le tiene miedo a la muerte. Solamente los muertos temen a la muerte. Quienes están vivos no temen a la muerte. Un autor estadounidense lo expresa muy bien. Dice que el despertar es la muerte de la creencia en la injusticia y la tragedia. El fin del mundo para una oruga es una mariposa para el maestro. La muerte es la resurrección. No estamos hablando de una resurrección que sucederá, sino de una que está sucediendo ahora mismo. Si usted muriera al pasado, si usted muriera cada minuto, sería una persona plenamente viva, porque una persona plenamente viva es alguien lleno de muerte. Siempre estamos muriendo a las cosas. Siempre estamos desembarazándonos de todo para ser plenamente vivos y para resucitar a cada momento. Los místicos, los santos y otras personas hacen grandes esfuerzos por despertar a la gente. Si no despierta, siempre va a tener esos pequeños malestares como el hambre, las guerras y la violencia. El mayor de los males es la gente dormida, la gente ignorante.
Una vez un jesuita le escribió al padre Arrupe, su superior general, preguntándole cuál era el valor relativo del comunismo, el socialismo y el capitalismo. El padre Arrupe le dio una bella respuesta. Le dijo: "Un sistema es tan bueno o tan malo como la gente que lo utiliza". Gente con corazones de oro harían que el capitalismo o el comunismo o el socialismo funcionaran bellamente.
No le pida al mundo que cambie - cambie usted primero. Entonces podrá mirar bien al mundo de manera que podrá cambiar lo que piense que se debe cambiar. Quite la catarata de su propio ojo. Si no lo hace, ha perdido el derecho de cambiar a alguien o algo. Usted no tiene derecho a inmiscuirse en los asuntos de otros o del mundo hasta que sea consciente de usted mismo. El peligro de intentar cambiar a los demás o cambiar las cosas cuando uno no es consciente es que puede estar cambiando las cosas para su propia conveniencia, su orgullo, sus convicciones y creencias dogmáticas, o sencillamente para aliviar sus sentimientos negativos. Yo tengo sentimientos negativos, así que cambie usted de tal manera que yo me sienta bien. Primero, ocúpese de sus sentimientos negativos de manera que cuando vaya a cambiar a otros no actúe por odio o negatividad sino por amor. Puede parecer extraño que la gente pueda ser muy dura con los demás y, sin embargo, amar mucho. El cirujano puede ser muy duro con el paciente y, sin embargo amar mucho. El amor puede ser muy duro, ciertamente.
Extracto del libro:
Despierta (charlas sobre la espiritualidad)
Anthony de Mello
Fotografía tomada de internet
domingo, 19 de agosto de 2018
EL PINTOR
—Yo me di cuenta de que estaba muerto, porque hablaba en latín —me explicó Angel Vázquez.
Además, se sabía. Hacía tiempo que Urbano Lugrís, artista pintor, yacía bajo tierra. Pero aquella tarde, Angel había subido a la torre, para esperar el otoño, y se lo había encontrado.
Desde lo alto de la costa gallega, Angel estaba contemplando el otoño, que venía de la mar, y el otoño era una luz blanca que invadía el cielo, limpio de nubes. En esa paz estaba Angel, blanca brisa, aire nuevo, cuando descubrió que tenía al artista a su lado. El viejo dijo alguna de esas maldades muy suyas, que en latín sonaban raro, pero rió como siempre reía, que no era con la boca sino con sus peligrosos ojos de niño encendidos bajo la maraña del pelo.
Y entonces, de pronto, el cielo se enloqueció: se alborotó, se oscureció, y en la súbita negrura aparecieron bailando unas nubes venidas quién sabe de dónde, nubes de oro, nubes de fuego, nubes de vino, y luego llegaron los relámpagos y las acuchillaron. Y tembló el mundo, sacudido por los truenos, y sobre el mundo se desplomó una lluvia del fin del mundo.
Angel gritó:
—¡Don Urbano ¡Pinte eso, hombre!
Inmóvil bajo la lluvia violenta, el artista echó un bufido de perro viejo. Fue en latín, pero dio para entender:
—¡Pero no ves que estoy muerto, carajo!
sábado, 18 de agosto de 2018
INTIMIDADES MASCULINAS
Ser hombre, al menos en los términos que demanda la cultura, no es tan fácil. Esta afirmación, descarada para las feministas y desconcertante para los machistas, refleja una realidad encubierta a la que deben enfrentarse día a día miles de varones para cumplir el papel de una masculinidad tonta, bastante superficial y potencialmente suicida.
Pese a que la mayoría de los hombres aún permanecen fieles a los patrones tradicionales del "macho" que les fueron inculcados en la niñez, existe un movimiento de liberación masculina cada vez más numeroso, que rehúsa ser víctima de una sociedad evidentemente contradictoria frente a su desempeño.
Mientras un grupo considerable de mujeres pide a gritos mayor compasión, afecto y ternura de sus parejas masculinas, otras huyen aterradas ante un hombre "demasiado suave". Los padres hombres suelen exigir a sus hijos varones una dureza inquebrantable, y las maestras de escuela un refinamiento tipo lord inglés. El mercadeo de la supervivencia cotidiana propone una competencia tenaz y una lucha fratricida, mientras que la familia espera el regreso a casa de un padre y un marido sonriente, alegre y pacífico. De un lado el poder, el éxito y el dinero como estandartes de autorrealización masculina, y del otro la virtud religiosa de la sencillez y la humildad franciscana como indicadores de crecimiento espiritual.
Una jovencita de 19 años describía su hombre ideal así: "Me gustaría que fuera seguro de sí mismo, pero que también saque su lado débil de vez en cuando; tierno y cariñoso, pero no empalagoso; exitoso, pero no obsesivo; que se haga cargo de una, pero que no sea absorbente; intelectual, pero que también sea hábil con las manos...". Cuando terminó su larga descripción le contesté que un hombre así sería un interesante caso de personalidad múltiple.
No es tan sencillo ser, al mismo tiempo, fuerte y frágil, seguro y dependiente, rudo y tierno, ambicioso y desprendido, eficiente y tranquilo, agresivo y respetuoso, trabajador y casero. El desear alcanzar estos puntos medios, que entre otras cosas aún nadie ha podido definir claramente, creó en la mayoría de los hombres un sentimiento de frustración permanente: no damos en el clavo. Esta información contradictoria lleva al varón, desde la misma infancia, a ser un equilibrista de las expectativas sociales: a intentar quedar bien con Dios y con el diablo.
No me refiero a los típicos machistas, sino a esos hombres que aman a sus esposas y a sus hijos de manera honesta y respetuosa, pero que no han podido desarrollar su potencial humano masculino por miedo o simple ignorancia. Hablo del varón que teme llorar para que no lo tilden de homosexual, del que sufre por no conseguir el sustento, del que no es capaz de desfallecer porque "Los hombres no se dan por vencidos", del que ha perdido la posibilidad de abrazar y besar tranquilamente a sus hijos, estoy mencionando al hombre que se autoexige exageradamente, que ha perdido el derecho a la intimidad y que debe mostrarse inteligente y poderoso para ser respetado y amado. En fin, estoy aludiendo al varón que se debate permanentemente entre los polos de una difusa y contradictoria identificación, tratando de satisfacer las demandas irracionales de una sociedad que él mismo ha diseñado y que, aunque se diga lo contrario, aún no está preparada para ver sufrir realmente a un hombre de "pelo en pecho".
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